Comentario de Is 1,11-12 y Lc 6,37
1. 1. Mis fuerzas, hermanos, son escasas, pero son grandes las de la palabra de Dios. Demuestre su vigor en vuestros corazones. Por lo tanto, lo que yo digo despacio, lo oís bien si obedecéis. Como por medio de una nube, el profeta Isaías, tronó el Señor. Si tenéis sano el oído, sin duda os habéis estremecido. Habló claramente, de modo que sus palabras no necesitan quien las exponga, sino quien las cumpla. ¿Para qué me sirve -dice- la multitud de vuestros sacrificios? ¿Quién solicitó esto de vuestras manos? 1 Dios nos busca a nosotros mismos, no nuestras cosas. El sacrificio del cristiano es la misericordia para con el pobre; por ella Dios se muestra benévolo con los pecados. Si Dios no se muestra benévolo con los pecarlos, ¿habrá alguien que no sea reo? Mediante la limosna, se purifican los hombres de aquellas faltas y pecados sin los cuales es imposible pasar por esta vida. Existen dos clases de limosnas: una consiste en dar y otra en perdonar; dar del bien que posees y perdonar el mal que sufres. Cuán brevemente resumió estas dos clases de limosnas el Señor y maestro bueno 2, que abrevió la palabra sobre la tierra 3, para que fuera fructífera y no pesada 4, escuchadlo: Perdonad y se os perdonará -dijo-; dad y se os dará 5. El Perdonad y se os perdonará se refiere a la segunda clase; el Dad y se os dará, a la primera. Con aquella limosna con la que perdonas al hombre no pierdes nada. Fijaos: te pide perdón de inmediato, le has perdonado, nada has perdido. Has vuelto a casa ensanchado por la caridad. El otro tipo de limosnas por el que se nos ordena dar a los necesitados parece pesado, porque lo que uno da, eso dejará de poseer.
2. 2. Ciertamente, también a este respecto nos tranquiliza el Apóstol, que dijo: Cada uno según lo que tiene, de manera que otros se restablezcan y vosotros paséis estrecheces 6. Por tanto, cada cual mida sus fuerzas y no mire a atesorar en la tierra 7. Dé; no perece lo que da. No digo: «Esto no perece», sino: «Esto es lo único que no perece». Las demás cosas que no das y te sobran, o las pierdes mientras vives, o las abandonas al morir. Por lo tanto, hermanos, fijaos a qué nos exhorta tan gran promesa: Perdonad y se os perdonará; dad y se os dará 8. Cuando dice: Dad y se os dará, considera quién lo dice y a quién lo dice. Lo dice Dios al hombre, el inmortal al mortal, el gran padre de familia al mendigo. Pues no nos ha de devolver sólo lo que le hemos dado. Hemos encontrado en él alguien a quien prestar con interés. Prestamos a usura, pero a Dios, no al hombre. Damos a quien tiene en abundancia; damos a quien nos dio qué dar. A cambio de nuestras pequeñas cosas, frívolas, mortales, sometidas a la podredumbre, terrenas, nos devolverá bienes eternos, incorruptibles, que permanecen para siempre. ¿Para qué enumerar muchas cosas? Quien promete se promete a sí mismo. Si le amas, cómprale a él con él. Y para que te convenzas de que tú le das a él, escúchale decir: Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui peregrino y me recibisteis; estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; prisionero y vinisteis a mí 9. Y le dirán: ¿Cuándo te vimos en estas necesidades y te socorrimos? 10 Él responderá: Cuando lo hicisteis con uno de estos mis pequeños, conmigo lo hicisteis 11. Da desde el cielo, recibe en la tierra. El mismo da, él mismo recibe. Haces como una trasferencia con intereses: das aquí y recibes allí; aquí das cosas perecederas, allí recibes otras que han de permanecer sin fin.
3. 3. Alguna vez que otra también dices a Dios: Líbrame, Señor, del hombre malo 12, como hemos acabado de cantar. Sé con cuantos gemidos dices: Líbrame, Señor, del hombre malo. ¿Quién es el que en este mundo no sufre a algún hombre malo? Por tanto, cuando dices a Dios: Líbrame, Señor, del hombre malo, igual que lo dices con todas las fibras de tu corazón, examínate antes atentamente. Líbrame, Señor, del hombre malo. Suponte que Dios te replica: «¿De quién?» Responderás: «de Fulano, de Mengano, de no sé quién», a quien tienes que soportar. Y él te replica: «¿No dices nada de ti mismo? Si te libro del hombre malo, antes de nada tengo que librarte de ti mismo. Te sufres a ti, que eres malo; no te sufras a ti mismo malo». Veamos si encuentra qué mal te puede hacer otra persona mala. ¿Qué te hace? No seas tú malo; no te domine tu avaricia, no te pisotee tu deseo desordenado, no te triture tu cólera. Estos son enemigos interiores tuyos. No te hagas nada a ti mismo. Veamos qué te hace el vecino malo, el amo malo, el poderoso malo; veamos qué te hace. Si te halla siendo justo, fiel, cristiano, ¿qué te va a hacer? ¿Qué hicieron los judíos a Esteban? 13 Haciéndole mal, le enviaron al bien. Por lo tanto, cuando pides a Dios que te libre de un hombre malo 14, piensa en ti; no tengas contemplaciones contigo; que él te libre a ti de ti. ¿Cómo? Perdonando tus pecados, regalándote méritos, dándote fuerzas para luchar contra tus malos deseos, inspirando la virtud, otorgando a tu mente un deleite celeste con que superar cualquier deleite terreno. Cuando Dios te concede estas cosas, entonces te libra a ti de ti mismo y, en medio de los males de este inundo, pasajeros ciertamente, esperas a tu Señor, que ha de venir acompañado de los bienes que no pueden pasar. Bástenos con esto. Estáis viendo cómo no sé de qué manera comienzo sin fuerzas y, a medida que hablo, me hago fuerte. Tan grande es mi voluntad, tan grande mi deseo de seros de provecho. El obrero que espera el fruto del campo siente menos la fatiga. Sed mis frutos, para que yo lo sea juntamente con vosotros, y todos seamos frutos de Dios.