TRATADO 99

Comentario a Jn 16,13, dictado en Hipona, probablemente el sábado 24 de abril de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

El Espíritu Santo no hablará por sí mismo

1. ¿Qué significa lo que el Señor aseveró acerca del Espíritu Santo cuando prometía que iba a venir y enseñar a sus discípulos toda la verdad o guiarlos en toda la verdad: Pues no hablará por sí mismo, sino que hablará de cualesquiera cosas que oirá?1 De hecho, esto es similar a lo que de sí dice él: No puedo hacer nada por mí; como oigo, juzgo2. Pero, cuando expuse eso, dije que podía entenderse en cuanto hombre3, de forma que pareciese que el Hijo había prenunciado su obediencia con que se hizo obediente hasta la muerte de cruz4, y la que acontecerá en el juicio con que juzgará a vivos y muertos, porque va a hacer esto porque él es hijo de hombre. Ha dicho: «El Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio»5, precisamente porque, aunque va a venir ya en claridad, no en la prístina condición baja, y empero va a ser conspicuo para buenos y malos, en el juicio aparecerá no la forma de Dios por la que es igual al Padre y los impíos no pueden ver, sino la forma de hombre por la que incluso se aminoró un poco menos que los ángeles. Por eso, aseveró también aquello: Le dio también potestad de hacer juicio, porque es hijo de hombre6. En estas palabras suyas se manifiesta que al juicio ha de presentarse no esa forma en que, aunque existía en ella, no consideró rapiña ser igual a Dios, sino la que tomó cuando se hubo vaciado a sí mismo. Por cierto, se vació a sí mismo al tomar forma de esclavo7 y parece que, cuando dijo: «No puedo hacer nada por mí mismo; como oigo, juzgo», también en ella ha hecho valer su obediencia para hacer juicio. Adán, mediante cuya desobediencia de un único hombre fueron constituidos pecadores los muchos, en verdad no juzgó como oyó, porque transgredió lo que oyó y por sí mismo hizo el mal que hizo porque hizo no la voluntad de Dios, sino la suya; en cambio, ese mediante cuya obediencia de un único hombre son constituidos justos los muchos8, fue no sólo obediente hasta la muerte de cruz, en la que el Vivo fue juzgado por los muertos, sino prometedor de que él sería obediente también en ese juicio mismo con que ha de juzgar acerca de vivos y muertos: No puedo, afirma, hacer nada por mí mismo; como oigo, juzgo.

Pero ¿tal vez osaremos opinar que lo que está dicho del Espíritu Santo: Pues no hablará por sí mismo, sino que hablará de cualesquiera cosas que oirá, está dicho en cuanto hombre o en cuanto a la asunción de alguna criatura? Lo cierto es que en la Trinidad solo el Hijo tomó forma de esclavo, forma que a él le ha sido coaptada a la unicidad de persona, esto es, de modo que el único Jesucristo es el Hijo de Dios e hijo de hombre; así, predicaremos no una cuaternidad —¡lejos de nosotros esto!—, sino la Trinidad. A causa de esta única persona que se hace patente según dos sustancias, divina y humana, a veces habla en tanto que es Dios, como es eso que él asevera: Yo y el Padre somos una única cosa9; a veces, en tanto que es hombre, como es aquello: Porque el Padre es mayor que yo10. Entendemos que conforme a ello él ha dicho también esto que ahora examino: No puedo hacer nada por mí mismo; como oigo, juzgo. En cambio, gran dificultad surge respecto a la persona del Espíritu Santo —cómo entenderemos lo que asevera: «Pues no hablará por sí mismo, sino que hablará de cualesquiera cosas que oirá»—, ya que en ella no hay una sustancia de la divinidad, otra de la humanidad ni de cualquier criatura.

Naturaleza del Espíritu Santo

2. En efecto, el hecho de que el Espíritu Santo apareció con aspecto corporal, como paloma11, fue una visión acontecida en un instante y pasada, como también, cuando vino sobre los discípulos, ellos vieron lenguas como de fuego repartidas, el cual se asentó sobre cada uno de ellos12. Quien, pues, dice que según la unicidad de persona fue unida al Espíritu Santo la paloma, de forma que la única persona del Espíritu Santo constase de Dios —porque el Espíritu Santo es Dios— y de aquélla, es compelido a decir también esto acerca de aquel fuego; así, entenderá que él no debe decir nada de estas cosas. En efecto, eso que en los sentidos corpóreos de los hombres se metió para de cualquier modo indicar como era preciso la sustancia de Dios y pasó, en un instante sucedió por voluntad divina mediante una criatura servidora, no desde la naturaleza soberana misma, la cual, pues permanece en sí, mueve lo que quiere e, inmutable, muda lo que quiere. Como, evidentemente, también la voz aquella alcanzó desde una nube13 las orejas corporales y a ese sentido del cuerpo que se llama oído, mas de ningún modo ha de creerse empero que a la Palabra de Dios, la cual es el Unigénito Hijo, la limitan, porque se le llama Palabra, sílabas y sonidos, porque tampoco pueden todos sonar a la vez cuando se produce el discurso, sino que, cual quienes nacen suceden a quienes mueren, cualesquiera sonidos se suceden en su orden, de modo que la sílaba última completa entero lo que pronunciamos. ¡Ni pensar que así habla el Padre al Hijo, esto es, Dios a su Palabra Dios!. Pero captar esto, en cuanto puede captarlo el hombre, es de esos a quienes corresponde no leche, sino la comida sólida.

Por tanto, porque el Espíritu Santo no se ha hecho hombre por ninguna asunción de hombre ni se ha hecho ángel por ninguna asunción de ángel ni se ha hecho criatura por ninguna asunción de ninguna criatura, ¿cómo ha de entenderse lo que de él asevera el Señor: Pues no hablará por sí mismo, sino que hablará de cualesquiera cosas que oirá?. ¡Ardua cuestión, demasiado ardua! ¡Asístanos el Espíritu en persona, para que al menos pueda yo explicarla como puedo pensar en ella, y así llegue a vuestra inteligencia, según la facultad de mi medida!

Los «sentidos» de Dios

3. Así pues, primero debéis saber —y, quienes podéis, entender; en cambio, quienes aún no podéis entender, debéis creer— que en esa sustancia que es Dios los sentidos no están distribuidos cual por la mole del cuerpo en lugares propios, como en la carne mortal de cada uno de los animales la vista está en una parte, en otra el oído, en otra el gusto, en otra el olfato; en cambio, el tacto por todo entero. ¡Ni pensar en creer esto respecto a esa incorpórea e inmutable naturaleza! Ahí, pues, oír y ver son lo mismo. A propósito de Dios, por una parte se habla de olfato, acerca del cual dice el Apóstol: Como también el Mesías nos quiso y por nosotros se entregó a Dios a sí mismo como oblación y víctima para olor suave14; por otra, puede entenderse el gusto según el cual Dios odia a los que le amargan y de su boca vomita no a los fríos ni a los calientes, sino a los tibios15; y Dios Cristo dice: Mi alimento es hacer la voluntad de ese que me envió16. Existe también aquel tacto divino en razón del cual dice acerca del novio la novia: Su izquierda bajo mi cabeza y su diestra me abrazará17. En Dios, estas cosas no están por diversos lugares de un cuerpo. En efecto, cuando se dice que sabe, ahí está todo —ver, oír, oler, saborear y tocar— sin mutación alguna de la sustancia de él, sin mole alguna que en una parte es mayor, menor en otra. Aun entre viejos se piensa con mente pueril, cuando así se piensa de Dios.

No hablará por sí mismo, porque no procede de sí

4. De que a la inefable ciencia de Dios con la que conoce todo, mediante varios modos de locución humana se la designe con los nombres de todos esos sentidos corporales, no te asombres, ya que incluso nuestra mente misma, esto es, el hombre interior, a la cual mediante estos cinco mensajeros del cuerpo, por así llamarlos, se le comunican diversos mensajes, cuando entiende, elige y ama la inmutable verdad, ve la luz acerca de la que se dice «Era la Luz verdadera», oye la palabra acerca de la que se dice: «En el principio existía la Palabra»18, capta el olor acerca del que se dice: «Tras el olor de tus perfumes correremos»19, bebe la fuente de la que se dice: «En ti está la fuente de la vida»20, y disfruta del tacto del que se dice: «En cambio, para mí es bueno adherirme a Dios»21, mas con los nombres de tantos sentidos se designa no una cosa distinta de otra, sino la única inteligencia.

Mucho más, pues, cuando del Espíritu Santo se dice: «Pues no hablará por sí mismo, sino que hablará de cualesquiera cosas que oirá», ha de entenderse o creerse que la naturaleza que excede a lo largo y a lo alto la naturaleza de nuestra mente es simple ahí donde es verdaderísimamente simple. Mutable, en efecto, es nuestra mente, la cual recibe aprendiendo lo que no sabía, pierde desaprendiendo lo que sabía, y es engañada por la verosimilitud, de forma que como verdadero aprueba lo falso y, cual ciertas tinieblas, la oscuridad de ella le impide llegar a lo verdadero. Y, por eso, no es verdaderísimamente simple esta sustancia para la que ser no es lo mismo que conocer, pues puede ser y no conocer. Por el contrario, la divina no lo puede porque es esto que tiene. Y, por esto, tiene la ciencia no de forma que una cosa sea para ella la ciencia con que sabe, otra la esencia con que es, sino que una y otra cosa son una; tampoco ha de llamarse «una y otra cosa» a lo que es simplemente una. Como el Padre tiene vida en sí mismo y este mismo no es otra cosa que la vida que hay en él, también dio al Hijo tener en sí mismo vida22, esto es, ha engendrado al Hijo, el cual, también este mismo, fuese la Vida.

Así pues, lo que del Espíritu Santo está dicho: Pues no hablará por sí mismo, sino que hablará de cualesquiera cosas que oirá, debemos comprenderlo de forma que entendamos que él no es de sí mismo. En efecto, solo el Padre no es de otro, porque el Hijo ha nacido del Padre, y el Espíritu Santo procede del Padre; el Padre, en cambio, no ha nacido ni procede de otro. Mas, por esto, no se le ocurra en absoluto al pensamiento humano disparidad alguna en esa suma Trinidad, porque el Hijo es igual a ese de quien ha nacido, y el Espíritu Santo es igual a ese de quien procede. Ahora bien, largo es disertar buscando qué diferencia hay allí entre proceder y nacer, y temerario definirlo cuando hayas disertado, porque para la mente es dificilísimo comprenderlo de algún modo y, si la mente hubiere comprendido quizá algo al respecto, es dificilísimo para la lengua explicarlo, por dotado que sea el profesor que guía, por dotado que sea el oyente que está presente.

No hablará, pues, por sí mismo porque no es de sí mismo, sino que hablará de cualesquiera cosas que oirá: se las oirá a ese de quien procede. Para aquél, oír es saber; saber es, sin duda, ser, como más arriba se ha demostrado. Porque, pues, es no de sí mismo, sino de ese de quien procede, de quien tiene la esencia, de ése tiene la ciencia; por tanto, de él tiene la audiencia, lo cual no es ninguna otra cosa que la ciencia.

La eternidad de Dios, expresada por el hombre

5. Que esté puesto un verbo de tiempo futuro —en efecto, no está dicho «de cualesquiera cosas que oyó» o «de cualesquiera cosas que oye», sino «de cualesquiera cosas que oirá»— no cause turbación, pues esa audiencia es sempiterna porque sempiterna es la ciencia. Por otra parte, respecto a eso que es eterno —sin inicio y sin final— se pone no mendazmente el verbo de cualquier tiempo que se ponga, pretérito, presente o futuro. En efecto, aunque esa naturaleza inmutable e inefable no admite «fue» ni «será», sino sólo «es», porque no puede mudarse y, por eso, sólo se adaptaba a ella decir: «Yo soy el que soy», y «Dirás a los hijos de Israel: “El que es me ha enviado a vosotros”»23, sin embargo, por la mutabilidad de los tiempos en los que se desarrollan nuestra mortalidad y nuestra mutabilidad, decimos no mendazmente fue, será y es: fue en los siglos pretéritos, es en el presente, será en el futuro. Fue porque nunca dejó de ser; será porque nunca dejará de ser; es porque siempre es. En efecto, no se extingue con el pasado como quien ya no es, ni pasa con el presente como quien ya no permanece, ni surge con el futuro como quien no había sido. Por ende, cuando según las revoluciones de los tiempos se varía la locución humana, acerca de ese que a través de ningún tiempo pudo ni puede ni podrá dejar de ser se dicen con verdad los verbos de cualquier tiempo. Así pues, el Espíritu Santo oye siempre porque sabe siempre; supo, pues, sabe y sabrá; y oyó, oye y oirá precisamente porque, como ya he dicho, oír es para él lo mismo que saber, y saber es para él lo mismo que ser. Por tanto, oyó, oye y oirá a ese de quien es; es de ese de quien procede.

Espíritu del Padre y del Hijo

6. Aquí preguntará tal vez alguien si también del Hijo procede el Espíritu Santo, pues el Hijo es hijo de solo el Padre, y el Padre es padre de solo el Hijo y, en cambio, el Espíritu Santo es espíritu no de uno solo de ellos, sino de ambos. Al Señor en persona puedes oírle decir: «Pues no sois vosotros quienes habláis, sino que quien habla en vosotros es el Espíritu de vuestro Padre»24; puedes también oír al Apóstol: Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo25. ¿Acaso son dos, uno del Padre, otro del Hijo? ¡Ni pensarlo! En efecto, un solo cuerpo, asevera cuando aludía a la Iglesia e inmediatamente ha añadido: Y un solo Espíritu. Y mira tú cómo allí completa él la Trinidad: Como fuisteis llamados, afirma, en una sola esperanza de vuestra llamada. Un solo Señor —seguramente, aquí quiso que se pensase en Cristo; falta que nombre también al Padre; sigue, pues—: una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y a través de todos y en todos nosotros26.

El Espíritu, pues, porque es uno solo como hay un solo Padre y un solo Señor, esto es, el Hijo, es realmente de ambos, ya que Cristo Jesús en persona dice: «Quien habla en vosotros es el Espíritu de vuestro Padre», y el Apóstol dice: Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo. En otro lugar puedes oír a idéntico apóstol decir: Ahora bien, si habita en vosotros el Espíritu de ese que resucitó de entre los muertos a Jesús27. Seguramente, aquí quiso que se pensase en el Espíritu del Padre, acerca del cual dice empero en otro lugar: En cambio, cualquiera que no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es de éste28. Y muchos otros son los testimonios que muestran evidentemente esto: que el Espíritu del Padre y del Hijo es ese al que a propósito de la Trinidad se le llama «el Espíritu Santo».

7. Estimo que no por otra razón se denomina propiamente Espíritu a ese mismo, aunque, cuando se nos pregunta respecto a cada uno, no podemos decir sino que el Padre y el Hijo son espíritu, porque Dios es espíritu29, esto es, Dios es no cuerpo, sino espíritu. Fue, pues, lógico que esto que en común se llama también a cada uno, se llamase propiamente a ese que es no uno de ellos, sino en quien aparece la comunidad de ambos. Puesto que ese mismo es también el Espíritu del Hijo, ¿por qué, pues, no vamos a creer que el Espíritu Santo procede también del Hijo? En efecto, si no procediera de él, al volver a presentarse tras la resurrección no habría soplado sobre sus discípulos, diciendo: Recibid Espíritu Santo30. De hecho, ¿qué otra cosa significó ese soplo, sino que también de aquel mismo procede el Espíritu Santo? Con esto tiene que ver también lo que asevera acerca de la mujer que padecía flujo de sangre: Me tocó alguien, pues yo he sentido que de mí ha salido una fuerza31. Que también con el nombre de «fuerza» se nomina al Espíritu Santo, ciertamente está asimismo claro en ese lugar donde a María, que dijo: «¿Cómo sucederá eso, porque no conozco varón», el ángel respondió: «Espíritu Santo sobrevendrá a ti y fuerza del Altísimo te cubrirá de sombra»32; asimismo el Señor en persona, al prometerlo a los discípulos, asevera: «Por vuestra parte, estad quietos en la ciudad hasta que desde lo alto seáis vestidos de fuerza»33, y de nuevo afirma: Recibiréis fuerza del Espíritu Santo, la cual caerá de improviso sobre vosotros, y seréis mis testigos34. Ha de creerse que de esta fuerza dice un evangelista: Fuerza salía de él y sanaba a todos35.

Todo procede del Padre

8. Si, pues, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, ¿por qué el Hijo ha dicho: Procede del Padre?36 ¿Por qué, supones, sino como suele asignar también lo que es suyo a ese del que también él mismo es. A esto se debe lo que asevera: Mi doctrina no es mía, sino de ese que me envió37. Si, por tanto, aquí se entiende que de él es la doctrina que empero ha llamado no suya, sino del Padre, ¿cuánto más ha de entenderse que allí donde, sin decir «no procede de mí», asevera «procede del Padre», el Espíritu Santo procede de ese mismo? Ahora bien, de quien el Hijo tiene el ser Dios —es, en efecto, Dios de Dios—, de ése tiene, evidentemente, que también de él proceda el Espíritu Santo y, por esto, el Espíritu Santo tiene del Padre mismo el proceder del Hijo como procede del Padre.

El Espíritu Santo no pudo nacer, sino proceder

9. En cuanto pueden entenderlo individuos cuales somos nosotros, aquí se entiende de algún modo también eso, por qué se dice que el Espíritu Santo no ha nacido, sino que, más bien, procede: porque, si también a ese mismo se le llamase hijo, se le llamaría, evidentemente, hijo de ambos, lo que es absurdísimo, pues nadie es hijo de dos, a no ser de padre y madre. Ahora bien, ¡ni pensar en que conjeturemos algo así entre Dios Padre y Dios Hijo!, porque tampoco un hijo de hombres procede simultáneamente del padre y de la madre, sino que, cuando del padre procede hasta la madre, entonces no procede de la madre, y, cuando de la madre procede hasta esta luz, entonces no procede del padre. En cambio, el Espíritu Santo no procede del Padre hasta el Hijo ni del Hijo procede para santificar a la criatura, sino que simultáneamente procede de uno y otro, aunque el Padre ha dado al Hijo esto: que, como procede de sí, así procede también de ése. En efecto, no porque el Padre sea la Vida y el Hijo sea la Vida podemos decir que el Espíritu Santo no es la Vida y, por esto, como el Padre, porque tiene vida en sí mismo, también dio al Hijo tener en sí mismo vida, así le dio que la vida proceda de él como también procede de ese mismo38.

Por otra parte, siguen las palabras del Señor que dice: Y os hará saber lo que va a venir. Él me esclarecerá porque de lo mío recibirá y os lo hará saber. Cualesquiera cosas que tiene el Padre, todas son mías; por eso he dicho que de lo mío recibirá y os lo hará saber39. Pero, porque este sermón es ya prolijo, han de diferirse a otro.