La oración1
1. Puesto que el Señor no quiso que saliese de aquí en condición de deudor, reconozco que es el momento de cumplir lo prometido. Por eso mandé que se leyera también hoy el mismo pasaje evangélico leído cuando me excusé. De esta forma, aquello de que os privé por necesidad, os lo devuelvo ahora por caridad. Ni hay suficiente tiempo, ni mis fuerzas alcanzan para examinar y comentar todas las palabras del texto. No obstante, es de todo punto necesario que diga algo de él, y, con la ayuda del Señor, lo diré como pueda.
2. El Señor nos ha exhortado a pedir, buscar y llamar al decir: Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá. Pues todo el que pide recibe, y el que busca hallará y al que llama se le abrirá2. Ante todo, estas palabras presentan una dificultad que he de resolver en la medida de mis fuerzas. Sabemos que muchos piden y no reciben, buscan y no hallan, llaman y no se les abre. ¿Cómo, entonces, todo el que pide recibe? En efecto, aunque aparezca formulado tres veces y con tres formas distintas, todo se reduce a una sola petición. Pedid, buscad, llamad equivale a pedid. Esto lo sabemos por el resumen que hizo el Señor: Si vosotros, siendo malos, sabéis dar dones buenos a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará dones buenos a quienes se los piden?3. No dice: «a quienes buscan» o «a quienes llaman», sino que resumió las tres cosas en una al decir a quienes se las piden.
3. ¿Por qué, entonces, muchos piden y no reciben, si todo el que pide recibe?4. ¿O acaso estamos en un error, al pensar que pedimos y no recibimos? Además de los ejemplos diarios que nos son conocidos, la Escritura misma atestigua que el apóstol Pablo pidió que se alejase de él el ángel de Satanás y no lo obtuvo5. Hallamos también que hombres malos han pedido y han recibido y que hombres buenos han pedido y no han recibido. ¿Hay algo peor que los demonios? Y, sin embargo, ellos solicitaron ir a los puercos y se les concedió6. Se descubre que Dios no satisfizo el deseo de los apóstoles y sí el de los demonios. ¿O dudamos, acaso, de que los apóstoles pertenecen a Dios y de que ellos sobre todo han de reinar con Cristo7, y de que los demonios han de arder con su príncipe, el diablo, por toda la eternidad? ¿Qué decir, pues, sino que el Señor sabe quiénes son los suyos8 y que, de entre ellos, todo el que pide recibe?
4. Pero nos queda todavía una cuestión a propósito del Apóstol. Él no está excluido de los que son del Señor, a los que se refiere la frase: El Señor sabe quiénes son los suyos9. Por tanto, todos los que son suyos, si piden, reciben; ninguno de ellos pide y no recibe. Pero preguntamos qué recibe. Lo que se pide pensando en esta vida temporal, a veces es de provecho, a veces es un impedimento. Y cuando Dios sabe que ciertas cosas son un impedimento, no las concede a los suyos que las desean y se las piden, de la misma manera que tampoco el médico da cualquier cosa que el enfermo pida. Por amor niega lo que, si faltase el amor, concedería. Por tanto, escucha a todos los suyos en cuanto se refiere a la salvación eterna, y no los escucha en cuanto se relaciona con la codicia temporal. Y si no les escucha en esto, es para escucharles en aquello. En efecto, también el enfermo &mdashpara seguir con la comparación&mdash, cuando pide al médico algo que este sabe que le es dañino, lo que desea de él antes de nada es la curación. El médico, por tanto, para escucharle en su deseo de ser curado, no atiende a su capricho. Considera, además, las palabras mismas del Apóstol. Cuando no recibió lo que por tres veces le pidió, el Señor le dijo: Te basta mi gracia, pues la virtud se hace perfecta en la debilidad10. ¿Por qué deseas verte libre del aguijón de la carne que recibiste para que no te enorgullecieras de tus revelaciones? Ciertamente pides esto porque ignoras lo que te es provechoso. Da fe al médico. Lo que te impuso es duro, pero útil; causa dolor, pero produce la curación. Mira la finalidad, alégrate de que se te haya negado y comprende que se te ha concedido. ¿Con qué finalidad? La virtud se hace perfecta en la debilidad. Soporta, pues, la debilidad, si deseas la curación. Tolera la debilidad, si deseas la perfección. Porque la virtud se hace perfecta en la debilidad. Para que sepas que no estás abandonado, te basta mi gracia11.
5. Lo sé yo, y lo sabemos todos y no podemos ocultarlo, pues las curaciones milagrosas que cada día se suceden aquí por la memoria del bienaventurado y glorioso mártir, presente en este lugar1hieren los ojos aun de los que no quieren ver.2Por esto ante todo advierto a Vuestra Caridad que, sin duda alguna, hay quienes piden y no reciben. No se consideren abandonados. Para empezar, interroguen su corazón y vean si piden con fe. Quien pide con fe, para su utilidad recibe y para su utilidad alguna vez no recibe. Cuando no sana el cuerpo, quiere sanar el alma. Admite, por tanto, que te conviene lo que quiere quien te llamó al reino eterno. Pues ¿qué es eso que deseas como un gran bien? Te prometió la vida eterna, te prometió reinar con los ángeles, te prometió un descanso sin fin. ¿Qué es lo que ahora no te concede? ¿No es vana la salud de los hombres?12. ¿No han de morir con toda certeza los que son curados? Cuando llegue esa muerte, todas aquellas cosas pasadas se desvanecerán como el humo. En cambio, cuando llegue la vida que se te ha prometido, ciertamente no tendrá ya fin. Para esta te equipa quien ahora te niega algo; con vistas a ella te prepara y te instruye. Y si has recibido la curación porque tuviste fe y pediste &mdashno es indecoroso pedir, aunque por nuestra utilidad a veces no se concede lo pedido&mdash, acéptala y usa bien de ella. ¿No le conviene estar enfermo a quien, una vez curado, se va a entregar a la lujuria? Por tanto, cuando hayas recibido la salud temporal, haz buen uso de ella, de manera que con lo que te dio sirvas a quien te lo dio. Y no te antepongas a quién tal vez pidió y no recibió, diciendo en tu corazón: «Yo tengo más fe que él». Respecto a esto acabas de oír en el Evangelio: No juzguéis y no seréis juzgados13. ¿A qué se refiere el no juzguéis, sino a las cosas ocultas? Pues ¿a quién se prohíbe juzgar de las cosas manifiestas, si dice la Escritura en otro lugar: Las cosas manifiestas para vosotros; las ocultas, en cambio, para el Señor vuestro Dios?14. Es decir, permitíos juzgar las cosas que son manifiestas; las que están ocultas, dejadlas a vuestro Dios. ¿Cómo sabes que al que tal vez pidió y no recibió no se le negó esta salud temporal porque es más fuerte que tú? -«Pidió y no recibió». -«Pero ¿qué pidió?». -«La salud corporal». -«Tal vez su fe es más fuerte que la tuya, y esa es la causa por la que tú recibiste lo que pedías, porque si no lo recibías, desfallecías. Tampoco esto lo he asegurado; he dicho "tal vez" para no hacer yo lo que acabo de prohibir, para no osar emitir un juicio sobre cosas ocultas». Alguna vez, por tanto, no recibió porque pidió sin fe; otras veces no recibió porque es más fuerte que tú, para así ser ejercitado en la paciencia, como dijimos refiriéndonos al Apóstol. Era más fuerte, pero no perfecto aún, razón por la que escuchó: La virtud se hace perfecta en la debilidad15.
6. Sabemos que los Apóstoles &mdashasí lo proclaman sus escritos&mdash sanaron a enfermos con la sola palabra. El mismo apóstol Pablo3dice a cierta persona: Eneas, levántate y arréglate el lecho16. Inmediatamente se levantó, ya curado, el que yacía enfermo desde hacía muchos años y se arregló el lecho. Y, sin embargo, él mismo dice refiriéndose a cierto discípulo suyo: Dejé en Mileto a Trófimo porque estaba enfermo17. ¿Sanas a un desconocido en el lugar adonde llegas y dejas enfermo a tu discípulo en el lugar de donde te vas? ¿Qué dice de Epafras? Estaba triste &mdashdice&mdash porque había oído que él había enfermado; pues había enfermado hasta peligrar su vida18. ¿Qué tenía de extraordinario para el apóstol Pablo sanarle a él también con la palabra, y no permitir que llegase hasta ver cerca la muerte? Pero Dios &mdashdice&mdash se compadeció de él; no solo de él, sino también de mí, para que no se me acumulara tristeza sobre tristeza19. Da la impresión de que quería que fuese curado. Si lo quería, no hay duda de que también oraba y, no obstante, con su oración no conseguía la curación. Pero, una vez que la consiguió, dio las gracias porque, aunque a duras penas, la consiguió. Al bienaventurado Timoteo le da un consejo sobre medicina. Al paralítico, enfermo desde hacía mucho tiempo, lo puso en pie con su sola palabra. Con la misma palabra, en cambio, no pudo sanar el estómago de su discípulo amadísimo, un alma sola con la suya y, para él &mdashcon palabras suyas&mdash un hermano20. No obstante, le dice: No bebas agua por ahora, sino sírvete un poco de vino pensando en tu estómago y frecuentes achaques21. Básteos lo dicho referente a aquello sobre lo que quise prevenir a Vuestra Caridad, para que no os riais ni penséis mal de los que quizá han pedido y no han recibido, o desfallezcáis quienes tal vez habéis pedido y no habéis recibido, o para que quienes pedís y recibís no os antepongáis orgullosamente a quienes no reciben,
7. ¿Qué significa, entonces, eso de que absolutamente todos los que son suyos piden y reciben, buscan y hallan, llaman y se les abre? Pues, si ello no fuera así, no diría la Verdad: Todo el que pide recibe22. ¿Qué es esto? ¿Dónde se encuentra? Busquemos en ese mismo pasaje, por si encontramos en él lo que buscamos. En él lo tienes; sí, en él lo tienes. Reconozcámonos a nosotros mismos allí donde escuchamos que somos malos. Dice: Si vosotros, siendo malos, sabéis dar dones buenos a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará dones buenos a quienes se los pidan?23. Llamó bueno a nuestro Padre y a nosotros malos. ¿Qué decimos, pues? El Dios supremo, el Padre bueno, ¿es Padre de los malos? No podemos negar que lo es, aunque parezca un absurdo. Habla la Verdad: Si vosotros, siendo malos &mdash¿por qué llevamos la contraria a la Verdad? &mdash, sabéis dar dones buenos a vuestros hijos. A nuestros hijos les damos dones buenos que, sin embargo, no los hacen buenos. Por tanto, si podemos darles bienes que no los hacen buenos, no obstante que sean bienes, ¿qué resta sino pedir a Dios los bienes que nos hagan buenos? Es a nosotros a quienes recrimina al decir: Siendo malos. Y, sin embargo, se nos ha mostrado como sumamente bueno nuestro Padre, que está en los cielos24. ¿No sentimos vergüenza de ser malos teniendo tal Padre? ¿Acaso él hubiera querido ser Padre de hombres malos si hubiera querido dejarlos en la maldad, si hubiera querido que permaneciéramos malos por siempre? Así, pues, si somos malos y tenemos un Padre bueno, esto pidamos, esto busquemos, por esto llamemos: que él, bueno, nos haga buenos para no tener hijos malos. ¿Hasta qué punto se hace ahora uno bueno? ¿Hasta qué punto? Por grandes que sean sus progresos ha de luchar contra sus apetencias torcidas, ha de luchar contra el apetito sexual desordenado. Por mucho que progrese, aunque alguien esté en paz con cuanto hay dentro o fuera de él, en su interior sufrirá una guerra, en sí mismo ha de librar la batalla, sin cesar de combatir, teniendo como espectador a quien está dispuesto a ayudar al fatigado y a coronar al vencedor. Mas, cuando haya desaparecido todo desacuerdo y toda pendencia existente en nosotros mismos &mdashpues nuestra dolencia y nuestra pendencia no constituyen otra naturaleza contraria a nosotros4sino que en cierto modo nuestra dolencia es la naturaleza acostumbrada&mdash. En el paraíso no éramos así; nada nuestro nos ofrecía resistencia. Abandonamos a aquel con quien vivíamos en paz y comenzamos a estar en guerra con nosotros mismos. Y esta es nuestra miseria. Gran cosa es no salir derrotados en esta guerra durante la vida, pues es imposible que carezcamos en ella de enemigos. Mas habrá una vida última en la que no tendremos enemigo alguno, ni interior ni exterior. Como último enemigo será vencida la muerte25. Entonces habitaremos dichosos en la casa de Dios y le alabaremos por los siglos de los siglos26. Amén.