Paralelismo entre Is 57,13 y 2 Cor 7,1
1. Si vuestra caridad toma conciencia, entre los textos que escuchamos cuando se leyeron, el primero estaba tomado del profeta Isaías. Dado que resulta imposible recordar y decir todo lo que se leyó, pienso que pudo quedar grabado en vuestros corazones lo último que proclamó el lector: Quienes se entreguen a mí, poseerán la tierra y habitarán en mi monte santo 1. A continuación tuvo lugar la lectura del Apóstol que comienza así: Teniendo estas promesas, amadísimos, limpiémonos de toda mancha en la carne y en el espíritu, llevando a perfección la santificación en el temor de Dios 2. El que las lecturas se siguiesen de este modo no lo ha procurado la destreza humana, sino la misericordia divina; ella nos gobierna y a nosotros, famélicos, nos prepara manjares 3; no sólo los que reparan las fuerzas corporales -para eso hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos 4-, sino también los que sacian el hambre del corazón que padecemos en este desierto, pues, si no llueve el maná 5, morimos. Habiéndonos preparado el Señor su mesa, acontece que las lecturas se suceden de tal manera que en Isaías se nos promete algo, mientras que en el Apóstol se dice: Teniendo estas promesas, amadísimos, limpiémonos de toda mancha en la carne y en el espíritu, llevando a perfección la santificación en el temor de Dios 6, como si la del profeta y la del Apóstol constituyesen juntas una sola lectura. En efecto, ¿qué dice el Apóstol? Teniendo estas promesas, amadísimos; allí no se mencionan las promesas, no porque no existan, sino porque el lector no empezó en el lugar apropiado; mas, como la mente del oyente intentaba descubrirlas, diga el Apóstol de qué promesas se trataba: Teniendo estas promesas, amadísimos, limpiémonos de toda mancha en la carne y en el espíritu. Cae sobre nosotros una gran tarea y una fatiga no pequeña: limpiarnos de toda mancha en la carne o en el espíritu. Pero nadie emprende esta tarea sin haber oído la recompensa prometida. Dado que nadie emprende la tarea de limpieza de la carne y del espíritu sin sentirse estimulado por el premio, no sé cómo acaeció que el lector comenzó no con la promesa de la recompensa, sino con la presentación de la tarea que se debe realizar. Pero Dios no quiso defraudar al lector atento. Si tal vez dudaba en emprender la tarea de limpieza de la carne y del espíritu porque no había escuchado la recompensa, acuda al inicio de la lectura del Apóstol. Pero si busca las promesas, preste su atención al final de la lectura del profeta. Al término de la lectura profética está la promesa; al comienzo de la del Apóstol, la tarea asignada.
2. Teniendo estas promesas, levantémonos, pues, y limpiémonos de toda mancha en la carne o en el espíritu 7. ¿Qué promesas? Quienes se entreguen a mí -dice el Señor por el profeta Isaías- poseerán la tierra y habitarán en mi santo monte 8. Teniendo estas promesas, limpiémonos de toda mancha en la carne y en el espíritu 9. Dirá alguien: «¿Me voy a limpiar de toda mancha en la carne y en el espíritu con el fin de poseer la tierra y habitar en un monte?» Evidentemente hay que investigar qué significa poseer la tierra y habitar en un monte, no sea que tal vez los hombres esperen recibir amplias posesiones y, en lugar de eliminar el deseo de poseer, lo difieran; más aún, lo aumenten y desprecien aquello como cosa de poca monta, pensando que de ese tipo de cosas pueden adquirirlas todavía mayores. ¿Quién no desprecia una centésima parte si se le prometen las cien? ¿O quién no desprecia los placeres de un desayuno, tal vez pobre y frugal, si se le dice: «Si no te abstienes no podrás asistir a aquella cena suntuosísima y opípara?» Quienes de esta forma se abstienen de ciertas cosas presentes, en modo alguno reprimen sus apetitos. Y temiendo perder cosas que les suscitan un deseo mayor, desprecian otras menores: pero el deseo subsiste igual. ¿Acaso no es avaro el que desprecia cien folles para adquirir mil? No creas que desapareció la avaricia porque le viste que despreciaba cien folles. Está pensando en poseer mil y, por eso, desprecia los cien. Hay personas que se muestran complacientes con los ancianos sin hijos y desprecian muchas cosas suyas, pero es porque esperan de ellos otras mayores. ¿Hemos de considerarles misericordiosos o, más bien, avaros? Por esto los hijos de los pobres son alabados cuando son respetuosos con sus padres; es el amor filial el que los guía a ello, no la esperanza de recompensa. En cambio, en los hijos de los ricos que obedecen a sus padres, no se demuestra que exista el amor filial y, si existe, queda oculto. Aunque la vea Dios, los hombres no pueden verla. Y hasta los mismos padres a menudo piensan mal de sus hijos, al juzgar que les obedecen por motivo del dinero. Cuando, en su momento, resulta procedente que los hijos se emancipen de sus padres, el que se va a casar les reclama tal vez alguna cantidad de dinero, o que le den sus bienes para conseguir algún honor, y le dicen: «No os lo doy, pues ya no se me respetará». Dejando de lado el amor paterno, ¡qué sentencia dictó contra su hijo! Cree que le respeta sólo por el dinero. Así, pues, si temes que, una vez recibido el dinero, tu hijo no te va a obedecer, ese respeto a los padres es venal y no es aceptable. ¡Cuánto mejor es el hijo del pobre, el hijo quizá de un anciano achacoso y necesitado, que, no esperando nada de su padre, porque no tiene nada que dejarle, le alimenta con esfuerzo, fatiga y sudor! A veces también los hijos de los ricos, guiados por el temor de Dios, respetan a sus padres no porque esperen algo de ellos, sino porque son padres, los engendraron y educaron, y porque Dios lo ordenó, al decir: Honra a tu padre y a tu madre 10. En este caso el afecto queda oculto, dado que hay prometido un premio. Por eso mismo estos últimos son más gratos a Dios, porque los hombres no pueden ver su intención, sino solamente Dios, ni pueden alabarlos los hombres: es el caso de Job, que rendía culto a Dios. Pensaron los demonios que rendía culto a Dios por la recompensa. ¿Cómo mostró que servía a Dios desinteresadamente? Porque después de haber perdido todas las cosas dijo: El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; como al Señor plugo, así se hizo; sea bendito el nombre del Señor 11.
3. ¿Por qué he dicho todo esto, hermanos? Porque la Escritura no cesa de intimarnos que, despreciando las cosas temporales, amemos las eternas. Cada página nos lo advierte, a veces manifiestamente, otras veces de forma oscura y misteriosa. Pero nadie se sienta defraudado al ver que la página divina habla de forma oscura. Donde te presenta manifiesta la voluntad de Dios, es decir, donde está clara, ámala. Ámala cuando te amonesta abiertamente. Pero cuando se te manifiesta abiertamente es igual que cuando se presenta de forma oscura: la misma es cuando está al sol que cuando está a la sombra. Síguela tal cual la encuentras escrita. Pues -como dije-es oscura la frase: Poseerá la tierra y habitará en mi santo monte 12. De hecho, si la entendemos carnalmente, no nos limpiaremos de toda mancha en la carne y en el espíritu 13; y sin motivo nos presentó Dios el final de la lectura del profeta unido al comienzo de la del Apóstol sí, pensando en poseer un monte terreno, nos preparamos para la avaricia, no para la piedad. Pero ¿qué debemos entender por ese monte? No está claro por qué habla de un monte. Pero si Dios nos hubiese abandonado, en ningún lugar diría claramente de qué monte se trata. Ama el monte allí donde se afirma claramente cuál es; ámalo donde la Escritura te lo recomienda con claridad y te dice abiertamente qué significa. Síguelo también donde oigas que se te promete tal monte. Comprende que en este pasaje oscuro se trata del mismo que has amado en otros claros. ¿Dónde pensamos que se nos habla de ese monte, para que podamos limpiarnos de toda mancha en la carne y en el espíritu 14? ¿Qué monte se nos ha prometido?
4. Conozcamos en primer lugar qué tierra se nos promete, por la cual suspira en cierto lugar el profeta David al decir: Tú eres mi esperanza, mi porción en la tierra de los vivientes 15. Sin lugar a dudas existe una tierra de los vivientes, porque ésta es la tierra de los que mueren. Si naciera en esta tierra alguien que no muriera, sólo llamaría tierra de los vivientes a otra después de compararla con ésta y ver que ésta es la tierra de los que mueren. Existe, pues, la tierra de los vivientes. Al ser celeste y eterna, se la llama tierra porque se la posee, no porque se are. Tiene también dueño, pero éste no se fatiga; la nuestra ejercita a su dueño en el trabajo y lo fatiga con el temor. ¿Qué se te dice? «Levántate, ara la tierra para tener de qué vivir». Y quieras o no, entre lágrimas y sollozos, te levantas y te pones a trabajar, porque te persigue la sentencia pronunciada contra Adán: Comerás tu pan con el sudor de tu frente 16. Una vez que haya pasado toda fatiga y llanto, nos hallaremos en la tierra de los vivientes. En ella nada nace y nada crece; lo que allí existe, como es ahora será siempre; en ella no se suceden el invierno y el verano, la noche y el día. Aquí se siembra para recoger allí, si es que se siembra. ¿Quién es el que siembra aquí para recoger allí? Quien da a los pobres. Dar a los pobres es sembrar en la tierra. Siembra aquí y encontrarás la cosecha allí. No se siega la mies en el verano, para que sea algo transitorio, sino que se come de ella y, a la vez, perdura, produciendo gozo. Allí te saciarás de justicia. Aquella tierra tiene su pan propio. ¿Cuál es este pan? Quien desde allí vino hasta nosotros: Yo soy el pan vivo que he bajado del cielo 17. ¿Cómo es este pan? Dichosos quienes tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados 18.
5. Hemos escuchado al pan de aquella tierra; escuchemos también al monte. Habitarán -dijo- en mi monte santo 19. Encontramos -pienso-en otro pasaje de la Escritura que el monte es también Cristo mismo. El que es pan, es también monte: pero pan porque alimenta a la Iglesia; monte, porque la Iglesia es su cuerpo 20. La Iglesia misma es el monte. ¿Y qué es la Iglesia? El cuerpo de Cristo. Añádele a ella la cabeza y se convierte en un solo hombre 21. La Cabeza y el cuerpo son un solo hombre. ¿Quién es la cabeza? El que nació de la Virgen María; el que recibió carne mortal sin pecado, el que fue golpeado 22, flagelado 23, despreciado 24, crucificado 25 por los judíos, el que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación 26. Él es la cabeza de la Iglesia 27, él es el pan de aquella tierra. ¿Cuál es su cuerpo? Su esposa, es decir, la Iglesia 28. Pues serán dos en una sola carne. Esto es un gran misterio, pero yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia 29. Así lo dice también el Señor en el Evangelio cuando, refiriéndose al varón y a la mujer, dijo: Por lo tanto, ya no son dos, sino una sola carne 30. Así, pues, quiso que fuesen un solo hombre Cristo Dios-hombre y la Iglesia. Allí está la cabeza y aquí los miembros. No quiso resucitar con sus miembros, sino antes que ellos, para que tuviesen qué esperar. Por esto quiso morir la cabeza: para que la cabeza resucitara antes; primero debía ir al cielo la cabeza, para que los restantes miembros tuviesen en su cabeza un motivo de esperanza y esperasen que se iba a cumplir en ellos lo que había precedido en la cabeza. Pues ¿qué necesidad de morir tenía Cristo, la Palabra de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, de la que se dice: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios. Por ella fueron hechas todas las cosas 31? Y la crucifican, se burlan de ella, la hieren con una lanza y la sepultan. Y por ella fueron hechas todas las cosas 32. Y puesto que se dignó ser Cabeza de la Iglesia, si esta viera que no había resucitado aquella, perdería la esperanza en su propia resurrección. Resucitó, por lo tanto, la Cabeza y se vio que efectivamente había resucitado. La vieron en primer lugar las mujeres, y lo anunciaron a los varones. Las primeras en ver al Señor resucitado fueron las mujeres, y mujeres anunciaron el evangelio a los apóstoles, los futuros evangelizadores: las mujeres les anunciaron a Cristo 33. En efecto, evangelio significa, en latín, buena nueva. Bien lo saben los que conocen la lengua griega. ¿Existe otra buena nueva mejor que la resurrección de nuestro Salvador? ¿Qué habían de predicar los apóstoles que fuese mayor que lo que les anunciaron a ellos las mujeres? Mas ¿por qué fue una mujer la que anunció tal buena nueva? Porque por medio de una mujer se pudo remedio a la muerte. En efecto, la mujer que anunciaba la vida, consoló a la mujer que anunció la muerte, pues al acarrearnos la muerte murió ella también. Una mujer sedujo a Adán, para caer en la muerte 34; una mujer anunció Cristo, resucitado ya para nunca más morir 35. También nosotros hemos de resucitar de este modo y seremos el monte santo de Dios. En este monte habita quien se ha entregado al Señor. Quienes se entreguen a mí poseerán la tierra y habitarán en mi santo monte 36, es decir, no se separarán de la Iglesia. Fatiguémonos ahora dentro de la Iglesia; luego heredaremos esa misma Iglesia. Cuando nuestro gozo sea allí sempiterno, entonces seremos solamente poseedores y ya no nos fatigaremos.
6. Tratemos de encontrar con más claridad este monte en otro lugar, pues se nos presenta un tanto oscuro. Alguien puede decir: «¿Dónde está la Iglesia que es ese monte? ¿Cuándo es monte Cristo? ¿Y cuándo lo es el cuerpo de Cristo? Daniel lo dice clarísimamente; nadie duda de ello. Daniel tuvo una visión; ¿acaso necesita a estas alturas ser expuesta? Preste atención vuestra caridad. Tal vez ciertas palabras necesiten ser expuestas; una vez aclaradas en el nombre de Cristo, se os harán manifiestas. Ved si pueden aplicarse a otro distinto de Cristo. Vi -dijo Daniel- y he aquí una piedra desprendida del monte sin manos 37. No dijo que la piedra careciese de manos, sino que la piedra se desprendió del monte sin que interviniese hombre alguno. No intervino mano humana alguna para que la piedra se desprendiera del monte. Bien sabe vuestra caridad que no se desprenden piedras del monte si no intervienen manos humanas. Aquella, en cambio, se desprendió sin manos y vino y destruyó todos los reinos de la tierra. Ignoro si a vuestros ojos se presenta otra persona a quien pueda aplicarse, a no ser Cristo, de quien se dijo: Le adorarán todos los reyes de la tierra 38. Él destruyó todos los reinos de la tierra. Un rey orgulloso no quiere tener ningún otro rey ante de sí. Ahora todos los reyes tienen a Cristo como rey. Destruyó, pues, todos los reinos de la tierra para reinar él. ¿Qué más dice Daniel? Creció aquella piedra y se hizo un monte grande, hasta llenar la faz entera de la tierra 39. Pienso que ya reconocéis a Cristo. Oísteis con referencia a la tierra: Quienes se entreguen a mí poseerán la tierra. Y con referencia al monte: Y habitarán mi monte santo 40. Teniendo estas promesas, amadísimos, limpiémonos de toda mancha en la carne y en el espíritu 41. Tal vez queráis saber qué se quiere decir con eso de desprenderse sin manos, pues aparece ahí con cierta oscuridad. A algunos ya se les ha ocurrido antes de yo decirlo. Esperen, no obstante, un poco, en atención a otros que no pueden pensar en ello sino después de haberme oído algo. ¿Qué significa sin manos? Sin intervención del hombre. Y considere también vuestra caridad, hermanos, que la piedra se desprendió del monte, y que ella misma llegó a ser un monte. Desprendida del monte, se hizo monte creciendo. Pero ¿qué monte se hizo? No igual a aquél del que se desprendió. Pues del monte del que se desprendió no se dijo: creció y llenó toda la tierra 42. Hay, pues, dos montes: el primero es la sinagoga; el segundo, la Iglesia: el primero, el pueblo de los judíos; el segundo, el pueblo cristiano. Mas para que el pueblo cristiano se hiciese un monte grande y llenase toda la tierra, se desprendió del otro monte una piedra, dado que Cristo procede de los judíos. ¿Por qué, pues, sin manos? Porque sin intervención humana. Cristo, en efecto, nació de una Virgen y fue concebido sin unión marital.
7. Sabemos ya claramente quién es este monte. No os propongamos otros montes como es el Giddaba o cualesquiera otros nombrados por nosotros. A veces, por ejemplo, los hombres leen: Le escuchará desde su monte santo 43, y lo entienden carnalmente, bien que a veces habla de un monte y se refiere a Cristo. Y corren los hombres al monte a orar, como si allí los escuchara Dios. Pensando carnalmente, puesto que ven con qué frecuencia las nubes se adhieren a las laderas de los montes, suben a sus cimas para estar más cerca de Dios. ¿Quieres tocar a Dios con tu oración? Humíllate. Asimismo, lo dicho: «¿Quieres tocar a Dios con tu oración? Humíllate», no has de entenderlo carnalmente, de modo que te metas bajo tierra para orar allí a Dios. No vayas ni bajo la tierra ni a los montes. Sé humilde en tu corazón y Dios te levantará. Vendrá a ti y morará contigo en tu cubículo interior. Por lo tanto, como Cristo es monte, así lo es también la Iglesia; amémosla. Este monte creció y llenó todo el orbe de la tierra. Está claro que no están en este monte quienes ocupan sólo una parte y no poseen con nosotros la tierra entera. Recordad, hermanos, que cada página de la Escritura nos arma y nos llena contra las lenguas de los hombres que cada día hemos de soportar. Si hubiese dicho: «Creció aquel monte y llenó toda el África», ¿no dirían los donatistas que se refiere al partido de Donato? Pero al crecer les tapó la boca. Tanto creció que taponó la boca de los charlatanes. ¿Qué dirección toma su crecimiento? Se dirige a la tierra entera. Aquel monte del que la piedra se desprendió no la llenó con su crecimiento. Pues aunque, de hecho, los judíos llenaron toda la tierra, cuando fueron derrotados y perdieron su patria, su dispersión fue castigo de sus obras, no fruto de su crecimiento. En cambio, Cristo, el Señor, la piedra angular 44, subyugó los reinos de los hombres, quebrantó los de los demonios, humilló todos los reyes para crecer en él; creció y llenó toda la faz de la tierra. Me atrevo a decir: crece todavía, todavía existen lugares que está llenando.
8. Ama, pues, este monte y prepárate para habitar en él por siempre 45. Límpiate toda mancha en la carne y en el espíritu, puesto que tienes estas promesas 46. ¿Qué promesas? Si quieres poseer la tierra y habitar en el monte santo, límpiate toda mancha en la carne y en el espíritu. ¿Cuáles son las manchas en la carne? Ponga atención vuestra caridad; también tengo que decir esto. ¿Cuáles son las manchas de la carne? No son las que sobrevienen cuando el hombre camina y toca algo con el pie o con la cara, o en el caso de que resbale y caiga de modo que, viniendo a parar al medio del lodo o del fango, se mancha la cara. Esta mancha es fácil de quitar; como suele decirse: «se lava y se quita». La mancha de la carne, de la que hay que precaverse, no procede de aquí, sino de otra mancha del espíritu, que pasa a la carne. ¿Cuál es la mancha del espíritu? La lujuria. ¿La de la carne? El adulterio cometido. Tienes dos cosas: se despierta la lujuria; ya está manchado el espíritu. Aún no ha pasado a perpetrar el adulterio: aún no se ha manchado la carne. Pero ¿qué aprovecha que la carne esté limpia si quien la habita está manchado? Quizá al que está limpio en la carne Dios lo tiene por adúltero en su corazón, según las palabras del Señor: En verdad os digo: quien mira a una mujer casada para desearla, ya adulteró con ella en su corazón 47. Esta es la mancha del espíritu. ¿Cuándo tiene lugar la perfecta santificación? Cuando lo es de la carne y del espíritu. Hay hombres que se abstienen de las acciones y no se abstienen de los malos pensamientos. Se preocupan de tener la carne limpia y no de tener también limpio el espíritu. Si no cometen tales acciones es porque temen a los hombres. Se despierta la lujuria, pero el temor retrae. -«¿Qué temes?» -«Ser descubierto y condenado; que me descubran y me difamen». Por lo tanto, la carne parece no estar manchada, pero esta santificación no es perfecta. Pues ¿qué dice el Apóstol? Limpiémonos de toda mancha en la carne y en el espíritu 48; que, del mismo modo que te abstienes de las malas acciones, te abstengas del mal deseo, de los malos pensamientos. Abstente de la mala acción y limpias la mancha de tu carne; abstente del mal deseo y limpias la mancha de tu espíritu.
9. Y sigue: Llevando a plenitud la santificación en el temor de Dios 49. Hermosamente añade: en el temor de Dios. Ved que el hombre no lleva a plenitud la santificación sino en el temor de Dios. ¿Cuál es la perfecta santificación? La del cuerpo y la del espíritu. Si existe la del cuerpo y falta la del espíritu no es perfecta. No puede darse la santificación del espíritu sin la del cuerpo. Puede darse, en cambio, la del cuerpo sin la del espíritu; no puede existir la del espíritu si no existe la del cuerpo. Quien es limpio en el espíritu no puede actuar como un libertino. ¿Cómo así? Del corazón proceden -dice el Señor- los adulterios y los homicidios 50. El hombre no puede realizar con sus miembros lo que no haya decretado ya en su corazón. En el corazón concibe la idea, que luego pasará a la obra. Por eso dice el Señor en cierto lugar: Limpiad lo de dentro y quedará limpio lo de fuera 51. No dijo: «Limpiad lo de fuera». Si hubiese comenzado por el cuerpo, era necesario que nos hubiese exhortado también a limpiar el alma; pero, empezando por el alma, no se requiere que limpiemos también el cuerpo, porque a la limpieza del alma sigue la limpieza del cuerpo. Por esto el apóstol Pablo, al comenzar por la carne, tuvo necesidad de hablar también del espíritu: Llevando a plenitud la santificación. Limpiémonos de toda mancha en la carne y en el espíritu 52. En efecto, puede estar limpia la carne si no comete adulterio, fornicaciones y cosas semejantes; pero puede haber apetencias torcidas, y pensamientos y malos deseos en el alma. Y añadió: Llevando a plenitud la santificación en el temor de Dios 53. ¿Quién realiza la santificación del cuerpo y no la del alma? Quien teme a los hombres y no teme a Dios. Pues quien vive en el temor de Dios lleva a plenitud su santificación. Ciertamente no quisiste perpetrar el adulterio, no fuera a saberlo un hombre: por temor a los hombres contuviste tu carne de acciones malas; por eso no quisiste cometerlo donde lo ve el hombre. Si tienes también temor de Dios, no lo cometas tampoco donde te ve Dios, y habrás llevado a plenitud tu santificación. Presta atención: «¡Oh, si pudiera -dice alguien- tener acceso a aquella mujer! Pero no me es posible; está bien custodiada, tiene un marido diligente, no tengo quien me ayude. Si yo osara, él me cogería». Lleva a cabo una como limpieza del cuerpo; en su interior, sin embargo, puesto que lo desea, no ha hecho la del espíritu. Temía pecar con el cuerpo, no fuera a verlo un hombre, y no teme hacerlo internamente, donde ve Dios; evita los ojos de un hombre y no teme los de Dios. ¿Quién, pues, lleva a plenitud su santificación? Quien vive en el temor de Dios. Llevando a plenitud la santificación en el temor de Dios 54. El temor de los hombres quizá pueda reprimir al cuerpo frente a la impureza; al alma, sólo el temor de Dios. ¿Santificó el alma? Ya está seguro también de la santificación del cuerpo. Sea limpio el que está vestido, y el vestido mismo estará limpio. Sea bueno y esté sano quien habita, y no temerá la ruina de la casa.
10. ¿Qué es esta carne? No debemos despreciarla. ¿Qué es? Es heno, pero llegará a ser oro. No desprecies el heno: se convertirá en oro. Pues quien tuvo poder para cambiar el agua en vino 55, lo tiene también para cambiar el heno en oro y de la carne hacer un ángel. Si hizo al hombre del barro, ¿no podrá hacer de un hombre un ángel? Considere vuestra caridad de qué fue hecho el hombre, y pensad si podemos siquiera pensarlo. De barro hizo al hombre y le puso al frente de los restantes animales: ¿no va a hacer de un hombre un ángel? Sí, lo hará ciertamente. A los hombres los hizo amigos suyos: ¿no los va a hacer ángeles? Ya no os llamaré siervos, sino amigos 56. Esto lo dijo a quienes aún pujaban por su carne, a quienes aún habían de morir, a quienes se hallaban todavía en esta necesidad y fragilidad de la vida. Ya no os llamaré siervos, sino amigos. ¿Y qué dará a los amigos? Lo que mostró en sí mismo al resucitar. Serán coronados y llevados a la gloria celeste y serán iguales a los ángeles de Dios 57. Allí no habrá corrupción alguna, ni movimiento alguno carnal. No se nos dirá: Limpiaos de toda mancha en la carne y en el espíritu 58. No nos fatigaremos, ni se nos prometerá premio alguno, puesto que ya lo habremos recibido. Ni se nos dirá que gimamos, pues ya alabaremos. De este modo, la carne mortal se convertirá en cuerpo de ángel y, de igual manera, los gemidos en alabanzas. Aquí existe el arrepentimiento, la opresión y el llanto; allí, la alabanza, la alegría y el gozo. Después, porque en el estado presente no existe alegría. ¿Dónde se halla, entonces? En la esperanza. Todavía no la posees, pero te gozas en la esperanza, porque el que prometió no puede defraudar; porque el que la prometió la tiene y la da.