SERMÓN 38

Traductor: Pío de Luis, OSA

Continencia y aguante

1. 1. Dos cosas nos manda el Señor en esta vida de fatigas: la continencia y el aguante. Se nos manda contenernos de lo que este mundo llama bienes y soportar males que abundan en este mundo. A lo primero se llama continencia; a lo segundo, aguante. Son dos virtudes que purifican el alma y la hacen capaz de la divinidad. Con el fin de refrenar las pasiones y contener la voluptuosidad, para que no nos seduzca lo que halaga para nuestro mal ni nos debilite lo que se llama prosperidad, nos es necesaria la continencia, es decir, no confiar en la felicidad terrena y buscar hasta el final la felicidad que no tiene fin. Del mismo modo que es propio de la continencia no confiar en la felicidad de este mundo, es propio del aguante no ceder ante la infelicidad que procura. Tanto en la abundancia como en la penuria hay que esperar que el Señor nos dé lo que realmente es bueno y agradable, y que aparte de nosotros lo que en verdad es malo.

2. Los bienes que Dios promete a los justos los reserva para el final, igual que los males que amenazan a los malvados. Los bienes y los males de este mundo se dan entremezclados: no los tienen sólo los buenos ni sólo los malos. Cualquier cosa a que llames bien en este mundo la tiene tanto el bueno como el malo; por ejemplo, la salud corporal la poseen los buenos v los malos; riquezas puedes encontrarlas tanto en los buenos como en los malos; la descendencia en hijos vemos que es común a los buenos y a los malos. Existen personas buenas como existen personas malas que gozan de longevidad. Cualquier otra clase de bien que quieras enumerar en este mundo lo encontrarás mezclado en los buenos y en los malos. A su vez, cualquier cosa desagradable o triste la sufren tanto los buenos como los malos: hambre, enfermedad, dolores, daños, opresiones, privaciones. Esta fuente de lágrimas es común a todos. Es fácil de ver que los bienes de este mundo se hallan en los buenos y los malos, y que los males los sufren también unos y otros. Por ello los pies de muchos se tambalean cuando caminan por la vía del Señor e intentan salirse del camino. Muchos se desvían y se apartan de él, puesto que habían establecido y se habían propuesto servir a Dios para abundar en bienes terrenos y evitar y carecer de los males. Habiéndose propuesto esto y habiendo establecido que esa era la recompensa de su piedad y religiosidad, cuando ven que ellos se fatigan, que los malvados florecen, reniegan de Dios como si hubiesen perdido su recompensa, como si los hubiese engañado quien los llamó, como si en vano les hubiese ordenado un trabajo quien les engañó en la recompensa. ¿A dónde se vuelven estos desgraciados, separándose de quien los creó y adhiriéndose a bienes creados? Cuando comience a desvanecerse lo creado, ¿dónde se hallará el amante del tiempo que perdió la eternidad?

2. 3. Por lo tanto, Dios quiere que se crea en él pensando en los bienes que solamente dará a los buenos y en los males que no dará más que a los malos. Al fin de los tiempos aparecerán unos y otros. ¿Cuál es la recompensa de la fe o, más aún, cómo se puede llamar fe si quieres ver va ahora lo que tienes? Así, pues, no debes ver el objeto de tu fe, sino creer lo que has de ver; cree mientras no ves, para que, cuando veas, no te avergüences. Creamos, pues, mientras es el tiempo de la fe, antes de que llegue el tiempo de la visión. Pues así dice el Apóstol: Mientras estamos en este cuerpo, somos peregrinos lejos del Señor, pues caminamos en la fe 1. Caminamos en la fe cuando creemos lo que no vemos 2; en cambio, tendremos la realidad cuando le veamos cara a cara como él es 3. También el apóstol Juan distingue en su carta el tiempo de la fe y el tiempo de la visión al decir: Amadísimos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Este es el tiempo de la fe; ved ahora el tiempo de la visión: Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él porque le veremos tal cual es 4.

4. El tiempo de la fe es fatigoso; ¿quién lo niega? Es fatigoso, pero esta es la tarea que tiene lo otro como recompensa. No seas perezoso en la tarea, cuya recompensa esperas. Si tú mismo contratas a un jornalero, no le das su salario antes de emplearlo en el trabajo. Le dirías: «Haz esto, y recibe luego». No te diría: «Dame y luego lo haré». Así actúa también Dios. Tú, porque temes a Dios, no engañas a tu jornalero; ¿te va a engañar a ti Dios, que te ordena no engañes al jornalero? Con todo, tú puedes no dar lo que habías prometido. Aun en el caso de que no exista en tu corazón el dolo de la falsedad, la fragilidad humana conlleva una penuria que te puede hacer difícil dárselo. ¿Por qué temer eso en Dios, que ni puede engañar, porque es la verdad, y que abunda en todo, porque todo lo hizo?

3. 5. Confiemos, pues, en Dios, hermanos. Este es el primer precepto, es decir, el inicio de nuestra religión y de nuestro caminar: tener el corazón anclado en la fe, y teniéndolo así, vivir santamente, abstenerse de todas las cosas que te puedan seducir y soportar los males temporales, y, cuando aquellas halagan y estos amenazan, mantener el corazón firme frente a lo uno y lo otro, para que ni lo primero te derrita ni lo segundo te quebrante. Teniendo, pues, continencia y aguante, una vez pasados los bienes temporales, cuando tampoco haya males que nos puedan sobrevenir, tendrás el bien pleno y carecerás de todo mal. ¿Qué se nos ha dicho en consecuencia en la lectura? Hijo, al acercarte a servir a Dios, mantente en justicia y temor y prepara tu alma para la prueba. Humilla tu corazón y aguanta: para que se acreciente tu vida en los últimos días tu vida 5. Para que tu vida se acreciente no ahora, sino en los últimos días: para que tu vida se acreciente en los últimos días. ¿En qué medida pensamos que se acrecentará? Hasta hacerse eterna. Al presente, la vida humana, aunque se alargue y parezca que se alarga, en realidad decrece más bien que crece. Prestad atención y vedlo; reflexionad y ved que es así. Nació un hombre. Por ejemplo, Dios ha establecido que viva setenta años. Decimos que se le añade vida a medida que crece; pero ¿se trata de una suma o de una resta? Ved que de los setenta años ha vivido ya sesenta; le quedan diez. Ha disminuido lo que tenía prefijado, y cuanto más vive, menos le queda. De este modo, aquí, por el hecho de vivir, decrece la vida, no crece. Mantén lo que Dios te prometió, para que se acreciente tu vida en los últimos días 6.

4. 6. Aunque no se leyó, el texto continúa así: Cuanto te llegue, recíbelo; aguanta en el dolor y ten paciencia en tu humillación. Como en el fuego se prueban el oro y la plata, los hombres se convierten en agradables a Dios en el crisol de la tribulación 7. Te parece duro; te viniste abajo. ¿Acaso perdiste lo que nunca perece? Muchos sufren horrores por causa de un dinero perecedero, ¿y tú no quieres padecer por una vida imperecedera? De este modo rehúsas fatigarte para alcanzar las promesas de Dios, como si no te fatigaras al satisfacer tus malos apetitos. ¡Cuántas cosas no sufren los ladrones para llevar a cabo su maldad, cuántas los malvados para cometer sus delitos, los lujuriosos por su maldad, por su avaricia los negociantes que atraviesan los mares, confiando su cuerpo y su alma a los vientos y a las tempestades, abandonando todo lo suyo y lanzándose a lo desconocido! Si el juez decreta el destierro, es un castigo; lo ordena la avaricia, y es una alegría. ¿Qué cosa, por grande que sea, puede imponerte la sabiduría que no te la pueda imponer también la avaricia? Con todo, cuando te lo ordena la avaricia, lo haces. Y una vez hecho lo que ordena este vicio, ¿qué tendrás? Una casa repleta de oro y plata. ¿No has leído: Aunque el hombre camina como en sombra, se afana vanamente. Acumula tesoros, ¿y no sabe para quién? 8 Entonces, ¿por qué cantaste y dijiste a Dios: Presta oídos a mis lágrimas 9? ¿Por qué tú no prestas oídos a las palabras de aquel que quieres advierta tus lágrimas? Si acusas a tu avaricia, te invitará a su sabiduría. Una vez que hayas recibido el yugo de la sabiduría, ¿te resultará una tarea fatigosa? Sin duda. Pero mira a su final, a su recompensa. ¿Acaso no sabes para quién acumulas, lo que acumulas mediante la sabiduría? Acumulas para ti. Despierta, mantente en vela, ten el corazón de una hormiga 10. Estamos en verano; recoge lo que te sea de provecho para el invierno 11. Aprende, cuando todo te va bien, con qué tienes que sustentarte cuando te vaya mal. Te va todo bien: estás en el verano. No seas perezoso; recoge granos de la era del Señor -las palabras de Dios en la Iglesia de Dios- y guárdalos dentro de tu corazón. Sin duda ahora te va bien, pero llegará el tiempo en que te vaya mal. A todo hombre le llega la tribulación. Aunque posea todos los bienes terrenos, ciertamente cuando empiece a morir, pasa a la otra vida a través de la tribulación. ¿Quién hay que diga: «Me irá bien y no moriré»?

5. 7. Aunque, si amas la vida y temes la muerte, este mismo temor es un constante invierno. Y cuando más nos punza el temor de la muerte es cuando todo nos va bien. Cuando nos va mal no tememos morir; cuando nos va bien es cuando más tememos la muerte. Por eso, creo que para aquel rico a quien causaban gran satisfacción sus riquezas -pues tenía muchas y muchas posesiones-, el temor de la muerte le interpelaba continuamente y en medio de sus placeres se consumía. Pensaba, en efecto, que había de dejar todos aquellos bienes. Los había acumulado sin saber para quién 12; deseaba algo eterno. Se acerca al Señor y le dice: Maestro bueno: ¿qué tengo que hacer de bueno para conseguir la vida eterna? 13 Me va bien, pero se me escapa lo que poseo; me va bien, pero pronto desaparecerá lo que poseo. Dime dónde puedo conseguir lo que dure para siempre; dime cómo puedo alcanzar lo que no pueda perder. Y el Señor le dijo: Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos 14. ¿Qué mandamientos? -preguntó-. Los escuchó. Respondió que los había guardado todos desde su juventud 15. Y el Señor, aconsejándole respecto de la vida eterna, le dijo: Una sola cosa te falta 16. Si quieres ser perfecto, vete, vende todo lo que posees y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo 17. No le dijo: «Déjalo que se pierda», sino: véndelo y ven y sígueme 18. Él, que se gozaba en sus riquezas y por eso preguntaba al Señor qué tenía que hacer de bueno para conseguir la vida eterna, porque deseaba pasar de unos placeres a otros, y temía abandonar aquellos en que encontraba su gozo, se alejó triste 19, volviendo a sus tesoros terrenos. No quiso confiar en el Señor, que puede conservar en el cielo lo que ha de perecer en la tierra. No quiso ser verdadero amador de su tesoro. Poseyéndolo en forma inadecuada, lo perdió; amándolo con exceso, lo echó a perder. Pues si lo hubiese amado como debía, lo hubiese enviado al cielo, adonde le seguiría él después. El Señor le mostró una casa adonde llevarlo, no un lugar donde perderlo. A continuación dice: Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón 20.

6. 8. Pero los hombres quieren estar viendo sus riquezas. Suponte que las acumulan en la tierra, ¿no temen acaso que se las vean? Hacen hoyos, las cubren, las tapan. Y una vez que las han cubierto y tapado, ¿ven acaso lo que tienen? Ni siquiera el mismo rico las ve; desea que estén ocultas; teme que estén a la vista. Quiere ser rico en la opinión de los demás, no en la realidad. ¡Como si le bastase con saber que tiene lo que guarda en la tierra! ¡Oh, cuánta más y mejor conciencia tendrías de ellas, si las guardases en el cielo! Aquí, cuando lo entierras en la tierra, temes que lo sepa tu criado, las robe y huya; aquí temes que él te las arrebate. Allí no temes nada, porque te lo guarda bien tu Señor. «Pero tengo -dices- un criado fiel; aunque lo sepa, no lo descubre ni las toma». Compáralo con tu Señor. Si es cierto que has hallado un criado fiel, ¿cuándo te ha engañado tu Señor? Aun en el caso de que tu siervo no sea tal que pueda apropiárselas, puede, sin embargo, perderlas: tu Señor, en cambio, no puede ni quitártelas, ni perderlas, ni permite que perezcan. Las guarda para ti; permanecen allí para ti; te hace libre y te hace imperecedero. Ni te pierde a ti ni lo que le has encomendado. «Ven -dice-, recupera lo que me entregaste». Falso; Dios no te dice eso. «Yo -te dice-, yo, que te prohibí prestar con usura, te he pagado intereses a ti. Querías aumentar tus riquezas con la usura y con ese fin prestabas a un hombre: para que te devolviera más; un hombre que, en el momento de recibir, se alegraba, pero que, a la hora de devolverlo, lloraba. Era lo que pretendías, y yo te lo prohibía, pues dije: El que no prestó dinero con usura 21. Te prohibía la usura; ahora te ordeno la usura; préstame con interés». Esto te dice tu Señor: «¿Quieres dar poco y recibir mucho? Olvídate del hombre que llora cuando le exiges el interés. Hállame a mí, que gozo cuando tengo que devolver. Heme aquí: Dame, y recibe. En el momento debido te devolveré. ¿Qué te devolveré? Me diste poco, recibe mucho; me diste bienes terrenos, recibe bienes celestiales; me los diste temporales, recíbelos eternos; me diste de lo mío, recíbeme a mí mismo. Pues ¿qué me diste, sino lo que recibiste de mí? ¿No voy a devolver lo que me prestaste, yo, que te di con qué prestarme; yo que te di a ti mismo, que me prestas; yo, que te di a Cristo a quien prestar y quien te dijo: Cuando lo hiciste con uno de estos mis pequeños, conmigo lo hiciste 22Mira a quien prestas; él alimenta y pasa hambre por ti; da y está necesitado. Cuando da, quieres recibir; cuando está necesitado, no quieres darle. Cristo está necesitado cuando lo está un pobre. Quien está dispuesto a dar a todos los suyos la vida eterna, se ha dignado recibir de manera temporal en cualquier pobre.

7. 9. Te da también un consejo sobre el lugar adonde llevar tu tesoro; más aún, adonde debes llevarlo. Para no perderlo, llévalo de la tierra el cielo. Pues ¡cuántos no perdieron lo que guardaron ellos y, ni siquiera escarmentados de esa manera, aprendieron a ponerlo en el cielo! Si, por casualidad, alguien te dijera: «Traspasa tus riquezas de occidente a oriente si no quieres que perezcan», sudarías, te fatigarías, estarías angustiado, considerarías la multitud de cosas que posees y verías que, debido a su cantidad, no te sería fácil llevarlas tan lejos. Quizá hasta llorarías al verte obligado a marchar sin haber encontrado el modo de llevar contigo lo que habías reunido. A lugares más lejanos te ordenó trasladar tus bienes quien no te dice: «Traspásalos de occidente a oriente», sino: «Traspásalos de la tierra al cielo». Te ves abrumado, te parece encontrarte en mayor aprieto y te dices a ti mismo: «Si no encontraba monturas y naves con las que trasladarlos de occidente a oriente, ¿cómo voy a encontrar escaleras para trasladarlos de la tierra al ciclo?» «No te fatigues -te dice Dios-; no te fatigues. El que te hizo rico, el que te otorgó el poder dar, hizo de los pobres tus portaequipajes. Si, por ejemplo, encontraras a un pobre de allende los mares o encontraras a algún ciudadano necesitado del lugar a donde quieres ir, te dirías a ti mismo: «Este es ciudadano del país a donde yo quiero ir; aquí está necesitado; le voy a dar algo, que él me devolverá allí». Mira, aquí está necesitado el pobre; es ciudadano del reino de los cielos; ¿por qué dudas en hacer el contrato de traspaso? Pues, si quienes lo hacen dan para recibir más, una vez que hayan llegado al lugar de procedencia del que recibió el dinero, hagámoslo también nosotros.

8. 10. Esto tiene lugar solamente si creemos, si despertamos nuestra fe. Nos turbamos inútilmente. ¿Por qué nos turbamos inútilmente? Porque, cuando Cristo dormía en la barca, casi naufragaron los discípulos. Dormía Cristo y se mostraban inquietos los discípulos. Arreciaban los vientos, las olas se encrespaban, la barca se hundía 23. ¿Por qué? Porque Jesús dormía. Del mismo modo tú, cuando arrecian en este mundo las tempestades de las tentaciones, se turba tu corazón como si fuese tu barca. ¿Por qué, sino porque duerme tu fe? ¿No dice el apóstol San Pablo que Cristo habita en nuestros corazones por la fe 24? Despierta, pues, a Cristo en tu corazón; esté vigilante tu fe, tranquilícese tu conciencia; entonces se salva tu barca. Advierte que es veraz quien prometió. Todavía no lo ha mostrado, porque aún no ha llegado el tiempo. No obstante, ya ha manifestado muchas cosas. Prometió a su Cristo, y nos lo dio; prometió su resurrección, y la cumplió; prometió su evangelio, y lo poseemos; prometió que su Iglesia iba a difundirse por todo el orbe, y es una realidad; predijo tribulaciones y un cúmulo de calamidades, y las ha mostrado. ¿Es mucho lo que queda? Se va cumpliendo lo prometido, se va cumpliendo lo predicho ¿y dudas de que va a llegar lo que queda? Tendrías motivos para temerlo si no vieras cumplido lo predicho. Hay guerras, hambres, desastres. Un reino se levanta contra otro; hay terremotos, montones de calamidades, abundancia de escándalos, enfriamiento de la caridad, abundancia de maldad 25. Lee todas estas cosas; han sido predichas; lee y cree que todo lo que estás viendo fue predicho, y cree que has de ver lo que aún no ha llegado, contando lo ya acontecido. Viendo que Dios muestra cumplido lo que predijo, ¿no crees que ha de dar lo que prometió? Debes creer justamente allí donde está el inicio de tu turbación.

11. Si el mundo se ha de acabar, hay que emigrar de este mundo; no hay que amarlo. El mundo está revuelto y, no obstante, se le ama. ¿Qué sucedería si estuviese tranquilo? ¿Cómo te unirías a él sí fuese hermoso, tú que así lo abrazas siendo feo? ¿Cómo recogerías sus flores, tú que no retiras tu mano ante las espinas? No quieres abandonar el mundo; el mundo te abandona a ti, y tú sigues tras él. Purifiquemos, pues, amadísimos, el corazón y no perdamos la capacidad de aguante; percibamos la sabiduría y mantengamos la continencia. Pasa la fatiga; viene el descanso; pasan las delicias falsas, y llega el bien que deseó el alma fiel, ante el cual se enardece y por el cual suspira todo el que se siente peregrino en este mundo: la patria buena, la patria celeste, la patria que contemplan los ángeles, la patria en que no muere ningún ciudadano, a la que no es admitido ningún enemigo; la patria en que tendrás al Dios sempiterno como amigo y en la que no temerás ningún enemigo.