SERMÓN 63

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

La tempestad calmada1

1. Con la gracia del Señor, os voy a hablar de la lectura del santo evangelio que acabamos de oír, y en nombre del Señor mismo os exhorto a que no se duerma en vuestros corazones la fe que hace frente a las tempestades y oleajes de este mundo. En efecto, no cabe que Cristo el Señor tuviera dominio sobre su muerte2 y no lo tuviera sobre su sueño, ni que el sueño se apoderase del navegante omnipotente sin quererlo él. Si creéis esto, él duerme en vosotros; si, por el contrario, Cristo está despierto en vosotros, despierta está vuestra fe. Dice el Apóstol que Cristo habita en vuestros corazones por la fe3. Luego también el sueño de Cristo es signo de un misterio. Los navegantes son las almas que pasan este mundo en un madero. La nave figuraba asimismo a la Iglesia. Y, en efecto, todo cristiano es templo de Dios, todo cristiano navega en su corazón y, si piensa rectamente, no naufraga.

2. Has oído una afrenta, he ahí el viento. Te airaste, he ahí el oleaje. Si sopla el viento y se encrespa el oleaje, peligra la nave, peligra tu corazón, fluctúa tu corazón. Oída la afrenta, deseas vengarte. Pero advierte que te vengaste y, claudicando ante el mal ajeno, naufragaste. Pero ¿cuál es la causa de ello? Que Cristo duerme en ti. ¿Qué significa: duerme en ti Cristo? Te olvidaste de Cristo. Despierta a Cristo, pues; acuérdate de Cristo, esté Cristo despierto en ti: piensa en él. ¿Qué querías? Vengarte. ¿Se te ha pasado de la memoria que él, cuando fue crucificado, dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen?4. Quien dormía en tu corazón no quiso vengarse. Despiértale, acuérdate de él. Memoria de él es su palabra; memoria de él, su precepto. Y, si Cristo está despierto en ti, dirás para ti: «¿Qué clase de hombre soy yo para querer vengarme? ¿Quién soy yo para proferir amenazas contra un hombre? Moriré quizá antes de vengarme. Y si salgo de este mundo resoplando, inflamado de ira y sediento de venganza, no me recibirá el que no quiso vengarse; no me recibirá el que dijo: Dad y se os dará, perdonad y se os perdonará5. Por lo tanto, haré que amaine mi ira y volveré a la quietud de mi corazón». Dio órdenes Cristo al mar y se produjo la bonanza6.

3. Lo que he dicho respecto a la ira, retenedlo como norma para todas las tentaciones que os sobrevengan. Surgió la tentación, es el viento; te turbaste, es el oleaje. Despierta a Cristo; hable él contigo. ¿Quién es este, dado que le obedecen el viento y el mar?7. ¿Quién es este a quien obedece el mar? Suyo es el mar; él lo hizo8. Todo fue hecho por él9. Imita más bien a los vientos y al mar; obedece al Creador. Escucha el mar la orden de Cristo ¿y tú permaneces sordo? Le escucha el mar, amaina el viento ¿y tú soplas? ¿Qué? Hablo, actúo, simulo: ¿qué es esto sino soplar y no querer ceder ante la orden de Cristo? No os venza el oleaje cuando se perturbe vuestro corazón. Pero, puesto que somos hombres, si el viento nos empuja, si nos mueve el afecto de nuestra alma, no perdamos la esperanza; despertemos a Cristo para navegar en la bonanza y llegar a la patria. Vueltos al Señor...