La visión de Dios (Sal 72,24)
1. 1. Admitamos que lo que hemos cantado al Señor es el tema que él me propone para que os hable. Verse sobre ello mi sermón. Y aquel a quien hemos dicho: Sostuviste mi mano derecha, me sacaste por tu voluntad y me acogiste con gloria 1, él mismo acoja nuestros corazones con vistas a una comprensión más clara, y con su misericordia y su gracia nos ayude a todos: a mí a hablar, a vosotros a juzgar. Para dar facilidades a mi voz, me veis en un lugar más elevado; no obstante ello, vosotros sois los que juzgáis y yo el juzgado. Se nos denomina doctores, pero en muchas cosas busco un doctor y no deseo ser tenido por maestro. Es peligroso y lo ha prohibido el Señor mismo al decir: No queráis que os llamen maestros; uno solo es vuestro maestro, Cristo 2. Si ser maestro implica peligro, ser discípulo conlleva seguridad. Por eso dice el salmo: Darás a mi oído el gozo y la alegría 3. Más seguro está quien oye la palabra que quien la pronuncia. Así, aquél, seguro, se mantiene en pie, la escucha y goza con la voz del esposo 4.
2. 2. Ved lo que dice el Apóstol, quien por necesidad había asumido el papel de doctor: Estuve en medio de vosotros con gran temor y temblor 5. Lo más seguro, sin embargo, es que tanto yo que os hablo, como vosotros que me escucháis, sepamos que todos somos condiscípulos del único maestro. Esto es lo más seguro, y conviene que me escuchéis no como a maestro, sino como a un condiscípulo vuestro. Considerad, pues, que se me ha inspirado una preocupación allí donde se dice: Hermanos, no os hagáis maestros muchos pues todos tropezamos en muchas cosas 6. ¿Quién no temerá, si el Apóstol dice todos? ¿Cómo continúa? El que no falta al hablar es varón perfecto 7. ¿Quién osará decir que él es perfecto? Así, pues, quien está en pie y escucha 8 no falta al hablar 9. Sin embargo, quien habla, aun si no peca -lo cual es difícil- sufre ante el temor de faltar. Conviene, por lo tanto, que vosotros no sólo oigáis a los que os hablan, sino que además os compadezcáis de los que temen, de modo que en cuanto decimos de verdadero -puesto que todo lo que es verdadero participa de la verdad- le alabéis a él, no a nosotros; donde, por el contrario, como hombres tropezamos, levantéis a él vuestra oración por nosotros.
3. 3. La Escritura es santa, es veraz, es irreprensible. Toda Escritura divinamente inspirada es útil para enseñar, para argüir, para exhortar, para instruir 10. Nada hay de qué acusar a la Escritura si tal vez nosotros, no habiéndola entendido, nos desviamos en algo. Cuando la comprendemos, somos rectos; cuando, no entendiéndola, estamos torcidos, la dejamos a ella recta; pues, aunque nos torzamos nosotros, no la torcemos a ella; al contrario, ella se mantiene recta, para que, volviendo a ella, nos hagamos rectos. Sin embargo, con el fin de ejercitarnos, la misma Escritura habla en muchos lugares como carnalmente, aunque ella es siempre espiritual. La ley -dice el Apóstol- es espiritual; yo, sin embargo, soy carnal 11. Aunque ella es espiritual, con frecuencia, camina casi carnalmente acompañando a los carnales. Pero no quiere que permanezcan carnales, pues también a la madre le gusta de nutrir a su pequeño, pero no desea que permanezca pequeño. Lo lleva su seno, lo cuida con sus manos, lo consuela con sus caricias, lo alimenta con su leche: todo esto hace al pequeño, pero desea que crezca, para no tener que hacer siempre esas cosas. Mirad al Apóstol; es mejor que le miremos a él, pues no tuvo reparo en llamarse madre cuando dice: Me hice pequeño en medio vosotros, como nodriza que cría a sus hijos 12. Hay nodrizas que ciertamente crían, pero no a hijos suyos. Igualmente existen madres que los confían a las nodrizas, y no crían personalmente a sus hijos. El Apóstol, sin embargo, con natural y abundante afecto, asumió el papel de nodriza al decir criar y el de madre añadiendo a sus hijos. El mismo que nutre y cría dice en otro lugar que poco ha recordamos: Estuve en medio de vosotros muy tímido y tembloroso 13.
4. 4. Pero dices tú: «¿Cómo eran aquellos, para que él estuviese a su lado con gran temor y temblor?» Como a niños pequeños en Cristo -dice- os di a beber leche, no alimento sólido, pues no lo podíais soportar; pero ni aun ahora lo podéis soportar, dado que sois todavía carnales 14. A los que llama carnales, les llama, no obstante, pequeños en Cristo; los recrimina sin abandonarlos. Son carnales y pequeños en Cristo; pero no quiere que sean carnales los que afirma que son pequeños en Cristo. Desea que sean espirituales, que juzguen de todo y no sean juzgados por nadie. El hombre animal -como él mismo dice- no percibe las cosas que son del espíritu de Dios, pues para él son locura y no puede entenderlas, porque hay que juzgar espiritualmente. El espiritual juzga de todo: él, en cambio, por nadie es juzgado 15. El mismo dice: Hablamos sabiduría entre perfectos 16. ¿Para qué hablas, entonces, si lo haces entre perfectos? ¿Qué necesidad hay de que hables al hombre perfecto? Pero examina en qué es perfecto. Quizá no encuentro un conocedor perfecto, pero ya encuentro al perfecto oyente. Existe el perfecto oyente, capacitado ya por su inteligencia, al que el alimento sólido ni le causa molestia, ni le produce indigestión alguna. ¿Quién es éste y le alabaremos? 17 No dudo que existen algunos espirituales que oyen y juzgan rectamente. Estos no me causan fatiga: o bien descubre que soy carnal y me trata con misericordia, o comprende lo que digo y se congratula conmigo.
5. 5. Ved que asumí hablar de las palabras del salmo que hace poco cantamos: Sostuviste mi mano derecha 18. Dame un oyente carnal; ¿qué pensará, sino que Dios se apareció en forma humana, le sujetó la mano derecha, no la izquierda, le condujo a hacer su voluntad y le tomó para lo que quiso? Si esto es lo que ha entendido; mejor, si esto es lo que ha pensado, nunca comprende. Quien comprende, comprende algo verdadero. Quien, por el contrario, piensa en algo falso, no entiende. Por lo tanto, si, como hombre carnal, él pensara que la naturaleza y sustancia de Dios se compone de distintos miembros, con una determinada forma, circunscrita por la cantidad, localizada espacialmente, ¿qué voy a hacer con él? Si le digo: «Dios no es así», no lo entiende. Si le digo: «Así es», él casi comprende, pero yo le estoy engañando. No puedo decir: «Así es», para no mentir. Mentira que versaría no acerca de cualquier cosa, sino acerca de mi Dios, mi salvador 19 y redentor 20, mi esperanza, acerca de aquel a quien dirijo mi mano, mi deseo. No es algo sin importancia mentir sobre tal persona. Equivocarse sobre él es molesto y peligroso; pero mentir es fatal y dañino. No todo el que miente se equivoca; pero si cree que es verdad lo que no lo es, se engaña; si dice lo que piensa que es verdad, no miente, pero se engaña. Dios conceda no equivocarse a quien no quiso mentir.
6. 6. Por tanto, si -como dije- aquel nuestro pequeño se imagina a Dios como poseyendo miembros dispuestos por concretos lugares de su cuerpo, circunscrito por una figura, determinado por una forma, localizado espacialmente, movible de un lugar a otro, conforme a lo dicho: ¿A dónde iré que esté lejos de tu espíritu y a dónde huiré de tu presencia? Si subo al cielo, allí estás tú; si bajo al infierno, allí estás presente 21. Si Dios está en el cielo y en la tierra, si está presente hasta en el infierno, ¿qué hace ahora aquel niño? Si lo escucha, (no) busque, como la samaritana, los montes y templos donde pretende ir para encontrar a Dios, sea Jerusalén, sean los montes de Samaría 22: no corra hacia ningún templo visible, no busque templo alguno donde encontrarse con Dios. Sea él mismo el templo y a él vendrá Dios. Dios no lo desprecia, no huye de él, no desdeña venir a él; al contrario, se digna, si no se le desdeña. Escúchale haciendo promesas. Escucha de momento cómo se digna y promete, en vez de desdeñar y amenazar. Vendremos a él -dijo- yo y el Padre 23. Al que con anterioridad llamó amador suyo, obediente a sus preceptos, cumplidor de su mandamiento, amador de Dios, amador de su prójimo. Vendremos a él -dijo- y haremos morada en él 24.
7. 7. El corazón creyente no es estrecho para Dios, para quien era pequeño el templo de Salomón, pues cuando Salomón lo construía, dijo: Si ni el cielo del cielo te basta 25. Y, sin embargo, el templo de Dios, que sois vosotros, es santo 26. Nosotros -dijo en otro lugar- somos templo del Dios vivo. Y como si alguien le dijera: «¿Cómo lo pruebas?», respondió: Como está escrito, habitaré en ellos 27. Si algún gran protector tuyo te dijera: «Habitaré en tu casa», ¿qué harías? Sin duda, te turbarías, al ser tu casa tan pequeña; te sentirías completamente asustado, desearías que no viniese. No querrías verte en apuros al recibir al gran personaje, para cuya venida tu diminuta casa no sería suficiente. No temas la llegada de tu Dios; no temas el afecto que siente por ti. Cuando llegue, no te causará estrechez; al contrario te la dilatará. Mas para que sepas que te la agrandará, no sólo prometió que llegaría: Habitaré en ellos, sino que hasta la agrandaría, al añadir: y me pasearé 28. Esta anchura la ves si amas. El temor procura tormento 29; en consecuencia, produce angostura; por esto mismo, el amor produce anchura. Contempla la anchura del amor: Porque el amor de Dios -dice- se ha extendido en vuestros corazones 30.
8. 8. Pero tú buscabas un lugar para él. Que el mismo huésped lo dilate. El amor de Dios se ha extendido en vuestros corazones 31, no ciertamente por obra nuestra, sino por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Si el amor se ha extendido en nuestros corazones y Dios es amor 32, ved ya a partir de qué pequeña prenda se pasea Dios en nosotros. Hemos recibido algo como prenda. ¿Cómo es aquello por lo que se da algo como prenda, si la prenda es de esas características? Aunque es mejor la lectura de los códices que escriben «arras» que los que tienen «prenda». Los distintos traductores quisieron expresar la misma realidad. En el lenguaje ordinario, sin embargo, existe alguna diferencia entre arras y prenda. Cuando se da algo en prenda, eso se recupera una vez entregado aquello por lo que se había dado. No dudo que muchos de vosotros ya han entendido; no lo veo, mas por el diálogo, por el hablar unos con otros, advierto que los que lo han entendido quieren exponérselo a quienes aún no lo han conseguido. Lo diré, por lo tanto, algo más llanamente, para que todos lo comprendan. Recibes, por ejemplo, un códice de un amigo; para que te lo preste, le dejas algo como prenda. Cuando le hayas devuelto lo que de él recibiste y por lo cual diste aquello en prenda, él tendrá lo que le devolviste y tú recuperarás lo que le habías dejado en prenda, pues no se quedará con ambas cosas.
9. 9. ¿Qué decir, hermanos? Si Dios, por medio del Espíritu santo, nos donó ahora como prenda el amor 33, cuando nos otorgue la misma realidad prometida, y por la cual nos dio la prenda, ¿se nos quitará ésta? En ningún modo; al contrario, completará lo que nos dio. Por ello, es mejor hablar de arras que de prenda. Pues en un determinado momento te dispones a pagar un precio por una cosa que posees por un contrato de buena fe y anticipas una parte del importe. En este caso se trata de arras, no de una prenda, porque ha de completarse la cantidad pagada, sin recuperar lo ya pagado. Comprende ya, pues; si encuentro a un amante, tiene las arras y, a partir de esas arras, desea que se le dé lo que falta. Reflexione sobre las arras mismas: aquello de que son parte las arras, será completado. Piense en ellas, discuta sobre ellas consigo mismo, mírelas, pregúnteles por la totalidad que aún no ve, no sea que desee recibir la totalidad de otra cosa distinta de la que ellas eran parte. Tal vez Dios va a dar oro; él mismo habrá de completar la totalidad del oro, y dio oro como arras. Sería de temer que tú, en lugar del oro, deseases plomo. Mira, pues, las arras que posees. Si yo pudiera inducirte a que lo veas, Dios es amor 34.
10. 10. De él tenemos una participación, con él hemos sido asperjados y rociados. ¿Cómo será la fuente, cuyo rocío es de tal naturaleza? Rociados con este rocío y ardiendo en deseos de llegar a la fuente, dile a Dios: Porque en ti está la fuente de la vida 35. El deseo tuvo su origen en este rocío; serás saciado en la fuente. En ella hay lo suficiente para nosotros. Los hijos de los hombres esperarán a la sombra de tus alas 36. ¿Por qué deseamos, como si fuera un gran bien, beneficios que Dios otorga también a las bestias? ¿Quién duda de que son ciertamente beneficios suyos? ¿De quién procede la salud, aunque sea la más escasa, sino de aquel de quien se ha dicho: La salud viene del Señor? 37
11. 11, Pero dice el mismo salmo: Tú salvarás, Señor, a los hombres y a las bestias, igual que se ha multiplicado tu misericordia, ¡oh Dios! 38 Tu misericordia es tan amplia que se extiende no sólo a los hombres, sino también a las bestias. Sobresales tanto por tu misericordia, que haces salir el sol sobre los buenos y los malos y haces que llueva sobre justos e injustos 39. ¿No reciben de ti nada específico tus santos, no recibe nada propio el hombre piadoso que no lo reciba también el impío? Ciertamente lo recibe. Escucha lo que sigue. Pues ya había dicho: Tú salvarás, Señor, a los hombres y a las bestias, igual que se ha multiplicado tu misericordia; luego añadió y dijo: Mas los hijos de los hombres. Entonces ¿qué dijiste poco antes? ¿Acaso quienes antes llamaste hombres no eran hijos de hombres? Tú salvarás, Señor -dijo- a los hombres y a las bestias: mas los hijos de los hombres. ¿Qué? Los hijos de los hombres esperarán a la sombra de tus alas 40. Esto no lo tiene en común con los animales de carga. Pero ¿por qué la distinción entre estos y aquellos hombres? ¿No son acaso también los hombres hijos de hombres? No cabe duda que lo son. ¿De dónde, pues, procede esta distinción, sino de que hubo un hombre que no era hijo de hombre? Hombre, no hijo de hombre, fue Adán; hombre, hijo de hombre, fue Cristo. Como todos mueren en Adán, así todos serán vivificados en Cristo 41. Buscan la salud con las bestias, que mueren, y mueren para no vivir más; y no buscan la salud con los hijos de los hombres para no morir ya más. 12. Se ha aclarado la distinción: unos pertenecen a los hombres; otros, como hijos de los hombres, al Hijo del hombre.
12. ¿Cómo continúa? Los hijos de los hombres esperarán a la sombra de tus alas 42. He aquí lo que espero; he ahí el objeto de mi esperanza. Pero la esperanza que se ve, no es esperanza 43. Por tanto, los bienes futuros prometidos embriagarán: Se embriagarán de la abundancia de tu casa 44. Tengo mis temores de que, al igual que poco antes buscaba en Dios los miembros de su cuerpo, así, hablando de la embriaguez que causa, piense en saciarse no de los bienes inefables, sino en una orgía de convites carnales. Digámoslo. Piense en lo que pueda si no puede hacerlo en algo mayor. No se separe del seno, pero crezca. Sigamos adelante y quienes estamos capacitados, en la medida en que lo estamos, deleitémonos espiritualmente. Se embriagarán -dice- de la abundancia de tu casa, y les darás a beber del torrente de tus delicias. ¿De qué vino, de qué mosto, de qué agua, de qué miel, de qué néctar? ¿Buscas qué beber? Porque en ti está la fuente de la vida 45. Bebe la vida si eres capaz. Prepara, no la gula, sino la conciencia; no el vientre, sino la mente. Si has oído y entendido, si has amado cuando estaba en tu poder, ya bebiste de ella.
13. 13. Considera lo que has bebido. Has bebido el amor. Si lo has conocido, Dios es amor 46. Por lo tanto, si bebiste el amor, dime dónde lo bebiste. Si lo conoce, si lo has visto, si amas, ¿de dónde procede ese amor? Todo lo que amas rectamente, lo amas con el amor. ¿Cómo con el amor? ¿O qué amas tú que amas el amor? Vino a ti, lo conoces y lo ves. Pero no se le ve en un determinado lugar, ni se le busca con los ojos corporales para amarlo más apasionadamente, ni se le oye al hablar, y cuando vino hacia ti no se le sentía al caminar. ¿Acaso sentiste alguna vez los pasos del amor paseándose por tu corazón? ¿Qué es, pues? ¿A quién pertenece eso que está ya en ti y no es percibido por ti? Aprende a amar así a Dios.
14. 14. Pero Dios se paseó por el paraíso 47, fue visto junto a la encina de Mambré 48 y habló con Moisés cara a cara en el monte Sinaí 49. ¿Y qué se sigue de ahí? Que, aunque no se le siente al caminar, se le vio en cierto lugar. ¿Quieres oír al mismo Moisés, para que, como niño inquieto, no me molestes más a mí que deseo alimentarte? ¿Deseas, pues, oír al mismo Moisés? Ciertamente hablaba cara a cara con Dios 50. ¿A quién, sino al mismo con quien hablaba, decía: Si he hallado gracia delante de ti, manifiéstateme? 51 Habla con él cara a cara, como quien habla con su amigo 52, y le dice: Si he hallado gracia delante de ti, manifiéstateme claramente 53. ¿Qué veía y qué conocía? Si no era él, ¿cómo le dice: Manifiéstate a ti mismo? No podemos decir que no era él. Si no hubiese sido él mismo, le hubiese dicho así: «Muéstrame a Dios». Por lo tanto, cuando dice: Manifiéstateme, demuestra que era el mismo que quería que se le manifestase. Y hablaba con él cara a cara como quien habla con un amigo. ¿Quieres, pues, escuchar? Si lo entiendes, Dios se aparecía a Moisés manteniéndose oculto. Pues, si no se le hubiese aparecido, no hubiera tenido a quién hablar cara a cara diciendo: Manifiéstateme. Pero si aún no estuviese oculto, no buscaría todavía verle a él mismo. Si lo captas, si lo entiendes, Dios puede manifestarse y quedar oculto simultáneamente; manifestarse en una figura y permanecer oculto en su naturaleza.
15. 15. Si en la medida de tu capacidad has comprendido esto, estate atento, no sea que solapadamente se te deslice el pensamiento de que Dios, al manifestarse, cambia su naturaleza en la figura externa en que quiere hacerlo. Dios es inmutable, no sólo el Padre, sino el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En el principio era el Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios 54. La Palabra misma, por ser Dios, es inconmutable, como Dios junto al cual es Dios. No pienses que sufre algún detrimento, algún cambio. Pues Dios es el Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de variación 55. «Si, pues, es inmutable -dices- ¿qué es aquella figura en la que se apareció como quiso y a quien quiso, ya paseando 56, ya mediante sonidos 57, ya mostrándose a los mismos ojos carnales 58?» ¿Me preguntas a mí qué es aquello mediante lo cual Dios se hace presente, como si yo pudiese explicar de qué hizo el mundo, de qué el cielo, la tierra y de qué te hizo a ti? «Ya lo sé -dirás-; me hizo del barro» 59. Admitido, te hizo del barro. Pero ¿de qué sacó el barro? «De la tierra» -respondes-. Opino, sin embargo, que no de una tierra que hiciese otro, sino de aquella que creó quien hizo el cielo y la tierra 60. ¿De qué, pues, hizo esta misma tierra? Habló él y comenzaron a existir 61. Bien, has respondido óptimamente; reconoces: Habló y comenzaron a existir. No quiero saber más; de igual manera, tampoco tú quieras saber más, cuando digo: Lo quiso y se dejó ver.
16. 16. Se apareció como juzgaba adecuado; se mantuvo oculto, conforme a su ser. El verdadero afecto no se ve, no se ve el cariño, no se ve el amor. Poseyendo la prenda, levántese en llamas hacia aquello que anhelaba también Moisés, que decía a aquel al que estaba viendo: Manifiéstateme 62. Por tanto, si buscamos esto, somos hijos de Dios: Pues somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es 63. No como fue visto junto a la encina de Mambré 64; no como se apareció a Moisés 65, en modo que tengamos todavía que decirle: Manifiéstate a nosotros, sino que le veremos tal cual es. ¿En virtud de qué? Porque somos hijos de Dios. Y ello no por nuestros méritos, sino por gracia de su misericordia. Pues reservando, ¡oh Dios!, tu lluvia voluntariamente sobre tu heredad: y se debilitó, no presumiendo de ver por sí misma lo que no ve, sino creyendo lo que desea ver. Tú, sin embargo, la perfeccionaste 66. Así, pues, su heredad ya perfecta y sus hijos le veremos como es 67.
17. 17. ¿Qué dijo el Señor de los hijos? Dichosos los que construyen la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios 68. Por lo tanto, si de estas impenetrables y dificilísimas cuestiones no hemos entendido algo de forma plena, investiguémoslo pacíficamente. Que nadie por favorecer a uno se engría contra otro 69. Pues, si tenéis un celo cargado de amargura y existen disputas entre vosotros, no es ésta una sabiduría que desciende de lo alto, sino terrena, animal, diabólica 70. Así, pues, somos hijos de Dios y reconocemos que lo somos, pero no somos reconocidos como tales, si no somos pacíficos. Pues no tendremos con qué ver a Dios si por riñas entre nosotros cerramos el ojo con que podíamos verle.
18. Atiende a lo que él dice y por qué hablo con temor y temblor. Buscad la paz con todos y la santificación, sin la cual nadie podrá ver a Dios 71. ¿Cómo llenó de terror a quienes aman? Efectivamente, no causó pavor sino a quienes aman. ¿Acaso dijo: Buscad la paz con todos y la santificación, y si alguno no la poseyera será enviado al fuego eterno, con él será atormentado, será entregado a verdugos incansables? Todo ello es verdadero, pero no fue eso lo que dijo. 18. Quiso que amases el bien, no que temieras el mal, y lo mismo que deseabas lo convirtió en fuente de temor para ti. Has de ver a Dios. ¿Por tal motivo desprecias a los otros, por ello promueves contiendas, por ello agitas a las masas? Buscad la paz con todos y la santificación, sin la cual nadie podrá ver a Dios. ¡Cuán estúpidos serían dos que, deseando contemplar la salida del sol, discutiesen entre sí sobre la parte por la que ha de salir y cómo se le puede ver y, a consecuencia de la disputa, se golpeasen, golpeándose se cegasen los ojos, de modo que ya no pudieran verlo salir! En consecuencia, para que podamos contemplar a Dios, purifiquemos nuestros corazones mediante la fe, sanémoslos con el amor, afiancémoslos en la paz, porque aquello mismo en virtud de lo cual nos amamos unos a otros, procede ya de aquel a quien deseamos ver.