SERMÓN 24

Traductor: Pío de Luis, OSA

Comentario de Sal 82,2

1. Demos gracias al Señor, Dios nuestro, y tributemos una alabanza generosa al Dios a quien es conveniente entonar un himno en Sión 1. Gracias sean dadas a aquel a quien hemos cantado con corazón y voz devotos: ¡Oh Dios!, ¿quién hay semejante a ti? 2, porque experimentamos su santo amor incrustado en nuestros corazones; porque le teméis como a Señor y le amáis como a Padre. Gracias a él, al que se desea antes incluso de verle y a quien se le experimenta como presente y cuya venida se espera. Gracias a él, cuyo temor no aleja el amor, cuyo amor no es obstáculo para el temor. A él bendecimos, a él honramos, por nosotros y en nosotros. Pues el templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros 3. Ved ya cuánto vive o cómo vive, cuando las piedras de su templo 4 viven así. Pensad, hermanos, en lo que decís y a quién decís: ¡Oh Dios!, ¿quién hay semejante a ti? 5 Las piedras vivas dicen a quien las habita: ¡Oh Dios!, ¿quién hay semejante a ti? Preséntese ante vuestros corazones toda criatura, la tierra y cuanto hay en ella, el mar y todo lo que contiene, el aire y cuanto envuelve, el cielo y todo lo que abarca: Él habló y comenzaron a existir; lo mandó y fueron creados 6. Por tanto, ¡Oh Dios! ¿quién hay semejante a ti? Dígalo todo corazón creyente, dígalo toda lengua obediente, toda conciencia devota diga confiada: ¡Oh Dios!, ¿quién hay semejante a ti? Se lo dice a aquel de quien no se avergüenza. Es una forma digna que cuadra con las piedras vivas.

2. ¡Ojalá las piedras muertas experimenten en sí la misericordia de las piedras vivas! En cuanto a piedras muertas, no me refiero a aquellas con las que se levantan estas iglesias, ni siquiera a aquellas en que trabaja el cortafrío del artesano, ni a las que esculpió el hombre para que fuesen dioses; mejor, que esculpió el hombre para que se le llamen dioses sin serlo; no es a éstas a las que yo llamo piedras muertas, sino que se lo llamo a los hombres a los que tales dioses son iguales 7. Piedras vivas son aquellas a quienes se dirige el apóstol Pedro para decirles: Vosotros, hermanos, contribuid a la edificación del templo de Dios en calidad de piedras vivas 8. ¡Ojalá, pues, hermanos míos, las piedras muertas experimenten en sí la misericordia de las piedras vivas! ¿Por qué nos preocupamos? ¿Por qué corremos de un lado a otro, según la angostura o anchura de nuestro corazón? ¿De qué nos preocupamos, por qué nos afanamos, sino por librar una piedra de otra piedra? Las piedras vivas tienen ojos y ven; poseen oídos y oyen; están dotadas de manos y con ellas actúan; tienen pies y caminan 9. En efecto, conocen a su hacedor. En cambio las piedras muertas, conocen a sus piedras, miran a sus dioses, los adoran, y son conocidas, ofrecen el sacrificio y se convierten ellas mismas en sacrificio para el diablo. Si efectivamente, hermanos, tuviesen ojos para ver y oídos para oír 10, ¿les sería difícil ver que se están cumpliendo las profecías acerca de Cristo? ¿Sería acaso mucho examinar códices verídicos y los oráculos, no los falaces? Mas, ¿por qué no ven?, ¿por qué no oyen? También esto lo dijo el profeta: Sean semejantes a ellos quienes los fabrican y los que ponen en ellos su esperanza 11. Entonces, ¿son gente ya sin esperanza o de quien no cabe esperar ya nada? De ningún modo. Pero ¿qué se puede esperar de piedras muertas? ¿Qué otra cosa pensáis, sino lo que ya tenemos escrito: Poderoso es Dios para hacer surgir de estas piedras hijos de Abrahán12

3. Así, pues, amadísimos, puesto que ya sabéis a qué Dios hemos dicho: ¡Oh Dios!, ¿quién hay semejante a ti? 13, es decir, a aquel de quien no nos avergonzamos, cuya inscripción no la leemos en una piedra, sino que la llevamos en el corazón, cuyo nombre es conocido de todos y vive en los que creen en él, habita en los que le están sumisos, derriba a los soberbios. Puesto que sabemos a quién hemos dicho: ¡Oh Dios!, ¿quién hay semejante a ti?, no nos impulsen a odiarles hombres que hizo Dios; al contrario, impúlsennos a odiar cuanto el hombre mismo hizo de mal en el hombre creado bueno por Dios. Hombre es una sola palabra. Busco al hacedor de esta criatura: es Dios. ¿Acaso Dios es creador solamente del hombre? ¿No lo es también de las bestias, del pez y del ave, del ángel, del cielo y de la tierra, de los astros, del sol y de la luna y de todo lo creado y gobernado, sea superior o inferior, sea de los infiernos o de los cielos, conectados entre sí por el vínculo de la unidad? ¿Acaso no es Dios también el artífice de todas estas cosas? Sí, pero al hombre lo hizo a su imagen y semejanza 14. A cierta semejanza se llama hombre: ¿Qué grado de semejanza? ¿Qué es semejante y a quién? ¿El hombre a Dios? ¿Qué es el hombre, sino que te acuerdas de él15 Hechos a su imagen y semejanza, digamos a nuestro Dios: ¡Oh Dios!, ¿quién hay semejante a ti? 16 Pues añadió: Recuerda que somos polvo 17. Por tanto, estás lejos de la semejanza con Dios. El hombre fue hecho a semejanza de Dios, pero esa semejanza dista tanto que no admite una comparación decorosa. Y, sin embargo, el corazón del hombre, el corazón del cristiano que no puede decir: «al hombre dios», lee de buena gana «al dios Hércules». La inscripción no habla, pero en ella se lee «al dios Hércules». ¿A quién señala? Dígalo aquel a quien señala. Tanto la inscripción como aquel a quien señala son mudos; uno y otro carecen de sentidos; arriba hay una mentira, abajo una representación. Una inscripción que acusa a quien la escribió y confunde a quien la adora; una inscripción que, en lugar de recomendar a un Dios-piedra, revela a un hombre necio; una inscripción que atribuye el nombre de Dios a una estatua y borra del libro de los vivos el nombre del adorador. ¿Experimenta en sí un mínimo de sensibilidad?

4. Sin embargo, como Dios tiene poder para hacer que surjan hijos de Abrahán de estas piedras 18, mire lo que hizo en el hombre. Mire ese Dios, a quien hemos dicho: ¡Oh Dios!, ¿quién hay semejante a ti? 19, lo que hizo en el hombre mismo, destruya lo hecho por el hombre contra él que hizo al hombre. Golpéelo y sane; dele muerte y recobre la vida 20. Pues al que antes dijo: Señor, ¿quién hay semejante a ti?, añadió a continuación: No calles ni te muestres manso, ¡oh Dios! 21 ¿Qué decir? ¿Acaso en este cántico hemos invitado, hermanos míos, a airarse a Dios, a quien hemos dicho: No calles ni te muestres manso, ¡oh Dios!, sea que nos dirijamos a quien envió, sea a quien vino y dijo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón 22? El manso y humilde de corazón es Cristo, el Hijo de Dios. ¿Qué pensar? Él dijo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y nosotros le hemos dicho: No calles ni te muestres manso, ¡oh Dios! Pero respóndanos él: «Hombre, ¿te parece poco el que tú no aprendas de mí a ser manso, que hasta quieres enseñarme a que deje de serlo yo?» Ved, hermanos, estad atentos, ayudadme con vuestra piadosa atención y casta oración; ayudadme a salir en su nombre de este callejón. Las palabras divinas parecen oponerse entre sí; parece que afirman lo contrario, si no se da una correcta comprensión, si no la recibimos de aquel a quien hemos dicho: ¡Oh Dios!, ¿quién hay semejante a ti?, porque también él dijo: Te daré la comprensión 23. Recibámosla. Conocemos estas palabras: Os doy mi paz 24, palabras que pronuncia Cristo para que los cristianos vivan en paz entre sí. ¿Cómo le imitarán? ¿Cómo van a escucharle, si las mismas palabras divinas no son capaces de mantener la paz entre ellas? Prestad atención, contemplad como un eco de expresiones contrarias. Venid a mí 25 y aprended de mí 26. ¿Qué cosa? En primer lugar, ¿quién llama? ¿A quién llama? ¿A qué llama? Mira quién llama: Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque escondiste estas cosas a los sabios y prudentes y las manifestaste a los pequeños. Así ha sido, Padre, porque así ha sido de tu agrado. Todo me lo entregó mi Padre 27. He aquí quién llama: Todo me lo entregó mi Padre y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar 28. ¡Enorme grandeza e inefable profundidad! Todo -dice- me lo entregó mi Padre. Sólo yo le conozco y sólo él me conoce. ¿Qué? ¿Quedamos excluidos nosotros? ¿No le conocemos nosotros? ¿Dónde queda aquello: A quien el Hijo se lo quiera revelar?

5. Vuestro afán y entusiasmo por la fe, el ardor del amor y la abundancia de celo por la casa de Dios 29 se ha manifestado en vuestros gritos, que, suficientemente claros, pusisteis como testigos de vuestro corazón. Permitid que se manifieste también la preocupación por esta vuestra voluntad en aquellos pocos fieles de Dios que os gobiernan. Vosotros, hermanos -como dijo él-, sois el pueblo de Dios y las ovejas de sus pastos 30. Tenéis pastores que hacen las veces de Dios, siervos ellos también y miembros del Pastor. La intención de la multitud y su voluntad de llevar a cabo algo podrá manifestarse en estos gritos; sin embargo, el cuidado que unos pocos tienen por vosotros debe mostrarse no con palabras, sino con hechos. Por lo tanto, hermanos, puesto que lo que os correspondía a vosotros lo habéis cumplido ya con vuestra aclamación, permitidme mostraros si también vamos a cumplir con hechos lo que nos corresponde a nosotros. Nosotros os hemos examinado ya; examinadnos vosotros a nosotros, por si, después de estas voces, testigos de vuestro corazón y de vuestro deseo, hemos sido perezosos a la hora de llevar a efecto lo que convenía hacer. ¡No nos suceda que vosotros seáis hallados probos y nosotros réprobos! Mas dado que, respecto a lo que aclamasteis, es idéntico nuestro deseo y el vuestro -aunque no puede serlo el modo de actuar-, opinamos, amadísimos, que conviene que nosotros aceptemos de vosotros el deseo y que vosotros esperéis de nosotros la decisión para actuarlo. Para que no exista discordia entre los miembros de Cristo 31, realicen todos las funciones que les son propias en el cuerpo. Haga el ojo, colocado en la parte superior, lo que al ojo pertenece; la oreja lo que corresponde a la oreja, y lo mismo las manos y los pies, respectivamente, para que no existan divisiones en el cuerpo, sino que se mantenga unido de modo que, pensando en él, todos los miembros se preocupen unos de otros 32. Así, pues, nos alegramos y congratulamos con vuestra caridad, porque obedecisteis al señor santo, obispo vuestro y colega mío, en lo que os dijo esta mañana. Continuad así, no os apartéis de este camino para no caer. Grande será la ayuda de Dios para realizar lo que queréis si hacéis lo que él manda. Pues -como había comenzado a decir-, ¿qué es el hombre 33, todo hombre, sin excepción? ¿O qué es la vida de los hombres que -como está escrito- es vapor que aparece por un instante 34? Reflexionad, pues, hermanos, sobre nuestra fragilidad, nuestra bajeza, la condición de la carne, el rápido pasar por este mundo, y ved que sólo os irá bien cuando toda vuestra esperanza repose en la única persona sobre la que puede colocarse con garantías. ¿Cómo reposará en ella nuestra esperanza, a no ser que obedezcamos sus preceptos?

6. ¿Por ventura os decimos: «Dejad de querer tal cosa»? Al contrario, damos gracias al Señor, porque queréis lo que quiere Dios. Dios quiere la extirpación de toda superstición de paganos y gentiles; la mandó, la predijo 35, comenzó ya a llevarla a efecto, y en muchos lugares de la tierra ya la ha realizado en gran parte. Si nuestro deseo comenzase a realizarse a partir de esta ciudad, pretendiendo que, antes que en cualquier otro lugar, se aboliesen aquí las supersticiones de los demonios, tal vez sería una tarea un tanto ardua, aunque no para perder la esperanza. Mas si estas cosas se han llevado a cabo ya con eficiencia donde comenzaron a ponerse en práctica y sin ejemplos precedentes, ¡con cuánta mayor eficacia creemos que, en el nombre del Señor y con el auxilio de su diestra, puede hacerse realidad también aquí y ahora, cuando ya se proclaman ejemplos previos! Habéis gritado: «Como en Roma, así también en Cartago». Si ya existe un precedente en la cabeza de la gentilidad, ¿no lo han de seguir también los miembros? Reflexionad, hermanos; advertidlo en los libros mismos de los gentiles, escuchadlo de boca de aquellos que permanecieron para muestra de su infelicidad; conoced sus escritos, ya escuchándolos, ya leyéndolos y ved que a los dioses de allí y a los de aquí los llaman romanos. En consecuencia, también a los dioses de aquí se les llama romanos. Cuando, rugiendo el furor de los paganos, se obligaba a los cristianos a adorar tales dioses, al negarse a ello tenían que soportar su crueldad, que llegaba hasta el derramamiento de sangre. Era evidente que todo el delito de los mártires cuya sangre se derramaba consistía en no adorar a los dioses romanos, rechazar la participación en las ceremonias de culto romanas, no presentar súplicas a los dioses romanos. Todo el furor, toda la hostilidad, traía su origen del nombre de los dioses romanos. Por tanto, si han desaparecido de Roma, ¿por qué han permanecido aquí? Prestad atención a esto, hermanos; esto he dicho; impedid esto. Dioses romanos, dioses romanos, dioses romanos; si, pues, si los dioses romanos desaparecieron de Roma, ¿por qué han permanecido aquí? Si hubieran podido andar se podría decir que de allí huyeron hasta aquí. Pero no huyeron; permanecieron allí, en Roma. Al que en otro tiempo se llamaba dios Hércules, ya no está en Roma. Aquí, sin embargo, hasta quiso tener barba dorada. Me equivoqué al decir «quiso tener». Pues, ¿qué puede querer una piedra inanimada? Luego él nada quiso, nada pudo, pero quienes quisieron verle con barba dorada se avergonzaron de él al verle rasurado. Pero ignoro qué tipo de sugestión se coló furtivamente en el nuevo juez. ¿Qué ha hecho? No intentó que un cristiano adorase tal piedra, sino que ese cristiano participase en la superstición de rasurar la piedra; no le impulsó a obsequiarla, pero le incitó a vengarse de esa manera. Juzgo, hermanos, que fue más vergonzoso para Hércules el que le cortasen la barba que si le hubiesen cortado la cabeza. Lo que fue puesto por un error de los paganos fue eliminado con desdoro para ellos. Hércules suele tenerse por el Dios de la fortaleza: toda su fuerza radica en su barba. Para mal suyo relució. Al no relucir con la luz del Señor, su brillo procedía no de la luz, sino del luto.

7. Guarden, pues, silencio; miren ahora a qué Dios leen y dicen los fieles: ¡Oh Dios!, ¿quién hay semejante a ti? No calles ni te muestres manso, ¡oh Dios! 36 Esto me había propuesto demostrar: cómo el no mostrarse manso no implica destruir a los hombres, sino a los errores. No se muestra manso, luego se irrita; si es manso, también se compadece. Se aíra y se compadece: se aíra para herir; se compadece para sanar; se aíra para ocasionar la muerte, se compadece para donar la vida. En un mismo hombre hace lo uno y lo otro. Por tanto, no se trata de que ocasione la muerte a unos y done la vida a otros, sino de que se muestra airado y manso con las mismas personas. Se aíra con los errores, es benigno con las costumbres sanas. Yo heriré y yo sanaré; yo daré muerte y haré vivir 37. Al único Saulo, después llamado Pablo, le derribó y le levantó 38. Le derribó aún no creyente, le levantó ya creyente; derribó al perseguidor, levantó al predicador. Si no se aíra, ¿cómo le fue cortada la barba a Hércules? Lo realizó por medio de los fieles, de los cristianos, por las autoridades establecidas por él y sometidas ya al yugo de Cristo. Por lo tanto, hermanos, aceptad esto de buena gana y, con la ayuda del Señor, esperad ya mayor prosperidad en las demás cosas.