SERMÓN 57

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

La entrega del Padrenuestro1

1. Los pasos lógicos para vuestra instrucción son estos: primero tenéis que aprender lo que habéis de creer y, luego, lo que habéis de pedir. Pues así dice Apóstol: Sucederá que todo el que invoque el nombre del Señor será salvo2. El bienaventurado Pablo tomó este testimonio de un profeta que había predicho esta época en que todos habían de invocar el nombre del Señor: Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo.Y añadió: ¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿O cómo creerán en aquel al que no han oído? ¿Cómo oirán si nadie les predica? ¿O cómo predicarán si no son enviados?3. Fueron enviados, pues, los predicadores y anunciaron a Cristo. Con su predicación, los pueblos creyeron; oyendo, creyeron; creyendo, lo invocaron. Al haberse dicho con toda razón y verdad: ¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído?, por esto mismo habéis aprendido previamente lo que debéis creer y hoy habéis aprendido a invocar a aquel en quien habéis creído.

2. El Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, nos enseñó laoración. Y aunque, como habéis recibido y recitado de memoria en el Símbolo, el mismo Cristo el Señor es el Hijo único de Dios, no quiso ser único. Es el único y no quiso ser único: se dignó tener hermanos. Son aquellos a quienes ordena: Decid: Padre nuestro que estás en los cielos4. ¿A quién quiso que llamáramos padre, sino a su mismo Padre? ¿Tuvo acaso celos de nosotros? A veces los padres, cuando han engendrado uno, dos o tres hijos, temen engendrar más, no sea que los que lleguen tengan que mendigar. Mas, como la herencia que nos promete es tal que la obtienen muchos sin que nadie sufra estrecheces, por esto mismo llamó a ser hermanos suyos a los pueblos gentiles, y el que es Hijo único tiene innumerables hermanos que pueden decir: Padre nuestro que estás en los cielos. Pronunciaron estas palabras hombres que nos han precedido y las pronunciarán otros que nos seguirán. Ved cuántos hermanos en su gracia tiene el que es Hijo único, al hacer partícipes de su herencia a aquellos por quienes sufrió la muerte. Teníamos padre y madre en la tierra, para nacer a las fatigas y a la muerte. Hemos encontrado otros padres de quienes nacer para la vida eterna: Dios como Padre y la Madre como Iglesia. Pensemos, amadísimos, de quién comenzamos a ser hijos, y vivamos cual conviene a quienes tienen tal Padre. Ved que nuestro Creador se ha dignado ser nuestro Padre.

3. Hemos oído a quién debemos invocar y la esperanza de herencia eterna unida al Padre que comenzamos a tener en los cielos; escuchemos qué hemos de pedirle. ¿Qué hemos de pedir a tal Padre? ¿No le pedimos hoy y ayer y el otro día la lluvia? Nada grande es lo que hemos pedido a tal Padre; y, sin embargo, veis con cuántos gemidos, con cuán gran fervor le pedimos la lluvia, porque se teme la muerte, temor a algo que nadie puede eludir. Más pronto o más tarde, todo hombre ha de morir; pero gemimos, imploramos, sufrimos dolores como de parto, clamamos a Dios con el fin de retrasar un poco la muerte. ¡Cuánto más debemos levantar a él nuestra voz para llegar adonde nunca muramos!

4. En consecuencia, se dijo: Santificado sea tu nombre5. También le pedimos esto: que su nombre sea santificado en nosotros, dado que siempre es santo. ¿Cómo es santificado su nombre en nosotros sino en el hacernos él santos? Pues nosotros no lo éramos, y por su nombre hemos sido hechos tales;él, en cambio, es siempre santo y su nombre lo es igualmente. Rogamos por nosotros, no por Dios. Ningún bien deseamos a Dios, a quien ningún mal puede nunca sobrevenir. El bien, esto es, que sea santificado su nombre, lo deseamos para nosotros. Que su nombre, siempre santo, sea santificado en nosotros.

5. Venga tu reino6. Lo pidamos o no lo pidamos, ha de venir. Efectivamente, Dios posee un reino sempiterno. Pues ¿cuándo no reinó? ¿Cuándo comenzó a reinar, si su reino no tiene inicio ni tendrá fin? Mas, para que sepáis que también esto lo pedimos en beneficio nuestro, no de Dios —pues no decimos Venga tu reino, como deseando que reine Dios—, reino de Dios seremos nosotros si, creyendo en él, progresamos en él. Serán reino suyo todos los fieles redimidos con la sangre de su Hijo único. Este reino llegará cuando tenga lugar la resurrección de los muertos, pues entonces vendrá también él. Y una vez que hayan resucitado los muertos, los separará —como él mismo dice— y pondrá unos a la derecha, otros a la izquierda. A quienes estén a la derecha, les dirá: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino7. Al decir Venga tu reino esto es lo que deseamos y pedimos: que venga para nosotros. Pues si nosotros somos hallados réprobos, el reino vendrá para otros, no para nosotros. Si, por el contrario, estamos en el número de quienes pertenecen a los miembros de su Hijo unigénito, su reino vendrá para nosotros, y no tardará8. ¿Acaso quedan todavía tantos siglos cuantos son los ya pasados? El apóstol Juan dice: Hijitos, esta es la última hora9. Pero, comparada con el gran día mismo, la hora es larga. Advertid de cuántos años consta esta última hora. Con todo, sea para vosotros como un estar despierto, dormirse, levantarse y reinar. Estemos despiertos ahora; con la muerte dormiremos, al fin [de los tiempos] nos levantaremos y sin fin reinaremos.

6. Hágase tu voluntad: como en el cielo, así también en la tierra10. La tercera petición es: Hágase tu voluntad: como en el cielo, así también en la tierra. También esto lo deseamos como un bien para nosotros. En efecto, es inevitable que la voluntad de Dios se cumpla. La voluntad de Dios es que reinen los buenos y sean condenados los malos. ¿Puede acaso no cumplirse esta voluntad? Mas ¿qué bien deseamos para nosotros cuando decimos: Hágase tu voluntad: como en el cielo, así también en la tierra? Escuchad, pues esta petición puede entenderse de muchas maneras y en muchas cosas hay que pensar cuando dirigimos a Dios esta súplica: Hágase tu voluntad: como en el cielo, así también en la tierra. Una: como no te ofenden los ángeles, que tampoco te ofendamos nosotros. ¿De qué otra forma se puede entender Hágase tu voluntad: como en el cielo, así también en la tierra? Todos los santos patriarcas, todos los profetas, todos los apóstoles, todas las personas espirituales son para Dios como el cielo; nosotros, en cambio, en comparación con ellos, somos tierra. Hágase tu voluntad: como en el cielo, así también en la tierra: como se cumple en ellos, cúmplase también en nosotros. Otra: Hágase tu voluntad: como en el cielo, así también en la tierra: la Iglesia de Dios es el cielo; sus enemigos son tierra. Deseamos el bien a nuestros enemigos: que crean también ellos y se hagan cristianos; y se haga la voluntad de Dios como en el cielo, así también en la tierra. Otra: Hágase tu voluntad: como en el cielo, así también en la tierra: el cielo es nuestro espíritu; nuestra carne, la tierra. Como nuestro espíritu se renueva por la fe, renuévese nuestra carne por la resurrección; y se haga voluntad de Dios como en el cielo, así también en la tierra. Una más: nuestra mente, mediante la cual vemos la verdad y nos deleitamos en ella, es el cielo. He aquí el cielo: Me deleito en la ley de Dios según el hombre interior11. ¿Qué es la tierra?Veo otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi mente12. Una vez que haya pasado esta lucha y se establezca la plena concordia entre la carne y el espíritu, se hará la voluntad de Dios como en el cielo, así también en la tierra. Cuando expresamos esta petición pensemos en todo lo dicho y pidámoslo todo al Señor. Todas estas cosas, amadísimos, estas tres peticiones que he mencionado pertenecen a la vida eterna. En efecto, será eterna la santificación del nombre de nuestro Dios en nosotros; será eterno su reino, que llegará y en el que viviremos por siempre; será eterno el cumplimiento de su voluntad también en la tierra como en el cielo, en cualquiera de las maneras que acabo de exponer.

7. Quedan las peticiones beneficiosas para nuestra condición de peregrinos. Por eso, sigue así: Danos hoy nuestro pan de cada día13. Danos los bienes eternos, danos los temporales. Nos has prometido el reino, no nos niegues el auxilio. Nos darás la gloria eterna en tu presencia; danos en la tierra el alimento temporal. De ahí el de cada día; de ahí el hoy, es decir, en el tiempo presente. Cuando haya pasado esta vida, ¿pediremos acaso el pan de cada día? Entonces no se nos hablará de cada día, sino de hoy. Se habla de cada día, cuando a un día que pasa sucede otro. ¿Se hablará de cada día cuando ya no habrá más que un único día eterno? En verdad, esta petición sobre el pan de cada día ha de entenderse de dos maneras: o pensando en la necesidad de alimento para el cuerpo, o pensando en la necesidad de sustento para el espíritu. De alimento físico para el sustento de cada día, sin el cual no podemos vivir. Se trata del sustento y del vestido, pero aquí se entiende la parte por el todo. Cuando pedimos pan recibimos con él todas las cosas. Los bautizados conocen también un alimento espiritual, que vosotros vais a conocer igualmente, que vais a recibir del altar de Dios. También él será pan de cada día, necesario para esta vida. Pues ¿acaso hemos de recibir la Eucaristía cuando hayamos llegado a Cristo y comenzado a reinar con él por toda la eternidad? La Eucaristía, en consecuencia, es nuestro pan de cada día. Pero si lo recibimos no solo en el estómago, sino también en el espíritu. El fruto que se entiende que él produce es la unidad, a fin de que, integrados en su cuerpo, constituidos miembros suyos, seamos lo que recibimos. Entonces será efectivamente nuestro pan de cada día. También lo que yo os expongo es pan de cada día; pan de cada día es el escuchar diariamente las lecturas en la Iglesia; pan de cada día es asimismo el oír y cantar himnos. Efectivamente estas son cosas necesarias para nuestro caminar como peregrinos. ¿Acaso, cuando lleguemos allá, hemos de escuchar la lectura de un códice? Igual que los ángeles ahora, veremos la Palabra en persona, a ella oiremos, ella será nuestra comida y nuestra bebida. ¿Acaso necesitan los ángeles códices o quien se los exponga o lea? De ninguna manera. Su leer es ver, pues ven la Verdad misma y se sacian de la fuente de la que a nosotros nos llega el rocío. He hablado ya del pan de cada día, porque en esta vida nos es necesario hacer esta petición.

8. Perdónanos nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores14. ¿Acaso es necesaria esta petición, a no ser en esta vida? En la otra no tendremos deudas. ¿Qué son las deudas, sino los pecados? Ved que vais a ser bautizados: todos vuestros pecados os serán perdonados; en aquel momento no quedará ni uno solo. Si alguna vez planeasteis o realizasteis algo malo de obra, de palabra, deseo o pensamiento, todo se os borrará. No obstante, si hubiese seguridad en la vida posterior al bautismo, no aprenderíamos una oración como esta en la que hubiera que decir: Perdónanos nuestras deudas. Pero cumplamos efectivamente lo que sigue: Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Sobre todo, vosotros que vais a entrar para obtener la plena cancelación de vuestras deudas estad atentos a no retener en vuestros corazones nada contra nadie, para salir tranquilos, en cuanto libres y absueltos de todo; atentos a no comenzar a querer tomar venganza de los enemigos que previamente os hayan agraviado. Perdonad como a vosotros se os perdona. Dios a nadie ha ultrajado y, sin embargo, aun no debiendo nada, perdona. ¡Cómo debe perdonar quien se sabe perdonado, si perdona todo quien nada debe que le haya de ser perdonado!

9. No nos abandones a la tentación; mas líbranos del mal15. ¿Será también esto necesario para la otra vida? Solo se dice: no nos abandones a la tentación donde puede haber tentación. En el libro del santo Job leemos: ¿Acaso no es una tentación la vida del hombre sobre la tierra?16. ¿Qué es, entonces, lo que pedimos? Escuchad qué. El apóstol Santiago dice: Nadie cuando es tentado, diga: «Soy tentado por Dios»17. Se refiere a la tentación mala por la que uno es engañado y queda sometido al diablo; esto es a lo que él llamó tentación. Existe otra tentación que recibe también el nombre de prueba; de esta está escrito: El Señor vuestro Dios os tienta para saber si le amáis18. ¿Qué significa para saber? Para hacéroslo saber a vosotros, pues él ya lo sabe. Dios no tienta a nadie con la tentación por la que uno es engañado y seducido, pero, por un profundo y oculto juicio, a algunos ciertamente los abandona. Una vez que él los ha abandonado, halla el tentador qué hacer. Pues, si Dios abandona, el tentador no halla uno que luche contra él, sino que de inmediato alardea ante él de ser su posesor. Por tanto, para que Dios no nos abandone, decimos: No nos abandones a la tentación19. Cada uno —dice el mismo apóstol Santiago— es tentado, arrastrado y halagado por su concupiscencia; después, una vez que la concupiscencia ha concebido, pare el pecado; el pecado a su vez, cuando ha sido consumado, engendra la muerte20. ¿Quénos ha enseñado con esto? Que luchemos contra nuestras malas apetencias. En el santo bautismo, en efecto, se os van a perdonar los pecados; una vez regenerados, permanecerán, no obstante, las malas apetencias contra las que tendréis que luchar. Dentro de vosotros queda una batalla. No hay que temer a ningún enemigo exterior: véncete a ti, y el mundo está vencido. ¿Qué puede hacerte un tentador ajeno a ti mismo, sea el diablo o un agente suyo? Cuando alguien te propone una ganancia con el fin de ganarte para sí, si no encuentra en ti la avaricia, ¿qué logra quien te la propone? Si, por el contrario, existe en ti, la vista del lucro te inflamará y caerás en el cepo del cebo viscoso. En cambio, si no halla en ti avaricia, en vano quedó tendida la trampa. Te presenta el tentador una bellísima mujer: hállese dentro la castidad, ya queda vencida fuera la maldad. Así, pues, para que no caer prisionero de la hermosura de la mujer ajena que se te presenta, lucha interiormente contra tu concupiscencia. No sientes a tu enemigo, sino a tu concupiscencia. No ves al diablo, pero ves lo que te deleita. Vence dentro de ti lo que sientes. Lucha, combate: quien te ha regenerado es tu juez; te organizó el combate, prepara la corona. Si incluyes en la oración: No nos abandones a la tentación, se debe, sin duda alguna, a que caerás vencido si él no viene en tu ayuda, si él te abandona. La cólera del Único entregó a algunos en poder de sus concupiscencias. También dice el Apóstol: Dios los entregó a los deseos de su corazón21. ¿Cómo los entregó? No forzándolos, sino abandonándolos.

10. Líbranos del mal22 puede formar un todo con la petición anterior. Entendiéndola como una sola frase, sería, pues, así: No nos abandones a la tentación, mas líbranos del mal. Añadió el mas para mostrar que ambas frases forman un solo pensamiento: No nos abandones a la tentación, mas líbranos del mal. ¿Cómo? Explicaré cada una de las partes. No nos abandones a la tentación, mas líbranos del mal: librándonos del mal nonos abandona a la tentación; al no abandonarnos a la tentación, nos libra del mal.

11. Pero hay una gran tentación, amadísimos; hay una gran tentación en esta vida: cuando recae sobre aquel bien nuestro que nos merece el perdón, si alguna vez sucumbimos a otra tentación. Horrenda tentación cuando nos priva de la medicina con que sanar las heridas causadas por las demás tentaciones. Advierto que aún no habéis comprendido. Para comprender, prestad atención. Pongamos un ejemplo: uno es tentado por la avaricia y es vencido en alguna de esas tentaciones, pues cualquier luchador, incluso un buen combatiente, es herido alguna vez. Aunque bravo luchador, a ese hombre le venció la avaricia e hizo algo, no sé qué, propio de un avaro. Hizo acto de presencia el deseo sexual, no lo arrastra al pecado de lujuria, no llega al adulterio. Pues, aun cuando se dé ese pecado, el hombre se ha de guardar del adulterio. Pero vio a una mujer con ojos lascivos, con el pensamiento se deleitó algo más de lo debido; ha aceptado el combate, e incluso siendo óptimo combatiente, ha sido herido, pero no ha consentido; no ha consentido, ha rechazado el movimiento lascivo, lo ha castigado con la amargura del dolor, lo ha rechazado y ha vencido. Con todo, por el hecho mismo de haber caído, tiene motivos para decir: Perdónanos nuestras deudas23. Lo mismo vale para todas las demás tentaciones; es difícil que no haya un motivo para decir: Perdónanos nuestras deudas. ¿Cuál es, entonces, la tentación a que me referí, tentación horrenda, penosa, digna de ser temida y evitada con todas las fuerzas y todo empeño? ¿Cuál es? La que trata de inducirnos a la venganza. Se enciende la cólera de un hombre y brama en deseos de vengarse: tentación horrenda. Pierdes en ella lo que te podría procurar el perdón para las restantes faltas. Si en algo hubieras pecado mediante los demás sentidos o llevado por otro mal deseo, podrías obtener la curación al decir: Perdónanos nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores24. Quien te induce a la venganza te echa a perder eso que ibas a decir: Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Perdido esto, se te retendrán todos los pecados; nada absolutamente se te perdona.

12. Después de habernos enseñado seis o siete peticiones en esta oración, el Señor, Maestro y Salvador nuestro, que conocía cuánto peligro entraña esta tentación para la presente vida, solo escogió esta para exponerla y encarecerla más vivamente. ¿No hemos dicho acaso: Padre nuestro, que estás en los cielos, etc.?¿Por qué, una vez concluida la oración, no nos expuso algo de ella, por ejemplo, lo que presentó en primer lugar, o lo que presentó al final como conclusión, o lo que presentó en el medio? ¿Por qué no dijo nada sobre lo que os pasaría si el nombre de Dios no fuera santificado en vosotros, o si no llegaseis a pertenecer al reino de Dios, o si la voluntad de Dios no se hiciera en vosotros como se hace en el cielo, o si Dios no os guardase para que no caigáis en la tentación? Pero ¿qué dijo? En verdad os digo que si perdonáis los pecados a los hombres25 en conexión con Perdónanos nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Pasando por alto las demás peticiones que nos enseñó, quiso encarecernos sobre todo esta. No era necesario insistir mucho en los pecados para los que conoce el remedio quien pueda caer en ellos. Lo que había que poner de relieve era el pecado que, si caes en él, te impide curarte de todos los demás. Por ello debes decir: Perdónanos nuestras deudas. ¿Qué deudas? Nunca faltan; somos hombres. «He hablado un poco más de lo que debí, he dicho algo que no debí, me he reído más de lo que debí, he bebido más de lo que debí, he comido más de lo que debí, he escuchado con agrado lo que no debí, he visto con agrado lo que no debí, he pensado con agrado lo que no debí». Perdónanos nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Si has perdido esto, estás perdido.

13. Ved, hermanos míos; ved, hijos míos; ved, hijos de Dios; ved que os hablo a vosotros. Luchad contra vuestro corazón cuanto podáis. Y si advertís que vuestra ira se mantiene contra vosotros, rogad a Dios contra ella. Hágate Dios vencedor de ti mismo; hágate Dios vencedor no de un enemigo exterior a ti, sino de uno interior: tu alma. Él te asistirá y lo realizará. Prefiere que le pidamos esto antes que la lluvia. Veis, en efecto, amadísimos, cuántas peticiones nos enseñó Cristo el Señor; pero, entre todas, apenas se halla una que hable del pan de cada día, para que todo lo que pensemos vaya dirigido a la vida futura. ¿Por qué tememos que no nos proporcione el pan quien lo prometió al decir: Buscad ante todo el reino y la justicia de Dios, y todas estas cosas se os darán por añadidura? Pues, antes de que se lo pidáis, sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de todo eso26. Buscad, ante todo el reino y la justicia de Dios, y todas estas cosas se os darán por añadidura. Muchos, en efecto, fueron sometidos a la tentación del hambre y, hallados ser oro puro, Dios no los abandonó. Hubieran perecido de hambre si el pan interior de cada día hubiese faltado a su corazón. Sintamos hambre sobre todo de ese pan. Pues bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados27. Puede él contemplar con ojos misericordiosos nuestra debilidad y vernos según las palabras: Acuérdate de que somos polvo28. Quien hizo al hombre del polvo y le dio vida29, entregó a la muerte al Hijo único por este barro. ¿Quién puede explicar, o al menos pensar dignamente, cuán grande es su amor?