Comentario a Jn 17,14-19, dictado en Hipona, probablemente el domingo 23 de mayo de 420
Por qué odia el mundo
1. Mientras habla aún el Señor al Padre y ora por sus discípulos, dice: Yo les he dado tu palabra y el mundo les tuvo odio. Aún no habían experimentado esto mediante sus sufrimientos que iban después a acaecerles; pero, según su costumbre, dice esas cosas de modo que con palabras de tiempo pretérito prenuncia lo venidero. Después, para agregar la causa de por qué el mundo los ha odiado, afirma: Porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo1. Esto les fue conferido mediante la regeneración, porque por generación eran del mundo; por eso les había ya dicho: Yo os elegí del mundo2. Les ha sido, pues, donado que, como él, tampoco ellos fuesen del mundo, pues del mundo los libró él. Ahora bien, él nunca fue del mundo porque, aun según la forma de esclavo, él ha nacido del Espíritu Santo, del cual ellos han renacido. Por cierto, si ellos no son ya del mundo precisamente porque han renacido del Espíritu Santo, él nunca ha sido del mundo porque ha nacido del Espíritu Santo.
Santificar en la verdad
2. Afirma: «No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal», pues aunque ya no eran del mundo, sin embargo, tenían aún necesidad de estar en el mundo. Repite idéntica idea; afirma: «No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad»3, pues así son guardados del mal, cosa que más arriba ha pedido que sucediera. Por otra parte, puede preguntarse cómo no eran ya del mundo si aún no estaban santificados en la verdad o, si ya lo estaban, por qué implora que lo estén. ¿Acaso porque, aun santificados, progresan en idéntica santidad y son hechos más santos, y esto no sin la ayuda de la gracia de Dios, sino porque santifica su progreso el que ha santificado su comienzo? Por ende, también el Apóstol dice: Quien comenzó en vosotros una obra buena, la terminará hasta el día de Cristo Jesús4. Así pues, son santificados en la verdad los herederos del Testamento Nuevo, de cuya realidad habían sido sombras las santificaciones del Viejo Testamento y, evidentemente, cuando son santificados en la verdad son santificados en Cristo, quien ha dicho verazmente: Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida5. Asimismo, cuando aseveró: «La verdad os librará», para exponer poco después por qué lo había dicho afirma: «Si el Hijo os liberare, entonces seréis verdaderamente libres»6: para mostrar que él había llamado primero «la verdad» a lo que a continuación ha llamado «el Hijo». Qué otra cosa, pues, ha dicho también en este lugar, Santifícalos en la verdad, sino santifícalos en mí?
3. Por eso sigue y no deja de insinuar más abiertamente esto: Tu palabra (sermo), afirma, es verdad7. Qué otra cosa ha dicho sino: Yo soy la Verdad?. En efecto, el evangelio griego tiene lógos, que se lee también donde está dicho: «En el principio existía la Palabra y la Palabra existía en Dios y la Palabra era Dios», y sabemos que esa Palabra misma es, evidentemente, el Unigénito Hijo de Dios, la cual se hizo hombre y habitó entre nosotros8. Por ende, ha podido poner aquí y está puesto en algunos códices «Tu Palabra (verbum) es verdad», como en algunos códices está también escrito allí: En el principio existía la Palabra (sermo). En cambio, en griego, tanto allí como aquí, sin diversidad alguna está lógos. Así pues, el Padre santifica en la verdad, esto es, en su Palabra, en su Unigénito, a sus herederos y coherederos de éste.
Apóstoles, es decir, enviados
4. Pero ahora habla aún de los apóstoles, porque al seguir agrega: Como me enviaste al mundo, también yo los envié al mundo9. ¿A quiénes envió sino a sus apóstoles? De hecho, porque aun el nombre mismo de «apóstoles» es griego, en latín no significa, sino «enviados». Envió, pues, Dios a su Hijo no en carne de pecado, sino en semejanza de carne de pecado10, y su Hijo envió a esos que, nacidos en carne de pecado, santificó en cuanto a la mancha del pecado.
Por ellos me santifico
5. Pero, porque ellos son miembros suyos por haber sido hecho la cabeza de la Iglesia el Mediador de Dios y hombres, Cristo Jesús hombre, por eso asevera lo que sigue: Y en favor de ellos me santifico a mí mismo11. En efecto, ¿qué significa «Y en favor de ellos me santifico a mí mismo», sino «los santifico en mí mismo, pues también esos mismos son yo»? Porque, como he dicho, esos de quienes asevera esto son miembros suyos y Cristo es uno solo, cabeza y cuerpo, según el Apóstol enseña y dice de la descendencia de Abrahán: «Por otra parte, si vosotros sois de Cristo, sois, pues, descendencia de Abrahán», tras haber dicho más arriba: No dice «y a las descendencias», cual respecto a muchas, sino, cual respecto a una sola, «y a tu descendencia», que es Cristo12. Si, pues, Cristo es esto, descendencia de Abrahán, a quienes está dicho «Sois, pues, descendencia de Abrahán», ¿qué otra cosa les está dicha sino «sois, pues, Cristo»? A esto se debe lo que en otro lugar asevera idéntico apóstol en persona: Ahora me alegro de los padecimientos por vosotros y en mi carne completo lo que falta de las aflicciones de Cristo13. No ha dicho «de las aflicciones mías», sino «de Cristo», porque era miembro de Cristo y mediante sus persecuciones, cuales era preciso que Cristo sufriera en su cuerpo entero, también ese mismo completaba proporcionalmente las aflicciones de éste.
A fin de que esto sea también cierto en este pasaje, atiende a lo siguiente. En efecto, tras haber dicho: «Y en favor de ellos me santifico a mí mismo», para que entendiéramos que él había dicho esto, que los santificaría en él, ha añadido inmediatamente: Para que también esos mismos sean santificados en la verdad14. Esto ¿qué otra cosa significa, sino «en mí», en tanto que la verdad es la Palabra aquella, Dios en el principio? También ese mismo, hijo de hombre, fue santificado en ella desde el inicio de su creación, cuando la Palabra se hizo carne, porque la Palabra y el hombre devinieron una única persona. Entonces, pues, se santificó en sí, esto es, a él, hombre, en él, la Palabra.
En cambio, por causa de sus miembros afirma: «Y en favor de ellos, yo» —esto es, para que, como me ha aprovechado en mí porque sin ellos soy hombre, les aproveche también a ellos porque también ésos son yo—, «y yo me santifico a mí mismo» —esto es, en mí los santifico cual a mí mismo yo, porque también ellos son, en mí, yo—, para que también esos mismos sean santificados en la verdad. ¿Qué significa «también esos mismos», sino «como yo, en la verdad, cosa que soy yo mismo»? Después comienza a hablar ya no sólo de los apóstoles, sino también de sus demás miembros, de lo cual, si ese mismo lo concede, se ha de tratar otro sermón.