SERMÓN 25

Traductor: Pío de Luis, OSA

Comentario del Sal 93,12

1. 1. Al cantar a Dios, le hemos dicho: Dichoso el hombre a quien tú enseñes, Señor, y instruyas con tu ley 1. Resonó, pues, el Evangelio de Dios, y Zaqueo dio limosnas 2. Aprended. ¿Qué mejor ley de Dios que el santo Evangelio? Es la ley del Nuevo Testamento sobre el cual habéis oído, cuando se leyó al profeta, esto: Vendrán días -dice el Señor- y llevaré a cabo con la casa de Jacob un testamento nuevo, distinto del que establecí con sus padres al sacarlos de la tierra de Egipto 3. Testamento que fue prometido entonces y otorgado ahora; prometido mediante el profeta, otorgado por el Señor de los profetas. Leed y examinad el Testamento que suele denominarse Antiguo. También entonces se promulgó una ley de Dios; leedla o escuchadla, cuando se lee, y ved lo que allí se prometió. Se te prometió tierra de la tierra; tierra que mana leche y miel pero, con todo, tierra 4. Aunque, si la entendemos espiritualmente -visto que aquella tierra no manó leche y miel-, existe otra tierra que destilará estos productos, tierra de la que se dice: Tú eres mi esperanza, mi porción en la tierra de los vivientes 5. Pues esta tierra de aquí es la tierra de los que mueren. 2. ¿Buscáis leche y miel? Gustad y ved cuán dulce es el Señor 6. Bajo el nombre de leche y miel se significa su gracia, que es dulce y nutritiva. Esta gracia fue figurada en el Antiguo Testamento y dada a conocer en el Nuevo.

2. Además, a causa de los que piensan carnalmente y esperan de Dios tales premios y quieren servir a Dios por lo allí prometido, aquella ley mereció oír del apóstol Pablo que engendraba hijos para la servidumbre 7. ¿Por qué? Porque los judíos la entienden carnalmente, pues entendida espiritualmente se identifica con el Evangelio. Por lo tanto, engendra hijos para la servidumbre. ¿A quiénes? A los que sirven a Dios por los bienes terrenos. Cuando éstos les acompañan se muestran agradecidos; cuando les faltan, prorrumpen en blasfemias. Quienes por tales cosas sirven a Dios, no pueden servirle con sincero corazón. Miran a quienes no sirven a nuestro Dios; ven que los tales tienen aquello por lo que ellos mismos sirven a Dios y piensan en su corazón: «¿Qué utilidad me reporta el servir a Dios? ¿Poseo, por ventura, tanto cuanto aquel que blasfema sin cesar?» Él reza y tiene hambre; el otro blasfema y eructa de satisfacción. Quien mira estas cosas es un hombre, pero un hombre del Antiguo Testamento. Quien, en cambio, sirve a Dios en el Nuevo Testamento, debe esperar la herencia nueva, no la antigua. Si esperas la nueva herencia, trasciende la tierra, pisa las cumbres de los montes, es decir, desprecia el fasto de los soberbios. 3. Mas cuando lo hayas despreciado y conculcado, sé humilde, para no caer de las alturas. Escucha: «Levantad el corazón», pero hacia el Señor, no contra el Señor. Todos los soberbios tienen el corazón elevado, pero contra el Señor. Tú, en cambio, si quieres tener en verdad el corazón elevado, tenlo hacia el Señor. Si tienes tu corazón elevado hacia él, él lo sujeta para que no caiga a tierra.

3. Luego, dichoso el varón; dichoso el hombre a quien tú enseñes, Señor. Ved que lo digo, lo proclamo, lo expongo. ¿Quiénes me escuchan? Conozco quiénes son: Dichoso el hombre a quien tú enseñes, Señor. Aquel a quien habla Dios en su corazón, y cuando yo callo, él es el dichoso a quien tú enseñes, Señor, y le instruyas con tu ley 8. ¿Cómo sigue? Hasta aquí hemos cantado: y le instruyes con tu ley. Para que lo haga manso en los días aciagos en tanto que se cava la fosa al pecador 9. Tal es el varón a quien enseña el Señor, tal es quien a través de la ley aprende del Señor, quien endulza los días aciagos en tanto que se cava la fosa al pecador. Escuchad de qué se trata. Los días son aciagos. ¿Acaso no vivimos días aciagos desde que fuimos expulsados del paraíso? 10, También nuestros antepasados se lamentaron de sus tiempos y lo mismo sus antecesores. A ningún hombre agradaron los tiempos en los que le tocó vivir, pero a quienes vienen detrás agradan los tiempos de los antepasados y a éstos, a su vez, les agradaban aquellos días que ellos no vivieron; por esto les resultaban halagüeños. Lo presente produce una sensación más aguda. No digo que se encuentre más cerca, sino que toca tu corazón cada día. Cada año, ordinariamente, cuando sentimos el frío, solemos decir: «Nunca hizo tanto frío; nunca el calor fue tan grande», siendo así que hace el mismo de siempre. Pero dichoso el varón a quien tú enseñes, Señor, para que le hagas manso en los días aciagos en tanto que se le cava la fosa al pecador 11.

4. Días aciagos. ¿Acaso son aciagos estos días que marca el curso del sol? Los días aciagos los causan los hombres malvados; de esta forma lo es casi todo el mundo. Entre un tropel de malvados gime un puñado de granos. Vengamos a los justos. Los otros son malvados y originan días desdichados. ¿Qué decir de los justos? ¿No experimentan ellos también días aciagos, además de tener que tolerar a los hombres malvados en medio de los cuales gimen? Les digo: cuando estén consigo mismos, mírense, bajen a lo profundo de sí, examínense bien: hallan en sí días aciagos. No quieren la guerra, desean la paz -¿y quién no?-. Pero aunque nadie quiere la guerra y todos desean la paz, al volver los ojos a su interior -incluso el que vive santamente- encuentra en sí la guerra. Pregúntame qué tipo de guerra. Dichoso el hombre a quien tú enseñes, Señor, e instruyas con tu ley 12. He aquí que un hombre me pregunta qué clase de guerra sufre el justo en su interior. Enséñaselo tú, Señor, con tu ley. Hable el Apóstol: La carne tiene deseos contrarios a los del espíritu, y el espíritu desea cosas contrarias a las que desea la carne 13. ¿Adónde arrojaré la carne si suena el grito de guerra, si -lo que Dios no permita- cae sobre mí el enemigo? Huye el hombre, pero, a dondequiera que vaya, lleva consigo su propia guerra interior. Notad que no digo: «Si es malo». Incluso si es bueno, si vive santamente, encuentra en sí lo que dice el Apóstol: La carne tiene deseos contrarios a los del espíritu y el espíritu desea cosas contrarias a las que desea la carne. ¿Cómo es que en esta guerra hay días buenos?

5. Luego existen días aciagos. Pero mantengamos la calma. ¿Qué significa: mantengamos la calma? No nos enojemos con el juicio divino. Digámosle: Es un bien para mí el que me hayas humillado para que aprenda tu justicia 14. Me desterraste del paraíso, me arrojaste lejos de la felicidad; vivo en la aflicción, entre gemidos; mi gemido no se te oculta 15. Pero es un bien para mí el que me hayas humillado, para que aprenda tu justicia 16. En los días aciagos aprendo a buscar los días buenos. ¿Cuáles son los días buenos? No los busquéis ahora. Pasarán los días aciagos y llegarán los buenos. Pero los días buenos llegarán para los buenos; para los malos, días peores.

6. Y yo os pregunto a vosotros: ¿Quién es el hombre que apetece la vida? 17 Sé que los corazones de todos me responderán: «¿Quién es el hombre que no apetece la vida?» Añado: ¿y que quiere ver días buenos18 Todos respondéis: «¿Quién hay que no quiera ver días buenos?» Habéis respondido bien: amáis la vida, queréis días buenos. Ciertamente cuando decía: ¿Quién es el hombre que apetece la vida?, cualquier hombre respondería: «Yo». ¿Quién es el hombre que quiere ver días buenos? ¿No está diciendo en silencio cada uno de vosotros: «Yo»? Escucha lo que sigue: Refrena tu lengua del mal 19. Di ahora: «Yo». Busca el perdón; ahora te encontraré. 6. Lo pretérito ya pasó: el haber tenido una lengua malvada, el haber sido un deslenguado, un delator, un calumniador, un maldiciente. Si es que fuiste todas esas cosas, pasen todas con los días aciagos, pero sin pasar tú con ellos. Tienes a qué agarrarte para no pasar. Lo humano fluye como un río, y como un río fluyen también los días aciagos. Agárrate al madero para no ser arrastrado. Ve que el río fluye. Toda carne es heno y todo honor de la carne es como la flor del heno 20. Se apresura, pasa, el heno se secó, la flor cayó 21. ¿A qué me agarro? La palabra del Señor permanece para siempre 22.

7. Reprime, pues, tu lengua del mal, y tus labios para que no hablen mentira 23. Tú, que querías la vida, o mejor, que quieres la vida y días buenos, apártate del mal y haz el bien. Busca la paz 24 que deseamos todos, incluso en la mortalidad de esta carne, en la fragilidad de esta misma carne, en esta vanidad sumamente engañosa. Buscad todos la paz: Busca la paz y persíguela 25. ¿Dónde está? ¿Adónde la sigo? ¿Por dónde pasó? ¿Por dónde pasó, para seguirla? Pasó por ti, pero no se detuvo en ti. ¿A quién se lo digo? Al género humano; no a cada uno de vosotros, sino al género humano. La misma paz pasó por el género humano. Al pasar ella gritó el ciego 26, según la lectura que escuchamos ayer. ¿Y adónde va? Primero mira qué es la paz, mira a dónde va y síguela. ¿Qué es la paz? Escucha al Apóstol que, refiriéndose a Cristo, decía: Él es nuestra paz, que hizo de dos cosas una 27. La paz es, pues, Cristo. ¿Adónde se dirige? «Fue crucificado, sepultado, resucitó de los muertos, ascendió al cielo». He aquí a dónde se dirige la paz. 7. ¿Cómo la voy a seguir? «En alto el corazón». Escucha cómo has de seguirla. Cada día, efectivamente, lo escuchas de forma breve cuando se te dice: «En alto el corazón». A partir de ahí, piensa con mayor profundidad y la sigues. Pero escucha también una anchura mayor para seguir la paz verdadera, tu paz, la paz que por ti sufrió la guerra, la paz que, al soportar la guerra por ti, oró por los enemigos de la paz y dijo, cuando pendía de la cruz: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen 28. Era tiempo de guerra, y del madero brotaba la paz. Brotaba, sí, pero después, ¿qué? Ascendió al cielo 29. Busca la paz. ¿Y cómo la sigues? Escucha al Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde se halla Cristo sentado a la derecha de Dios; saboread las cosas de arriba, no las de la tierra. Estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces apareceréis con él también vosotros en la gloria 30. 8. He aquí los días buenos, deseémoslos; vivamos pensando en ellos y pensando en ellos oremos y demos limosnas.

8. He aquí que, con el favor de Dios, estamos en el invierno. Pensad en los pobres, en cómo vestir a Cristo desnudo. Mientras se leía el evangelio, ¿no hemos considerado todos dichoso a Zaqueo porque cuando, subido en un árbol, atento a ver al que pasaba 31, Cristo le miró? Efectivamente, ¿cómo iba a esperar él tenerlo como huésped en su casa? Cuando le dijo: Baja, Zaqueo, porque conviene que hoy me hospede en tu casa 32, oí el grito con que os congratulabais. Casi todos os imaginabais ser Zaqueo y recibisteis a Cristo. Por eso el corazón de todos vosotros dijo: «Dichoso Zaqueo. El Señor entró en su casa. ¡Dichoso él! ¿No nos podrá acontecer lo mismo a nosotros?» Cristo está ya en el cielo. Léeme en voz alta, ¡oh Cristo!, el Testamento Nuevo. Hazme dichoso con tu ley. Léelo tú también, cristiano, para que sepas que no se te priva de la presencia de Cristo. Escucha al que te ha de juzgar: Cuando lo hicisteis a uno de mis pequeños, a mí me lo hicisteis 33. Cada uno de vosotros espera recibir a Cristo sentado en el cielo; vedle yaciendo en un portal; vedle pasando hambre, frío; vedle pobre, peregrino. Haced lo que acostumbráis, haced lo que no acostumbráis. Es mayor el conocimiento, sean más las buenas obras. Alabáis la semilla, mostrad la mies. Amén.