Comentario del Sal 145,2
1. 1. Se nos ha exhortado a cantar al Señor un cántico nuevo. El hombre nuevo conoce el cántico nuevo. Cantar es expresión de alegría y, si lo consideramos más atentamente, es expresión de amor. Por tanto, quien sabe amar la vida nueva, sabe cantar el cántico nuevo. El cántico nuevo se convierte en ocasión para encarecernos la vida nueva. Pues todo pertenece al único reino: el hombre nuevo, el cántico nuevo, el testamento nuevo. En consecuencia, el hombre nuevo cantará el cántico nuevo y pertenecerá al testamento nuevo.
2. No existe nadie que no ame; pero hay que preguntar qué es lo que ama. Por tanto, no se nos invita a no amar, sino a elegir lo que vamos a amar. Pero ¿qué vamos a elegir, a no ser que antes seamos elegidos nosotros? De hecho, no amamos si antes no somos amados. Escuchad al apóstol Juan. Él es el apóstol que se reclinó sobre el pecho del Señor y en aquel banquete bebía los secretos celestes 1. De aquella bebida y de aquella dichosa borrachera eructó: En el principio existía la Palabra 2. ¡Excelsa humildad y sobria embriaguez! Aquel gran eructador, esto es, predicador, dijo también, entre otras cosas que bebió del pecho del Señor: Nosotros amamos porque él nos amó antes 3. Mucho había dado al hombre, porque hablaba pensando en Dios cuando decía: Nosotros amamos. ¿Quiénes? ¿A quién? Los hombres, a Dios; los mortales, al inmortal; los frágiles, al inmutable; la hechura, al hacedor. Nosotros hemos amado, y ¿de dónde nos viene esto? Porque él nos amó antes. Busca de dónde viene al hombre amar a Dios, y no hallarás otra razón que esta: porque Dios le amó antes. Aquel a quien hemos amado se entregó a sí mismo; nos dio con qué amarle. Oíd claramente de boca del apóstol Pablo lo que nos dio para que le amáramos: El amor de Dios -dice- se ha difundido en nuestros corazones. ¿De dónde? ¿De nosotros tal vez? No. ¿De dónde, pues? Por el Espíritu Santo que se nos ha dado 4.
2. 3. Teniendo, pues, tanta confianza, amemos a Dios desde Dios. Más aún, puesto que el Espíritu Santo es Dios, amemos a Dios desde Dios. ¿Puedo decir más aún que este amar a Dios desde Dios? Puesto que dije: El amor de Dios se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado 5, es lógico que, como el Espíritu Santo es Dios, y no podemos amar a Dios sino mediante el Espíritu Santo, amemos a Dios desde Dios. Hay lógica perfecta. Escuchad más claramente aún al mismo Juan: Dios es amor, y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él 6. Pocoes decir: el amor procede de Dios. ¿Quién de nosotros se atrevería decir: Dios es amor? Lodijo quien sabía lo que poseía. ¿Por qué la imaginación humana y el pensamiento volátil se fingen un Dios y en su corazón se fabrican un ídolo, haciendo a Dios tal como el hombre lo puede imaginar, no como mereció encontrarlo? -«¿No es Dios de esa manera?» -«No, sino de esta otra». ¿Por qué le asignas rasgos, le haces compuesto de miembros, le atribuyes una estatura a tu gusto? ¿Por qué te imaginas la belleza de su cuerpo? Dios es amor. ¿Cuál es el color de la caridad? ¿Cuáles sus rasgos, su forma? No vemos nada de esto y, sin embargo, amamos.
4. Me atrevo a decirlo a vuestra caridad: advirtamos aquí abajo lo que encontramos que se da arriba. Incluso el amor ínfimo y terreno, el amor sucio y lascivo que va unido a las bellezas del cuerpo, nos llama la atención sobre algo a partir de lo cual nos elevemos a realidades superiores y más puras. Un hombre lascivo y deshonesto ama a una mujer bellísima. Es la belleza del cuerpo la que le mueve, pero en su interior busca correspondencia en el amor. Pues, si oye que ella le odia, ¿no se enfría toda aquella pasión e ímpetu hacia los miembros bellos? ¿Acaso no se aleja, se aparta y se siente ofendido con aquello a lo que antes tendía y hasta comienza a odiar lo que amaba? ¿Cambió acaso la belleza? ¿No sigue existiendo lo mismo que le había atraído? Allí está todo: ardía en deseos de lo que veía, pero exigía del corazón lo que no veía. Si, por el contrario, descubre una reciprocidad en el amor, ¡cuánto más intensamente arderá su deseo! Ella le ve a él; él, a ella; al amor, ninguno lo ve y, sin embargo, se ama lo que no se ve.
3. 5. Elevaos de este deseo impuro para permanecer en la caridad, radiante de luz. A Dios no le ves: ámale y le posees. ¡Cuántas cosas se aman con deseos condenables, sin poseerlas! Se buscan suciamente y no se consiguen de momento. ¿Acaso es lo mismo amar el oro que tenerlo? Muchos lo aman y no lo poseen. ¿Acaso es lo mismo amar extensísimos y magníficos predios que poseerlos? Muchos los aman y no los poseen. ¿Es lo mismo amar el honor que tenerlo? Muchos, carentes de él, arden por poseerlo. Buscan poseerlo, pero frecuentemente mueren antes de encontrar lo que buscaban. Dios se nos ofrece como compendio de todo. Nos grita: «Amadme y me poseeréis, porque no podéis amarme sin poseerme».
6. ¡Oh hermanos, oh hijos, oh retoños católicos, oh semillas santas y sublimes, oh regenerados en Cristo y nacidos de lo alto! Escuchadme; o mejor, a través de mí: ¡Cantad al Señor un cántico nuevo! 7 «Ya lo canto» -dices-. Cantas; es cierto que cantas, lo oigo. Pero no aduzca la vida un testimonio contra la lengua. Cantad con vuestras voces, cantad con los corazones, cantad con las bocas, cantad con las costumbres: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Buscáis qué celebrar de aquel a quien amáis? Sin duda quieres celebrar cantando algo de aquel a quien amas. Buscas sus alabanzas para cantarlas. Escuchasteis: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Buscáis alabanzas? Su alabanza está en la asamblea de los santos 8. Cuando se alaba el canto, lo que se alaba es el cantor mismo. ¿Queréis entonar alabanzas a Dios? Sed vosotros lo que decís. Sois su alabanza si vivís bien. Su alabanza está no en las sinagogas de los judíos, ni en la locura de los paganos, ni en los errores de los herejes; tampoco en los aplausos de los teatros. ¿Buscáis saber dónde está? Pensad en vosotros mismos; sedlo vosotros. Su alabanza en la asamblea de los santos. ¿Buscas de qué alegrarte cuando cantas? Regocíjese Israel en quien lo hizo 9. No hallará de qué alegrarse, sino de Dios.
4. 7. Bien, hermanos míos, interrogaos a vosotros mismos, examinad vuestros depósitos interiores. Ved y mirad cuánta caridad tenéis; aumentad la que halléis. Poned los ojos en ese tesoro para ser ricos interiormente. De lo que tiene un precio elevado se dice que es caro, y no en vano. Considerad vuestra forma común de hablar: «Esto es más caro que aquello». ¿Qué quiere decir «es más caro», sino «tiene un precio mayor»? Si se dice que es más caro lo que tiene un precio mayor, ¿hay cosa más cara que la caridad misma, hermanos míos? ¿Cuál pensamos que es su precio? ¿Dónde se encuentra este? El precio del trigo es tu moneda; el de una finca, tu plata; el de una perla, tu oro; el precio de la caridad eres tú. Buscas, pues, cómo poseer una finca, una piedra preciosa, una bestia de carga; buscas una finca para comprarla y la buscas cerca de ti. Si quieres poseer la caridad, búscate a ti y encuéntrate a ti mismo. ¿Temes darte a ti mismo, porque temes consumirte? Lo verdadero es lo contrario: te pierdes si no te das. La misma caridad habla por medio de la Sabiduría y te dice algo para que no te asuste lo dicho: «Date a ti mismo 10». Si alguien quisiera venderte una finca te diría: «Dame tu oro». Y si otro quisiera venderte otra cosa cualquiera: «Dame tu moneda, dame tu dinero». Escucha lo que te dice la caridad por boca de la Sabiduría: Dame tu corazón, hijo 11. Dame -dijo-. ¿Qué? Tu corazón, hijo. Estaba malo cuando dependía de ti y era para ti; te arrastraban frivolidades y amores lascivos y dañinos. Quítalo de allí. ¿A dónde lo llevas? ¿Dónde lo pones? Dame -dice- tu corazón. Sea para mí y no se pierde para ti. Ve, pues, si quiso dejar algo en ti, con lo que te ames incluso a ti, quien te dice: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente 12. ¿Qué queda de tu corazón para que te ames a ti mismo? ¿Qué queda de tu alma? ¿Qué queda de tu mente? Con todo -dijo-. Quien te hizo te exige entero. 5. Pero no te entristezcas como si nada te quedase en que puedas alegrarte. Regocíjese Israel no en él, sino en quien le hizo 13.
8. «Si no me quedó nada con que amarme a mí mismo, puesto que se me ordena amar con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente 14 a quien me hizo, ¿cómo en el segundo mandamiento se me manda amar al prójimo como a mí mismo? 15». Aquí está precisamente la razón por la que debes amar al prójimo con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. ¿Cómo? Amarás a tu prójimo como a ti mismo 16. A Dios, con toda mi persona; al prójimo, como a mi persona. ¿Cómo tengo que amarme a mí y cómo a ti? ¿Quieres oír cómo te amas a ti mismo? Te amas a ti mismo por el hecho de amar a Dios con todo tu ser. ¿Piensas que trae algún provecho a Dios el que le ames? Por el hecho de que le ames, ¿qué se añade a Dios? Y si tú no le amas, ¿tendrá menos? Cuando le amas, eres tú quien saca provecho; estarás allí donde no cabe que perezcas. Pero responderás diciendo: «¿Hubo algún momento que no me amase?» Ciertamente; no te amabas cuando no amabas al Dios que te hizo. Pensabas que te amabas, cuando en realidad te estabas odiando. Quien ama la maldad odia su alma 17.
9. Vueltos con corazón puro al Señor, Dios Padre todopoderoso démosle las máximas y más abundantes gracias en cuanto es posible a nuestra pequeñez. Supliquémosle con toda el alma su extraordinaria mansedumbre para que se digne escuchar en su benevolencia nuestras preces, aleje también con su poder al enemigo de nuestras acciones y pensamientos, nos multiplique la fe, gobierne nuestra mente, nos conceda pensamientos espirituales y nos lleve a su bienaventuranza. Por Jesucristo su Hijo, nuestro señor que vive y reina con él en la unidad del Espíritu santo, por los siglos de los siglos. Amén.