Comentario a Mt 7,6-8
1. Puesto que sois hijos de la Iglesia y estáis radicados y fundamentados1 en la fe católica, Vuestra Caridad sabe que los misterios divinos no se mantienen ocultos porque se vea con malos ojos a quienes llegan a conocerlos, sino para que se descubran solo a quienes los investigan. Si existen pasajes oscuros de las sagradas Escrituras es con la finalidad de que exciten el ánimo a la investigación. Se nos ha proclamado ahora el relato evangélico en que el Señor manda que no se arrojen las perlas ante los puercos. El Señor recomendó eso al decir a sus siervos y discípulos: No deis las cosas santas a los perros ni arrojéis vuestras margaritas ante de puercos2. Esto ciertamente les recomendó; pero, como ellos no podrían conocer fácilmente quiénes eran los perros y los puercos que tenían que evitar con el fin de no arrojarles las perlas y de no darles las cosas santas, y para no cerrar la comprensión a los dignos, añadió de inmediato: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Pues todo el que pide recibe, y el que busca halla y al que llama se le abrirá3. Por tanto, no deis las cosas santas a los perros ni arrojéis vuestras perlas ante de puercos, es orden dada a los dispensadores de su palabra, a sus discípulos, a los que hacía predicadores de su Evangelio. En cambio, lo que añadió: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá, lo mandó al pueblo, para que se entienda que, si pide y busca y llama, entonces ya no es un perro o un puerco, al que no deben arrojarse las perlas.
2. Con testimonio diáfano aparece esto mismo en otro pasaje del Evangelio: cuando el Señor se dirigió a la región de Tiro y Sidón. Una mujer cananea, salida de aquellos contornos, comenzó a pedirle la salud de su hija4. El Señor no la escuchaba; para sacar a la luz la fe de ella, daba la impresión de que la despreciaba. Advierte cómo da tiempo al tiempo: le ocultó el don que, sin embargo, quería concederle, para arrancar de su corazón la palabra que la hiciera merecedora de recibirlo. Pues, a los discípulos que le decían: Despáchala, viene gritando tras nosotros5, el Señor contestó: No es bueno coger el pan de los hijos y echárselo a los perros6. Veis que es semejante al precepto que reza: No deis las cosas santas a los perros ni arrojéis vuestras perlas ante de puercos7. No he sido enviado sino a las ovejas de la casa de Israel que han perecido8. De hecho, la mujer era gentil. En el futuro el evangelio iba a ser predicado también a los gentiles. A ellos fue enviado principalmente el apóstol Pablo. Pero este anuncio del evangelio a los gentiles tenía que seguir a la pasión y resurrección del Señor. Por su parte, con su presencia corporal, el Señor había venido a las ovejas de la casa de Israel que habían perecido, pues también de ella creyeron muchos. De ellos eran los Apóstoles; a ellos pertenecían los ciento veinte sobre los que en el día de Pentecostés vino el Espíritu Santo9 prometido por el Señor en el evangelio con estas palabras: Os envío el Espíritu de la verdad10. Todo lo que prometió respecto a dicho Espíritu lo mostró, después de la pasión y resurrección, el día de Pentecostés. Había allí ciento veinte personas, ciertamente judías, sobre las que descendió el Espíritu Santo, llenándose de Él11. Cómo son elegidas las ovejas de la casa de Israel que habían perecido: esto es lo que indico a Vuestra Caridad. Dice también el apóstol Pablo que más de quinientos hermanos vieron al Señor resucitado12. También estos eran judíos. Muchos millares de ellos creyeron asimismo cuando, después de la Ascensión, les fue anunciado el Señor. A los que crucificaron al Señor les fue donada la sangre misma del Señor; ensañándose con él, derramaron su mismo precio, pues fueron comprados con la misma sangre que derramaron13. Como no iban a resultar baldías las palabras de quien pendía de la cruz: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen14, primero derramaron su sangre, es decir, el propio precio, y luego incluso la bebieron. A estas ovejas, pues, dijo que había sido enviado. No obstante, había predicho también la fe futura de los gentiles. Nada acontecía que no estuviera ya predicho, como si fuera novedad absoluta. En efecto, también los profetas anunciaron la fe de los gentiles. Y el mismo Señor, estando todavía entre nosotros, antes de su pasión dijo: Tengo también otras ovejas que no son de este redil; conviene que asimismo las atraiga para que haya un solo rebaño y un solo pastor15. Por este motivo se le denominó también piedra angular, pues en el ángulo encuentran su punto de unión dos paredes. Y no forman ángulo sino dos paredes, supuesto que traigan distinta dirección, ya que, si ambas provienen del mismo sitio, no hay posibilidad. Por tanto, como un pueblo venía de los judíos, es decir, de la circuncisión, y como los gentiles venían de otra procedencia, esto es, de la idolatría y del prepucio, traían distinta dirección, pero uno y otro se unieron en una piedra16. La piedra que rechazaron los constructores se constituyó en cabeza de ángulo17. Aún no habían venido los gentiles, pero ya había una mujer gentil prefigurando la Iglesia de los gentiles: la cananea.
3. Ella suplica y escucha esto: No es bueno quitar el pan a los hijos y arrojárselo a los perros18. La llamó perro porque pedía con vehemencia. Si ella se hubiera sentido ofendida al oír esta palabra salida de la boca de la Verdad y que sonaba como un insulto y, recibida la injuria, se hubiese largado murmurando en su corazón: «Vine a pedir un favor. Si se me concede, que se me conceda. Si no se me concede, ¿por qué soy un perro? ¿Qué hice de mal al pedir, al venir a suplicar un favor?». Sabía a quién pedía el favor. Aceptó lo que salió de la boca del Señor, no lo rechazó e insistió con mayor vehemencia en su súplica, confesando ser lo que había escuchado. Dice, en efecto: Así es, Señor19, es decir, has dicho la verdad: soy un perro. Y como él había dicho que el pan era para los hijos, le pareció poco confesar que era un perro; hasta confesó que eran amos suyos aquellos a los que él había llamado hijos. Pues no está bien —dice— coger el pan de los hijos y arrojárselo a los perros. A lo que ella respondió: Así es, Señor; pero también los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos20. ¿Qué estáis viendo, hermanos? Pidió con vehemencia, con vehemencia buscó, llamó con insistencia. Por tanto, puesto que pidió, buscó y llamó, dejó de ser un perro. Ahora el Señor no da lo santo a un perro. Pues, para confirmar lo que había dicho, mostró que ella no era perro porque buscó y llamó con afecto. Después de haber ordenado a los dispensadores de su palabra: No deis las cosas santas a los perros ni arrojéis vuestras perlas ante de puercos21, reprendiendo a quienes querían recibir para que dejasen de ser perros si antes lo habían sido, dijo: «Pedid, buscad, llamad»22. Esto lo mostró en la mujer cananea a la que él, en un primer momento, llamó perro; como ella, al oír el ultraje no se indignó, sino que, aceptándolo, se confesó humilde, entonces el Señor mismo se lo retiró. Él la había llamado perro; él mismo había ordenado: No deis las cosas santas a los perros. ¿Por qué le quitó el ultraje del que había sido autor, sino porque, al aceptarlo ella, fue transformada por la humildad y, más aún, al confesar ser lo que había oído, dejó de serlo?
4. ¿Qué significa lo que he dicho, esto es, que por haber confesado ser lo que había escuchado, dejó de serlo? Caso similar al del publicano que se encontraba en el templo mientras el fariseo se jactaba de sus méritos e insultaba, como a pecador, a aquel que se mantenía de pie a distancia. Aquel, fijos los ojos en tierra, no se atrevía siquiera a levantar su rostro al cielo, porque no osaba levantar su conciencia a Dios, sino que golpeaba su pecho diciendo: Sé propicio conmigo, que soy un pecador. ¿Qué dijo el Señor? En verdad os digo: este publicano bajó del templo justificado y no el fariseo, porque todo el que se ensalza será humillado y todo el que se humilla será ensalzado23. Si reconociéndose pecador es justificado, reconociéndose pecador dejó de serlo. ¿Por qué? Porque fue el publicano y no el fariseo el que bajó justificado. Así, pues, como este, reconociéndose pecador, dejó de ser lo que era, así también ella, reconociendo que era perro, dejó de ser lo que era. ¿Qué escuchó de boca del Señor? Ya no «perro», sino ¿qué?: oh mujer, grande es tu fe; que te suceda como tú deseas24. Le arrojó el pan; mejor, se lo dio, no se lo arrojó, puesto que ya no se lo daba a un perro, sino a un hombre. Se lo dio a la fe de quien pedía, de quien buscaba, de quien llamaba. Y por eso alabó su fe: porque ella no rehusó la humildad. Preste atención Vuestra Santidad a las palabras del Señor cuando dice: No deis las cosas santas a los perros ni arrojéis vuestras perlas ante los puercos25. ¿Quiénes quiere que se sobrentiendan bajo la palabra perros? Perros son los que ladran, esto es, calumnian; puercos, en cambio, son los manchados con el lodo de los placeres carnales. No seamos, pues, ni perros ni cerdos, para merecer que el Señor nos llame hijos, del mismo modo que también la cananea mereció ser llamada no ya perro, sino mujer, al decir el Señor: Oh mujer, grande es tu fe; que te suceda según deseas26. Concluye el sermón sobre las palabras (del Señor) a sus discípulos: No deis las cosas santas a los perros, etc.