Paralelismo entre Mt 5,16 y 6,1
1. Amadísimos, a muchos les suele desconcertar el que nuestro Señor Jesucristo, habiendo dicho primero en el sermón que recoge el evangelio: Brille vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo1, dijera después: Estad atentos a no practicar vuestra justicia delante de los hombres para que os vean2. En efecto, la mente de quien, corto de inteligencia y deseoso ciertamente de cumplir el precepto se ve turbada: se pierde entre realidades diversas y opuestas. Tan es verdad que nadie puede obedecer, aunque sea a un solo señor, si este ordena cosas contrarias, como lo es que alguien sirva a dos señores, algo atestado personalmente por el Salvador en el mismo discurso3. ¿Qué hará, pues, el alma indecisa que considera que no puede obedecer, y al mismo tiempo teme no hacerlo? Pues, si expone a la luz pública sus buenas obras para que las vean los hombres, con el fin de cumplir lo mandado: Brille vuestra luz delante de los hombres de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a Vuestro Padre que está en el cielo4, se considerará culpable de haber quebrantado el precepto en que se dice: Estad atentos a no hacer vuestras buenas obras delante de los hombres para que os vean5. Y, a la inversa, si, temiendo y guardándose de esto, oculta lo bueno que hace, juzgará que no sirve a quien, imponiéndoselo, le dice: Brille vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras6.
2. Mas quien los entiende rectamente cumple uno y otro precepto y servirá al Señor, dueño de todo, que no le condenaría como siervo perezoso7 si lo que le mandó, fuese de todo punto imposible de cumplir. Escucha, pues, a Pablo, siervo de Jesucristo, llamado apóstol, escogido para el evangelio de Dios8, que cumple y enseña ambos preceptos. Ved cómo brilla su luz ante los hombres para que vean sus buenas obras:9 Nos recomendamos —dice— a nosotros mismos a toda conciencia humana en la presencia de Dios10. Y en otro lugar: Pues procuramos el bien, no solo delante de Dios, sino también delante de los hombres11. Y todavía: Agradad a todos en todo, como también yo agrado a todos en todo12. Ved cómo, a su vez, está atento a no practicar su justicia delante de los hombres para que le vean:13 Examine cada cual su obrar —dice— y entonces tendrá gloria en sí mismo y no en otro14. Y en otra parte: Porque nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia15. Pero nada tan manifiesto como estas palabras: Si todavía agradase a los hombres —dice—, no sería siervo de Cristo16. Mas, para que ninguno de los que se sienten turbados por los preceptos del Señor, como si fueran contrarios entre sí, intente plantearle a él con más motivo la misma dificultad y le pregunte: «¿Cómo dices: Agradad a todos en todo, como también yo agrado a todos en todo y tú mismo dices, si todavía agradase a los hombres, no sería siervo de Cristo?». Que el Señor, que hablaba también por boca del Apóstol, su siervo, nos ayude, nos descubra su voluntad y nos otorgue poder obedecerle.
3. En efecto, las mismas palabras evangélicas llevan consigo su explicación, y no cierran la boca a los hambrientos17, puesto que alimentan los corazones de quienes golpean la puerta18. Hay que examinar la intención del corazón humano: adónde se dirige y qué espera. Pues si quien desea que los hombres vean sus buenas obras, coloca ante ellos la gloria y utilidad personal y es esto lo que busca en presencia de ellos, no ha cumplido nada de lo mandado por el Señor al respecto, porque busca hacer sus buenas obras delante de los hombres para que lo vean, y su luz no ha brillado ante los hombres de forma que vieran sus buenas obras para glorificar al Padre que está en el cielo19. Quiso glorificarse así mismo, no a Dios, y buscó su propia utilidad, no amó la voluntad del Señor. De los tales dice el Apóstol: Todos buscan sus intereses, no los de Jesucristo20. Por ello, el pasaje no concluyó donde dice: Brille vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras, sino que añadió acto seguido con qué intención han de hacerse: para que glorifiquen —dice— a vuestro Padre que está en el cielo21. El objetivo es que, cuando los hombres le ven hacer el bien, la persona sea consciente del propósito que impulsa su buen obrar, sin otra intención, al dar a conocer su obra, que la alabanza de Dios, pensando en la utilidad de aquellos a cuyo conocimiento llega. A estos les resulta provechoso que agrade a Dios, que ha otorgado al hombre el obrar bien y no pierdan la esperanza de que se lo puede otorgar también a ellos, si quieren. De igual manera, la frase: Procurad no practicar vuestra justicia delante de los hombres, terminó precisamente allí donde dice: para que os vean22. Y no añadió: para que glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo, sino: De otro modo no tendréis recompensa junto a vuestro Padre que está en el cielo23. Efectivamente, el Señor manifestó aquí que quienes se comportan de manera diferente a como él quiere que se comporten sus fieles, consideran su recompensa el que los vean los hombres, en eso cifran su bien, con ello satisfacen la vanidad de su corazón, con ello se vacían y se inflan, se hinchan y se reducen a nada. ¿Por qué no bastó decir: Estad atentos a no practicar vuestra justicia delante de los hombres, sino que añadió: para que os vean? Porque hay algunos que hacen sus buenas obras delante de los hombres, no para que los vean a ellos, sino para que vean las obras mismas y glorifiquen al Padre que está en el cielo, quien se dignó conceder tales obras a impíos ya justificados24.
4. Los que son así no consideran propia su justicia, sino de aquel por la fe en el cual viven. De ahí que diga el Apóstol: A fin de ganar a Cristo y poder hallarme en él, no poseyendo una justicia propia, que procede de la ley, sino la que se obtiene por la fe en Jesucristo, la que viene de Dios, la que tiene su origen en la fe25. Y en otro lugar: Para que nosotros seamos justicia de Dios en él26. Por ello reprende también a los judíos con estas palabras: Desconociendo —dice— la justicia de Dios y queriendo imponer la suya, no se sometieron a la justicia de Dios27. Brilla, pues, verdaderamente ante los hombres la luz de quien desea que los hombres vean sus obras para que glorifiquen a aquel de quien recibió las cosas que en él ven, y, de esa manera, quienes las ven se sientan impulsados, por la piedad de su fe, a imitarlo. La razón es que de él no se regurgita el humo de la vanidad, sino que se irradia la luz de la caridad y en eso mismo se guarda de no practicar su justicia delante de los hombres para que le vean. De hecho, ni la considera justicia propia, ni la practica para que le vean, sino para que se piense en Dios, alabado en el hombre que ha recibido de él la justificación, a fin de que haga también en quien lo alaba lo alabado en el otro, es decir, para hacer igualmente merecedor de alabanza a quien alaba. Fijaos cómo también el Apóstol, después de haber dicho: Agradad a todos en todo, como también yo agrado a todos en todo28, no se quedó ahí, como si el fin que se proponía fuese agradar a todos —pues, de lo contrario, hubiese dicho falsamente: Si aún buscase agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo29—, sino que añadió inmediatamente el motivo por el que agradaba a los hombres: No buscando —dice— mi utilidad, sino la de muchos, para que se salven30. Así, pues, no buscaba agradar a los hombres en utilidad propia —de lo contrario, no sería siervo de Cristo— y agradaba a los hombres buscando su salvación, para ser un idóneo dispensador de Cristo. Porque, a la vez que le bastaba ante Dios su propia conciencia, brillaba en él ante los hombres lo que debían imitar.