TRATADO 117

Comentario a Jn 19,17-22, dictado en Hipona, probablemente el sábado 26 de junio de 42

Traductor: José Anoz Gutiérrez

La hora sexta y su interpretación

1. Una vez que Pilato sentenció y condenó en el tribunal al Señor Jesucristo, hacia la hora sexta se encargaron de él y lo sacaron. Y, tras cargar sobre sí a la espalda la cruz, salió a ese lugar al que se llama «de la Calavera», en hebreo Gólgota, donde lo crucificaron1. ¿Qué significa, pues, lo que el evangelista Marcos dice: Ahora bien, era la hora tercia y lo crucificaron2, sino que el Señor fue crucificado por las lenguas de los judíos a la hora tercia, a la hora sexta por las manos de los soldados? Ojalá entendamos que la hora quinta había ya pasado, que algo de la sexta, a la que Juan llama «hacia la hora sexta», había comenzado cuando Pilato se sentó en el tribunal, y que, mientras era llevado y clavado en el madero con dos bandidos y junto a su cruz sucedían los hechos que se narran, se completó íntegra la hora sexta; que desde esta hora hasta la nona, oscurecido el sol, se produjeron tinieblas, lo atestigua la autoridad de tres evangelistas, Mateo, Marcos y Lucas3. Pero porque los judíos intentaron transferir de sí a los romanos, esto es, a Pilato y a sus soldados, el delito de matar a Cristo, por eso, Marcos, suprimida esa hora en que Cristo fue crucificado por los soldados, la sexta, que había ya comenzado a pasar, ha mencionado, más bien, al recordarla, la hora tercia —se entiende que en esa hora pudieron gritar ante Pilato «Crucifica, crucifica»4—, para que se descubra que crucificaron a Jesús no sólo aquéllos, esto es, los soldados que lo colgaron del madero a la hora sexta, sino también los judíos que a la hora tercia gritaron que fuese crucificado.

Nueva interpretación de la hora sexta

2. Hay también otra solución de este problema: que aquí se interprete no la hora sexta del día, porque tampoco Juan asevera «pues bien, era hacia la hora sexta del día» ni «hacia la hora sexta», sino que asevera: Pues bien, era parasceve de la Pascua, hacia la hora sexta5. Pues bien, parasceve significa en nuestro idioma «preparación»; pero los judíos, aun quienes hablan en nuestro idioma más bien que en griego, usan este vocablo griego a propósito de observancias de esta clase. Era, pues, preparación de la Pascua; ahora bien, según dice el Apóstol, como Pascua nuestra fue inmolado Cristo6. Si calculamos desde la hora nona de la noche la preparación de la Pascua —parece, en efecto, que los jefes de los sacerdotes pronunciaron entonces la inmolación del Señor, al decir: «Es reo de muerte»7 mientras se le oía aún en la casa del pontífice, en razón de lo cual se entiende convenientemente que a partir de ahí, desde que los sacerdotes pronunciaron que había que inmolarlo, había comenzado la preparación de la auténtica Pascua, esto es, de la inmolación de Cristo, sombra de la cual era la Pascua de los judíos—, desde esa hora de la noche, respecto a la que se conjetura que era entonces la nona, hasta la hora tercia del día, respecto a la que Marcos testifica que en ella fue crucificado Cristo, hay en realidad seis horas, tres nocturnas y tres diurnas. Por ende, en esta parasceve de la Pascua, esto es, en la preparación de la inmolación de Cristo que había comenzado desde la hora nona de la noche, avanzaba la hora sexta aproximadamente, esto es, terminada la quinta, ya había comenzado a correr la sexta, cuando Pilato subió al tribunal. En efecto, aún era esa preparación misma que había comenzado desde la hora nona de la noche, hasta que sucediera la inmolación de Cristo que se preparaba, la cual, según Marcos, sucedió en la hora tercia no de la preparación, sino del día; además, esa misma es la sexta no del día, sino de la preparación, calculadas, evidentemente, seis horas desde la nona de la noche hasta la tercia del día.

De estas dos soluciones de ese problema difícil, cada cual elija la que quiera. Ahora bien, quien haya leído lo que se examinó laboriosísimamente acerca de la Concordancia de los evangelistas, decidirá mejor qué elegir8. Pero, si pudieren hallarse además otras soluciones de aquél, la armonía de la verdad evangélica se defenderá más plenamente contra las calumnias de la desleal e impía vaciedad. Tras estas cosas tratadas brevemente, regresemos ahora a la narración del evangelista Juan.

El espectáculo de Cristo con la cruz

3. Afirma: Pues bien, se encargaron de Jesús y lo sacaron. Y, tras cargar sobre sí a la espalda la cruz, salió a ese lugar al que se llama «de la Calavera», en hebreo Gólgota, donde lo crucificaron. Al lugar, pues, donde había de ser crucificado iba cargado con su cruz Jesús. ¡Gran espectáculo! Pero, si lo contempla la impiedad, gran escarnio; si la piedad, gran misterio; si lo contempla la impiedad, gran ejemplo de ignominia; si la piedad, gran fortificación de la fe; si lo contempla la impiedad, se ríe de que, como vara del reinado, un rey cargue con el madero de su suplicio; si la piedad, ve a un rey que para clavarse a sí mismo carga a la espalda el madero que iba a fijar también en las frentes de los reyes. A los ojos de los impíos iba a ser despreciado con eso en que iban a gloriarse los corazones de los santos. En efecto, al transportar a hombros su cruz misma, la encomiaba ante Pablo, que iba a decir: «Por mi parte, lejos de mí gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo»9, y llevaba el candelero de la lámpara que iba a arder, a la que no había que poner bajo el celemín10.

Tras cargar, pues, sobre sí a la espalda la cruz, salió a ese lugar al que se llama «de la Calavera», en hebreo Gólgota, donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado; por su parte, a Jesús en medio11. Esos dos, como hemos aprendido por el relato de los otros evangelistas, eran los bandidos con los que fue crucificado y entre los que fue clavado Cristo12, acerca de lo cual una profecía pronunciada de antemano había dicho: Y fue contado entre los inicuos13.

Jesús, Rey de los judíos

4. Por su parte, Pilato escribió y puso sobre la cruz un letrero. Pues bien, estaba escrito: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». Este letrero, pues, lo leyeron muchos de los judíos, porque el lugar donde Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad. Y «el Rey de los judíos» estaba escrito en hebreo, griego y latín14, pues estas tres lenguas destacaban allí sobre las demás: la hebrea, a causa de los judíos que se glorían en la ley de Dios; la griega, a causa de los sabios de las gentes; la latina, a causa de los romanos que imperaban en muchas gentes y ya en casi todas.

5. Decían, pues, a Pilato los pontífices de los judíos: «No escribas “El Rey de los judíos”, sino que “Ese mismo dijo: soy rey de los judíos”». Pilato respondió: «Lo que he escrito lo dejo escrito»15. ¡Oh inefable fuerza de la actuación divina, incluso en los corazones de los ignorantes! ¿Acaso cierta voz oculta dentro de Pilato no gritaba con cierto chillón silencio, si esto puede decirse, lo que tanto antes se profetizó en el libro de los Salmos: No alteres la inscripción del letrero?16 He ahí que no altera la inscripción del letrero: lo que ha escrito lo deja escrito. Pero, precisamente los pontífices, que querían que esto se corrompiera, ¿qué decían? Afirman: No escribas «El Rey de los judíos», sino que «Ese mismo dijo: soy rey de los judíos». ¿De qué habláis, locos? ¿Por qué os oponéis a que se haga lo que de ningún modo podéis cambiar? En efecto, ¿precisamente porque Jesús asevera: «Soy rey de los judíos», tal vez no será esto verdad? Si lo que Pilato ha escrito no puede alterarse, ¿podrá alterarse lo que la Verdad ha dicho?

Pero Cristo ¿es sólo el rey de los judíos o también de las gentes? Más bien, también de las gentes. En efecto, tras haber dicho en una profecía: «Por mi parte, yo fui constituido por él rey sobre Sión, su monte santo, para promulgar el precepto del Señor» al instante, para que, porque nombra el monte Sión, nadie dijese que había sido constituido rey para solos los judíos, ha agregado: El Señor me dijo: «Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado. Pídemelo y te daré como heredad tuya las gentes y como posesión tuya los términos de la tierra»17. Por ende, también él en persona, al hablar ya por su propia boca entre los judíos, afirma: Tengo otras ovejas que no son de este redil; es preciso que yo conduzca también a esas mismas, y oirán mi voz y habrá un único rebaño y un único pastor18.

Si, pues, Cristo es también rey de las gentes, ¿por qué queremos que en este letrero en que estaba escrito «El Rey de los judíos» se advierta un gran misterio? Sin duda porque el acebuche fue hecho partícipe de la savia del olivo, pero el olivo no fue hecho partícipe del amargor del acebuche19. Efectivamente, porque el letrero «El Rey de los judíos» se escribió verazmente acerca de Cristo, ¿a quiénes ha de considerarse judíos sino a la descendencia de Abrahán, los hijos de la promesa, que son también hijos de Dios, porque el Apóstol asevera: No son hijos de Dios estos que son los hijos de la carne, sino que se cuenta entre la descendencia a los hijos de la promesa?20 Además, eran gentiles esos a quienes decía: Ahora bien, si vosotros sois de Cristo, sois, pues, descendencia de Abrahán, herederos según la promesa21. Cristo, pues, es el rey de los judíos —pero de los judíos por circuncisión del corazón, por el espíritu, no por la letra, cuya loa es no de los hombres, sino de Dios22, pertenecientes a la Jerusalén libre, nuestra madre eterna en los cielos, Sara espiritual, que de la casa de la libertad echa a la esclava y a los hijos de ella23—, ya que, precisamente porque el Señor ha dejado dicho lo que ha dicho, Pilato ha dejado escrito lo que ha escrito.