Comentario a Jn 16,23-28, dictado en Hipona, probablemente el domingo 2 de mayo de 420
Pedir en nombre de Cristo
1. Ahora han de tratarse esas palabras del Señor: En verdad, en verdad os digo: «Si algo pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará»1. A propósito de partes anteriores de este discurso del Señor quedó ya dicho, a causa de esos que en el nombre de Cristo piden al Padre algunas cosas, mas no las reciben, que cualquier cosa que se pide contra los intereses de la salvación no se pide en el nombre del Salvador2. Por cierto, cuando dice «En mi nombre», ha de comprenderse que habla de esto: no del sonido de las letras y sílabas, sino de lo que significa el sonido mismo y de lo que mediante ese sonido se entiende recta y verdaderamente. Por ende, quien acerca de Cristo opina esto que no ha de opinarse acerca del único Hijo de Dios, no pide en su nombre aunque con las letras y las sílabas no omita a Cristo, porque pide en el nombre de ese en quien piensa cuando pide. Quien, en cambio, opina lo que acerca de él ha de opinarse, ese mismo pide en su nombre y, si no pide contra su salvación sempiterna, recibe lo que pide. Ahora bien, recibe cuando debe recibir, pues ciertas cosas no se niegan, sino que se difieren para ser dadas en tiempo conveniente. Lo que asevera, os dará, absolutamente ha de entenderse de forma que se sepa que estas palabras aluden a esos beneficios que atañen propiamente a esos que piden. En efecto, todos los santos son escuchados en favor de sí mismos; en cambio, no son escuchados en favor de todos, amigos o enemigos suyos o cualesquiera otros, porque no está dicho «dará» en cualquier caso, sino: Os dará.
Debemos pedir la vida bienaventurada
2. Hasta ahora, afirma, no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea pleno3. Este gozo al que llama pleno es en realidad un gozo no carnal, sino espiritual y, cuando sea tanto que nada haya de añadírsele, sin duda entonces será pleno. Cualquier cosa, pues, que se pide, la cual concierna a conseguir este gozo, ésta ha de pedirse en el nombre de Cristo, si entendemos la divina gracia, si verdaderamente demandamos la vida feliz. En cambio, cualquier otra cosa que se pide, nada se pide, no porque no sea absolutamente ninguna realidad, sino porque cualquier otra cosa que se ansía es nada en comparación con tan gran realidad. En efecto, el hombre, del que el Apóstol asevera: «Quien supone que él es algo, aunque es nada»4, no es completamente ninguna realidad. Por cierto, en comparación con el hombre espiritual, que sabe que por la gracia de Dios es él lo que es, cualquiera que presume de vaciedades es nada. También, pues: «En verdad, en verdad os digo: “Si pidiereis algo al Padre en mi nombre, os lo dará”», puede entenderse rectamente, de forma que esto que asevera, si algo, se entienda no cualquier cosa, sino algo que no sea nada en comparación con la vida feliz.
Y lo que sigue: Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre, puede entenderse de dos modos: o que no habéis pedido en mi nombre porque conocisteis mi nombre no como ha de conocerse, o que no habéis pedido nada porque lo que habéis pedido ha de tenerse por nada en comparación con esa realidad que debisteis pedir. Por tanto, exhorta a que en su nombre pidan no nada, sino el gozo pleno —porque si piden alguna otra cosa, esa misma alguna es nada—, cuando dice: «Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea pleno», esto es, en mi nombre pedid y recibiréis esto: que vuestro gozo sea pleno. En efecto, la misericordia divina nunca defraudará a sus santos si perseveran en pedir ese bien.
La hora de ver a Dios cara a cara
3. De estas cosas, afirma, os he hablado en parábolas; viene una hora cuando ya no os hablaré en parábolas, sino que abiertamente os informaré sobre mi Padre5. Podría yo decir que es preciso entender que esta hora de que habla es el siglo futuro, cuando veamos abiertamente —lo que el bienaventurado Pablo llama «cara a cara»—, de forma que lo que asevera: De estas cosas os he hablado en parábolas, significa esto que está dicho por idéntico apóstol: Vemos ahora enigmáticamente mediante espejo6; por otra parte, os informaré, porque mediante el Hijo será visto el Padre, según lo que en otra parte asevera: Ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y a quien el Hijo quisiere revelarlo7. Pero parece que lo que sigue: Aquel día pediréis en mi nombre8, impide este sentido. Efectivamente, cuando en la era futura hayamos llegado al reino donde seremos similares a él porque le veremos como es9, ¿qué vamos a pedir, pues nuestro deseo se saciará de bienes?10 Por ende, también en otro salmo se dice: Me saciaré cuando se manifieste tu gloria11. De hecho, la petición es propia de alguna indigencia, que será nula allí donde habrá esta saciedad.
Solo una visión espiritual reconoce a Dios como espíritu
4. Así pues, hasta donde soy capaz de comprender, queda que se entienda que Jesús ha prometido que él va a transformar a sus discípulos de carnales o animales en espirituales, aunque aún no tales cuales seremos cuando tengamos también cuerpo espiritual, sino cual era quien decía: «De sabiduría hablamos entre los perfectos»12, y: «No pude hablaros cual a espirituales, sino cual a carnales»13, y: Hemos recibido no el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que es de Dios, para que sepamos lo que nos ha sido donado por Dios; y de esto hablamos con palabras no versadas en sabiduría humana, sino versadas en el Espíritu, para acomodar a los espirituales lo espiritual. En cambio, un hombre animal no percibe lo que es del Espíritu de Dios14.
Así pues, un hombre animal, al no percibir lo que es del Espíritu de Dios, cualesquiera cosas que oye acerca de la naturaleza de Dios, las oye de forma que no puede pensar en otra cosa que en un cuerpo, amplísimo o inmenso cuanto se quiera, lúcido y hermoso cuanto se quiera, cuerpo empero. Por eso, cualesquiera dichos de sabiduría acerca de la sustancia incorpórea e inmutable son para él enigmas, no porque los estime enigmas, sino porque piensa como quienes suelen oír y no entender los enigmas. En cambio, el espiritual, cuando haya comenzado a evaluar todo y, al contrario, a no ser evaluado por nadie, ese mismo percibe claramente15, aunque en esta vida aún en parte, cual mediante espejo, no empero con sentido alguno del cuerpo, no con imaginación imaginaria alguna, la cual capta o inventa semejanzas de cualesquiera cuerpos, sino con la certísima inteligencia de la mente, que Dios es no cuerpo, sino espíritu, pues el Hijo informa sobre el Padre tan abiertamente, que se comprende que también ese que informa es de idéntica sustancia. Entonces, quienes piden, en su nombre piden porque mediante el sonido de su nombre entienden no otra cosa que esa realidad misma que se llama con este nombre, y porque por ligereza o debilidad de ánimo no se imaginan que el Padre está en un lugar, digamos, en otro el Hijo ante el Padre y rogando por nosotros, mientras las moles de ambos ocupan sus respectivos espacios, ni que la Palabra dirige por nosotros palabras al Padre, interpuesto un intervalo entre la boca de quien habla y las orejas del que oye, ni otras cosas semejantes, que los animales y, éstos mismos, carnales se fabrican en los corazones. En efecto, negando y rechazando cualquier cosa semejante que por el trato frecuente con los cuerpos viene a la mente a los espirituales cuando piensan en Dios, de los ojos interiores la ahuyentan cual a importunas moscas y se entregan a la pureza de esa luz con que, testigo y juez ella, demuestran que son enteramente falsas estas mismas imágenes de los cuerpos, las cuales se abalanzan sobre sus miradas internas.
Éstos pueden pensar de alguna manera que nuestro Señor Jesucristo, en cuanto que es hombre, interpela por nosotros al Padre y, en cambio, en cuanto que es Dios, nos escucha con el Padre. Estimo que él ha aludido a esto cuando asevera: Y no os digo que respecto a vosotros rogaré yo al Padre16. En efecto, a contemplar esto —cómo el Hijo no ruega al Padre, sino que el Padre y el Hijo escuchan juntos a quienes ruegan—, no asciende sino el ojo espiritual de la mente.
Dios nos amó primero, para poder amarle
5. Afirma: Pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado17. ¿Él ama precisamente porque nosotros amamos o, más bien, porque él ama, por eso nosotros amamos? El mismo evangelista en persona responda según una carta suya: Nosotros, afirma, queremos, porque él nos quiso primero18. Que quisiéramos ha sucedido, pues, precisamente porque hemos sido queridos. Querer a Dios es absolutamente don de Dios. Ese mismo que, no querido, ha querido, ha dado que fuese querido. Desagradables hemos sido amados, para que en nosotros hubiese con que agradásemos. Por cierto, no amaríamos al Hijo si no amásemos también al Padre. Nos ama el Padre, porque nosotros amamos al Hijo cuando del Padre y del Hijo hayamos recibido amar al Padre y al Hijo. En efecto, en nuestros corazones derrama la caridad el Espíritu de ambos19, Espíritu mediante el cual amamos al Padre y al Hijo, y Espíritu al que amamos con el Padre y el Hijo. Así pues, Dios hizo nuestro amor piadoso con que damos culto a Dios, y vio que es bueno; ciertamente por eso ha amado él lo que ha hecho. Pero en nosotros no haría lo que amase, si antes de hacerlo no nos amase.
Jesús se fue, pero sigue presente
6. Y habéis creído, afirma, que de Dios salí. Salí del Padre y he venido al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre20. Lo hemos creído lisa y llanamente, pues esto no debe parecer increíble precisamente porque, al venir al mundo, salió del Padre sin abandonar al Padre y, dejado el mundo, va al Padre sin abandonar el mundo. En efecto, salió del Padre porque es del Padre; al mundo vino porque al mundo ha mostrado su cuerpo que de la Virgen ha asumido. Ha dejado el mundo por separación corporal, se ha marchado al Padre por ascensión del hombre, mas no ha abandonado el mundo en cuanto a la gobernación de su presencia.