La simplicidad y la prudencia de las serpientes1
1. Celebramos la memoria de los mártires. Admiremos, pues, las alabanzas que reciben e imitemos sus hechos. Todo lo que habéis oído al leerse el santo Evangelio: Pues os entregarán a sus tribunales y os azotarán en sus sinagogas2, y lo dicho poco después: Entregará a la muerte el hermano al hermano, el padre al hijo3 y los enemigos del hombre serán los de su propia casa4, acontece a buenos y malos. En efecto, los males que padecen los hombres en esta tierra son comunes a unos y a otros, igual que los bienes. Viendo, pues, el coro de los mártires que muchos malos padecen en esta tierra abundantes males, clamaron a Dios a una sola voz: Hazme justicia, ¡oh Dios!, y separa mi causa de la causa de la gente no santa5. Si tanto el bueno como el malo son castigados, ¿qué hacemos con el hombre bueno, si su causa no se distingue de la de los malos? El bueno es castigado aquí, pero es coronado ante Dios. El malo, a la vez que es castigado aquí, será atormentado asimismo en el juicio eterno. Por tanto, si amamos a los santos mártires, elijamos para nosotros su causa a fin de agradar a Dios.
2. Ved cómo nuestro Señor Jesucristo modela a sus mártires con su disciplina. Os envío —dice— como ovejas en medio de lobos6. Ved lo que hace un solo lobo que se introduzca en medio de un rebaño de ovejas. Por muchos millares de ovejas que sean, si se mete un lobo en medio de ellas, se espantan y, si no todas son degolladas, todas al menos se aterrorizan. ¿Qué clase de razón, qué tipo de decisión, qué suerte de poder, qué grandeza de la divinidad implica no el admitir que un lobo tuviese acceso a las ovejas, sino el enviar las ovejas a los lobos? Os envío —dice— como ovejas en medio de lobos. No dijo: al territorio que confina con el de los lobos, sino en medio de lobos. Había, pues, una manada de lobos; las ovejas eran pocas, a fin de que fuesen muchos lobos a dar muerte a pocas ovejas. Los lobos se convirtieron y se transformaron en ovejas.
3. No obstante, a todos, tanto a quienes entonces escuchaban al Señor como a quienes, mediante ellos, iban a creer en él y a los que, una vez que la muerte los hubiera retirado, iban a suceder hasta nosotros y, después de nosotros, hasta el fin del mundo; a todos —repito— se les dice: Todos los pueblos os odiarán por causa de mi nombre7. Se predijo para el futuro una Iglesia extendida por todos los pueblos. Como la leemos en la promesa, así la vemos en su cumplimiento. Todos los pueblos son cristianos y, al mismo tiempo, no cristianos. El trigo, al igual que la cizaña, se halla extendido por todo el campo8. Por tanto, cuando escucháis de boca de nuestro Señor Jesucristo: Todos los hombres os odiarán por causa de mi nombre, escuchadlo como trigo que sois, pues se dijo pensando en el trigo. Reflexionad conmigo, no sea que alguien diga interiormente: «Esto lo dijo nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos cuando los envió a predicar su palabra a los pueblos. A causa de su nombre los odiaban todos los pueblos. Ahora, por el contrario, todos glorifican su nombre. No hay que pensar que vayan a odiarnos todos los pueblos; al contrario, nos van a amar». ¡Oh pueblos todos cristianos, oh trigo del Señor, oh semillas católicas extendidas por todo el orbe, fijaos en vosotros mismos y advertiréis que todos los pueblos os odian por el nombre de Cristo! ¿Acaso no nos odian por causa del nombre de Cristo cuantos han permanecido en el paganismo, cuantos se han mantenido en el judaísmo, cuantos, apartándose del camino, se hicieron herejes? Imaginad un hombre pésimo, que sea noble, poderoso, distinguido por su dignidad, destacado por su autoridad, que ama el mal, que tiene mucho poder de ejecución: también a él lo odian los hombres, pero no por causa de Cristo. Se dice lo mismo de él, pero el motivo es distinto.
Por esto el Señor Jesús, sabiendo que también acontecía a los pésimos el ser odiados por todos, cuando dijo: Seréis odiados por todos, añadió por causa de mi nombre, porque escuchó a quienes dicen: Hazme justicia, ¡oh Dios!, y distingue mi causa de la causa de la gente no santa9.
4. Oigamos, pues, qué nos advirtió el que prometió las coronas. Ha organizado una competición, pero, constituido en espectador, ayuda a los participantes que se hallan en apuros. ¿Qué tipo de competición —eso es lo que significa la palabra griega agon— organizó? Esta: Sed —dice— astutos como las serpientes y sencillos como las palomas10. Quien esto entienda, quien esto mantenga, quien esto cumpla muere tranquilo porque no muere. Pues la muerte para nadie debe ser tranquila, a no ser para quien sepa que muere de tal modo que en él muere la muerte y la vida es coronada,
5. Por tanto, amadísimos, aunque desde aquí he hablado ya con frecuencia de ello, tengo que exponeros en qué consiste ser sencillos como las palomas, astutos como las serpientes11. Si se nos ha propuesto ya la sencillez de las palomas, ¿qué representa la astucia de la serpiente junto a la sencillez de la paloma? En la paloma me agrada que carece de hiel; en la serpiente me causa temor su veneno.
6. No te cause horror cualquier cosa que se refiera a la serpiente: tiene algo que hay que rechazar y algo que imitar. En efecto, cuando la serpiente está cargada de años y siente el peso de la vejez, pasa por una cavidad estrecha y deja su túnica vieja, para exultar de gozo una vez renovada. Imítala, ¡oh cristiano!, tú qué oyes a Cristo decir: Entrad por la puerta estrecha12. También el apóstol Pablo te dice: Despojaos del hombre viejo con todas sus obras y revestíos del nuevo que fue creado según Dios13. Tienes, pues, algo que imitar en la serpiente: no mueras de vejez. Quien muere por algún interés temporal muere de vejez. Quien muere buscando la alabanza humana muere de vejez. Mas, cuando te despojes de todas estas formas de vetustez, has imitado la astucia de la serpiente. Imítala de forma más vigorosa: mantén tu cabeza. ¿Qué significa: mantén tu cabeza? Ten contigo a Cristo. Quizá alguno de vosotros ha advertido alguna vez, a la hora de dar muerte a una serpiente, cómo en defensa de su cabeza ofrece todo su cuerpo a los golpes de quien la hiere. No quiere que la hieran allí donde sabe que reside su vida. También Cristo es nuestra vida. Él mismo dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida14. Escucha igualmente al Apóstol: Cristo es la cabeza del varón15. Por tanto, quien mantiene a Cristo en sí, mantiene su cabeza para sí.
7. ¿Qué necesidad hay ya de encareceros con muchas palabras la sencillez de las palomas? Había que tomar precauciones ante el veneno de las serpientes. Imitarlas ofrecía cierto peligro, pues había algo que temer. A la paloma, en cambio, imítala con tranquilidad. Advierte que las palomas gozan de estar en compañía: por doquier vuelan juntas, juntas se alimentan, no quieren estar solas, disfrutan de la compañía. Hierven de caridad, sus arrullos son gemidos de amor, engendran a sus hijos con besos. Sin embargo, mientras estamos en este cuerpo somos peregrinos lejos del Señor16. Dichosos los que lloran17. Y, si quieres ser paloma, di a tu Señor: Mi gemido no se te oculta18. Así, pues, cuando las palomas —también esto lo observamos frecuentemente— disputan entre ellas por sus nichos, la disputa es en cierto modo pacífica. ¿Acaso se separan porque disputan? Vuelan juntas, se alimentan juntas y hasta sus disputas son pacíficas. Ved la disputa de las palomas. Dijo el Apóstol: Pero si alguno no obedece a nuestra palabra manifestada en esta carta, apuntadle con el dedo y no os mezcléis con él19. Advierte la disputa, pero anota que es una disputa propia de palomas, no de lobos. A continuación añadió: Pero no le tengáis por enemigo, sino corregidle como a un hermano20. La paloma ama aun cuando disputa; el lobo odia aun cuando acaricia.
8. Poseyendo, pues, la sencillez de las palomas e imitando la astucia de las serpientes, celebrad la solemnidad de los mártires con mente sobria, no con el estómago saturado de vino. Proclamad las alabanzas de Dios6. Pues nuestro Dios es también Señor de los mártires. El que nos corona, si hemos luchado bien, es el que ha coronado a los que deseamos imitar.