Comentario del Sal 40,5
1. Aunque somos muchos, hemos cantado con voz concorde, porque todos somos uno en Cristo 1. Pues el pueblo que dice en plural: Padre nuestro 2, es el mismo pueblo que dice: Yo dije: Señor, apiádate de mí, porque he pecado contra ti 3. Muchos quisieran pecar sin que se les atribuyesen sus pecados. Mas considere vuestra santidad cómo los hombres soberbios rehúsan alabar a Dios. No quieren que se les atribuya el mal que hacen y comienzan a decir que fue obra del destino o del hado. Pero alguno dice: «Lo hizo el diablo», para no tener que decir: «Lo hice yo». Aleje, pues, de en medio de sí todas estas cosas quien así habla, ya que el destino es una quimera humana y el hado es una entidad huera. El que piensa que el hado es algo, él mismo se hace un necio. Y el diablo, aunque es nuestro enemigo 4, hace caer al que consiente; no tiene fuerza para obligar, sino astucia para proponer. Pero sí sólo hablase el diablo proponiéndonos el mal, y no Dios enseñándonos el bien mediante las Escrituras, tendrías una excusa ante él. Le dirías: «¿A quién había de prestar oído sino al que me hablaba, ya que tú callabas?» Mas, como el diablo no deja de proponerte el mal y Dios no deja de exhortarte al bien, quedando tus oídos a mitad camino entre el diablo que te propone el mal y Dios que te ordena el bien, ¿por qué se inclinan a las palabras del diablo y se apartan de las de Dios? Te dice el diablo: «Roba»; te dice Dios: «No robes». Si prestaras oídos a los dos, obrarías pésimamente. Y, con todo, ¿cómo podrías obedecer a los dos que mandan cosas contrarias, siendo así que Cristo Dios dice: Nadie puede servir a dos señores 5? Advierte ya cómo eres si desprecias la exhortación de Dios y das tu asentimiento al diablo que te engaña. Cuando vayas a hacerlo, reflexiona al menos y no lo hagas ya. Y si ves que has obrado mal, confiesa a Dios tu pecado y no acuses al diablo. De este modo podrás decir con verdad: Yo dije: Señor, apiádate de mí; y sana mi alma porque he pecado contra ti 6. No es el destino el que ha pecado; no es el hado el que ha pecado: sana mi alma porque he pecado contra ti. ¿Y qué he de hacer? Dado que pequé, estoy enfermo; si estoy enfermo, sana mi alma. Esto es decir la verdad al médico y llamarle. Si -como dije- pretendes atribuir tus pecados a otros: o al destino, o al hado o al diablo, y no a ti mismo y, a su vez, pretendes atribuirte a ti mismo las buenas obras y no a Dios, andas fuera del camino. La verdad, en cambio, es esta: todo lo malo que haces, lo haces por tu propia maldad; lo que haces bien, lo haces por la gracia de Dios.
2. Pero considerad cómo no sé que hombres, sin quererlo, acaban blasfemando hasta el punto de querer acusar a Dios. Pues cuando uno comienza a echar la culpa al destino, sosteniendo que él le obligó a pecar y que fue él mismo el que pecó en él; cuando comienza a echar la culpa al hado, se le pregunta: «¿Qué es el destino, qué es el hado?» Y comienza a decir que los astros le forzaron a pecar. Considerad cómo de un modo paulatino su blasfemia se dirige contra Dios ¿Quién puso los astros en el cielo? ¿No fue Dios, el creador de todas las cosas? Por tanto, si él puso allí los astros que te fuerzan a pecar, ¿no te parece que es él mismo el causante de tus pecados? Advierte cuán fuera de camino andas tú, oh hombre, que, mientras Dios te acusa de tus pecados, no para castigarte, sino para liberarte a ti, corregidos ellos, tú, al contrario, a causa de tu mismo extravío, cuando haces algún bien te lo asignas a ti, y cuando haces algún mal lo cargas a Dios. Da marcha atrás de ese extravío; entra en el recto camino, comienza a oponerte a ti mismo y a llevarte la contraria. ¿Qué te decías antes?: «Lo que hago bien, lo hago yo; lo que hago mal, lo hace Dios». La verdad suena, más bien, así: el bien que haces, lo hace Dios; el mal que haces, lo haces tú mismo. Si te dices esto último, no cantas en vano: Yo dije apiádate de mí, Señor, y sana mi alma, porque he pecado contra ti 7. Pues si, cuando obras el mal, lo hace Dios y, cuando obras el bien, lo haces tú, hablas de manera inicua contra Dios. Escucha también a este propósito lo que dice el salmo: No alcéis vuestra frente, ni habléis inicuamente contra Dios 8. Hablabas inicuamente contra Dios cuando querías atribuirte a ti todo el bien y a Dios todo el mal. Cuando alzabas tu frente con orgullo, hablabas inicuamente contra Dios; cuando hablas con humildad, mantienes la equidad. ¿Cuál es la equidad que hablas mantienes al hablar con humildad? Yo dije, apiádate de mí, Señor, y sana mi alma, porque he pecado contra ti 9.
3. Por tanto, habiendo dicho el salmo: No alcéis vuestra frente ni habléis inicuamente contra Dios, añade en seguida: Porque ni del oriente, ni del occidente, ni de los montes desiertos; porque Dios es juez, y a uno abate y a otro exalta 10. Está viendo dos hombres, es decir, dos clases de hombres. ¿A qué dos hombres está viendo? A uno orgulloso, a otro que confiesa (su pecado); a uno que habla con equidad, a otro que habla inicuamente. ¿Quién habla con equidad? El que dice: «He sido yo el que ha pecado» ¿Y quién habla inicuamente? El que dice: «No he sido yo el que ha pecado, sino que pecó el destino, el hado». Por tanto, si estás viendo dos hombres, uno que habla con equidad y otro que habla inicuamente, uno humilde y otro orgulloso, no te extrañes de que el salmo diga a continuación: Porque Dios es el juez; a uno abate, a otro exalta 11. Y me quedé corto al decir: Hermano, no te atribuyas a ti las obras buenas que haces y a Dios las malas; pues también te desaprueba Dios si le atribuyes y le agradeces las mismas obras buenas que realizas, pero lo haces enalteciéndote por encima de los que aún no obran el bien, creyendo haber casi alcanzado ya la santidad plena; Dios te desaprueba si, porque no matas, no cometes adulterio, no robas, o porque ayunas y das limosna, piensas haber alcanzado ya la cima de la santidad, y desprecias a los que no ayunan o dan limosna, y te enorgulleces como si fueras una persona sana que contempla a otras enfermas. Por mucho que hayas progresado, no debes mirar al trayecto recorrido, sino a lo que aún te queda hasta llegar al término del camino y gozar en la patria, hallando tu exaltación en el rey de la patria misma que, por ti, se hizo humilde.
4. Esta es la razón por la que el Señor nos presentó a dos personajes en el templo. Así lo dice el Evangelio: Contra aquellos que se consideraban a sí mismos justos y despreciaban a los demás, les dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro publicano 12. Los fariseos eran algo así como los principales entre los judíos, o como sus doctores o sus santos; en cambio, a los publicanos los tenían ellos por pecadores vitandos. Ambos, pues, subieron a orar al templo, y el fariseo comenzó a decir: ¡Oh Dios!, te doy gracias. Advertid que daba gracias a Dios por lo que tenía de bueno; pero advertid también por qué fue reprobado: despreciaba al otro, al que consideraba pecador. Escucha, por tanto, las siguientes palabras: Te doy gracias porque no soy como los demás hombres: injustos, ladrones, adúlteros; ni como ese publicano 13. Miró al publicano y lo despreció; se encumbró a sí mismo y nada pidió a Dios; únicamente le daba gracias por lo que tenía, como si ya fuera perfecto. Y comienza a enumerar en presencia de Dios sus propios méritos: Ayuno dos veces por semana, reparto el diezmo de cuanto poseo 14. Se había acercado al médico para que le curara, y mostraba solamente los miembros sanos, y le ocultaba las llagas. El publicano, por el contrario, de pie a un lado, no se atrevía ni a levantar sus ojos al cielo, sino que golpeaba su pecho diciendo: Señor, ten piedad de mí, que soy pecador 15. Ved cómo no pretendía evitar que se le acusase; él mismo se acusaba y se zahería; con la mano golpeaba su pecho, con el dolor su conciencia, y confesaba su pecado a Dios. Advierta vuestra santidad cómo Dios humilla a aquél y exalta a éste 16. Escuchad las siguientes palabras del Señor: En verdad os digo que el publicano descendió del templo justificado y no el fariseo 17. Es como si le preguntaras: «Señor, ¿por qué así?», y te respondiera: Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido 18. Hermanos amadísimo, manteniéndoos en el camino de la humildad, progresad, absteneos de toda iniquidad y de toda maldad. Purificad más y más vuestras costumbres con la ayuda de Dios a quien confesáis. Vueltos al Señor...