CAPÍTULO I
De la necesidad de la gracia
1. Después de leer, queridísimo hermano Valentino y amigos que servís juntamente al Señor, la carta que me enviasteis por medio del hermano Floro y de los que con él vinieron a visitarme, he dado gracias a Dios al ver por el testimonio que me dais vuestra paz en el Señor y vuestra concordia en la profesión de la verdad y el ardor de vuestra caridad y cómo las maquinaciones con que se esforzó el enemigo para procurar la perdición de algunos, por la misericordia de Dios, que con admirable bondad ha trocado sus asechanzas en provecho de los siervos, sin traer daño para ninguno de vosotros, han contribuido para una mayor instrucción de algunos.
No es, pues, ya necesario volver a todos los argumentos que con suficiente amplitud fueron expuestos en el libro que les envié; cómo lo recibisteis, lo dice bien vuestra respuesta.
Sin embargo, no creáis de ningún modo que una simple lectura basta para agotar su contenido. Si queréis recabar de él muy copioso fruto, no os pese el repetir su lectura para asimilar bien sus argumentos, a fin de que sepáis bien a cuáles y cuan graves cuestiones ha dado allí solución y remedio no la autoridad humana, sino la divina, de la que nunca nos hemos de separar, si deseamos llegar a donde queremos ir.
2. Pues el Señor no sólo nos ha mostrado el mal que hemos de evitar y el bien que hemos de practicar, cosa que sólo está al alcance de la letra de la ley, sino también nos ayuda a evitar el mal y a obrar el bien1, y esto nadie lo consigue sin el espíritu de la gracia, faltando el cual la ley sólo sirve para nuestra culpable condenación. Porlo cual dice el Apóstol: La letra mata, pero el espíritu vivifica2. Quien, pues, legítimamente se sirve de la ley, por ella viene en conocimiento del mal y del bien y, desconfiando de sus fuerzas, acude a la gracia, para que con su ayuda evite lomalo y haga lo bueno.
Mas ¿quién acude a la gracia sino aquel cuyos pasos dirige el Señor y quiere ir por sus caminos?3 Por lo cual aún el desear el socorro de la gracia es principio de la gracia, del que dice el Salmista: Y dije: ahora comienzo; ésta es una mudanza de la diestra del Altísimo4. Se ha de confesar, pues, que poseemos el libre albedrío para el mal y para el bien; mas para hacer el mal, uno se aparta de la justicia y sirve al pecado, mientras nadie es libre para hacer el bien, si no es libertado por el que dijo: Si el Hijo de Dios os librare, entonces seréis verdaderamente libres5. Lo cual no significa tampoco que, una vez conseguida la libertad de la tiranía del pecado, deja de necesitar el auxilio del Libertador; antes bien, oyendo lo que Él dice: Sin mi nada podéis hacer6, debe responderle el libertado: Sé tú mi socorredor y no me abandones.
Alborózame el saber que vuestro hermano Floro profesa esta fe, que, sin duda, es la verdadera, profética, apostólica y católica; por lo cual más bien han de ser corregidos los que no le entendían, los cuales, por la misericordia de Dios, creo yo que ya habrán mudado de parecer .
CAPÍTULO II
La gracia eficaz no suprime nuestra cooperación
3. Hemos de formarnos una idea exacta de la gracia de Dios por mediación de Jesucristo, nuestro Señor, por la cual solamente son librados los hombres del mal y sin la cual no hacen absolutamente ningún bien, ora de pensamiento, ora de deseo y amor, ora de obra; ella no sólo les da a conocer la doctrina del bien, sino también les comunica fuerzas para practicar con gusto lo que saben. Pues esta inspiración de buena voluntad y de fuerza pedía el Apóstol para aquellos a quienes decía: Con todo, rogamos a Dios para que nada malo hagáis; no para que nosotros aparezcamos como calificados, sino para que vosotros obréis el bien7. ¿Quién al oír estas palabras no abrirá los ojos, confesando que de Dios nos viene la ayuda para no obrar el mal, sino el bien? Pues no dice el Apóstol: os avisamos, enseñamos, exhortamos, reprendemos, sino: Rogamos al Señor para que no hagáis el mal, sino el bien. Y, no obstante, también les hablaba y les hacía cuanto he mencionado: amonestaba, enseñaba, exhortaba, corregía; mas sin ocultársele que toda su labor y ministerio público de plantar y regar carecía de valor si sus plegarias en favor de ellos no eran escuchadas por el que da el desarrollo en lo íntimo de los corazones. Pues, como dice el mismo Doctor de los gentiles, ni el que planta es algo ni el que riega, sino el que da crecimiento, que es Dios8.
4. No se engañen, pues, quienes dicen: ¿A qué nos vienen con sermones y mandatos para que evitemos él mal y hagamos el bien, si no somos nosotros, sino Dios el autor de nuestros deseos y de la ejecución de la obra?
Antes bien, entiendan, si son hijos de Dios, que son movidos por el espíritu del Señor para hacer lo que hacen9; y después de obrar, den gracias al que les dio fuerza para ello. Son movidos ciertamente para obrar, pero no de modo que ellos nada pongan de su parte; y con este fin se les descubre lo que han de hacer, para que, cuando ejecuten lo que deben hacer con amor y gusto de la justicia, se alegren de haber recibido la suavidad que les dio el Señor para que la tierra de sus corazones diese su fruto10. Y cuando no obran, ora absteniéndose de toda obra buena, ora haciéndola sin gusto, rueguen para que se les conceda lo que les falta. Pues nada han de poseer que no sea de regalo y nada poseen que no lo hayan recibido11.
CAPÍTULO III
Utilidad de las correcciones
5. Añaden esos enemigos de la corrección: "Conténtense los superiores con enseñarnos sólo lo que debemos hacer y oren por nosotros para que cumplamos lo que nos mandan; pero no nos corrijan ni renieguen si no lo hacemos".
Antes bien hágase lo uno y lo otro, porque los apóstoles, que fueron los Doctores de la Iglesia, todo lo hacían: mandaban lo que debe hacerse, corregían a los infractores de sus preceptos y rogaban a Dios para que se cumpliesen.
Así, el Apóstol manda cuando dice: Todas vuestras cosas se hagan con caridad12. Corrige cuando dice: Ya por cierto es mengua para vosotros el que entre vosotros tengáis pleitos. ¿Por qué no soportáis más bien la injuria? ¿Por qué no os dejáis más bien engañar? Antes bien vosotros sois los que cometéis atropellos y fraudes; ¡y eso a hermanos! ¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios13? Oigamos también al que ora: Y a vosotros os multiplique el Señor y os haga aventajar en caridad mutua y para con todos14.Manda que se guarde la caridad; corrige, porque se falta a ella; ruega a Dios para que abunde. ¡Oh hombre! En los preceptos reconoce lo que debes poseer: en la corrección confiesa lo que te falta por culpa tuya, en la oración aprende de dónde recibes lo que deseas tener.
CAPÍTULO IV
Propónese una dificultad
6. Pero prosigue el contradictor: "¿Cómo, pues, puedo yo ser culpable de no poseer lo que no recibí de aquel que es el único que puede darnos tan calificado y precioso don?"
Tened un poco de paciencia, hermanos míos, y sufridme al defender la verdad de la gracia divina y celestial, no contra vosotros, cuyo corazón es recto ante Dios, sino contra los que tienen sentimientos terrenos y también contra los mismos pensamientos humanos. He aquí cómo se desahogan los que a causa de sus malas obras no quieren ser reprendidos por los predicadores de esta gracia: "Mándame lo que debo hacer; y si lo ejecutare, agradécelo al Señor, que me ha prestado ayuda para ello; pero si no lo ejecuto, no se ha de corregirme, sino rogar a Dios para que me otorgue lo que no me dio, esto es, la caridad fiel de Dios y del prójimo, con que se cumplen sus preceptos. Ruega, pues, por mí para que me haga digno de recibirla, y por ella, con buen espíritu y voluntad, cumpla lo que se me ordena. Ciertamente, sería digno de corrección si por mi culpa no la tuviese, esto es, si fuese capaz de tenerla de mi cosecha o tomarla por mí mismo y no lo hiciese, o si, dándomela El, rehusase su oferta. Pero como la misma voluntad es preparada por el Señor, ¿por qué se me reprende al ver que no quiero cumplir sus preceptos y no se le ruega más bien para que me dé una voluntad eficaz?"
CAPÍTULO V
Respóndese a la dificultad anterior
7. A esto respondemos: Quienquiera que seas y no cumples los preceptos del Señor, que ya conoces, ni quieres ser corregido, sábete que aun de esto debes ser corregido: de no admitir la corrección. Pues no quieres se te manifiesten tus vicios, no quieres que te los sajen con saludable dolor para que busques al médico, no quieres ponerte ante el espejo de ti mismo para que, viendo tu deformidad, invoques al Reformador, suplicándole te hermosee.
Por culpa tuya eres malo, y se agrava la maldad al esquivar la censura que ella merece, como si los vicios fueran laudables o indiferentes, de suerte que ni se aplaudan ni vituperen; o como si nada hiciera el temor, la vergüenza o el dolor del hombre corregido; o como si, cuando punza con estímulo saludable, no aguijoneara a implorar el auxilio de aquel que es bueno por excelencia, para dejar la maldad y hacer obras dignas de alabanza. El que rechaza la corrección y sólo admite plegarias a su favor, en eso mismo debe ser, corregido para que él también implore para sí el divino favor. Pues aquel dolor que le afrenta a sus propios ojos, al sentir la punzada de la corrección, lo despierta a un más férvido deseo de pedir, a fin de que, recibiendo de la misericordia de Dios un aumento de caridad, abandone la iniquidad que le afrenta y envilece y ejecute obras dignas de alabanza y felicitación.
He aquí la conveniencia de la corrección que se emplea saludablemente, proporcionándola a la diversidad de las culpas, y entonces logra su eficacia, cuando el divino Médico mira con ojos de misericordia. En efecto, nada se alcanza con ella, sino cuando uno se arrepiente de su pecado. ¿Y quién otorga esta gracia sino el que miró al apóstol San Pedro cuando le negaba15 y nubló sus ojos de lágrimas? Por eso, San Pablo después de asegurar que ha de reprenderse con dulzura a los que se resisten a la verdad, añadió a continuación: Por si acaso les concede Dios arrepentimiento que los lleve a conocer la verdad, escapando al lazo del diablo16.
8. ¿Por qué dicen los adversarios de la corrección: "Conténtate con instruirme sobre mis deberes y ruega por mí para que cumpla lo que me mandas"? ¿Por qué, siguiendo sus perversos sentimientos, no rechazan ambas cosas y dicen: "No me vengas a mí con mandatos ni quiero tus plegarias"?
Pues ¿qué hombre nos consta que orase en favor de Pedro para darle el Señor la contrición con que lloró el pecado de sus negaciones? ¿Qué hombre instruyó a San Pablo en los preceptos relativos a la fe cristiana? Cuando le oyesen predicar el Evangelio y decir: Os comunico, pues, hermanos, que el Evangelio que os he predicado no es según el hombre, pues no lo he recibido de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo17, le podían haber respondido: ¿Por qué, pues, nos molestas a nosotros, obligándonos a recibir y aprender lo que tú no has aprendido ni recibido de ningún hombre? Quien te hizo a ti semejante don, poderoso es también para hacérnoslo a nosotros lo mismo que a ti.
Luego si no osan responderle de ese modo, sino consienten que el Evangelio les sea predicado por un hombre, aun cuando puede ser comunicado al hombre por Dios, confiesen también éstos que deben ser reprendidos por sus superiores, encargados de predicar la doctrina de la gracia cristiana, aun sin negar que Dios puede, sin ninguna intervención de nadie, corregir por sí mismo al que quiere y comunicarle con la fuerza de su misteriosa y eficacísima medicina el dolor de la penitencia.Y así como no se ha de interrumpir la oración en favor de aquellos cuya conversión deseamos, aun sabiendo que, sin que nadie orase por Pedro, con una mirada suya le cambió el Señor y le llenó de contrición por su pecado, así tampoco se debe omitir la reprensión de los culpables, aun cuando Dios, a los que quiere, hace mudar de vida sin valerse de la corrección. Pues ésta sólo aprovecha al hombre cuando la acompaña con su misericordia y gracia el Señor, que puede convertir a los que quiere sin necesidad de reprenderlos.
Mas por qué son llamados a la reforma de las costumbres éstos de un modo, y aquéllos de otros, y los otros de otro, en formas diversas e innumerables, eso no toca juzgarlo al barro, sino al alfarero.
CAPÍTULO VI
La primera causa de la perversidad
9. Insisten nuestros adversarios: "El Apóstol dice: ¿Cuyo es el don con que tú te aventajas? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿a qué gloriarte como si no lo hubieras recibido?18 ¿Por qué, pues, se nos corrige, se nos arguye, se nos reprende, se nos acusa? ¿Qué vamos a hacer nosotros, si no hemos recibido?"
Los que emplean este lenguaje, quieren aparecer irreprochables aun de la desobediencia que muestran a Dios; pues ciertamente la obediencia es don de Dios, como necesariamente vinculada al que posee la caridad, que, sin duda, dimana de Dios19 y la da el Padre a los hijos.
"Nosotros no hemos recibido la caridad", dicen ellos: "¿Por qué, pues, se nos reprende como si pudiéramos dárnosla a nosotros mismos y por nuestro arbitrio no queremos hacernos este don?"
Y no reparan que, aun en los que todavía no están regenerados, existe una primera causa para que, al ser reprendidos de su desobediencia a Dios, conciban disgusto de sí mismos, por haber creado Dios al hombre recto al principio de la creación, y no se puede culpar de injusto a Dios. Y, por consiguiente, el hombre es el responsable de la primera maldad con que se aparta de la sumisión a Dios, pues perdiendo, por inclinación de su mala voluntad, la rectitud en que originariamente fue creado, se pervirtió. ¿Acaso no se ha de corregir en el hombre esta depravación, por ser común a todos, y no personal, del que se ve reprendido? Antes bien, corríjase también en cada uno lo que es común a todos. Pues no porque nadie se vea libre de ella deja de ser personal y propia de cada uno. En verdad, estos pecados de origen se llaman ajenos, porque cada uno los hereda de sus padres; y con razón llámanse igualmente nuestros, por haber pecado todos en aquel hombre único, según, dice el Apóstol.
Debe reprenderse, pues, el origen condenable, a fin de que el dolor producido por la corrección engendre el deseo de la regeneración; si es que el corregido es hijo de la promesa, de suerte que, al sonar en lo exterior el chasquido del azote y de la reprensión, infunda Dios en lo secreto del alma, por misteriosa inspiración, la voluntad eficaz.
Pero si se trata de un cristiano que, después del bautismo y de la justificación, recae por su voluntad en la mala vida, ciertamente no puede decir: "Yo no he recibido", pues abusando de su albedrío perdió para su condena la gracia recibida del Señor. Y si, movido por saludable reprensión, llora su pecado y vuelve a sus obras de antes u otras mejores, resplandece aquí clarísimamente el provecho de la corrección. Pero toda corrección humana, esté inspirada por la caridad o no, para ser útil al corregido, debe ir acompañada de la gracia de Dios.
10. Mas acaso el reacio para la corrección insistirá: "¿Qué he hecho yo que no he recibido", cuando sabemos que ha recibido y por culpa suya perdió lo que recibió? "Puedo yo, replica él, puedo yo sin duda, cuando me reprendes de haber recaído voluntariamente en la mala vida después de haber profesado la buena, decir todavía: ¿Qué he hecho yo que no he recibido? Cierto que he recibido la fe que obra por la caridad, mas no la gracia de perseverar hasta el fin en ella. ¿Osará decir alguien que esta perseverancia no es don de Dios, y que tan excelente bien de tal modo es nuestro, que a quien lo tuviere no le puede decir el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido?20, pues lo tiene como de cosecha suya y no como recibido?"
Tampoco podemos negar nosotros que la perseverancia en el bien hasta el fin es un regalo precioso de Dios y que procede de aquel de quien está escrito: Toda dádiva preciosa, todo don perfecto, viene de arriba y desciende del Padre de las luces21. Mas no se sigue de esto que el que no perseverare ha de esquivar la corrección, no sea que le conceda Dios el don de la penitencia para quebrantar los lazos del diablo22.
Pues para utilidad de la corrección añadió el Apóstol la sentencia arriba mencionada: Con suavidad se ha de corregir a los que profesan diferentes doctrinas, esperando que un día les dé Dios el espíritu de penitencia.
Si decimos que esta perseverancia tan laudable y venturosa de tal modo pertenece al hombre que no le viene de
Dios, anulamos en primer lugar lo que dice el Señor a Pedro: Yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe23.
¿Qué imploró para él sino la perseverancia hasta el fin? Si esta gracia pudiera el hombre tenerla por sí, no se habría de pedir a Dios.
Además, cuando el Apóstol dice: Suplicamos a Dios que no hagáis mal, sin duda pide para ellos la perseverancia. Pues ciertamente obra mal el que renuncia al bien, inclinándose a lo que se debe evitar, perseverando en el bien.
Y les promete también con la misericordia de Dios la perseverancia final en aquel otro pasaje donde dice: Doy gracias a Dios todas las veces que me acuerdo de vosotros, elevando siempre con gozo mis súplicas por todos vosotros, por la parte que habéis tomado en el Evangelio desde el primer día hasta hoy, con la segura confianza de que quien comenzó en vosotros la obra buena la llevará al cabo hasta el día de Jesucristo24.
Lo mismo pide donde dice: Os saluda Epafras, siervo de Jesucristo entre vosotros, quien porfía siempre en vuestro favor con sus oraciones para que os mantengáis firmes y decididos a cumplir todo lo que es voluntad de Dios25. ¿Qué significa que os mantengáis firmes sino que perseveréis? Por eso se dijo del diablo: No se mantuvo en la verdad26. Fue creado en la verdad y no permaneció en ella. Pero éstos ciertamente permanecían en la fe. Ni otra cosa pedimos cuando rogamos para que se mantenga firme quien está en la fe sino que persevere. ¿Y no muestra clarísimamente el apóstol San Judas que es don divino la perseverancia final al decir: Glorificado sea el que es todopoderoso para preservaros del mal y haceros comparecer sin mancilla en la presencia de su gloria con alegría?27
Pues ¿qué da sino la perseverancia el que conserva sin mancilla, para llevarlos inocentes a su gloriosa presencia?
Lo mismo significa lo que leemos en los Hechos de los Apóstoles: Oyendo esto los gentiles, se alegraban y glorificaban la palabra divina y creyeron cuantos estaban predestinados para la vida eterna28. ¿Quién pudo ser predestinado a la vida eterna sin el don de la perseverancia, pues el que perseverare hasta el fin, éste se salvará?29 ¿Y con qué salvación, sino la eterna? Y cuando en la oración dominical decimos al Señor: Santificado sea tu nombre30, ¿no pedimos que su nombre sea santificado en nosotros? Y habiéndose verificado esto ya por el sacramento del bautismo, ¿por qué los fieles insisten todos los días en tal petición sino para que perseveremos en la gracia conseguida hasta el fin?
También el bienaventurado San Cipriano entendió esto mismo, pues exponiendo dicha oración, escribe: "Decimos santificado sea tu nombre no para desear a Dios que sea santificado con nuestras oraciones, sino para pedir que su nombre sea santificado en nosotros. Por lo demás, ¿de quién es santificado Dios, cuando Él es el principio de toda santidad? Mas como Él dijo: Sed santos, porque santo soy también yo31, rogamos y suplicamos que los santificados en el bautismo perseveremos en el bien comenzado". Así, pues, según el sentir del gloriosísimo mártir, los fieles piden todos los días con estas palabras la perseverancia en el nuevo ser recibido por la gracia bautismal. Sin duda alguna, todo el que suplica a Dios la perseverancia en el bien, confiesa que el perseverar es don suyo.
CAPÍTULO VII
Justa condenación de los que no perseveran y efectos de la predestinación de los santos
11. Sin embargo de ser esto así, corregimos, y con justicia, a los que, habiendo vivido bien, no perseveraron en la buena vida, pues por su propia voluntad se han desviado del camino recto para obrar la iniquidad; y por eso son dignos de corrección; y si ella no les aprovecha, sino continúan en la mala vida hasta el fin, merecen la condenación eterna. Ni como se excusan ahora, diciendo: "¿Por qué se nos corrige?", dirán entonces: "¿Por qué se nos condena?, pues para desviarnos del buen camino al malo no recibimos la perseverancia en él bien", porque de ningún modo se librarán con esta excusa de la eterna condenación. En efecto, la misma Verdad declara que nadie es librado de la condenación, derivada de Adán, sino por la fe en Jesucristo, y ni siquiera se verán libres de ella quienes pueden excusarse de no haber oído la predicación del Evangelio, pues la fe entra por el oído. Luego, ¿ cuánto menos se librarán los que digan: "No hemos recibido la perseverancia"? Más razonable parece la excusa de los que dicen: "No ha llegado a nuestros oídos el Evangelio"32, que la de los que alegan: "No hemos recibido la perseverancia". Bien puede decirse a éstos: "¡Oh hombre!, si hubieras querido, hubieras podido perseverar en la fe que oíste y recibiste". Mas no podría decirse a los otros: "Vosotros hubierais podido creer, si queríais, lo que no oísteis".
12. Por consiguiente, ora se trate de los que no oyeron la predicación evangélica, ora de los que, habiéndola oído y practicado sus enseñanzas, no perseveraron en ellas; ora de los que, después de haber oído el Evangelio, no quisieron adherirse y creer en Cristo, porque Él dijo: Nadie viene a mí, si no le fuere dado ese don por el Padre33; ora de los que por ser párvulos eran incapaces de creer, pero sí podían ser purificados de la mancha original por la ablución del bautismo, si bien perecieron sin recibirlo, todos ellos están incluidos en la masa de condenación a que dio origen el primer hombre. Y de allí son separados no por méritos propios, sino por la gracia del Mediador, esto es, son justificados gratuitamente por la virtud de la sangre del segundo Adán.
Al oír, pues, lo del Apóstol: ¿Quién te distingue? Pues ¿qué tienes que no hayas recibido? Y si todo lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieses recibido?34, debemos confesar que nadie es segregado de aquella masa de reprobación que viene del primer Adán sino el que tuviere ese don, sea quien sea, por haberlo recibido por gracia del Salvador. Y de tanto relieve es dicho testimonio apostólico, que San Cipriano, escribiendo a Quirino, lo puso para título de un capítulo donde prueba "cómo no hemos de gloriarnos de nada, pues nada es nuestro".
13. Todos cuantos, pues, por la largueza de la divina gracia, se ven libres de la original condenación, sin duda alguna hace la divina Providencia que oigan el Evangelio, y después de oírlo, lo abracen y perseveren hasta la muerte en la fe, que se manifiesta por obras de caridad35; y si alguna vez se extralimitan, se enmiendan con la corrección, y algunos de ellos, sin mediar ninguna corrección humana, retornan al buen camino abandonado; y otros, recibida la gracia, no importa en qué edad, son prematuramente arrebatados de los peligros de esta vida mortal. Todas estas obras se deben al que los hizo vasos de su misericordia y los eligió en su Hijo, antes de la constitución del mundo, con elección gratuita. Luego si es elección gratuita, no se debe al mérito de las obras, pues de lo contrario, se anula toda gracia36. Ellos fueron llamados y elegidos al propio tiempo. Con miras a esta distinción se dijo: Muchos fueron llamados, pero pocos escogidos37; mas porque fueron llamados según propósito, fueron también elegidos con elección gratuita, como se ha dicho, no por méritos anteriores, pues ellos no tienen otro mérito que la misma gracia.
14. De estos elegidos habla el Apóstol cuando dice: Sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para bien de los que le aman, de los que según sus designios fueron llamados. Porque a los que de antemano conoció, a ésos los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos los llamó, y a los que llamó, a ésos justificó, y a los que justificó, a ésos glorificó38.
De éstos nadie perece, porque todos son elegidos. Y fueron elegidos porque fueron llamados según su designio, no el suyo de ellos, sino el de Dios, de quien dice en otra parte: Para que el designio de Dios, hecho libremente, no en virtud de las obras, se mantuviese por gracia del que llama, le fue a ella dicho que él mayor serviría al menor39.
Y en otra parte se lee: Nos salvó y nos llamó con vocación santa, no por causa de nuestras obras, sino en virtud de su designio y de la gracia40.
Luego esta sentencia: A los que predestinó, a ésos también llamó, debe entenderse de los que fueron llamados según designio, conforme a lo dicho al principio: Dios hace concurrir todas las cosas para bien de los que le aman, de los que según su designio fueron llamados. Y después añade: Pues a los que conoció de antemano, a ésos predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que Él sea primogénito entre muchos hermanos41. Y después de estas aserciones añadió: Y a los que predestinó, a ésos los llamó.
Se comprenden, pues, aquí los que fueron llamados según designio para que no se crea que hay entre ellos algunos llamados y no elegidos, en el sentido de las palabras del Señor: Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos42.
En efecto, todos los elegidos, sin duda fueron llamados, pero no todos los llamados fueron, por consecuencia, elegidos. Luego aquellos fueron elegidos, según se ha dicho muchas veces, que fueron llamados según designio, habiendo sido igualmente predestinados y previstos. Si alguno entre ellos se pierde, engáñase Dios; mas ninguno se pierde, por no caber engaño en Dios. Si alguno perece de entre ellos, queda vencido el Señor por la fuerza de la depravación humana; luego todos ellos se salvan, porque nada puede vencer a Dios. Y ellos fueron elegidos para reinar con Cristo no al estilo de Judas, que fue elegido para la obra que convenía por aquel que sabe usar bien de los malos, a fin de que por su infame traición cumpliese la plausible misión para que Él vino. Cuando, pues, oímos: ¿No os he elegido yo a los doce? Y, no obstante eso, uno de vosotros ha resultado un diablo43, debe interpretarse que aquéllos fueron elegidos por designio de misericordia, y éste por juicio; aquéllos para reinar con El, a éste para instrumento de su muerte.
15. Con razón sigue el Apóstol, dirigiéndose al reino de los elegidos: Si Dios está a nuestro favor, ¿quién prevalecerá contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar con El todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Justificándolos Dios, ¿quién los condenará? Cristo Jesús, el que murió, o más bien, el que resucitó y está a la diestra de Dios, es quien intercede por nosotros44.
Y prosigan y digan cuan eficaz don de la perseverancia hasta el fin han recibido: ¿Quién nos arrebatará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Según está escrito: "Por tu causa somos entregados a la muerte todo el día; somos contados como ovejas destinadas al matadero"45. Mas en todas estas cosas vencemos en virtud de aquel que nos amó. Porque seguro estoy que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo venidero, ni las virtudes, ni la altura ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá arrancarnos al amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor46.
16. A los mismos se alude en la Epístola a Timoteo, donde, después de hablar de Himeneo y Fileto, que pervertían la fe de algunos, se añade: Mas en verdad, el sólido fundamento de Dios se mantiene firme con este sello: el Señor conoció a los que son suyos47.
Su fe viva, por la caridad, ciertamente o no decae de ningún modo o, si en algunos decae, vuelve a recobrarse antes de la muerte, y perdonada su iniquidad, que se interpuso, se les concede la perseverancia final. Empero, los que no han de perseverar, y así han de tener alguna mengua en la fe y conducta cristiana, sorprendiéndoles la muerte en semejante estado, que dura hasta el fin de la vida, ni siquiera en el tiempo que llevan una vida piadosa y buena han de ser contados en el número de los elegidos. Porque no fueron ellos segregados de la masa de perdición por la presciencia y la predestinación de Dios; y, por consiguiente, ni fueron llamados según designio ni, por lo mismo, elegidos. Ellos pertenecen al grupo de aquellos llamados de quienes se dijo: Muchos fueron los llamados, pocos los escogidos48. Y con todo, ¿puede negarse que son elegidos cuando creen y se bautizan y viven según la voluntad de Dios? Ciertamente pasan por elegidos para quienes desconocen su última suerte, mas los ojos de aquel que sabe que no tendrán la perseverancia que lleva a los elegidos hasta la Vida eterna, aunque ahora están de pie, prevén su futura caída.
CAPÍTULO VIII
Del misterio de los juicios divinos
17. Si ahora se me pregunta por qué se negó la perseverancia final a los que no se dio la caridad para vivir cristianamente, confieso que lo ignoro. Reconociendo mi poquedad, me arrimo humildemente a las palabras del Apóstol: ¡Oh hombre!, ¿tú quién eres para pedir cuentas a Dios? Y en otra parte dice: ¡Oh profundidad de las riquezas, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son tus juicios y cuan inescrutables tus caminos!49 Según, pues, se nos digna darnos a conocer sus juicios, démosle gracias a Él; y si Él nos los oculta, no murmuremos contra su consejo, sino creamos que también aquí se esconde una medicina muy saludable.
Y tú, quienquiera que seas, enemigo de la gracia de Dios, que haces tales preguntas, ¿qué dices tú mismo? Bien que no niegas que eres cristiano y blasonas de católico. Si, pues, confiesas que es don de Dios la perseverancia hasta la muerte, creo que estás en la misma ignorancia que yo en punto a saber por qué éste recibe tal don, y el otro, no; para ambos son impenetrables los juicios de Dios. O si crees que el perseverar o no perseverar en el bien depende exclusivamente del libre albedrío del hombre, que defiendes no en conformidad con la gracia divina, sino con detrimento de ella, no siendo don de Dios la perseverancia, sino efecto de la voluntad humana, ¿qué opondrás tú a las palabras del Salvador: He rogado por ti, Pedro, para que no decaiga tu fe50 ¿Osarás decir que, a pesar de la plegaria de Cristo para que no desfalleciera la fe de Pedro, ella habría sufrido quebranto de haberlo querido Pedro, es decir, si hubiera rehusado el perseverar hasta el fin, como si hubiera un contraste entre la voluntad de Pedro y la plegaria do Cristo, que rogó para que quisiera perseverar? Ciertamente, nadie ignora que hubiera fallado la fe de Pedro en caso de Saquear su voluntad, por la que era fiel, y que había de permanecer firme en aquélla si ésta se sostenía en pie. Mas como el Señor prepara las voluntades51, no pudo ser estéril para él la oración de Cristo. Pues cuando oró para que no tuviera quebranto su fe, ¿acaso pidió otra cosa, sino que él tuviese una voluntad libérrima, fortísima, invictísima y perseverantísima? Mirad, pues, cómo la libertad de la voluntad se armoniza muy bien con la gracia, no va en contra de ella. Pues la voluntad humana no obtiene la gracia con su libertad, sino más bien con la gracia la libertad, y para perseverar en ella, una gustosa permanencia e insuperable fortaleza.
18. Cosa maravillosa es ciertamente y muy digna de admiración que Dios a algunos hijos suyos regenerados en Cristo, después de darles la fe, esperanza y caridad, no les otorgue la perseverancia, mientras a los hijos de los infieles les perdona tantos crímenes y, dándoles la gracia, los adopta por hijos suyos.
¿Quién no se admirará de esto? ¿Quién no se llena de grandísimo estupor ante semejante hecho? Ni tampoco es menos de admirar, por ser verdad y cosa tan manifiesta, que ni los mismos enemigos de la gracia osan negar, que a algunos hijos de sus amigos, esto es, a párvulos pertenecientes a familias cristianas y buenas, permitiéndoles morir sin bautismo, cuando si El quisiera no les faltaría la regeneración bautismal, pues todo está sometido a su voluntad, y, no obstante eso, los extraña de su reino, adonde envía a sus padres; y, al contrario, a algunos hijos de infieles los hace venir a manos de los cristianos, y por medio del bautismo, los introduce en su reino, del que están excluidos sus padres; y con todo, ni en aquéllos hay demérito alguno ni en éstos mérito, debido a su propia voluntad. Ciertamente, aquí los juicios de Dios, tan justos, tan altos e irreprensibles, pasan de vuelo nuestra capacidad de comprensión. Aquí debe ponerse igualmente el misterio de la perseverancia de que disputamos. Ante ambas cosas exclamemos: ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Cuán inasequibles son sus juicios!52
19. Ni nos extrañemos nosotros de no poder indagar sus impenetrables caminos. Pues, aun omitiendo otros bienes innumerables que reparte a unos y niega a otros hombres Dios, nuestro Señor, sin ninguna acepción de personas53, tampoco se dan por merecimientos propios bienes como la agilidad, la fuerza, la lozanía de la salud, la hermosura corporal, ingenios maravillosos y aptitudes mentales para muchas artes; o los que vienen de fuera, como la opulencia, la nobleza, los honores y otros semejantes, cuya posesión se subordina al poder divino; pasando igualmente en silencio el bautismo de los párvulos, el cual nadie puede negar que es un bien sobrenatural, a diferencia de los mencionados, y sin ponernos a averiguar por qué se da a uno y se niega a otro, cuando ambas cosas están en manos de Dios y aquel sacramento es esencial para entrar en el reino de los cielos; dejando y omitiendo estas cosas, examinemos un poco a la clase de personas a que aludimos aquí. Tratamos de los que no tienen el bien de la perseverancia, sino que mueren después de haberse desviado del buen camino por defecto de su voluntad.
Respondan nuestros adversarios, si son capaces, por qué Dios a estos hombres, cuando vivían en la fe y la piedad, no los arrebató de los peligros del mundo para que la maldad no mudase su pensamiento y las ilusiones no engañasen sus almas54. ¿Le faltó tal vez el poder para hacerlo o el conocimiento de sus males futuros? Sería una grave perversidad e insipiencia defender cualquiera de estas dos afirmaciones. ¿Por qué, pues, no lo hizo? Respondan los que se mofan de nosotros cuando, al tratar de tan inefables misterios, exclamamos: ¡Cuan inescrutables son sus juicios e impenetrables sus caminos!55 Pues o Dios no concede estos favores al que quiere, o nos engaña la Escritura, que dice hablando de la muerte prematura del hombre: Fue arrebatado para que la maldad no pervirtiese su inteligencia y el engaño no extraviase su alma56.
¿Por qué da tan señalado beneficio a unos y a otros lo niega Dios, en quien no cabe injusticia ni acepción de personas57 y en cuya potestad está cada uno mientras vive en esta vida, definida como una tentación sobre la tierra?58 Así como, pues, se ven forzados a confesar que es don de Dios que un hombre termine su existencia mortal antes de pervertirse e ignoran por qué se da a unos y no a otros, digan igualmente con nosotros que es don divino la perseverancia en el bien, según las mismas Escrituras, de que he tomado muchos testimonios, y, sin quejarse de la divina Providencia, confiesen con nosotros la ignorancia de este misterio.
CAPÍTULO IX
De los justos que se apartan de la gracia
20. No nos escandalicemos tampoco de que el Señor no conceda a algunos de sus hijos el don de la perseverancia. Lo cual no ocurriría si pertenecieran al número de aquellos predestinados y llamados según designio, y que son los verdaderos hijos de la promesa.
Porque ellos, cuando viven cristianamente, se cuentan entre los hijos de Dios; mas como han de vivir y morir impíamente, no se consideran como hijos de Dios en la divina presciencia. Hay hijos de Dios que no lo son aún para nosotros, con serlo ya para Dios; de ellos dice el evangelista San Juan que Jesús había de morir por el pueblo, y no sólo por el pueblo, sino para reunir en uno a todos los hijos de Dios, que estaban dispersos59. Esta reunión habría de verificarse por la adhesión a la verdad del Evangelio; y con todo, antes de realizarse, ya eran registrados como hijos de Dios, con indiscutible seguridad, en el pensamiento del Padre.
Por otra parte, hay también ayunos a quienes llamó hijos de Dios por la gracia, que si bien temporalmente, recibieron, de los cuales dice el mismo San Juan: De nosotros han salido, pero no eran de los nuestros. Si de los nuestros fueran, hubieran permanecido con nosotros60.
No dice: "De nosotros han salido, mas porque no perseveraron con nosotros, ya no son de los nuestros", sino: De nosotros han salido, paro no eran de los nuestros.
Esto es, aun cuando se veían entre nosotros, no eran de los nuestros.
Y antes que se le dijese: "¿Cómo lo demuestras?", añade: Porque si hubieran sido de los nuestros, hubieran igualmente permanecido con nosotros.
Así hablan los hijos de Dios; así habla Juan, que ocupa un lugar tan distinguido entre los hijos de Dios.
Luego cuando los hijos de Dios dicen de los que no han tenido perseverancia: Han salido de nosotros, pero no eran de los nuestros, y añaden: Si hubieran sido de los nuestros, hubieran perseverado con nosotros, es como si dijeran: No eran hijos, aun cuando tenían profesión y nombre de tales. Y no por haber simulado la justicia, sino por no haber perseverado en ella. No dice: Pues si hubieran sido de los nuestros, hubieran tenido también con nosotros verdadera y no fingida justicia, sino: Si hubieran sido de los nuestros, hubieran permanecido entre nosotros. Sin duda quería que perseverasen en el bien. Estaban en el bien, mas por no haber perseverado en él hasta el fin, no eran de los nuestros aun cuando vivían con nosotros. En otras palabras: no eran del número de los hijos aun cuando profesaban la fe de tales, pues los que son verdaderamente hijos, están previstos y predestinados para ser conformes a la imagen de su Hijo y fueron llamados según propósito61 para ser elegidos. El que perece no es hijo de la promesa, sino de la perdición62.
21. Pertenecieron dichos cristianos a la multitud de los llamados, pero no al breve número de los escogidos. Concedió, pues, Dios a sus hijos predestinados el don de la perseverancia, y lo tienen por hallarse en el número de tales: y ¿qué tendrían que no hubiesen recibido63, según la apostólica y verdadera sentencia? Y así, tales hijos serían dados al Hijo, Cristo, como El mismo dice al Padre: Para que todo lo que me diste, no se pierda, sino posea la vida eterna64.
Luego se consideran como dados a Cristo los que están destinados para la vida eterna. Son aquéllos predestinados y llamados según propósito, de los cuales ninguno perece ni acaba esta vida en pecado mortal, porque está guardado, y por eso le ha sido dado a Cristo, para que no se pierda, antes bien obtenga la vida eterna. Asimismo, los que consideramos enemigos suyos, es decir, aquellos hijos de sus enemigos a los que El ha de regenerar de tal modo que acaben la vida presente en gracia de Dios, antes de recibirla son hijos suyos según aquella predestinación, y le son ofrecidos a Cristo, su Hijo, a fin de que no perezcan, sino consigan la vida eterna.
22. Finalmente, el mismo Salvador dice: Si permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente discípulos míos65. ¿Acaso entre ellos se ha de contar a Judas, que no perseveró en su palabra? ¿Se enumerarán entre los discípulos los mencionados por el Evangelio, donde, después de intimar el Señor el precepto de tomar su carne y beber su sangre, se dice: Esto lo dijo enseñando en una sinagoga de Cafarnaún. Luego de haberlo oído, muchos de sus discípulos dijeron: ¡Qué duras son estas palabras! ¿Quién puede admitirlas? Conociendo Jesús que murmuraban de esto sus discípulos, les dijo: ¿Esto os escandaliza? Pues ¿qué será ver al Hijo de Dios subir allí donde estaba antes? El espíritu es el que da la vida, la carne no aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y vida; pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque sabía Jesús desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le había de entregar. Y decía: Por eso os dije que nadie puede venir a mí si no le ha sido dado de mi Padre. Desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían66.
¿Acaso no da a éstos el Evangelio el nombre de discípulos, no siéndolo verdaderamente, porque no perseveraron en su palabra, según su sentencia: Si permaneciereis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos?
Luego por faltarles la perseverancia, ni fueron verdaderos discípulos de Cristo ni tampoco verdaderos hijos de Dios, aun cuando parecían serlo y se llamaban.
Del mismo modo, llamamos nosotros elegidos y discípulos de Cristo e hijos de Dios, porque así deben llamarse a los que vemos vivir cristianamente después de recibir el sacramento del bautismo; pero entonces merecen en verdad tal nombre, cuando perseveran en la gracia de la vocación. Y si no tienen perseverancia ni se mantienen en la forma de vida que comenzaron, no merecen el nombre que tienen ni son lo que se llaman, pues no lo son ante aquel que prevé su futura ruina.
23. Por esta razón, el Apóstol, después de decir: Sabemos que todas las cosas ayudan a ser buenos a los que aman a Dios, no ocultándosele que muchos aman a Dios sin perseverar en el amor hasta el fin, añadió: de los que según propósito fueron llamados67. Pues éstos logran la perseverancia final en el amor de Dios, y los que temporalmente se apartan de Él, se convierten para dar cima hasta el fin a la obra que comenzaron. Y declarando qué significa el llamamiento según propósito, añadió a continuación lo que ya he mencionado: A los que previo, a éstos predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que Él sea el Primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos llamó, conviene a saber, según el propósito; y a los que llamó, a éstos justificó, y a los que justificó, a éstos glorificó.
Ya se han cumplido estas cosas: previo, predestinó, llamó, justificó68, porque todos ya están previstos y predestinados y muchos ya fueron llamados y justificados. Y lo que pone al fin: a ésos glorificó, todavía no se ha realizado, pues aquí se debe entender, sin duda, aquella gloria de la que dice el mismo: Cuando, pues, se manifieste Cristo, vuestra vida, entonces también os manifestaréis con El en la gloria69.
Y aunque estas dos cosas, llamó y justificó, tampoco se han verificado en todos de quienes se han dicho, porque todavía hasta el fin del siglo serán llamados y justificados muchos, sin embargo, empleó el verbo en tiempo pasado para designar cosas venideras, como si Dios hubiera ya puesto por obra lo que tiene proyectado hacer desde la eternidad. A este propósito, dice Isaías: El Señor hizo las cosas que han de ser70. Por consiguiente, cuantos, según la providentísima disposición de Dios, fueron previstos, predestinados, llamados, justificados y glorificados, aun antes de recibir el bautismo, más aún, antes de nacer, ya son hijos de Dios y de ningún modo pueden perderse. Ellos verdaderamente creen en Cristo, porque van a El del modo que declaró El mismo: Todo lo que mi Padre me da, viene a mí, y al que viene a mí yo no lo echaré fuera. Y luego añade: Esta es la voluntad del Padre que me envió, que yo no pierda nada de lo que me ha dado71. Por consiguiente, don suyo es el de la perseverancia final, que sólo se dará a los que no perecerán; y los que no perseveraren, se perderán.
24. A los que aman a Dios de este modo, todo contribuye para su mayor bien; absolutamente todas las cosas las endereza Dios a su provecho, de suerte que aun los que se desvían y extralimitan, les hace progresar en la virtud, porque se vuelven más humildes y experimentados. Aprenden que en el mismo camino de la vida justa deben alborozarse con gozo y temor, sin atribuirse presuntuosamente a sí mismos la seguridad con que caminan ni decirse en tiempo de la prosperidad: "Ya nunca caeremos"72.
Por lo cual se les avisa: Servid al Señor con temor, alborozaos con temblor, no se aíre el Señor y perezcáis del camino de la justicia. No dice: Y no vengáis al camino de la justicia, sino: no perezcáis en el camino de la justicia73. ¿Qué pretende con esto sino avisar a los que van por la senda de la justicia que sirvan a Dios con temor, esto es sin orgullecerse?74 Es como si les dijera: No os ensoberbezcáis, sino sed humildes. En otro lugar dice también: No seáis altivos, sino allanaos a los humildes75. Alborócense, pues, en el Señor, pero con temblor; sin gloriarse de nada, porque nada es de nuestra cosecha; y el que se gloría, gloríese en el Señor. No se extravíen del camino justo por donde comenzaron a avanzar, atribuyéndose a sí mismos la gracia de caminar por él.
La misma expresión usó el Apóstol donde dice: Con temor y temblor trabajad en la obra de vuestra salvación76. Y añade la razón del temor y temblor: Pues Dios es el que obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito77.
Le faltaba este temor y temblor al que decía en su abundancia: No seré ya movido nunca78. Mas porque era hijo de la promesa y no de la perdición, sabiendo por experiencia lo que era por sí mismo, abandonado de la mano de Dios, añadió: Pues tú, ¡Oh Señor!, por tu benevolencia me asegurabas honor y poderío. Apenas escondiste tu rostro, la turbación se apoderó de mí79.
He aquí cómo, enseñado por la experiencia y, por lo mismo, más humilde, volvió al camino, viendo y confesando que el Señor por su benevolencia fortaleció su virtud; pero él, atribuyéndose a sí mismo y lisonjeándose de la fuerza que le venía de la generosidad del Señor, con merma de la gloria de su bienhechor, se atrevió a decir: Ya nunca perderé este estado.
Llenóse, pues, de turbación y hallóse a si mismo, aprendiendo con humilde sabiduría que en Dios debe ponerse la esperanza no sólo de la vida eterna, mas también de la buena conducta y perseverancia en la presente.
Idéntico lenguaje había usado San Pedro cuando, presumiendo de sí, dijo en su entusiasmo: Yo daré mi vida por ti80, atribuyéndose ciegamente a su propia virtud lo que había de ser más tarde don de Cristo. Apartó de él su rostro el Señor y se desmayó, llegando a negarle tres veces por temor a la muerte. Mas de nuevo le miró Cristo, y él lavó su culpa con lágrimas81. ¿Qué significa le miró, sino le volvió el rostro después de haberlo apartado un poco de tiempo?
Se había conturbado, mas como aprendió a no fiarse de sí mismo, la misma caída le fue provechosa por obra del que todo lo endereza para bien de los que le aman, pues Pedro había sido llamado según propósito, y nadie podía arrebatarlo de la mano de Cristo, a quien había sido confiado.
25. Ninguno, pues, que se extravíe en el camino justo diga que no debe ser corregido, sino que sólo se ha de contentar con pedir para él la conversión y la perseverancia. Ninguna persona prudente y cristiana diga tal cosa. Pues si según designio fue llamada, sin duda alguna la corrección, por obra de Dios, se ordenará para su bien. Mas como quien corrige ignora si fue llamado con tal vocación, haga caritativamente lo que su deber pide. Sabe que esa persona debe ser corregida, dejando a Dios que obre según su misericordia o según su juicio; según misericordia, si el corregido está segregado por la gracia de Dios de la masa de perdición y no se halla entre los vasos de ira, aptos para la perdición, sino entre los vasos de misericordia, que El escogió para su gloria82; con justicia, si está condenado entre aquéllos y no predestinado con éstos.
CAPÍTULO X
De la gracia de los ángeles y de adán
26. Aquí surge otra cuestión importante, que he de tratar y resolver con la ayuda de Dios, en cuyas manos estamos nosotros y nuestras palabras.
Con respecto a este don de la perseverancia en el bien hasta el fin, se me pregunta mi parecer sobre el primer hombre, que fue creado en la rectitud e inocencia. Yo no digo: Si no perseveró, ¿cómo estuvo sin defecto, faltándole un don divino tan necesario?
A esta pregunta se responde sencillamente: no tuvo la perseverancia, porque no permaneció en aquel bien, en que se incluía la exención de todo vicio. Este comenzó con su caída: luego, anteriormente a la caída, ciertamente estuvo sin vicio. Porque una cosa es no tener vicio y otra no permanecer en el estado inocente y exento de vicio.
Nosotros no decimos que no estuvo nunca sin vicio, sino que no perseveró sin vicio; y, por lo mismo, decimos que algún tiempo fue inocente y le reprochamos el no haber perseverado en tal estado. Pero se ha de investigar y dar una respuesta más satisfactoria a los que dicen: "Si en la rectitud en que fue creado Adán, sin vicio, obtuvo la gracia de la perseverancia, sin duda perseveró en ella; y si perseveró, luego no pecó ni se apartó de la justicia primera y de Dios". Pero la verdad pregona lo contrario y que perdió la rectitud e inocencia original. Luego no obtuvo la gracia de perseverar en aquel estado inocente: y si no la tuvo, tampoco la recibió. Pues ¿cómo hubiera recibido la gracia de la perseverancia sin perseverar? Luego si no la tuvo, por no recibir, ¿por qué se le culpa de no perseverar al que no recibió la gracia de la perseverancia? Ni puede decirse que no la recibió, por no hallarse separado de la masa de la perdición por la largueza de la divina gracia. Pues antes de la caída de Adán no existía tal masa en el género humano que pudiese viciar la naturaleza en su origen.
27. Por esta causa proclamamos con salubérrima doctrina y creemos firmemente que Dios, Señor de todas las cosas, el cual las crio muy buenas a todas y previo los males que habían de salir de los bienes, y que era más propio de su bondad omnipotentísima sacar bienes hasta de los males que no permitir mal alguno, de tal modo ordenó la vida de los ángeles y hombres, que primero quiso mostrarles el valor de su libre albedrio y después el beneficio de su gracia y el rigor de su justicia. En suma, algunos ángeles, cuyo príncipe se llama el diablo, por su libre voluntad se apartaron del Señor; mas huyendo de su bondad, donde estaba la fuente de su dicha, no pudieron evadirse de la esfera de su justicia, de donde vino su desventura. Mas los demás, por el libre albedrío, permanecieron en la verdad y merecieron poseerla con absoluta certeza de no caer ya más.
Pues si nosotros por las divinas Escrituras hemos llegado a la noticia de la conservación en gracia de los santos ángeles, ¿cuánto mejor la conocieron ellos con manifestación más sublime de la verdad? A nosotros también se nos ha prometido la vida eterna dichosa y la igualdad con los ángeles. Esa promesa nos certifica que, cuando entramos en el paraíso, ya no habrá posibilidad de caer de allí: y si los ángeles no tienen de sí mismos idéntica seguridad no seremos iguales, sino más felices que ellos. Mas la Verdad nos prometió la igualdad con ellos83. Luego cierto es que ellos conocen por alguna visión lo que nosotros sabemos por la fe conviene a saber que no habrá ya ninguna ruina en los bienaventurados. Mas en lo que toca al diablo y a sus ángeles, aunque eran felices antes ríe su caída e ignoraban la desventura que les esperaba, todavía su dicha era susceptible de aumento en caso de haber perseverado libremente en la Verdad, hasta conseguir la plenitud de la suma dicha, como premio a su permanencia, es decir, hasta que recibieran del Espíritu Santo la copiosa abundancia de la caridad divina y no pudieran caer nunca, con segurísima certeza de su estabilidad en el bien. Faltábales esta plenitud beatífica, pero como ignorantes de su futura miseria, disfrutaban de una dicha menor, libres del pecado todavía.
Conociendo de antemano su futura caída y el eterno suplicio que les esperaba, les hubiera sido imposible la felicidad, pues el temor de tamaño mal bastara para hacerlos necesariamente desventurados.
28. Igualmente creó Dios al hombre dotado de libre albedrio, y aunque ignorante de su futura caída, no obstante, era dichoso, por saber que estaba en su mano el no morir y evitar la miseria. Y si él hubiera querido permanecer, por decisión libre de su voluntad, en semejante estado de rectitud e inocencia, hubiera logrado también, por mérito de fidelidad, la plenitud de bienaventuranza, de que disfrutan los santos ángeles, esto es, la dicha de no caer jamás, y una certísima aseguranza de ello. Tampoco él hubiera podido ser dichoso en el paraíso, mejor dicho, no estaría donde no convenía que hubiese desgraciado alguno, si la previsión de la caída, con el temor de tan gran desgracia, nublara su felicidad. Mas por haber desertado libremente de Dios experimentó el rigor de su justicia, siendo condenado juntamente con su descendencia, que, por hallarse como encerrada en él, había participado de su culpa.
Pero cuantos descendientes suyos son favorecidos por la gracia de Dios, ciertamente se libran de la condenación, a que son acreedores. Luego, aun cuando ninguno fuese libertado, nadie podría reprender justamente a Dios. Y si los que se salvan son pocos en comparación de los reprobos, aunque muchos en número absoluto, no se debe a sus méritos, sino es puramente gratuita su salvación; es don de gracia que se debe agradecer a Dios, porque lo hace para que nadie presuma de sus méritos y se cierre toda boca84, y el que se gloría, se gloríe en el Señor85.
CAPÍTULO XI
La gracia en los descendientes de adán
29. ¿Qué diremos, pues? ¿Que Adán no tuvo gracia de Dios? Antes bien, la tuvo excelente, pero de diversa índole. El disfrutaba de los bienes recibidos de la bondad del Creador. No los había logrado con sus merecimientos, y en ellos no había mezcla de mal. Empero, los santos, que en el estado de la vida presente reciben la gracia de la liberación, andan entre males, gimiendo al Señor por ellos: Líbranos del mal86. Adán no tuvo necesidad de que muriera Cristo para disfrutar de sus gracias; a éstos la sangre de aquel Cordero purifica de la mancha hereditaria y de sus pecados personales. Aquél no tenía necesidad de la ayuda que éstos imploran, diciendo: Siento otra ley en mis miembros que está en pugna can la ley de mi mente y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Desventurado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por nuestro Señor Jesucristo87. En ellos, la carne desea contra el espíritu, y el espíritu contra la carne88, y en este conflicto arduo y peligroso piden fuerza para combatir y vencer por la gracia de Cristo. Adán, en cambio, colocado en aquel lugar de delicias, gozaba de la paz consigo mismo, sin que ninguna contradicción interna le tentase ni atormentase.
30. Luego la gracia que necesitan los santos es más poderosa, aunque no tan dichosa ahora como aquélla. En efecto, ¿qué gracia más poderosa que el mismo Unigénito de Dios, igual al Padre, hecho hombre por ellos y crucificado por los hombres pecadores, libre de todo pecado original y personal? El cual, aunque resucitó al tercer día para nunca más morir, con todo, soportó la muerte de los mortales y dio vida a los muertos, para que, redimidos con su sangre, asegurados con tan excelente y valiosa prenda, dijesen: Si Dios nos favorece, ¿quién nos dañará a nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino lo entregó por nosotros, ¿cómo no nos dará todos los bienes juntamente con Él?89
Tomó, pues, Dios nuestra naturaleza, esto es, el alma racional y la carne del Hombre Cristo, con un consorcio singularmente admirable o admirablemente singular, de suerte que, sin ningún mérito anterior, el Hijo de Dios comenzó a subsistir desde el principio de su existencia humana, formando una sola persona con el Verbo, que carece de principio. Pues nadie, por ciego o ignorante que se halle con respecto a este hecho y misterio, osará defender que, habiendo nacido del Espíritu Santo y de la Virgen María, el Hijo del Hombre, por el buen uso de su albedrío y por las obras buenas que hizo, viviendo en perfecta inocencia, mereció ser Hijo de Dios, porque contradice a este pasaje del Evangelio: Ei Verbo se hizo carne90.
Pues ¿dónde se realizó este misterio sino en el seno virginal, donde tuvo principio la humanidad de Jesús? De igual modo, preguntando la Virgen cómo había de cumplirse lo que le anunciaba el ángel, le respondió éste: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cobijará con su sombra; por lo cual el fruto de tu concepción será santo, el Hijo de Dios91. He aquí por qué dice: no por las obras, que son nulas en quien no ha nacido aún, sino porque el Espíritu Santo descenderá sobre ti y la virtud del Altísimo te protegerá con su sombra, lo santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios.
Ciertamente esta concepción enlazó en la unidad de persona al hombre con Dios, a la carne con el Verbo. A ella siguieron las buenas obras, no la precedieron para merecerla. Ni era de temer que en este inefable modo de unirse la naturaleza humana con la única persona del Verbo pecase ésta, abusando de su albedrío, pues ya la unión era de tal índole, que la naturaleza humana tomada por Dios no admitía en sí ningún movimiento de la mala voluntad. Por este Mediador demostró Dios cómo a los redimidos con su sangre, de malos había de cambiarlos en buenos para siempre, pues de tal modo asumió la humanidad, que ella fuese siempre inocente, siempre buena, sin haber sido purificada de ninguna mancha de pecado.
31. Faltóle al primer hombre esta gracia, por la que nunca quisiera ser malo; mas si él hubiera querido permanecer en la gracia recibida, nunca hubiera sido malo, y sin ella, aun con el concurso riel libre albedrío, nunca hubiera podido ser bueno; mas podía perderla libremente. No quiso, pues, Dios privarle de su gracia, de que pudiera disponer libremente. Porque el libre albedrío basta por sí mismo para obrar el mal, pero es flaco para obrar el bien si no le presta auxilio la bondad del Omnipotente. Y si el hombre no hubiera renunciado libremente a ese auxilio, hubiera sido siempre bueno; pero lo abandonó, y quedó él también abandonado a su vez. Era de tal condición aquel auxilio, que podía renunciar a él libremente o admitirlo, si quería; pero no era eficaz para mover su voluntad.
Tal es la primera gracia que se dio al primer Adán; pero la aventaja en eficacia la del segundó Adán. Por la primera puede el hombre mantenerse en la justicia, si quiere; la segunda es más poderosa, porque nos hace amar la justicia y amarla tanto y con tal denuedo, que el espíritu vence con su voluntad los deseos contrarios del apetito carnal.
Ni fue pequeña aquella primera gracia, con que se manifestó la fuerza del libre albedrío, porque prestaba tal ayuda, que sin ella no podía perseverar en el bien, si bien era libre para rehusarla, si quería. Pero la segunda es mayor, y no le basta a ella devolver al hombre la libertad perdida, no le basta el ser necesaria para abrazar el bien o perseverar en él si quiere, sino que además mueve eficazmente la voluntad a quererlo.
32. Dotó, pues, entonces Dios al hombre de buena voluntad, que formaba parte de la rectitud en que fue creado; le dio, además, un auxilio indispensable para permanecer en ella, si quería; pero el querer lo dejó al libre arbitrio de su voluntad. Podía, pues, permanecer en aquel bien, si le placía, porque no le faltaba ayuda con que pudiera y sin la cual no pudiera adherirse con perseverancia al bien propuesto a su voluntad. Mas el no haber querido perseverar, sin duda, culpa suya es, como hubiera sido mérito suyo el haberse mantenido firme. Así lo hicieron los ángeles santos, los cuales, al precipitarse los demás en la culpa por su librealbedrío, se mantuvieron en la verdad con el mismo libre albedrío, y merecieron la recompensa a su fidelidad, o sea tanta plenitud de dicha, que por ella están certísimos de su eterna perseverancia.
Mas si semejante ayuda hubiera faltado al ángel o al hombre cuando fueron creados, por no haber sido hecha la naturaleza en condiciones de poder perseverar libremente sin necesidad del divino socorro, no hubiera sido culpable su caída, por haberles faltado el auxilio para perseverar.
Mas ahora, a quienes les falta semejante don es en castigo del pecado y a los que se les concede, se da gratis, sin mérito previo de su parte; y con todo, por medio de Jesucristo, se concede con tanta mayor generosidad a los que plugo a Dios concederla, que no sólo se da el auxilio, sin el cual no podemos perseverar aun queriendo, sino es tan copioso y de tal fuerza, que nos mueve a querer el bien. Ese auxilio que nos concede Dios para obrar el bien y mantenernos firmes en él no sólo trae consigo la facultad de hacer lo que queremos, sino también la voluntad de hacer lo que podemos. Y esta eficacia faltó al primer hombre: tuvo lo primero, mas no lo segundo. Porque para recibir el bien no necesitaba gracia, por no haberlo perdido aún, mas para la perseverancia en él le era necesario el auxilio de la gracia, sin el cual no podía conseguirla de ningún modo; había recibido, pues, la gracia de poder, si quería, pero no tuvo la de querer lo que podía, pues de haberla tenido, hubiera perseverado. Podía haber perseverado, de haberlo querido; el no querer fue culpa de su albedrío, el cual era entonces tan libre, que podía querer el bien o el mal. Y ¿qué cosa habrá más libre que el libre albedrío, cuando ya no podrá ser esclavo del pecado, que hubiera sido la recompensa al mérito del hombre, como lo fue para los santos ángeles? Mas ahora, habiéndose perdido por el pecado los buenos méritos, en los que son libertados se ha manifestado el don de la gracia, el cual había de ser la recompensa del mérito.
CAPÍTULO XII
Dos clases de auxilio divino
33. Conviene, pues, investigar con atención y cautela la diferencia entre estas dos cosas: el poder no pecar y el no poder pecar, el poder no morir y el no poder morir, el poder no dejar el bien y el no poder dejarlo. Pudo, pues, el primer hombre no morir, pudo no pecar, pudo no dejar el bien... Mas ¿podemos acaso decir: No pudo pecar, estando dotado de tal libre albedrío? ¿O podemos decir: No pudo morir, habiéndosele dicho: Si pecares, morirás? ¿O decir: No pudo abandonar el bien cuando lo abandonó pecando y halló por eso la muerte? La primera libertad, pues, de la voluntad fue la de poder no pecar; la última será mucho más excelente, conviene a saber, no poder pecar. La primera inmortalidad consistió en poder no morir, la última consistirá en no poder morir. La primera potestad de la perseverancia fue la de poder no dejar el bien, la postrera felicidad de la perseverancia será no poder dejar el bien. ¿Acaso porque los bienes últimos serán más principales y mejores fueron nulos o de poca monta aquellos primeros?
34. Conviene también distinguir los auxilios. Porque uno es el auxilio sin el cual no se hace una obra, y otro, el auxilio con que se hace algo.
Por ejemplo, sin alimentos no podemos vivir, pero aun habiéndolos, ellos no bastan para que viva quien se empeña en morir. Luego la ayuda de los alimentos es indispensable para vivir, pero ellos no hacen que vivamos. Mas cuando le fuere dada al hombre la felicidad que le falta, al punto será feliz. Hay, pues, no sólo un auxilio sin el cual no se hace algo, mas también un auxilio con que se hace aquello para que se da. La felicidad pertenece a este caso: con ella se hace uno feliz y sin ella no puede serlo. Cuando se le concede al hombre la felicidad, al punto se hace feliz; y si nunca le fuere dada, nunca lo será. En cambio, los alimentos no hacen que el hombre viva, sin embargo de no poder vivir sin ellos.
Al primer hombre, pues, quien, creado en la justicia original, había recibido la facultad de poder no pecar, poder no morir, poder no abandonar el bien, se le concedió no el auxilio que le haría perseverar, sino el auxilio sin el cual no podía perseverar usando de su libre albedrío. Mas ahora a los santos, predestinados para el reino de Dios, por la divina gracia no sólo se da la ayuda para perseverar, sino también la misma gracia de la perseverancia; no sólo se les concede el don sin el cual no pueden perseverar, sino el don por el cual perseveran realmente. En efecto, Cristo, después de decir: Sin mí nada podéis hacer92, añadió: No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo os he elegido a vosotros y os he puesto para que vayáis y traigáis fruto y vuestro fruto permanezca93.
Con estas, palabras les manifestó que El les había regalado no sólo la justicia, mas también la perseverancia en ella. Pues cuando Cristo así dispone que vayan y den fruto
y que su fruto permanezca, ¿quién se atreverá a decir: "Su fruto no permanecerá"? ¿Quién se atreverá a decir: "Tal vez su fruto no permanecerá"? Dios no se arrepiente de sus dones y vocación de los que fueron llamados según propósito94.
Rogando, pues, Cristo para que su fe no decaiga hasta el fin, sin duda realizará lo que pide; y por eso perseverarán hasta el fin y su fidelidad se prolongará hasta los últimos días.
35. Más vigorosa libertad se requiere contra tantas y tan graves tentaciones, que no hubo en el paraíso, y que se halle dotada y robustecida con el don de la perseverancia para que sea vencido este mundo con todos sus amores, terrores y errores; tal es la enseñanza del martirio de los santos.
En cambio, Adán, sin que nadie le amedrentase, o más bien, usando de su libre albedrío, contra el mandato y las terribles amenazas de Dios, abandonó tamaña felicidad y facilidad para no pecar, mientras los santos permanecieron en la fe, superando los terrores y crueldades usadas para hacerles caer. Aquél palpaba los bienes que había de dejar; para éstos eran invisibles los premios que habían de recibir. ¿De dónde dimana, pues, esta fuerza, sino del don de Dios, de quien alcanzaron misericordia para permanecer fieles? ¿De quién recibieron el espíritu? No del temor, con que hubieran cedido a los perseguidores, sino de fortaleza, de caridad y de continencia95 para triunfar en todas las amenazas, halagos y tormentos. Adán inocente, al ser creado, recibió una voluntad libre, y él la hizo servir al pecado; los mártires recibieron una voluntad que, habiendo servido al pecado, fue libertada por el que dijo: Si os libertare el Hijo de Dios, entonces seréis verdaderamente libres96. Y con tal gracia les fue concedida tan señalada libertad, que aun cuando en la vida presente combaten contra las concupiscencias de los pecados y se les deslizan algunas faltas, por lasque dicen todos los días: Perdónanos nuestras deudas97, con todo, no son esclavos del pecado mortal del que dice San Juan: Hay un pecado para muerte y no digo yo que se ruegue por él.
Como no se determina aquí la especie de este pecado, se pueden formar sobre él muchas y variadas conjeturas. Para mí, él consiste en abandonar hasta la muerte la fe viva y operante.
Vense libres de la servidumbre de este pecado no por originaria condición, como Adán, sino por haber sido libertados, con la gracia de Dios, por el segundo Adán, y con esta liberación poseen el libre albedrío para servir a Dios y evitar la cautividad diabólica. Porque, libertados del pecado, sirven a la justicia98, en que perseverarán hasta el fin, otorgándoles el don de la perseverancia el que los previo y predestinó y llamó según propósito y los justificó y glorificó; pues las promesas que hizo de ellos, aun las futuras, ya las cumplió.
Al que tales promesas hizo creyó Abrahán, y le fue reputado como justo, por haber glorificado a Dios, firmísimamente persuadido, según está escrito, de que es poderoso para cumplir lo que prometió99.
36. El, pues, ha hecho, buenos a estos elegidos para que obren bien. Ni prometió a Abrahán tan numerosa descendencia espiritual porque previera que ellos habían de santificarse por su propia virtud, pues de ser así, a ellos pertenece, y no a Dios, lo prometido. Entonces no sería suya la obra que anunciaba, sino de ellos. Y no fue tal el objeto de la fe de Abrahán; antes bien, no flaqueó en la fe, glorificando a Dios y plenamente convencido de que Él era poderoso para cumplir su promesa.
El Apóstol no dice que es poderoso para prometer lo que previo, o poderoso para manifestar lo que predijo, o que puede conocer de antemano lo que prometió, sino que es poderoso para cumplir su promesa100. Luego Él, que los justifica, les hace perseverar en la justicia, y los que caen y se pierden, no pertenecen al número de sus predestinados. Si bien de todos los regenerados y que viven piadosamente hablaba el Apóstol, al decir: ¿Quién eres tú para juzgar al siervo ajeno? Para su amo está en pie o cae. Y luego, atendiendo a los predestinados, dice: Que poderoso es el Señor para sostenerle. Por consiguiente, la perseverancia la da Él, que puede sostener a los que mantiene firmes para que perseveren y levantar a los que cayeron, pues el Señor yergue a los derribados101.
37. Sin haber recibido este don de la perseverancia en el bien, el primer hombre era libre para perseverar o no perseverar, pues contaba su voluntad con fuerzas para eso, por haber sido creado en estado inocente ni tener que luchar en sí mismo contra la concupiscencia; y por uso se confió a su albedrío la facultad de conservar semejante caudal de bienes y la facilidad de perseverar en la justicia. Cierto que Dios previo lo que había de hacer él injustamente; sólo lo previo, mas sin coaccionarle a ello ni ocultársele a la vez lo que con justicia había de hacer con él. Pero ahora, después de perderse por causa del pecado aquella excelente libertad, quedó la flaqueza para ser ayudada con mayores dones y socorros. En efecto, plugo a Dios extinguir completamente la soberbia de la humana presunción para que ninguna carne102, esto es, ningún hombre, se gloríe en su presencia. ¿Y de qué no ha de gloriarse el hombre ante El sino de sus méritos? Y éstos los pudo tener, pero los perdió; los perdió por aquello mismo con que pudo ganarlos, esto es, por el libre albedrío, por lo cual sólo resta a los que han de ser libertados la gracia del libertador.
Así, nadie puede gloriarse ante El; no los pecadores, porque no tienen de qué; ni los justos, porque de El reciben cuanto les glorifica ni tienen otra gloria que al mismo a quien dicen: Tú eres mi gloria, tú haces erguir mi frente103.
A todos, pues, se aplican estas palabras: Ningún hombre se gloríe en la presencia del Señor. Y para los justos se escribe también: Quien se gloría, gloríese en el Señor. Tal es el clarísimo pensamiento del Apóstol, el cual, después de haber dicho: A fin de que nadie se gloríe en el acatamiento del Señor104, para que no se creyesen los justos privados de toda gloria, luego añadió: Por El pertenecéis a Jesús, que ha venido a seros de parte de Dios sabiduría, justicia, santificación y redención, para que, según está escrito, el que se gloríe, se gloríe en el Señor105.
He aquí por qué en este lugar de miserias, donde la vida humana es tentación sobre la tierra106, la virtud resplandece en la flaqueza107. ¿De qué virtud se trata sino de la que únicamente se gloría en el Señor?108
38. No quiso Dios que los santos, ni aun con motivo de su perseverancia en el bien, se gloriasen de sus propias fuerzas, sino en El únicamente, pues no sólo les da una ayuda igual a la del primer hombre, sin la cual no pueden perseverar, si quieren, sino que en ellos obra el querer; y puesto que si les falta el poder y el querer no podrán perseverar, la divina Bondad les socorre con la gracia, dándoles la facultad y la voluntad de perseverar. Su voluntad se halla tan inflamada con el fuego del Espíritu Santo, que pueden porque quieren y quieren porque influye eficazmente Dios en su voluntad.
Si en esta vida, tan llena de flaquezas (en la cual convenía se perfeccionase la virtud para reprimir la presunción), se les abandonara a su albedrío, para que permaneciesen, si querían, en el auxilio de Dios, indispensable para la perseverancia, y no obrase Dios en ellos el querer, entre tantas y tan graves tentaciones, su voluntad se desmayaría y no podría perseverar, porque, vencida por la flaqueza, se aniquilarían sus bríos o sólo tendría deseos débiles e incapaces para obrar.
Socorrióse, pues, a la flaqueza de la voluntad humana para que siguiese firme e invenciblemente la moción de la gracia divina, y por eso, aunque de poca fuerza, sin padecer desmayo, venciese toda adversidad. Así se logró que la voluntad del hombre, inválida y enclenque, perseverase por la virtud de Dios en un bien pequeño todavía, siendo así que la voluntad del primer hombre, fuerte y sana, abandonó un bien mayor, usando de su albedrío, si bien no le había de faltar la ayuda de Dios, con la que podría perseverar, si quería, aunque no aquella otra con que eficazmente mueve Él la voluntad a obrar. Como Adán era muy fuerte, le dejó y permitió hacer lo que quisiera; mientras a los santos, que eran flacos, los protegió con dones de su gracia para que con una firmeza invencible amasen el bien y no se lo dejasen arrebatar. Observemos que las palabras de Cristo: He rogado por ti para que no desfallezca tu fe109, fueron dichas al que estaba edificado sobre la piedra. Con lo cual aquel hombre de Dios no sólo obtuvo la misericordia para ser fiel, mas también para no decaer en la fe, y así el que se gloría, gloríese en el Señor.
CAPÍTULO XIII
De la misericordia de Dios para con los predestinados y de su justicia para los condenados
39. Lo dicho se refiere a los predestinados para el reino de Dios, cuyo número es tan fijo, que no admite adición ni resta, no a los que después de la promulgación del Evangelio y publicación de su mensaje se multiplicaron con exceso110. A éstos les conviene el nombre de llamados, pero no el de elegidos, porque no fueron llamados según designio. Y que es cierto el número de los elegidos, sin admitir aumento ni disminución, lo insinúa San Juan Bautista con estas palabras: Haced, pues, frutos dignos de penitencia y no queráis decir entre vosotros: Tenemos por Padre a Abrahán, porque poderoso es Dios para sacar de estas piedras hijos de Abrahán111. Indica, al parecer, con estas palabras que aun reprobados los judíos, si permanecen impenitentes, sin falta ha de completarse el número de prometidos a Abrahán. Pero más claramente lo dice el Apocalipsis: Conserva lo que tienes, no sea que otro te arrebate la corona112. Si, pues, uno no ha de recibir sin perder el otro, luego cierto es el número.
40. Y si también con respecto a los elegidos, que han de perseverar, usa la divina Escritura un lenguaje de incertidumbre, con espíritu de humildad deben acoger ellos estos testimonios, porque no deben ellos engreírse, sino temer113.
Pues ¿quién en la multitud de los cristianos, durante esta vida mortal, se lisonjeará de hallarse en el número de los predestinados? Conviene que la predestinación sea un secreto en este mundo, donde de tal modo se ha de evitar la soberbia, que hasta el Apóstol era flagelado por el ministro de Satanás para que no se ensoberbeciese114. Idéntico lenguaje usó el Salvador con los apóstoles: Si permaneciereis en mí115, conociendo su futura perseverancia.
También decía el profeta: Si quisiereis y me oyereis116, sin ocultársele en quiénes obraba Dios el querer117. Pueden multiplicarse dichos semejantes. Pues por la utilidad de este secreto, para que nadie presuma de sí, teman todos, aun los que corren bien, porque no saben quiénes llegarán; por la utilidad, repito, de este misterio, se ha de creer que algunos hijos de la perdición, sin recibir el don de la perseverancia final, comienzan a vivir según la fe que inspira obras de caridad, y temporalmente practican la justicia y piedad, y después caen, siendo arrebatados de esta vida antes de levantarse. Si no ocurrieran algunos casos de este género, los hombres tendrían el muy saludable temor con que se abate el orgullo hasta que lograsen la gracia de Cristo, fundamento de la vida piadosa; mas una vez lograda ésta, vivirían en completa seguridad do no caer más. Ahora bien: no conviene semejante presunción en este lugar de prueba, donde abunda la flaqueza y la misma seguridad favorece a la soberbia.
Al fin tampoco faltará esta certidumbre; pero, como ahora los ángeles, entonces la tendrán los hombres, cuando sean invulnerables al orgullo. El número, pues, de los elegidos para el reino de Dios por la gracia divina, merced a la perseverancia final, que también les será concedida, no sufrirá allí ninguna mengua y se conservará en toda su integridad y gloria dichosísima hasta el fin por obra de la misericordia de su Salvador, lo mismo cuando se convierten y luchan como cuando son coronados.
41. Y que aun entonces les será necesaria la misericordia divina, lo atestigua la Escritura cuando el santo David, dirigiéndose a su alma, dice de su Dios y Señor: El cual te corona en su gracia y misericordia118.
Y el apóstol Santiago dice también: Sin misericordia será juzgado el que no hace misericordia119. Con estas palabras muestra que en aquel divino juicio, en que se decretará la recompensa de los justos y la condena de los pecadores, a unos se juzgará con misericordia, a otros con severidad. También la madre de los Macabeos dice a su hijo: Recibe la muerte, para que en el día de la misericordia me seas devuelto120. Pues conforma está escrito: El Rey, sentado en su tribunal con su mirada disipa el mal. ¿Quién puede gloriarse de tener el corazón puro? ¿Quién lisonjearse de estar limpio de pecado?121 Por eso, igualmente allí es necesaria la misericordia de Dios, que beatifica a los que están ya inmunes de culpa122. Mas aun en aquel justo juicio habrá lugar a misericordia según el mérito de las obras buenas, pues al decirse: Será juzgado sin misericordia el que no fue misericordioso, se da a entender que, para los que hicieron buenas obras de misericordia, el juicio será misericordioso, y, por consiguiente, que la misma misericordia se da por él mérito de las buenas obras. No acaece así ahora, cuando sin méritos precedentes de obras buenas, antes bien, con muchas malas, su misericordia se adelanta a los hombres, librándoles de los males que han hecho y de los que harían a no ser gobernados por la gracia divina, así como también de las penas eternas que habían de padecer si no fueran arrancados de la potestad de las tinieblas y trasladados al reino del Hijo amado de Dios123. No obstante lo dicho, como a la misma vida eterna, que ciertamente se da como galardón de las buenas obras, le da el Apóstol el nombre de gracia124, siendo ésta don gratuito y no debido a las obras, hemos de confesar que la vida eterna recibe tal nombre porque se da en premio a los merecimientos alcanzados con la gracia por los hombres. Y tal es el sentido de la expresión del Evangelio gracia sobre gracia125, quiere decir, por estos méritos que nos ganó la gracia.
42. En cambio, los que no pertenecen a este número de los predestinados, a quienes la gracia divina lleva al paraíso, ora cuando no tienen el uso del libre albedrío, ora por haber correspondido a la gracia con el libre albedrío, que entonces es verdaderamente libre, cuando ha sido libertado por la gracia; los que, como digo, no pertenecen a este certísimo y dichosísimo número, recibirán la justísima condena que han merecido. En efecto, o yacen bajo el yugo del pecado original, y, solidarios con una culpa hereditaria, salen de este mundo sin haberles sido remitida por el bautismo. O añadieron además nuevos pecados con el libre albedrío; digo albedrío libre, pero no libertado; libre de la justicia, mas siervo del pecado, que los arrastra a sus pasiones culpables, a unos más, a otros menos; pero todos son malos, y sus castigos serán proporcionados a la gravedad de sus delitos. O reciben la gracia divina, pero se entregan a la corriente del mundo y no perseveran, abandonan y son abandonados. Pues quedaron a merced de su libre albedrío, sin recibir el don de la perseverancia por justo y oculto juicio de Dios
CAPÍTULO XIV
La utilidad de la corrección se debe a la gracia
43. Déjense, pues, corregir los hombres cuando pecan, ni tomen de la corrección pretexto para ir contra la gracia de Dios, ni de la gracia para ir contra la corrección; pues el pecado merece su justo castigo, y a este castigo pertenece la debida corrección, que tiene su valor medicinal aun siendo incierta la curación del enfermo, a fin de que al corregido, si pertenece al número de los predestinados, sirva ella de remedio saludable; y si no pertenece a él, ella conserve su carácter penal.
Dada, pues, esta incertidumbre, ha de ser caritativa la corrección, cuyo resultado se ignora, y debe ir acompañada de la plegaria para que aproveche al culpable. Pues cuando los hombres, por causa de la corrección, o vienen o vuelven al buen camino, ¿quién obra en sus corazones la salud sino Dios, que da incremento, sea quienquiera el que plante, o riegue, o trabaje en los campos y arbolillos, pues a su voluntad salvífica no hay albedrío que se resista?
Pues el querer o no querer de tal modo está en la potestad del que quiere o no quiere, que no impide la divina voluntad ni supera su potencia, porque aun de aquellos que no hacen lo que Él quiere, El hace de ellos lo que quiere.
44. Y lo que está escrito, conviene a saber, que Dios quiere que todos los hombres se salven126, sin embargo de no salvarse todos, admite diversas interpretaciones que ya he mencionado en otros libros; aquí me limitaré a una.
Se dijo: Dios quiere que todos los hombres sean salvos, para incluir a todos los predestinados, pues toda clase de nombres hay entre ellos. De igual modo, se dijo a los fariseos: Pagáis el diezmo de todas las legumbres127, donde no se ha de entender sino de las que ellos recogían, pues no pagaban el diezmo de todas las legumbres que se producían en la tierra. En el mismo estilo se dijo también: Como procuro yo agradar a todos en todas las cosas128. ¿Acaso quien esto escribió agradaba también a los muchos perseguidores suyos? Agradaba a toda clase de hombres pertenecientes a la Iglesia de Cristo, ora a los ya convertidos, ora a los que se hubiesen de convertir más tarde.
45. Ciertamente, pues, a la voluntad de Dios, que ha hecho en el cielo y en la tierra cuanto ha querido129 y que hizo también las cosas futuras130, no pueden contrastarle las voluntades humanas para impedirle hacer lo que se propone pues aun de las mismas voluntades humanas, cuando le place, hace lo que quiere. A no ser que tal vez, y sólo me limito a este ejemplo entre muchos, cuando Dios quiso darle a Saúl el reino, de tal modo eran libres los israelitas para someterse o no a este rey, que lo fuesen también para resistirse a Dios. El cual, sin embargo, realizó su plan contando con las voluntades de ellos mismos, por tener poderosísima facultad para mover los corazones humanos a donde le pluguiera. Pues así está escrito: Y despidió Samuel a todo el pueblo, cada uno a su casa. También Saúl se fue a su casa, a Gabaa, acompañado de una tropa de hombres robustos, cuyos corazones había tocado Dios. Sin embargo, algunos perversos decían: ¿Este va a salvarnos? Y despreciándole, no le hicieron presentes131.
¿Dirá tal vez alguno que no hubiera seguido a Saúl ninguno de aquellos cuyo corazón tocó Dios para que le siguiesen o que le acompañó alguno de aquellos perversos cuyos corazones no tocó Dios para que hicieran esto? vino a ser cada día más grande y el Señor estaba con él132.
Y a continuación añade: Entonces revistió él Espíritu a Amasai, jefe de los treinta, y dijo: Tuyos somos, ¡oh David!, y tuyos seremos, ¡oh hijo de Jessé! Paz a ti y a cuantos te ayudan, porque tu Dios te protege133.
¿Acaso podía éste contradecir a la voluntad de Dios y no obedecer al que le movió el corazón por medio del Espíritu Santo, que le inspiró para querer, para hablar y obrar de aquel modo?
Poco después dice la misma Escritura: Todos estos hombres, gente de guerra, prestos para el combate, llegaron a Hebrón con leal corazón para hacer a David rey de todo Israel134.
Por su voluntad ciertamente escogieron por rey a David aquellos hombres. ¿Quién no lo ve? ¿Quién puede negarlo? En verdad, aquella elección tan pacífica y leal fue obra de su gusto y buena voluntad y su determinación fue inspirada por aquel que tiene las riendas de los corazones humanos. Por esto, dijo la Escritura: David vino a ser de día en día más grande y el Señor estaba con él. Y por la misma razón, el Señor, que era omnipotente y estaba con él, movió las voluntades de aquellos hombres para que le hiciesen rey. ¿Cómo los indujo? ¿Acaso los ató con ligaduras corporales? Obró en su interior, se adueñó de sus corazones, los movió e indujo con sus propios deseos de ellos, inspirados por El. Luego si cuando quiere establecer reyes en la tierra tiene en sus manos las voluntades de los hombres más que ellos las suyas, ¿quién sino El hace que sea saludable la corrección y que le penetre en lo hondo del espíritu para que sea llevado al reino de los cielos?
CAPÍTULO XV
Ha de evitarse la negligencia para corregir
46. Corrijan, pues, los superiores a sus súbditos hermanos con correcciones caritativas proporcionadas a la gravedad de sus culpas. Pues aun la misma excomunión que fulmina el obispo, siendo la mayor pena eclesiástica, puede por voluntad divina trocarse en salubérrima y provechosa corrección. Porque no sabemos lo que puede suceder de un día para otro, ni se ha de desesperar de la salvación de nadie mientras viva en este mundo, ni podemos impedir a Dios que derrame una mirada compasiva sobre el culpable y le dé la gracia del arrepentimiento, y, recibiendo el sacrificio del espíritu atribulado y del corazón contrito135, lo absuelva del reato de la justa condenación y suspenda la sentencia fulminada contra el condenado. Sin embargo, es propio del oficio pastoral el evitar que el contagio pestífero se extienda y separar de las sanas a la oveja enferma, la cual tal vez se salvará con la separación. Para el Todopoderoso nada es imposible. Ignorando, pues, quién pertenece al número de los predestinados y quién no, debemos sentirnos movidos con afecto de caridad hacia todos, trabajando por que todos se salven. Conseguiremos esto esforzándonos por atraer a cualquiera que se presente, para que por la justicia de la fe logre la paz con el Señor136, que predicaba el Apóstol cuando decía: Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros. Por Cristo os rogamos: Reconciliaos con Dios137. ¿Qué es reconciliarse con Dios sino tener la paz con Él? De la misma paz dijo Cristo a sus apóstoles: En cualquier casa que entréis, decid primero: La paz sea con esta casa. Y si hubiere allí un hijo de la paz, descansará sobre él vuestra paz; si no, volverá sobre vosotros138.
Cuando esta paz es anunciada por aquellos de quienes está escrito: ¡Cuan hermosos son los pies de los que traen la buena nueva de la paz, de los que traen la noticia de la salvación!139, entonces comienza cada uno a ser hijo de la paz, cuando, obedeciendo y creyendo al Evangelio y justificado por la fe, empezare a tener la paz con Dios; mas, según el orden de la predestinación divina, ya era hijo de la paz. Adviértase que no se dijo: Sobre quien reposare vuestra paz será hijo de la paz, sino: Si hubiere allí un hijo de la paz, descansará sobre aquella casa vuestra paz. Luego, aun antes de anunciar la paz, había allí un hijo de la paz según la ciencia y presciencia de Dios, no del evangelista. A nosotros, pues, que ignoramos quién es o no hijo de la paz, no nos toca excluir ni distinguir a nadie, sino querer que todos se salven, todos a quienes predicamos esta paz. Ni se ha de temer que la perdamos nosotros, cuando aquel a quien predicamos no es hijo de la paz, sin saberlo nosotras; pues volverá a nosotros, esto es, aun entonces nos será provechosa la predicación, aunque estéril para él; y si sobre él reposare la paz anunciada, nos aprovechará a nosotros y a él.
47. Pues nos manda Dios querer la salvación de todos a quienes predicamos la paz, sin saber quiénes se salvarán, y el mismo nos infunde este deseo, derramando en el corazón la caridad por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado140, de este modo puede entenderse también que Dios quiere la, salvación de todos los hombres141, porque él nos infunde este deseo: Así como envió al Espíritu de su Hijo, que clama: Padre142. Es decir, nos hace clamar, porque del mismo Espíritu se dice en otro lugar: Hemos recibido el Espíritu de adopción de hijos con que clamamos: Abba, Padre143. Somos nosotros quienes clamamos: pero se dijo que Él clama porque nos hace clamar. Luego si la Escritura dijo bien que clama el Espíritu, porque nos hace clamar a nosotros, luego también se dirá bien que quiere Dios cuando nos hace querer a nosotros. Y, por consiguiente, como con la corrección no debemos intentar otra cosa sino la perseverancia en esta paz que nos enlaza con Dios o que vuelva a ella el que se alejó, nosotros trabajemos confiadamente en este negocio. Si es hijo de la paz el corregido, descansará sobre él nuestra paz; y si no, ella volverá a nosotros.
48. Aunque, pues, mientras algunos pierden la fe se mantenga firme el fundamento de Dios, porque sabe El quiénes son los suyos144, no por eso debemos ser negligentes y perezosos para corregir al que merece ser corregido. Pues no en vano está escrito: Las malas conversaciones corrompen las costumbres buenas145. Y en otra parte: ¿Perecerá por tu ciencia el hermano flaco, por quien murió Cristo?146
Lejos de nosotros el discurrir contra lo que mandan y el temor saludable que imponen estos preceptos. "Pues estráguense con las malas conversaciones las buenas costumbres y perezca el hermano, ¿a mí qué me va en ello? El fundamento de Dios permanece sólido y nadie perece más que el hijo de la perdición"147.
CAPÍTULO XVI
A la corrección debe acompañar la plegaria
Lejos de nosotros el darnos a semejantes discursos vanos y creernos seguros en nuestra negligencia. Verdad es que nadie se pierde sino el hijo de la perdición. No obstante eso, dice el Señor por el profeta Ezequiel: El malvado morirá en su iniquidad, pero yo he de pedir cuenta de su sangre al que debía velar por su salvación148.
49. Luego por lo que nos toca a nosotros, incapaces de discernir a los predestinados de los que no lo están, y que, por lo mismo, debemos querer la salvación de todos, empleemos saludablemente la severa corrección para que no perezcan o se pierdan otros. Sólo a Dios toca el hacerla provechosa a los que El previo y predestinó para ser conformes a la imagen de su Hijo149. Pues si alguna vez nos abstenemos de corregir por temor a que alguien se pierda, ¿por qué no hemos de corregir por temor a que alguien no se pervierta más? No tenemos nosotros entrañas más piadosas que el Apóstol cuando dice: Amonestad a los revoltosos, alentad a los pusilánimes, acoged a los enfermos, sed sufridos con todos. Mirad que ninguno vuelva mal por mal150.
Estas palabras significan que entonces se vuelve mal por mal, cuando se descuida la corrección que debe hacerse y se evita con culpable disimulo. Pues dice también: A los que falten, corrígelos delante de todos para infundir temor a los demás151.
Alúdese aquí a los pecados públicos, pues de lo contrario daría motivo para pensar que el lenguaje del Apóstol es contrario al del Salvador, que manda: Si pecare tu hermano contra ti, corrígele a solas152. Y, sin embargo. El también lleva la severidad más adelante, añadiendo: Y si a la Iglesia desoye, sea para ti como gentil o publicano153.
¿Y quién amó más a los enfermos que El, pues por todos se hizo flaco y por todos fue crucificado a causa de su humanidad? Siendo esto así, luego ni la gracia excluye la corrección ni la corrección excluye la gracia. Por consiguiente, al prescribirse lo que exige la justicia, se ha de pedir con fiel oración a Dios la gracia para cumplirla; y ambas cosas han de hacerse sin que se descuide la justa corrección. Y todo hágase con caridad, porque la caridad no peca y cubre multitud de los pecados154.