La fe del centurión y de la hemorroísa1
1. La fe de este centurión anuncia la fe de los gentiles, fe humilde y ferviente, semejante al grano de mostaza2. Como habéis escuchado, su siervo estaba enfermo y yacía en casa paralítico, pero este centurión suplicó al Salvador la salud de su hijo. El Señor, a su vez, prometió que iría en persona a salvarlo3. Pero el centurión, con ferviente humildad y con humilde fervor —según dije—, replicó: Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo4. Se declaraba indigno de que el Señor entrase bajo su techo. Y, sin embargo, no habría dicho estas palabras si el Señor no hubiese entrado ya en su corazón. Luego añadió: «Mas dilo solo de palabra y mi siervo quedará sano5. Sé a quién hablo; dilo de palabra, y se realizará lo que deseo». E incluyó una comparación en extremo agradable y verdadera. «Pues también yo —dice— soy un hombre, mientras tú eres Dios; estoy bajo autoridad, mientras tú estás sobre toda autoridad; tengo bajo mi mando soldados, mientras tú tienes también a los ángeles, y le digo a uno: «Vete», y se va; y a otro: «Ven», y viene; y a mi siervo «Haz esto», y lo hace6, mientras que sierva tuya es toda criatura. Solo es preciso que mandes, y se hace lo que mandas».
2. Y el Señor contesta: En verdad os digo: no he hallado fe tan grande en Israel7. Sabéis que el Señor tomó carne de Israel, del linaje de David, al que pertenecía la Virgen María, que dio a luz a Cristo. Vino a los judíos, les mostró su rostro de carne, su boca de carne sonó a sus oídos, la forma de su cuerpo se ofrecía a sus ojos. Con su presencia se había cumplido la promesa hecha a los judíos. Se había prometido a los padres, se cumplía en los hijos. Este centurión, sin embargo, era extranjero, pertenecía al pueblo romano, ejercía allí la profesión de soldado, pero su fe superó la de los israelitas, de modo que el Señor dijo: En verdad os digo: no he hallado fe tan grande en Israel. ¿Qué pensamos que alabó el Señor en la fe de este hombre? La humildad. No soy digno de que entres bajo mi techo8. Eso alabó y, porque eso alabó, esa fue la puerta por la que entró. La humildad del centurión era la puerta para el Señor que entraba para poseer más plenamente a quien ya poseía.
3. Gran esperanza, por tanto, dio el Señor a los gentiles en esta ocasión. Aún no existíamos y ya estábamos previstos, conocidos de antemano, prometidos. ¿Qué es, pues, lo que dice? Por esto os digo que muchos vendrán de oriente y de occidente9. ¿Adónde vendrán? A la fe. Hacia ella vienen; venir es el mismo creer. Creyó: vino; apostató: se alejó. Vendrán, pues, de oriente y de occidente: no al templo de Jerusalén, no a parte alguna céntrica de la tierra; no suben a monte alguno. Y, sin embargo, vienen al templo de Jerusalén, a una parte céntrica y a cierto monte. El templo de Jerusalén es ahora el cuerpo de Cristo; con referencia a él había dicho: Destruid este templo y en tres días lo levantaré10. El lugar céntrico adonde vienen es Cristo mismo: está en el centro porque es igual para todos; lo que se pone en el centro es común para todos. Vienen al monte del que dice Isaías: En los últimos días será manifiesto el monte del Señor, dispuesto en la cima de los montes y será exaltado sobre todas las colinas y vendrán a él todos los pueblos11. Este monte fue una piedra pequeña que, al crecer, llenó el mundo. Así lo vio Daniel12. Acercaos al monte, subid a él, y quienes hayáis subido no descendáis. Allí estaréis seguros, allí estaréis protegidos: el monte que os sirve de refugio es Cristo. ¿Y dónde está Cristo? A la derecha del Padre, pues ascendió al cielo13. Muy distante se halla; ¿quién sube allí?, ¿quién lo toca? Si está lejos de vosotros, ¿cómo decimos con verdad: El Señor esté con vosotros? Al mismo tiempo que está a la derecha del Padre, no se aleja de vuestros corazones.
4. Volviéndose al centurión, le dice: Vete, que te suceda como has creído; y en aquella hora quedó sano el siervo14. Como creyó, así se hizo. Dilo solo de palabra y quedará sano15: lo dijo de palabra y quedó sano. Que te suceda como has creído: se alejó de los miembros del siervo la gravísima enfermedad. ¡Admirable la facilidad con la que el Señor de toda criatura le da órdenes! No le es trabajoso mandar. ¿O es tal el Señor de la criatura que dé órdenes a los ángeles y no se digne dárselas a los hombres? ¡Ojalá los hombres quisieran servirle! Pero dichoso es aquel al que da órdenes interiormente, no al oído carnal, sino al oído del corazón, donde le corrige y le dirige. Deducid que el Señor da órdenes a todas las cosas del hecho de que no se sustraen a su imperio ni los gusanillos. Dio órdenes a un gusano y royó la raíz de la calabaza, y pereció lo que proporcionaba sombra al profeta. Dio órdenes —dice la Escritura— al gusano de la mañana: este royó la raíz de la calabaza y desapareció la sombra16. El gusano matutino es Cristo. El salmo 21, que se refiere a su pasión, dice así: En favor de la acogida matutina17. En hora matutina resucitó y royó la sombra judía. Por esto dice con ternura a su esposa en el Cantar de los Cantares: Hasta que respire el día y se alejen las sombras18. ¿Acaso observáis literalmente el sábado? ¿Os abstenéis, acaso, de las carnes de los animales que no rumian o que no tienen la pezuña hendida? ¿Acaso ofrecéis a Dios sacrificios de víctimas tomadas de los rebaños? Nada de esto hacéis. ¿Por qué? Porque fue roída la calabaza, porque cesó la sombra y salió el sol. Pedid el refresco para no fatigaros bajo el calor de los mandatos. Fin.