TRATADO 121

Comentario a Jn 20,10-29, dictado en Hipona, probablemente el sábado 10 de julio de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

María Magdalena, en el sepulcro

1. Que habían retirado del sepulcro al Señor, lo había comunicado a sus discípulos Pedro y Juan María Magdalena; ellos, al llegar a aquél, hallaron solos los lienzos que habían envuelto el cuerpo, y ¿qué otra cosa pudieron creer sino lo que había dicho, lo que también ella misma había creído? Los discípulos, pues, se marcharon de nuevo hacia sí mismos, esto es, donde habitaban y de donde habían corrido al sepulcro. María, en cambio, estaba en pie junto al sepulcro, fuera, llorando. En efecto, tras haber regresado los varones, un afecto más fuerte clavaba en idéntico sitio al sexo más débil, y los ojos que habían buscado y no habían hallado al Señor, afligidos más porque había sido robado del sepulcro que porque había sido asesinado en un madero, se entregaban ya a las lágrimas, porque no quedaba ni siquiera el recuerdo de maestro tan grande, cuya vida les había sido sustraída. Así pues, ese dolor mantenía junto al sepulcro a la mujer.

Mientras, pues, lloraba, se inclinó y fijó en el sepulcro la mirada. Desconozco por qué hizo esto. En efecto, que no estaba allí ese a quien buscaba, no lo desconocía, ya que esa misma había comunicado a los discípulos que había sido retirado de allí y ellos habían llegado al sepulcro y habían buscado el cuerpo del Señor no sólo mirando, sino también entrando, mas no lo habían hallado. ¿Qué, pues, quiere decir que ésa, mientras lloraba, inclinada fijó de nuevo en el sepulcro la mirada? ¿Acaso que estaba afligida sobremanera y suponía que no se había de creer fácilmente ni a sus ojos ni a los de ellos? ¿O, más bien, que fijase la mirada lo logró una inspiración divina en su ánimo? Lo cierto es que fijó la mirada y vio dos ángeles con vestiduras blancas, sentados uno a la cabeza y otro a los pies donde había estado puesto el cuerpo de Jesús. ¿Qué significa que uno estaba sentado a la cabeza y el otro a los pies? Porque en nuestra lengua se llama anunciadores a quienes en griego se llama ángeles, ¿acaso de ese modo indicaban que el Evangelio de Cristo ha de anunciarse desde el inicio hasta el final, cual desde la cabeza hasta los pies?

Le dicen ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?» Les dice: «Porque se llevaron a mi Señor y desconozco dónde lo pusieron»1. Los ángeles se oponían a las lágrimas; con eso ¿qué otra cosa anunciaban sino, en cierto modo, el gozo futuro? En efecto, dijeron: «Por qué lloras», como si dijeran: «No llores». Pero ella, pues suponía que ellos interrogaban porque desconocían, descubre las causas de las lágrimas. Afirma: «Porque se llevaron a mi Señor», aunque llama Señor suyo al cuerpo exánime de su Señor, indicando la parte por el todo, como todos confesamos que nuestro Señor Jesucristo, el único Hijo de Dios —cosa que evidentemente son a la vez la Palabra, el alma y la carne— aunque sola su carne fue sepultada, fue empero crucificado y sepultado. Y desconozco dónde lo pusieron, afirma. La causa mayor de dolor era ésta: que desconocía a dónde ir para consolar su dolor. Pero había llegado ya la hora en que a los lloros sucedería este gozo que en cierto modo habían anunciado los ángeles, al oponerse a que llorase.

Se volvió con el corazón

2. Por eso, tras haber dicho esto, se volvió hacia atrás y ve a Jesús en pie, mas no sabía que es Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pues estimaba que era el hortelano, le dice: «Señor, si tú lo retiraste, dime dónde lo pusiste, y yo me lo llevaré». Le dice Jesús: «¡María!». Ella, volviéndose, le dice: «¡Rabboní!», lo cual significa «maestro»2. Nadie censure a la mujer por haber llamado señor al hortelano, y maestro a Jesús, pues allí rogaba, aquí reconocía; allí honraba al hombre a quien solicitaba un beneficio, aquí se acordaba del doctor de quien aprendía a discernir lo humano y lo divino. A ese cuya sierva no era, lo nominaba señor para mediante él llegar al Señor cuya sierva era. De un modo, pues, dijo «Señor» —retiraron a mi Señor—; de otro, en cambio: Señor, si tú lo retiraste. Efectivamente, también los profetas nominaron señores a esos que eran hombres; pero de otro modo a ese acerca de quien está escrito: «Señor» tiene por nombre3. Pero de esa mujer que para ver a Jesús se había vuelto ya hacia atrás cuando supuso que él era el hortelano y, evidentemente, hablaba con aquél, ¿cómo se dice de nuevo «volviéndose», para decirle «Rabboní», sino porque, volviéndose entonces con el cuerpo, supuso que él era lo que no era y, volviéndose ahora con el corazón, reconoció lo que él era?

«No me toques»: su significado

3. Le dice Jesús: No me toques, pues aún no he ascendido a mi Padre; en cambio, vete a mis hermanos y diles: «Asciendo al Padre mío y Padre vuestro, Dios mío y Dios vuestro»4. En estas palabras hay algo que debemos examinar brevemente, sí, pero en todo caso muy atentamente. En efecto, al responder Jesús esto a la mujer que lo reconoció por maestro y así lo nominó, le enseñaba la fe y el hortelano aquel sembraba en el corazón de ella, cual en su huerto, el grano de mostaza. ¿Qué significa, pues: «No me toques» y que, cual si se buscase la causa de esta prohibición, añadió: Pues aún no he ascendido a mi Padre? ¿Qué significa esto? Si mientras está de pie en la tierra no se le toca, sentado en el cielo, ¿cómo lo tocarán los hombres? Él, ciertamente antes de ascender, se ofreció a los discípulos para ser tocado, al decir, como atestigua el evangelista Lucas: «Palpad y ved que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo»5, o cuando dijo al discípulo Tomás: Introduce aquí tu dedo y mira mis manos, y acerca y mete en mi costado tu mano6. Pues bien, ¿quién será tan absurdo que diga que él había querido, sí, ser tocado por los discípulos antes de ascender al Padre, y que, en cambio, no había querido que las mujeres lo tocasen sino tras haber ascendido al Padre? Pero disparatar así no se permitiría ni aun a quien lo quisiera. En efecto, se lee que tras la resurrección, antes que ascendiese al Padre, habían tocado a Jesús incluso mujeres, entre las que estaba también esa misma María Magdalena, según narra Mateo que les salió al paso Jesús, diciendo: ¡Alegraos! Por su parte, ellas se acercaron, afirma, y asieron sus pies y lo adoraron7. Juan ha pasado por alto esto, pero Mateo ha dicho la verdad. Queda, pues, que en estas palabras se oculte algún misterio respecto al que de ningún modo debemos dudar que en ellas existe, ora lo hallemos, ora en absoluto no seamos capaces de hallarlo.

No me toques, pues aún no he ascendido a mi Padre: o está, pues, dicho de forma que en esa mujer se representaba a la Iglesia venida de las gentes, la cual no ha creído en Cristo sino tras haber ascendido él al Padre, o Jesús ha querido que en él se crea así, esto es, que se le toque espiritualmente así: en cuanto que ese mismo y el Padre son una sola cosa. En efecto, con sus sentidos íntimos asciende en cierto modo al Padre quien haya progresado en él de forma que lo reconozca igual al Padre; de otra manera no se le toca correctamente, esto es, de otra manera no se cree correctamente en él. Pues bien, María podía creer de forma que lo supusiera desigual al Padre, lo cual se prohíbe evidentemente cuando se le dice: «No me toques», esto es, no creas en mí como aún entiendes; no permitas a tu sentimiento dirigirse hasta lo que me he hecho por ti y que no pase a eso mediante lo que has sido hecha. En efecto, ¿cómo no creía aún carnalmente en ese a quien lloraba como a hombre? Pues aún no he ascendido a mi Padre, afirma; me tocarás allí: cuando hayas creído que soy Dios no desigual al Padre.

En cambio, vete a mis hermanos y diles: Asciendo al Padre mío y Padre vuestro. No asevera «nuestro Padre»; de una manera mío, de otra vuestro; mío por naturaleza, vuestro por gracia. Y Dios mío y Dios vuestro. Tampoco aquí ha dicho «Dios nuestro»; también, pues, aquí de una manera mío, de otra vuestro; Dios mío bajo el que también estoy yo en cuanto hombre; Dios vuestro entre el cual y vosotros mismos soy Mediador.

Jesús, el Gran Mediador

4. María Magdalena viene a comunicar a los discípulos que «He visto al Señor y me dijo esto». Como, pues, fuese tarde aquel día primero de la semana y a causa del miedo a los judíos estuviesen cerradas las puertas donde los discípulos estaban congregados, vino Jesús y se plantó en el medio y les dice: «Paz a vosotros»8. Y, como hubiese dicho esto, les mostró las manos y el costado. De hecho, los clavos habían traspasado las manos, la lanza había abierto su costado, donde las marcas de las heridas se han conservado para sanar los corazones de quienes dudaban. Por otra parte, para la mole del cuerpo donde estaba la divinidad no fueron un obstáculo las puertas cerradas; en efecto, sin estar ellas abiertas pudo entrar ese a pesar de cuyo nacimiento permaneció inviolada la virginidad de su madre.

Se alegraron, pues, los discípulos, visto el Señor. Les dijo, pues, de nuevo: «Paz a vosotros». La repetición es confirmación; en efecto, ese mismo da la paz sobre paz, prometida mediante un profeta9. Como me envió el Padre, afirma, también yo os envío. Sabemos que el Hijo es igual al Padre, pero aquí reconocemos las palabras del Mediador, pues se muestra a sí mismo como intermediario, diciendo: «Él a mí, también yo a vosotros». Tras haber dicho esto, sopló y les dijo: «Recibid Espíritu Santo». Soplando ha indicado que el Espíritu Santo es el Espíritu no del Padre solo, sino también suyo.

Se condonan los pecados a esos cuyos pecados hayáis condonado, afirma, y quedan retenidos a esos cuyos pecados hayáis retenido10. La caridad de la Iglesia, que mediante el Espíritu Santo se derrama en nuestros corazones, perdona los pecados de sus compañeros; en cambio, mantiene los de esos que no son compañeros suyos. Por eso, después que ha dicho: «Recibid Espíritu Santo», al instante ha añadido esto acerca de la condonación y retención de los pecados.

Tomás veía al hombre y confesaba a Dios

5. Ahora bien, Tomás, uno de los doce, al que se llama Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Le dijeron, pues, los otros discípulos: «Hemos visto al Señor». Por su parte, él les dijo: «Si no viere en sus manos el agujero de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». Y, tras ocho días, estaban de nuevo sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Viene Jesús, cerradas las puertas, y se plantó en el medio y dijo: «Paz a vosotros». Después dice a Tomás: «Introduce aquí tu dedo y mira mis manos y acerca y mete tu mano en mi costado y no seas incrédulo, sino fiel». Respondió Tomás y le dijo: «Señor mío y Dios mío». Veía y tocaba a un hombre y confesaba a Dios, al que no veía ni tocaba; pero, mediante esto que veía y tocaba, creía aquello, alejada ya la duda. Jesús le dice: «Porque me has visto has creído». No asevera «me has tocado», sino «me has visto», porque la vista es de algún modo un sentido general. Efectivamente, suele nombrarse también mediante los otro cuatro sentidos, como cuando decimos: «Oye y ve qué bien suena, huele y ve qué bien huele, gusta y ve qué bien sabe, toca y ve qué bien calienta». Por doquier ha sonado «ve», aunque no se niega que la vista pertenece propiamente a los ojos. Por ende, también aquí el Señor mismo afirma: «Introduce aquí tu dedo y mira mis manos»; ¿qué otra cosa dice sino «toca y ve»? Él empero no tenía ojos en el dedo. Porque, pues, o mirando o tocando me has visto, afirma, has creído. Sin embargo, puede decirse que, cuando aquél se ofreció al discípulo para que lo tocase, éste no se atrevió a tocarlo, pues no está escrito «y Tomás lo tocó». Pero, haya visto y creído, sólo mirando o también tocando, lo que sigue pregona y hace valer más la fe de las gentes: Dichosos quienes no han visto y han creído11. Ha usado verbos de tiempo pretérito, cual ese que en su predestinación conocía como ya sucedido lo que iba a suceder.

Pero ya hay que apartar de la prolijidad este sermón; el Señor donará que en otra ocasión disertemos de lo que queda.