SERMÓN 9

Traductor: Pío de Luis, OSA

Los diez mandamientos de Dios (Ex 20,2-17) y la cítara de diez cuerdas

1. 1. Nuestro Dios y Señor, misericordioso y compasivo, magnánimo, sumamente benigno y veraz 1, igual que prodiga con largueza la misericordia en la vida presente, amenaza severamente con el castigo en la vida futura. Las palabras que acabo de mencionar están escritas y contenidas en la divina autoridad: Dios es misericordioso y compasivo, magnánimo, sumamente benigno y veraz. Mucho agrada a todos los pecadores y amadores de este mundo que el Señor sea misericordioso y compasivo, que sea magnánimo y sumamente benigno. Pero si amas tantas misericordias suyas, teme también lo que allí se menciona en último lugar: y veraz. En efecto, si sólo dijera: El Señor es misericordioso y compasivo, magnánimo y sumamente benigno, te encaminarías a la seguridad, impunidad y libertinaje de los pecadores; harías lo que te viniera en gana, usarías del mundo o de cuanto se te permitiera, o de cuanto la lujuria te mandara. Y si alguno, con advertencia benévola, te increpara y infundiera temor para que te cohibieras del inmoderado flujo en el ir en pos de tus torcidos deseos y en el abandonar a tu Dios, interrumpiéndole, te opondrías con actitud cínica a las palabras de quien te increpa, y, como habiendo oído una autoridad divina, le leerías el pasaje del libro del Señor: «¿Por qué me infundes el temor de nuestro Dios? Él es misericordioso, y compasivo y sumamente benigno». Mas para que los hombres no dijesen cosas semejantes, añadió una sola palabra al final, esto es: y veraz. Así sacudió la alegría de los que presumen indebidamente y suscitó el temor en los que lamentan sus pecados. Alegrémonos de la misericordia del Señor, pero temamos su juicio. Él se abstiene (de actuar), mientras está callado. Calla, pero no siempre callará 2. Escúchale, mientras no calla su palabra, no sea que te resulte tiempo perdido el oírle cuando no calle en el juicio.

2. 2. Dado que ahora te es lícito, llega a un arreglo en tu pleito. Llega a un arreglo en tu pleito antes del último juicio de tu Dios. No tienes de qué presumir; cuando él venga no (podrás) presentar falsos testigos que le engañen, ni recurrir a un protector hábil en el arte de embaucar y de persuadir, ni soñarás en modo alguno con poder corromper al juez. ¿Qué vas a hacer ante un juez, al que no podrás ni engañar ni corromper? Con todo, algo puedes hacer, pues entonces juzgará tu caso quien ahora es testigo de tu vida. Hemos aclamado y hemos alabado. Lleguemos a un arreglo en nuestro pleito. El que es testigo de nuestras obras es también testigo de estas voces. No sean vanas, conviértanse en gemidos. Es tiempo de ponerse inmediatamente de acuerdo con el adversario 3. Tan magnánimo es Dios al ver la maldad y no castigarla, que el juicio futuro tiene que estar cercano. En efecto, lo que para Dios es breve es largo para lo habitual en la vida humana. Pero aun lo que parece lejano para el mundo y para el género humano, ¿qué consuelo ofrece? Aunque el último día de todo el género humano esté lejano, ¿acaso está lejos el último día de cada hombre? Esto es lo que digo: desde Adán han transcurrido muchos años; muchos años pasaron y pasarán aún; no ciertamente tantos, pero, no obstante, hasta el fin de este mundo pasarán muchos, igual que pasaron los otros. Largo parece lo que resta, aunque no será tanto como lo ya pasado; y con todo, a partir del tiempo ya pasado hay que esperar el término del tiempo que resta. Hubo entonces cierto día que se llamó hoy, desde aquel hasta el actual hoy; ¿no se ha convertido en pasado lo que era futuro? Se considera como si no hubiera existido. Y así será lo que queda hasta el fin. Pero supongamos que es largo, prolijo cuanto juzgues, cuanto digas, cuanto pienses, cuanto no es posible expresarlo con letras, pero lo inventa la imaginación; retrasa cuanto quieras el día del juicio; ¿acaso podrás prolongar por mucho tiempo tu último día, es decir, el de tu vida, en el que tengas que salir de ese cuerpo? Supongamos que, en caso de que sea posible, tienes asegurada la ancianidad; pero ¿quién la tiene? ¿No es verdad que, desde que el hombre comienza a vivir, puede ya también morir? El principio de la vida constituye la posibilidad de la muerte. En esta tierra y en el género humano sólo no puede morir aquel que aún no ha comenzado a vivir. Hay que esperar, pues, ese día incierto como si fuese cada día. Mas, si hay que estar a la espera de ese día incierto como si llegase cada día, arréglate con el adversario mientras va contigo de camino 4. Pues se llama camino a esta vida, por el que todos pasan. Y ese adversario no se aleja.

3. 3. Pero ¿quién es ese adversario? No es el diablo 5, pues la Escritura nunca te exhortaría a ponerte de acuerdo con él. Es, pues, otro el adversario, a quien el hombre mismo convierte en su propio adversario, pues si él fuese adversario, no iría contigo de camino. Pero este se halla de camino contigo buscando ponerse de acuerdo contigo. Sabe que, si no te pones de acuerdo con él mientras estás de camino, te entregará ya al juez, el juez al alguacil y el alguacil a la cárcel 6. Estas palabras son evangélicas, las recuerdan conmigo los que las leyeron o los que las oyeron. ¿Quién es, entonces, el adversario? La palabra de Dios. La palabra de Dios es tu adversario. ¿Por qué es tu adversario? Porque prescribe lo contrario de lo que haces. Ella te dice: Tu Dios es único 7, adora a un único Dios. Tú, abandonando a tu único Dios, que es como el marido legítimo del alma, quieres fornicar con muchos demonios y, lo que es más grave, no como abandonándolo y repudiándolo abiertamente, como hacen los apóstatas; lo que haces es permanecer en la casa de tu marido y admitir en ella a los adúlteros. Con otras palabras: como cristiano, no abandonas la Iglesia, consultas a los astrólogos, o a los arúspices, o a los augures o a los hechiceros. Como alma adúltera, no dejas la casa de tu marido y, sin romper el matrimonio con él, te entregas al adulterio. Se te dice: No tomes en vano el nombre del Señor tu Dios 8. No pienses que Cristo es una criatura, porque tomó por ti una criatura. Y tú desprecias al que es igual al Padre y una sola cosa con el Padre 9. Se te dice que guardes espiritualmente el sábado 10, no como lo observan los judíos, evitando todo trabajo físico, pues quieren quedar libres para ocuparse en sus bagatelas y lujurias. Mejor estaría el judío haciendo algo útil en su campo que alborotando en el teatro. Y mejor estarían sus mujeres trabajando la lana en sábado que danzando impúdicamente todo el día en sus balcones. A ti, en cambio, se te ordena que guardes espiritualmente el sábado: en la esperanza del futuro descanso que el Señor te promete. Pues todo el que hace lo que puede en pro de ese descanso futuro, aunque parezca trabajoso lo que hace, si lo refiere a la fe del descanso prometido, todavía no goza el sábado en la realidad, pero lo posee en la esperanza. En cambio, tú quieres descansar para sufrir fatiga, siendo así que deberías sufrir fatiga para descansar. Se te dice: Honra a tu padre y a tu madre 11; tú, en cambio, haces a tus padres la afrenta que no quieres sufrir de tus hijos. Se te dice: No matarás 12; tú, sin embargo, quieres matar a tu enemigo, y quizá tal vez no lo haces por temor al juez humano, no porque pienses en Dios. ¿Ignoras que él es testigo de tus pensamientos? Aunque siga en vida el que tú quieres que muera, Dios te considera homicida en tu corazón 13. Se te dice: No cometerás adulterio 14, esto es, no te acercarás a otra mujer que no sea la tuya. En cambio tú exiges eso de tu mujer y no quieres corresponderle con lo mismo, y, no obstante, que debas ir por delante de tu mujer en la virtud, puesto que la castidad es una virtud, caes a la primera acometida de la pasión, y queriendo que tu mujer salga vencedora, tú yaces por tierra derrotado. Y no obstante ser cabeza de tu mujer, te precede en el camino hacia Dios aquella de que eres cabeza. ¿Quieres que tu casa esté patas arriba? Pues cabeza de la mujer casada es el marido 15; pero, cuando la mujer vive más santamente que el marido, la casa está patas arriba. Si el marido es la cabeza, él debe vivir más santamente y preceder a su mujer en toda obra buena, para que ella imite a su marido y siga a su cabeza. Igual que Cristo es cabeza de la Iglesia 16 y a esta se le ordena que siga a su cabeza y marche tras sus huellas 17, así cada casa ha de tener por cabeza al marido y como cuerpo a la mujer. Adonde guía la cabeza, allí ha de seguir el cuerpo. ¿Por qué entonces quiere ir la cabeza adonde no quiere que le siga su cuerpo? ¿Por qué quiere ir el marido adonde no quiere que le siga su mujer? Cuando ordena esto, la palabra de Dios es el adversario. Pues los hombres no quieren hacer lo que quiere la palabra de Dios. Y ¿qué diré? ¿Qué es adversario la palabra de Dios porque manda? Yo mismo temo convertirme en adversario de algunos por decir estas cosas. ¿Y qué me importa? Hágame fuerte aquel que me infunde temor para que hable sin temer las lamentaciones de los hombres. Los que no quieren ser fieles a sus mujeres -y abundan los tales- no quieren que yo diga esto. Pero he de decirlo, lo quieran o no. Porque, si no os exhorto a poneros de acuerdo con el adversario, entraré yo en conflicto con él. Quien os manda a vosotros que seáis fieles a vuestras mujeres es el que me manda a mí hablar. Si vosotros os convertís en adversario suyo cuando no hacéis lo que os manda, yo me constituiré en adversario suyo si no digo lo que me manda decir.

4. 4. ¿Acaso me he detenido demasiado en las otras cosas que he dicho? He supuesto que vuestra caridad adora a un solo Dios 18. Pues respecto de vuestra caridad doy por hecho que adoráis a un único Dios; con relación a la fe católica, que poseéis, doy por hecho que creéis al Hijo de Dios igual al Padre, y no tomáis en vano el nombre del Señor vuestro Dios 19, hasta el punto de juzgar que el Hijo de Dios es una criatura. En efecto, toda criatura está sujeta a vanidad 20. Pero creéis que él es igual al Padre, Dios de Dios, Palabra cabe Dios, Palabra Dios, por quien todo fue creado 21, luz de luz 22, coeterno a aquel que le engendró, una sola cosa con el que le engendró 23. Y creéis que esa Palabra asumió una criatura 24, que tomó la mortalidad de la Virgen María, y que padeció por nosotros. Eso leemos y creemos para nuestra salvación. Y no me he detenido en exhortaros a que lo que hagáis lo hagáis por la esperanza futura. Sé que las mentes de todos los cristianos piensan en el mundo futuro, pues quien no piensa en el mundo futuro, y no se hizo cristiano para recibir al final lo que Dios promete, todavía no es cristiano. Tampoco me he detenido en el pasaje donde dice la palabra de Dios: Honra a tu padre y a tu madre 25. Porque son muchos los que honran a sus padres, y rara vez hayamos padres que se quejen de la maldad de sus hijos, aunque no faltan tampoco. Pero la brevedad de la exhortación ha de corresponderse con la poca frecuencia del hecho. Tampoco quise detenerme en el precepto: No matarás 26, pues no creo hallarme ante una turba de homicidas. En cambio, otro vicio, serpenteando por doquier, se ha extendido mucho más; mal que produce gran irritación en aquel adversario que grita precisamente para convertirse alguna vez en amigo. Los lamentos son diarios, aunque las mujeres mismas ya ni osan quejarse de sus maridos. De esta manera una costumbre que lo invade todo ocupa el lugar de la ley, de modo que quizá hasta las mujeres están ya persuadidas de que eso es lícito a los maridos, pero no a ellas. Pues suelen oír hablar de que fueron llevadas a los tribunales mujeres casadas a las que tal vez se encontró con sus esclavos; en cambio, nunca oyeron que un marido haya sido llevado al tribunal por haber sido hallado con su esclava, no obstante tratarse del mismo pecado. Ante idéntico pecado, lo que hace que el marido parezca menos culpable no es la verdad divina, sino el extravío humano. Y tal vez hoy alguno tuvo que aguantar una actitud más áspera y una mayor libertad para criticar de su mujer a la que ya le parecía que tal comportamiento estaba permitido al marido, pero oyó en la Iglesia que no era así; tal vez tuvo que aguantar a su mujer que -como dije- le criticaba ya con mayor libertad y que le decía: «No es lícito lo que estás haciendo; lo hemos escuchado juntos, somos cristianos; dame tú a mí lo que reclamas de mí; yo te debo fidelidad a ti y tú me la debes a mí, uno y otro debemos fidelidad a Cristo y, aunque me engañes a mí, no engañas a aquel de quien somos, a quien nos rescató». Cuando él escucha estas cosas y otras similares que no está acostumbrado a oír, a la vez que no quiere sanar, se vuelve furioso contra mí, se encoleriza, me maldice. Quizá hasta diga: «¿Cómo es que éste vino a parar aquí, o cómo es que mi mujer fue a la iglesia justo ese día?». Pero creo que lo dirá en su interior, pues no se atreve a decirlo en alta voz ni ante sólo su mujer. En efecto, si él, incapaz de contenerse, lo suelta, ella le puede replicar y decirle: «¿Por qué maldices a quien hace poco aclamabas? Sin duda somos cónyuges. Si vas en desacuerdo con tu lengua, ¿cómo podrás vivir en concordia conmigo?» Yo, hermanos, advierto el peligro en que os halláis, no atiendo a vuestros deseos. Pues, si el médico hace caso a lo que quiere el enfermo, nunca lo curará. Lo que no se deba hacer, que no se haga; lo que Dios prohíbe, no se haga. Quien cree a Dios, oye de su boca lo que yo estoy diciendo. Sin duda, para muchos que no desean corregirse era mejor o que no hubiera venido yo acá, si iba a decir esto, o, dado que ya he venido, que no lo dijera.

5. Recuerdo que anteayer dije a vuestra santidad que si yo fuese un citarista o hiciese exhibición de algo semejante a nivel popular al servicio de vuestros frívolos deseos, de los que trato ya de apartaros, me retendríais para que os señalase un día, y cada uno, según sus posibilidades, me ofrecería su contribución. ¿Por qué caminar deleitándonos en cánticos vanos, que nada aprovechan, dulces de momento, pero luego amargos? 27 Pues el alma humana, seducida por tales canciones obscenas, queda enervada, y desfallece en la virtud, deslizándose a la lujuria. Pero esas lujurias le provocan luego dolores, y con profunda amargura digiere lo que con pasajero placer bebió 28. Por eso es mejor que os cante temas amargos de momento, que os sean dulces después. Y no os pido otra paga, sino que hagáis lo que os digo; o, mejor, que no lo hagáis, si soy yo quien lo dice. Si, por el contrario, lo dice a todos aquel que a nadie teme y que hace que yo, en su nombre y por la gloria de su misericordia, tampoco tema a nadie, (como) todos lo hemos oído, hagámoslo todos, pongámonos todos de acuerdo con nuestro adversario.

6. Suponed que yo cantase acompañándome con la cítara. ¿Qué más podría cantaros? Ved que llevo el arpa de diez cuerdas. Lo acabáis de cantar antes de yo comenzar a hablar, pues vosotros fuisteis mi coro. 5. ¿No cantasteis hace poco: ¡Oh Dios!, te cantaré un cántico nuevo; te salmodiaré con el arpa de diez cuerdas 29? Ahora pulso sus diez cuerdas. ¿Por qué es amarga la voz del arpa de Dios? Te salmodiaré con el arpa de diez cuerdas. Os canto algo que vosotros tenéis que hacer. En efecto, el decálogo de la ley contiene diez mandamientos. Esos diez mandamientos están distribuidos de forma que tres se refieren a Dios y siete a los hombres. Los tres que se refieren a Dios ya los mencioné: Único es nuestro Dios, no debemos fabricar ninguna imagen de él 30, y no debemos ser infieles a Dios, que es único, puesto que Cristo, el hijo de Dios, es también Dios y una sola cosa con el Padre 31. Y por ello, no debemos tomarlo en vano 32, pensando que fue hecho, es decir, que es una criatura por la que Dios hizo todas las cosas 33: porque el único Dios es Padre, e Hijo y Espíritu santo. En el Espíritu Santo, esto es, en el don de Dios 34, se nos promete el descanso eterno. De él hemos recibido ya las arras. Pues así dice el Apóstol: Quien nos ha dado como prenda el Espíritu 35. Si lo hemos recibido como prenda de modo que comenzamos a hallar descanso en nuestro Señor y Dios, a ser mansos en nuestro Dios 36, a ser pacientes en Dios, gozaremos también de quietud eterna en aquel de quien recibimos la prenda: eso será el sábado de los sábados, debido al descanso vinculado al don del Espíritu Santo. Reconozcamos, pues, en su sentido espiritual el tercer mandamiento, referido al sábado, de que hablé y que los judíos celebran carnalmente. Pues, debido a que se llama Espíritu Santo, santificó Dios el día séptimo, cuando creó todas las cosas, según leemos en el Génesis 37. En él sólo encuentras mencionada la santificación el día del que se dice: Descansó Dios de sus obras 38. Pues Dios no se había fatigado, para decir: Descansó Dios de sus obras 39, sino que al decir eso te prometió el descanso a ti que te fatigas 40. De esa manera, como Dios hizo todas las cosas muy buenas 41 y como se afirma: Descansó Dios, has de entender que también tú, después de haber obrado el bien, has de descansar, y ello sin término. Pues todo lo mencionado anteriormente, esto es, los días previos, tienen su tarde, pero este día séptimo, en que Dios santificó el descanso, ya carece de su tarde. Se dice allí: «y fue la mañana» 42, para comenzar el día mismo. No se dijo: «y fue la tarde» para terminar el día, sino que se dice: «y fue mañana» para dar origen a un día sin fin. Por tanto, nuestro descanso comienza como de mañana, pero no terminará, ya que viviremos sin término. Observamos el sábado si lo que obramos lo obramos con esta esperanza. Es la tercera cuerda de este decálogo, es decir, del arpa de diez cuerdas, pues los preceptos que se refieren a Dios se hallan aludidos en las tres primeras cuerdas.

6. 7. Si se nos dijera: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente 43, y no se dijera nada referido a nuestro prójimo, tendríamos no un «decacordio», sino un «tricordio». Mas, como el Señor añadió: y amarás a tu prójimo como a ti mismo 44, complementándolo con las palabras: de estos dos mandamientos penden la ley y los profetas 45, toda la ley se contiene en dos preceptos: el del amor a Dios y el del amor al prójimo; a esos dos preceptos, el del amor a Dios y el del amor al prójimo se refiere el decálogo. Al primer mandamiento corresponden tres cuerdas, porque Dios es Trinidad; en cambio, al otro mandamiento, esto es, al del amor al prójimo, corresponden siete cuerdas, que se refieren a la convivencia interhumana. En efecto, esa serie de siete, como si se tratase de siete cuerdas, comienza con el honrar a los padres: Honra a tu padre y a tu madre 46, Pues el hombre abre sus ojos en presencia de sus padres, y esta vida toma su principio del amor entre ellos. Ahora bien, quien no honra a sus padres, ¿a quién podrá obedecer? Honra a tu padre y a tu madre. Dice también el Apóstol: honra al padre y a la madre, que es el primer mandamiento 47. ¿Cómo que es el primero, si vemos que es el cuarto, sino porque es el primero de la serie de los siete? Es el primero referido al amor del prójimo, contenido en la segunda tabla. Por eso se dieron dos tablas de la ley 48. Dios, en efecto, en el monte entregó a su siervo Moisés dos tablas de piedra en las que estaban escritos los diez mandamientos de la ley 49 -el arpa de diez cuerdas-: en una tabla los tres mandamientos que se refieren a Dios, y en la otra los siete que se refieren al prójimo. Por tanto, el primero de la segunda tabla es: Honra a tu padre y a tu madre 50. El segundo: no cometerás adulterio 51. El tercero: no matarás 52. El cuarto: no hurtarás 53. El quinto: no levantarás falso testimonio 54. El sexto: no desearás la mujer de tu prójimo 55. El séptimo: no desearás la propiedad de tu prójimo 56. Añadamos éstos a los tres primeros, que se referían al amor de Dios 57, si queremos cantar un cántico nuevo con el arpa de diez cuerdas 58.

7. 8. Atienda, pues, vuestra caridad para deciros lo que el Señor me sugiere. El pueblo judío recibió esta ley en diez preceptos, pero no la cumplió 59. Y quienes la cumplían, lo hacían por temor al castigo, no por amor a la justicia. Sostenían el arpa, pero no cantaban, pues para el que canta es un placer, y para el que teme, una carga. Por ello el hombre viejo o no obra u obra por temor, no por amor a la santidad; no por el deleite de la castidad, de la templanza, de la caridad, sino por temor. Pues se trata del hombre viejo, y el hombre viejo puede cantar un cántico viejo, no el cántico nuevo. Para cantar el cántico, hágase hombre nuevo. Mas escucha, no a mí, sino al Apóstol, que dice: Despojaos del hombre viejo y revestíos del nuevo 60. Y para que, al decir: Despojaos del hombre viejo y revestíos del nuevo, nadie piense que tiene que quitarse una prenda y ponerse otra, cuando de lo que se trata es de cambiar al hombre, añadió: por tanto, desechando la mentira, hablad verdad  61. Eso significa despojaos del hombre viejo y revestíos del nuevo. Lo que dijo fue: «Cambiad de costumbres. Amabais el mundo 62, amad a Dios 63; amabais las bagatelas de la iniquidad, los goces temporales, amad al prójimo 64. Si lo hacéis por amor, cantáis el cántico nuevo. Si lo hacéis por temor, pero lo hacéis, sostenéis sin duda el arpa, pero aún no cantáis. Y si ni siquiera lo hacéis, habéis arrojado el arpa misma». Es preferible llevarla, al menos, a arrojarla. Pero, a su vez, también mejor es cantar con satisfacción que sostenerlo como una carga. Y no llega al cántico nuevo, sino el que ya canta con satisfacción, pues quien lo sostiene con el temor está aún en la vetustez. ¿Y qué es lo que os estoy diciendo? Prestad atención, hermanos. No se ha puesto de acuerdo con su adversario 65 quien todavía obra por temor, pues teme que venga Dios y le condene. Aún no le deleita la castidad, no le deleita la justicia, pero se abstiene de las malas acciones porque teme el juicio de Dios; no condena el mal deseo mismo que le tortura. Aún no le deleita lo que es bueno; aún no encuentra deleite en ello de modo que cante el cántico nuevo, sino que su vetustez le hace temer el castigo; aún no se ha puesto de acuerdo con su adversario 66.

8. 9. Tales personas se engañan a menudo con cierto pensamiento que les lleva a decir: «Ojalá Dios no nos amenazase; ojalá no dijera por medio de sus profetas esas cosas que infunden temor a los hombres y, en cambio, otorgase un perdón general antes de venir y luego viniese sin condenar a nadie al infierno». Como él es inicuo, quiere que Dios también lo sea. Dios quiere hacerte a ti semejante a él, y tú te empeñas en hacer a Dios semejante a ti. Agrádete Dios como es, no como tú quieres que sea. Estás torcido y quieres que Dios sea como eres tú, no como es él. Si te agrada como es, te corregirás y dirigirás tu corazón a esa regla, pues, por alejarte ahora de ella, estás torcido. Agrádete Dios como es, ámale como es. Así como eres, él no te ama, sino que te odia. Y por eso mismo se compadece de ti 67, porque te odia como eres, para hacerte como aún no eres. Que Dios te haga -acabo de decir- como aún no eres. Pues no te promete que te hará como él es 68. No llegarás a ser exactamente como él es, sino sólo hasta cierto grado; esto es, serás imitador de Dios, en cuanto imagen suya 69, pero tampoco como la imagen que es su Hijo 70. También entre los hombres son diferentes las imágenes. Un hijo ostenta la imagen de su padre y es lo mismo que su padre, pues es hombre como su padre. En cambio, en un espejo, tu imagen no es lo mismo que tú. Una cosa es tu imagen en tu hijo y otra en el espejo. En el hijo está tu imagen según la igualdad de la sustancia; en cambio, en el espejo 71, ¡cuán lejos queda de tu sustancia! Y con todo, hay una cierta imagen tuya, aunque no es tal como la que se da en el hijo, según la sustancia. Así, la imagen de Dios no es en la criatura lo mismo que en el Hijo que es lo que el Padre, esto es, la Palabra de Dios, por la que se crearon todas las cosas 72. Recupera, pues, la semejanza con Dios, que perdiste por tus malas obras. La imagen del emperador es diferente en la moneda y en el hijo; se trata de dos imágenes, pero la misma imagen se halla impresa de una manera en la moneda, en el sólido de oro, de otra en el hijo. Pues de igual modo también tú eres imagen de Dios; imagen superior por ser imagen de Dios dotada de inteligencia y de cierta vida para que sepas de quien es la imagen que ostentas, a imagen de quién fuiste creado, pues la moneda no sabe que lleva la imagen del emperador. Por tanto, como había comenzado a decir, Dios te odia como eres, pero te ama tal como él quiere que seas y por eso te exhorta a que cambies. Ponte de acuerdo con él y comienza, en primer lugar, a quererte bien y a odiarte tal como eres. Sea este el comienzo de tu acuerdo con la palabra de Dios: empezar antes que nada a odiarte tal como eres. Cuando hayas comenzado a odiarte tal como eres y como de hecho te odia Dios, comienzas ya a amar a Dios tal como él es.

10. Fijaos en un enfermo. Un enfermo que se odia en cuanto enfermo se odia como es: entonces comienza a ponerse de acuerdo con el médico. Porque también el médico le odia como es. De hecho, si le quiere sano, es porque le odia en su estado febril; y el médico persigue la fiebre para liberar al hombre. De igual modo son fiebres de tu alma la avaricia, la sensualidad, el odio, el deseo perverso, la lujuria, la frivolidad de los espectáculos; debes odiarlas junto con el médico. De esta manera vas de acuerdo con el médico, te apoyas en el médico, y escuchas y haces con agrado lo que él te manda y, cuando ya vayas recuperando la salud, comienza también a agradarte lo que te prescribe. ¡Cuán insoportable resulta el alimento a los enfermos a la hora de comer! Juzgan peor la hora de la comida que la del acceso de fiebre. Y, no obstante, se ven obligados a ir de acuerdo con el médico, y, aunque de mala gana y por la fuerza, se vencen para tomar algo. ¿Con cuánta avidez aceptarán, cuando estén sanos, preceptos mayores de quien, estando enfermos, a duras penas aceptan los menores? ¿Pero de dónde proviene esto? De que odiaban a la fiebre, y se habían puesto de acuerdo con el médico, y juntos, el médico y el enfermo, acosaban a la fiebre. Así, pues, cuando yo digo eso, no hago sino odiar vuestras fiebres, o, más exactamente, lo que las odia en mí es la palabra de Dios con la que tenéis que llegar a un acuerdo. Pues ¿qué soy yo, sino alguien que ha de ser liberado y sanado igual que vosotros?

9. 11. Ahora no me miréis a mí, sino a la Palabra de Dios. No os enojéis con vuestra medicación, pues no he hallado otro sitio por donde pasar. Yo, hombre que pulso el arpa de diez cuerdas, tengo que pulsar la quinta. ¿Acaso he de pasar sin pulsar esta cuerda? Al contrario, he de pulsarla asiduamente, pues veo que en ella cae casi todo el género humano, en ella veo que se fatiga mucho más. Y al pulsarla, ¿qué es os digo? No seáis infieles a vuestras esposas, pues no queréis que ellas os sean infieles a vosotros. No vayáis vosotros adonde no queréis que ellas os sigan. Inútilmente tratáis de excusaros cuando decís: «¿Acaso voy con la mujer ajena? Voy únicamente con mi esclava». Quieres que tu mujer te diga: «¿Acaso voy con el marido ajeno? Únicamente voy con mi esclavo». Tú dices: «No voy con la mujer de otro». ¿Acaso quieres que te digan: «No voy con el marido de otra»? Ojalá no te diga ella eso, pues es preferible que se queje a que te imite. En efecto, es mujer casta, santa y auténtica mujer cristiana la que lamenta que su marido sea adúltero y ese lamento no lo origina la carne, sino la caridad. Es decir, si no quiere que cometas adulterio, no se debe a que ella no incurre en él, sino a que no te conviene. Porque si deja de cometerlo para que no lo cometas tú, lo cometerá si tú lo cometes. En cambio, si lo que tú exiges de ella se lo debe a Dios, se lo debe a Cristo, y te es fiel porque Dios lo manda, aunque el marido incurra en adulterio, esa mujer ofrece su castidad a Dios. Porque Cristo habla en el corazón de las mujeres buenas, habla en su interior, donde no oye su marido, dado que ni siquiera es digno de ello, si es adúltero. Le habla, pues, en su interior y le dice y consuela como a hija suya con estas palabras: «¿Te atormentan los ultrajes de tu marido? ¿Qué te ha hecho, pues? Laméntalo, pero no le imites obrando mal; al contrario, que sea él quien te imite a ti en el bien. Pues, en cuanto obra mal no le consideres como cabeza tuya a él 73, sino a mí, Dios tuyo». Porque, si en cuanto obra mal es cabeza, el cuerpo seguirá también a su cabeza y ambos van al precipicio. Para no seguir a su mala cabeza, adhiérase a la cabeza de la Iglesia, Cristo 74. Debiéndole a Cristo la castidad, tributándole el honor debido, ya esté el marido presente o ausente, ella no peca, pues nunca está ausente aquel a quien se debe para no pecar.

12. Haced esto, hermanos míos, para que podáis ir de acuerdo con vuestro adversario 75. Lo que os digo no es amargo o, si es amargo, cura. Tomad esta pócima aunque sea amarga; es amarga porque las vísceras peligran: hay que beberla. Es preferible un poco de amargor en la boca a un tormento eterno en las vísceras. Cambiad, pues. Los que no practicabais este bien de la castidad, practicadlo ya. No digáis: «Es imposible». Es deshonroso, hermanos míos, es vergonzoso que un varón diga que es imposible lo que hace una mujer. Es un delito que el varón diga: «No puedo». Lo que puede una mujer, ¿no lo puede un varón? ¿Cómo, no carga ella con la carne? Fue la primera persona a la que sedujo la serpiente 76. Vuestras castas esposas os demuestran que es posible lo que no queréis hacer, sosteniendo que es imposible. Pero dirás tal vez que ella puede hacerlo con mayor facilidad porque está sometida a una gran vigilancia por parte del precepto legal, de la solicitud del marido; la retrae incluso el pánico a las leyes públicas y tiene además como gran protección el rubor y el pudor. Pero si tantas providencias hacen a la mujer más casta, haga casto al marido la virilidad misma. Pues, si la mujer está más vigilada, se debe a su mayor debilidad. Si ella se ruboriza ante su marido, ¿no te ruborizas tú ante Cristo? Tú estás más libre porque eres más fuerte; porque vences con facilidad te confían a ti mismo. Ella tiene encima de sí la solicitud del marido, el terror que infunden las leyes, la costumbre social y un mayor rubor; tú tienes a Dios, sólo a Dios. En efecto, fácilmente encuentras varones iguales a ti, ante los que no temes que te salgan los colores, pues muchos hacen lo mismo. Y tan grande es el extravío del género humano que, a veces, hay que temer que al varón casto le salgan los colores cuando se halla en medio de otros impúdicos. Por eso no ceso de pulsar esta quinta cuerda: por la misma aberrante costumbre y la corrupción -como dije- de todo el género humano. Si entre vosotros alguien comete un homicidio -lo que Dios no permita- queréis expulsarlo de la patria y excluirlo de ella al momento si es posible; si alguien comete un robo, le odiáis y no queréis verle; si alguien levanta un falso testimonio, abomináis de él y no os parece un hombre; si alguien desea los bienes ajenos, le tenéis por un ladrón y un injusto; pero si alguien se revuelca con sus esclavas, se le ama, se le recibe con halago; las heridas se convierten en motivos de diversión. Y si hay alguno que diga que él es casto, que no comete adulterio y se sabe que no lo comete, se avergüenza de acercarse a los que lo cometen para evitar que lo insulten, para que no se burlen de él y digan que no es hombre. Tan bajo ha caído el extravío humano, que se tenga por hombre al que es vencido por la lujuria y no se tenga por tal al que la vence. Los que triunfan, saltan de alegría por el triunfo y no son hombres; en cambio, yacen postrados ¿y lo son? Si fueras un espectador, ¿quién te parecería más fuerte: uno que yace en el suelo bajo la bestia u otro que da muerte a la bestia?

13. Pero, como soslayáis la lucha interior y os producen satisfacción las peleas exteriores, no queréis pertenecer al cántico nuevo, en el que se dice: quien adiestra mis manos para la lucha y mis dedos para el combate 77. Hay una guerra que sostiene el hombre consigo mismo, luchando contra sus malos deseos, frenando la avaricia, extirpando el orgullo, sofocando la ambición, degollando la lujuria. Sostienes estas contiendas en lo oculto y no eres exteriormente vencido. Con ese fin son adiestradas vuestras manos para la pelea y vuestros dedos para el combate 78. Esto no se da en vuestros espectáculos; en ellos no es la misma persona el cazador que el citarista; el cazador ejecuta una acción, el citarista otra. En el espectáculo de Dios es la misma. Pulsa estas diez cuerdas y matas las fieras: realizas ambas cosas a la vez. Pulsas la primera cuerda, por la que se adora a un único Dios 79, y cae la bestia de la superstición. Pulsas la segunda, por la que no tomas en vano el nombre del Señor 80, y cae la bestia del error de las herejías nefandas, que creyeron que podían tomarlo en vano. Pulsas la tercera cuerda, en la que, mirando a la esperanza del futuro descanso 81, haces lo que haces, y das muerte el amor de este mundo, más cruel que las otras bestias. En efecto, por el amor de este mundo se fatigan los hombres en todos sus negocios; tú fatígate en todas tus buenas obras no por el amor de este mundo, sino por el eterno descanso que promete Dios. Mira cómo ejecutas ambas cosas a la vez: pulsas las cuerdas y matas las bestias, es decir, eres tanto citarista como cazador. ¿No os deleitan estos espectáculos, en que no conseguís que os vea el promotor, sino el redentor? Honra a tu padre y a tu madre 82; tocas la cuarta cuerda, para ofrecer honor a los padres, y cae la bestia del desafecto. No cometerás adulterio 83: pulsas la quinta cuerda y cae la bestia de la lujuria. No matarás 84; pulsas la sexta cuerda, cayó la bestia de la crueldad. No robarás 85; pulsas la séptima cuerda, cayó la bestia de la rapacidad. No levantarás falso testimonio 86; pulsas la octava cuerda, cayó la bestia de la falsedad. No desearás la mujer de tu prójimo 87; pulsas la novena cuerda, cayó la bestia del pensamiento adulterino. Porque una cosa es fornicar con otra mujer y otra apetecer la mujer ajena. Por eso se dieron dos mandamientos: No cometerás adulterio 88 y No desearás la mujer de tu prójimo. No desearás la propiedad de tu prójimo 89: pulsas la décima cuerda, cayó la bestia de la codicia. Y así, al caer todas las bestias, caminas seguro e inocente en el amor de Dios y en la sociedad de los hombres. Pulsando las diez cuerdas, ¡cuántas bestias matas! Porque bajo estas cabezas hay muchas otras cabezas. En cada cuerda no matas una sola bestia, sino manadas de ellas. Y así cantarás el cántico nuevo con amor, no con temor 90.

10. 14. Cuando desees comportante lujuriosamente, no te digas: «No tengo esposa, hago lo que quiero, pues no peco contra mi mujer». Ya conoces tu precio, sabes a dónde te acercas, qué comes, qué bebes, o mejor, a quién comes y bebes. Abstente de la fornicación 91. Y para que tal vez no me digas: «Voy al burdel, visito a una meretriz, me acerco a una prostituta, y no violo el mandamiento que ordena: no cometerás adulterio 92, puesto que todavía no tengo esposa ni hago nada contra ella; tampoco violo aquel mandamiento que dice: no desearás la mujer de tu prójimo 93. Al acercarme a una mujer pública, ¿qué mandamiento quebranto?». ¿No encontraremos cuerda que pulsar? ¿No hallaremos una cuerda, con la que atar a este fugitivo? No huya; tiene con qué atarse. Pero ame, y así no resultará ser un vendaje, sino un adorno. Pues en las diez cuerdas no hallamos un vendaje, sino un adorno. En efecto, los diez mandamientos -como hemos oído- se refieren a aquellos dos preceptos, al amor a Dios y al prójimo 94, y ambos a un mandato único. Ese mandamiento único es: No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti 95. En él están contenidos los diez, en él están contenidos los dos.

15. Pero dices tú: «Si cometo un hurto, hago lo que no quiero padecer; si mato, hago lo que no quiero que me hagan; si no respeto a mis padres, dado que quiero que me respeten mis hijos, hago lo que no quiero sufrir; sí soy adúltero o tramo algo parecido, hago lo que no quiero sufrir». En efecto, cuando se pregunta a alguien, dice: «No quiero que mi mujer haga eso; aunque desee la mujer de mi prójimo, no quiero que otro desee la mía; hago lo que no quiero padecer; aunque desee la propiedad de mi prójimo, no quiero que me quiten la mía; hago lo que no quiero padecer; pero cuando voy a una meretriz: ¿a quién hago lo que no quiero padecer?». Lo haces a Dios, lo que es más grave. Entienda vuestra santidad. No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti 96 atañe a los dos preceptos. ¿Cómo? Si no haces al hombre lo que no quieres que el hombre te haga a ti, eso pertenece al mandamiento referido al prójimo, al amor del prójimo, a las siete cuerdas. Pero si lo que no quieres que te haga el hombre lo quieres hacer a Dios mismo, ¿qué es eso? ¿No haces a otro lo que no quieres padecer? ¿Te resulta más grato el hombre que Dios? «Entonces -dice-, ¿cómo lo hago a Dios mismo?». Destruyéndote a ti mismo. «¿Y cómo es que hago una injuria a Dios si me destruyo a mí mismo?» ¿Cómo te hace una injuria quien tal vez quisiera apedrear una tabla pintada de tu propiedad, en la que está tu imagen, y que cuelga inútilmente en tu casa para tu vanidad, y que no siente, ni habla, ni ve? Si alguien la apedrea, ¿no va contra ti la ofensa? En cambio, cuando, por medio de tus fornicaciones y por el desbordamiento de tus pasiones, destruyes en ti la imagen de Dios, que eres tú 97, ¿te fijas en que no te has acercado a la mujer de otro, te fijas en que nada hiciste a espaldas de tu mujer, puesto que no la tienes, y no te fijas en aquel cuya imagen violaste con tus pasiones y fornicaciones ilícitas? Por último, el Señor que sabe lo que es útil para ti, que efectivamente gobierna a sus siervos para utilidad de ellos y no para la suya propia, no necesita la ayuda de sus siervos, pero tú necesitas del auxilio del Señor. Así, pues, el Señor mismo que sabe lo que te es útil, te concedió la esposa 98, nada más. Mandó y ordenó lo que mandó y ordenó para que el templo suyo que tú comenzaste a ser no se derrumbe por tus placeres ilícitos. ¿Acaso soy yo el que digo esto? Escuchad al Apóstol: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Eso dice a los cristianos, eso dice a los fieles: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguien destruye el templo de Dios, a él le destruirá Dios 99. ¿Veis cómo amenaza? Si no quieres que destruyan tu casa, ¿por qué destruyes la casa de Dios? Sin duda haces algo que tú no quieres sufrir. No hay, pues, evasiva alguna; está atado el que creía no estarlo. Pues todos los pecados de los hombres están incluidos o en la liviandad corrupta o en acciones nocivas para otros. Como no puedes dañar a Dios con tus malas acciones, le ofendes con tus deshonestidades, le ofendes con tu depravación; en tu misma persona le afrentas a él al hacer una afrenta a su gracia, a su templo.

16. Si tuvieras un esclavo querrías que él te sirviera. Sirve tú al Señor tu Dios, que es mejor que tú. A tu esclavo no lo hiciste tú, y él, en cambio, os hizo a ti y a tu siervo. ¿Quieres que te sirva el que fue hecho contigo y no quieres servir al que te hizo? Por tanto, cuando quieres que te sirva tu siervo, que es un hombre, y tú no quieres servir a tu Señor, haces a Dios lo que tú no quieres padecer 100. Así, pues, aquel único mandamiento contiene aquellos dos; aquellos dos contienen los diez; aquellos diez los contienen todos. Cantad, pues, con el arpa de diez cuerdas el cántico nuevo 101. Mas, para cantar el cántico nuevo, sed hombres nuevos 102. Amad la justicia: tiene su propia hermosura. No queréis verla porque amáis otra cosa. Pues si no amaseis otra cosa, sin duda la veríais. ¿Por qué la veis cuando la exigís? ¿Por qué alabas la fidelidad cuando se la exiges a tu esclavo? ¡Qué hermosa es la fidelidad! Pero es hermosa cuando se la exiges a tu siervo; la ves cuando la exiges a otro, no cuando te la exigen a ti. Como brilla el oro ante los ojos del cuerpo, así brilla la fidelidad ante los ojos del corazón. Abres ante ella los ojos del corazón cuando quieres que te la exhiba tu esclavo. Y, si te la exhibe, lo alabas, lo pregonas y proclamas: «Tengo un esclavo excelente, un esclavo magnífico, un esclavo fiel». La fidelidad que alabas en el esclavo no se la exhibes al Señor, actitud más depravada porque quieres tener un esclavo mejor que el que tiene Dios en ti. Dios manda a tu esclavo que sea bueno para contigo. Como manda a tu esposa que, aunque tú cometas adulterio, no lo cometa ella, así manda a tu esclavo que, aunque tú no sirvas a tu Señor, él te sirva a ti. Pero considera todo esto, a fin de que te sirva como amonestación, no como perdición. Advierte que, si ese esclavo te sirve dignamente, aunque eres indigno, es decir, te sirve bien, a pesar de ser tú indigno, y te sirve fielmente e incluso te ama, lo debe a Dios, no a ti. Justo es, pues, que también tú adviertas que vives bajo el Señor, al que asimismo mira tu esclavo para servirte a ti. Cumple, pues, lo que está escrito: no hagas a otro lo que no quieres que te hagan otros 103. Y cuando dices «otros» incluye tanto al prójimo como a Dios. Canta con el arpa de diez cuerdas, canta el cántico nuevo 104, avente con la palabra de Dios mientras va contigo de camino. Ponte de acuerdo con tu adversario a prisa, no sea que llegues aún en desavenencia con él ante el juez 105. Si haces lo que oyes, ya llegaste a un acuerdo con él; si, en cambio, no lo haces, sigues en pugna con él, sin posibilidad de paz, hasta que lo logres.

11. 17. Para lograr ese acuerdo, absteneos de las corruptelas detestables, de las consultas detestables, de los astrólogos, arúspices, echadores de suertes, augures y cultos sacrílegos; absteneos cuanto podáis de los espectáculos frívolos. Si se infiltran en el alma ciertos deleites mundanos, ejercitaos en la misericordia, ejercitaos en la limosna, en el ayuno, en la oración. Con estos medios se purgan los pecados cotidianos, que, debido a la fragilidad humana, no pueden no infiltrarse en el alma. No los desdeñes porque son pequeños, sino témelos ya que son numerosos. Prestad atención, hermanos míos. Son pequeños, no son graves. No es una bestia como un león que de una dentellada te quiebra el cuello; pero con frecuencia matan también las pequeñas bestias si son muchas. Si alguien es arrojado a un lugar lleno de pulgas, ¿no morirá allí? No son las bestias mayores, pero la naturaleza humana es tan débil que pueden hacerla perecer las más pequeñas. Así son también los pecados pequeños. Atendéis a que son pequeños; precaveos, pues son muchos. ¡Cuán pequeñísimos son los granos de arena! Pero si se carga de ella la nave más de lo debido, la hunde y se pierde. ¡Cuán diminutas son las gotas de la lluvia! ¿Acaso no llenan los ríos y derriban las casas? 106 Por tanto, no desdeñéis estas pecados. Pero me diréis: « ¿Quién puede vivir sin ellos?». Para que no lo digas, pues en realidad nadie puede, Dios misericordioso, al ver nuestra fragilidad, nos ofreció el remedio contra ellas. ¿Qué remedios ofreció? Las limosnas, los ayunos y las oraciones: tres son los remedios. Mas para que en la oración digas verdad has de hacer limosnas perfectas. ¿Qué significa limosnas perfectas? Que de lo que tú tienes en abundancia des al que no tiene, y que perdones al que te haya ofendido.

18. Pero no penséis, hermanos, que cada día hay que cometer adulterios y lavarlos con limosnas cotidianas. Para lavar los pecados más graves no bastan las limosnas cotidianas. Una cosa es aquello que exige un cambio de vida y otra aquello que hay que tolerar en la vida. En esto tienes que cambiar: si eras adúltero, no lo seas; si fornicabas, no lo hagas; si eras homicida, no lo seas; si consultabas al astrólogo y las demás pestes sacrílegas, deja de hacerlo. ¿O piensas que eso puede lavarse con limosnas cotidianas si no dejas de hacerlo? Llamo pecados cotidianos a los que se cometen fácilmente o bien con la lengua, como es una palabra dura, o bien cuando alguien se deja llevar por la risa inmoderada o por semejantes frivolidades cotidianas. En las mismas cosas permitidas hay pecados. Si en la unión sexual con la propia esposa se supera la medida debida en orden a la procreación de los hijos, es ya pecado. En efecto, con esa finalidad se contrae matrimonio, como lo indican hasta las mismas tablas en las que está escrito: para la procreación de los hijos. Cuando tú quieres usar de tu esposa más allá de lo que obliga la necesidad de procrear hijos, ya es pecado. Tales pecados los limpian también las limosnas diarias. En los mismos alimentos que están permitidos, si tal vez te excedes en la medida, consumiendo más de lo que necesitas, pecas. Estos pecados que menciono son cotidianos, pero son pecados, y no son leves, porque son muchos. Y, dado que son cotidianos y numerosos, hay que temer la ruina que produce su número, aunque no su magnitud. Digo, hermanos, que tales pecados se lavan con limosnas cotidianas. Pero dad limosnas y no dejéis de hacerlo. Ved que vuestra vida cotidiana abunda en tales pecados. Me refiero a los menudos.

12. 19. Cuando des limosna no muestres orgullo, ni ores como aquel fariseo. ¿Qué dijo en su oración? Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todo lo que poseo 107. ¡Y todavía no había derramado su sangre el Señor! ¡Nosotros hemos recibido precio tan grande para nosotros 108 y quizá no damos siquiera tanto como el fariseo! Ves que en otro lugar el Señor dice abiertamente: si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos 109. Ellos dan la décima parte; si tú dieses la centésima, te jactarías ya de ejecutar una proeza. Porque te fijas en lo que otro no hace, no en lo que Dios te manda hacer. Te mides por comparación con otro peor, no con lo que manda otro mejor. No porque el otro no haga nada ya haces tú algo grande. Mas como producen gozo ciertas obras vuestras insignificantes -pues tanta es vuestra esterilidad, que hasta lo poco produce alegría-, os lisonjeáis, como si estuvierais seguros con esos mínimos granos de limosna, y olvidáis los montones de pecados. Quizá aportaste no sé qué insignificancia que otro no tuvo o no aportó aunque la tenía. No mires detrás de ti a quién no lo hace, sino a lo que Dios te manda hacer a ti. En fin, cuando se trata de estos apegos mundanos, ¿por qué no os basta la situación de aquellos a quienes aventajáis, sino que queréis ser ricos, iguales a los que lo son más que vosotros? No miráis a cuántos pobres dejasteis atrás: queréis aventajar a los más ricos. Pero a las limosnas fijáis un tope. Con relación a ellas decís: «¿Qué límite me pongo?»; con relación a las riquezas no decís: «¿A cuántos ricos aventajo?». No ponéis la mirada en las carencias de innumerables mendigos, no miráis a las masas de pobres que vienen detrás, sino que ponéis ante vuestros ojos a los pocos que os aventajan en riquezas. ¿Por qué, en lo referente a las buenas obras, no ponéis los ojos en aquel Zaqueo, que dio a los pobres la mitad de su fortuna? 110 (cf. Lc 19,8). Con todo, nos vemos obligados a desear que, por lo menos, imitéis a aquel fariseo que daba la décima parte de su haber 111.

20. No seas condescendiente con los tesoros caducos, tesoros vanos 112. No aumentes tus dineros con la excusa del amor paterno. «Lo guardo para mis hijos»; excelente excusa: «Lo guardo para mis hijos». Veamos: Tu padre lo guarda para ti, tú lo guardas para tus hijos, tus hijos para los suyos, y así todos, pero nadie va a cumplir los mandamientos de Dios. ¿Por qué no lo gastas más bien todo para aquel que te creó de la nada? El que te hizo, te alimenta con los bienes que creó y alimenta también a tus hijos. No obras mejor por confiar a tus hijos a tu patrimonio que por confiarlos a Dios. Y los hombres mienten ciertamente. Mala es la avaricia. Pretenden cubrirse y blanquearse con el nombre de piedad, para que parezca que guardan para sus hijos lo que guardan por su avaricia. Para que veáis que así sucede la mayor parte de las veces, se dice de alguien: «¿Por qué no hace limosna? Porque guarda para sus hijos». Acontece que pierde uno de ellos. Si guardaba para los hijos, envíe su parte con él. ¿Por qué la retiene en su cartera y se olvida del hijo? Dale a él lo que es suyo, dale lo que guardabas para él. «Ha muerto» -dice-. Pero tomó la delantera en llegar a Dios; su parte se debe a los pobres. Se debe a aquel hacia quien el hijo se ha encaminado. Se debe a Cristo, ya que se encaminó hacia él, que dijo: Lo que hicisteis a uno de estos más pequeños, me lo hicisteis a mí, y quien no lo hizo a uno de estos más pequeños, no me lo hizo a mí 113. ¿Pero qué replicas? «Lo guardo para sus hermanos. Si él viviera ¿no lo habría de dividir con sus hermanos?». ¡Oh fe muerta! 114. ¿Ha muerto, pues, tu hijo? Digas lo que quieras, debes al muerto lo que guardabas para él cuando estaba vivo. «Ha muerto mi hijo, pero guardo la parte de ese hijo para sus hermanos». ¿Es así como crees que ha muerto? Él ha muerto si Cristo no ha muerto por él 115; si, por el contrario, existe en ti la fe, tú hijo vive. Vive sin duda. No pereció, sino que te precedió. ¿Con qué cara te presentarás a ese hijo que te ha precedido y al que, una vez que te precedió, no envías su parte al cielo? ¿O no puedes enviarla allí? Puedes ciertamente. Escucha al Señor mismo que dice: Guardad para vosotros tesoros en el cielo 116. Así, pues, si ese tesoro se guarda mejor en el cielo, ¿no debería enviarse entonces al hijo, dado que, si se lo envías, no se perderá? ¿Lo retendrás aquí, donde puede perecer, y no lo enviarás allá donde Cristo es el guardián? En verdad, lo que aquí guardas y no quieres remitir a tu hijo, ¿a quién lo confías? Confías a tus administradores la parte del hijo que te precedió y no la confías a Cristo, ante quien él te precedió? ¿O tienes por idóneo a tu administrador y a Cristo por menos idóneo?

13. 21. Veis, hermanos, que es mentira lo que dicen los hombres: «Lo guardo para mis hijos». Es mentira, hermanos míos, es mentira. Los hombres son avaros. Que al menos de esta manera se vean obligados a reconocer lo que no quieren reconocer, dado que les da vergüenza callar lo que son: échenlo fuera, vomiten en su confesión lo que llevan. El estómago está cargado con la crápula de la maldad. Que la vomite su confesión, pero no vuelva al vómito como los perros 117. Sed cristianos. Es muy poco llamarse cristianos. ¿Cuánto dais a los histriones? ¿Cuánto dais a los cazadores del circo? ¿Cuánto a personas libertinas? Dais a aquellos que os procuran la muerte, pues por la misma exhibición de los placeres dan muerte a vuestra alma. Y enloquecéis por ser los que más dais. Si enloquecierais por ser los que más guardáis, resultaríais intolerables. Enloquecer por ser el que más guarda es señal de avaricia; enloquecer por ser el que más da es señal de derroche. Dios no quiere que seas ni avaro ni derrochador. Quiere que emplees, no que tires lo que posees. Lucháis por ganar a ser peor y no os esforzáis por ser el mejor. Y ojalá no os esforzarais por ser el peor. Y decís: «Somos cristianos». Pero tiráis vuestros bienes para ganar la benevolencia del pueblo; los retenéis contra lo que os manda Dios. Ved que Cristo no manda; Cristo ruega, Cristo hambrea. Tuve hambre -dice Cristo- y no me disteis de comer 118. Quiso padecer necesidad por ti 119 para que tuvieras donde sembrar los bienes terrenos que te dio y cosechar la vida eterna. No seáis perezosos ni os agarréis a una falsa seguridad. Enmendad las costumbres, redimid los pecados. Y cuando lo hayáis hecho, dad gracias a Dios 120, de quien recibisteis el vivir santamente. Y dádselas sin insultar a los que todavía no viven santamente 121; más bien, exhortadlos con vuestras mismas costumbres. Haciéndolo así, poseéis una perfecta justicia, en cuanto es posible en esta vida. Viviendo en medio de buenas obras, oraciones, ayunos, limosnas por los pecados menudos, y absteniéndoos de aquellos pecados graves, os ponéis de acuerdo con el adversario y decís seguros en la oración: perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores 122. Los que tenéis algo que perdonar cada día, tenéis siempre algo que a diario se os ha de perdonar. Así, avanzando seguros por el camino, no temeréis los asaltos del diablo, pues Cristo se hizo a sí mismo gran camino 123 empedrado, por el que lleva a la patria. Allí habrá seguridad completa, descanso total; allí cesarán hasta las obras mismas de misericordia, pues allí no habrá nadie indigente y lleno de miseria. Por tanto, allí tendrá lugar el sábado de los sábados, de modo que lo que aquí deseamos allí lo encontraremos. Amén.