TRATADO 86

Comentario a Jn 15,15-16, dictado en Hipona, probablemente el domingo 29 de febrero de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

Conocer lo que Cristo oyó al Padre

1. Con razón se pregunta uno cómo ha de interpretarse lo que el Señor asevera: A vosotros, en cambio, os he llamado amigos porque, cualesquiera cosas que oí a mi Padre, os las di a conocer todas1. En efecto, puesto que nadie comprende ni siquiera esto —cómo oye al Padre palabra alguna, pues ése en persona es la única Palabra del Padre—, ¿quién osará afirmar o creer que hombre alguno sabe todo lo que el Unigénito Hijo oyó al Padre? ¿Qué significa lo que afirma algo después, en este mismo discurso, empero, que a los discípulos dirigió tras la cena, antes de la pasión: Muchas cosas tengo para deciros, pero ahora mismo no podéis cargar con ellas?2 Pues bien, ¿cómo vamos a entender que él hizo conocer a los discípulos todo lo que oyó al Padre, siendo así que, precisamente porque sabe que ellos no pueden ahora mismo cargar con ellas, no dice ciertas cosas, muchas? Pero, sin duda, dice que ha hecho lo que va a hacer él, que hizo esas cosas que van a suceder3. En efecto, como mediante un profeta dice: «Taladraron mis manos y mis pies»4, mas no asevera «van a taladrar» —cual quien dice cosas pasadas y predice empero que ésas van a suceder—, así también en este lugar asevera que él ha hecho conocer a los discípulos todo lo que él sabe que va a hacerlo conocer en esa plenitud de conocimiento acerca de la que el Apóstol dice: «En cambio, cuando haya llegado lo que es perfecto, lo que es en parte será abolido»; ahí, en efecto, dice: Ahora conozco en parte; en cambio, entonces conoceré como soy también conocido» y ahora, enigmáticamente mediante espejo; en cambio, entonces cara a cara5. Por cierto, que nosotros hemos sido hechos salvos mediante un baño de regeneración6, lo dice también ese apóstol mismo que empero en otro lugar afirma: Con la esperanza fuimos hechos salvos. Ahora bien, esperanza que se ve no es esperanza, pues ¿por qué alguien espera lo que ve? Si, en cambio, esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos7. Por ende, también Pedro, su coapóstol, afirma: En el cual creéis aun sin verlo ahora mismo; cuando lo hayáis visto, exultaréis con gozo inenarrable y honrado, al recoger la paga de la fe, la salvación de vuestras almas8.

Si, pues, ahora es el tiempo de la fe y, por otra parte, la salvación de las almas es la paga de la fe, ¿quién dudará que en la fe, que actúa mediante la dilección9, ha de pasarse el día y que al final del día ha de recibirse en paga no sólo la redención de nuestro cuerpo, de la que habla el apóstol Pablo10, sino también la salvación de nuestras almas, de la que habla el apóstol Pedro? Efectivamente, en este tiempo y en esta mortalidad, la felicidad de una y otra cosa se tiene en esperanza más que se la aferra en la realidad. Verdaderamente la diferencia está en esto: nuestro hombre exterior, esto es, el cuerpo, se corrompe aún; en cambio, nuestro hombre interior, esto es, el alma, se renueva ya de día en día11. Así pues, como aguardamos que llegarán la inmortalidad de la carne y la salvación de las almas —aunque se dice que por la prenda recibida hemos sido ya hechos salvos—, así debemos esperar que llegará el conocimiento de todo lo que el Unigénito oyó al Padre, aunque Cristo haya dicho que él ha hecho ya esto.

A la gracia no precede mérito alguno

2. Afirma: No me elegisteis vosotros, sino que yo os elegí12. ¡Ésta es la inefable gracia! En efecto, ¿qué éramos cuando aún no habíamos elegido a Cristo y por eso no le queríamos? Efectivamente, quien no lo ha elegido ¿cómo le querrá? ¿Acaso sucedía ya en nosotros lo que se canta en un salmo: Elegí más que habitar en tiendas de pecadores ser abyecto en la casa del Señor?13 Evidentemente no. ¿Qué éramos, pues, sino inicuos y perdidos? En efecto, no habíamos ya creído en él para que nos eligiera, porque, si eligió a quienes ya creían, eligió una vez elegido. ¿Por qué, pues, diría: «No me elegisteis vosotros», sino porque su misericordia se nos ha adelantado?14 Aquí es ciertamente ocioso el raciocinio vano de esos que contra la gracia de Dios defienden la presciencia de Dios y dicen que nosotros hemos sido elegidos antes de la constitución del mundo15, precisamente por haber Dios preconocido que nosotros íbamos a ser buenos, no porque ha preconocido que él mismo iba a hacernos buenos. No dice esto quien dice «No me elegisteis vosotros», porque, si nos hubiese elegido precisamente porque había preconocido que nosotros íbamos a ser buenos, a la vez hubiese también preconocido que nosotros íbamos primeramente a elegirlo. En efecto, de otro modo no podríamos ser buenos, salvo que haya de calificarse de bueno a quien no ha elegido al Bueno.

¿Qué ha elegido, pues, en los no buenos? En efecto, quienes no serían buenos si no fuesen elegidos, no han sido elegidos porque fueron buenos; en caso contrario, si pretendemos que los méritos han precedido, la gracia ya no es gracia16. Ésta, por cierto, es la elección de gracia, acerca de la cual dice el Apóstol: También, pues, en este tiempo, los restos han sido hechos así: según elección de gracia. Por ende, añade: Ahora bien, si por gracia, ya no en virtud de obras; en caso contrario, la gracia ya no es gracia. Escucha, ingrato, escucha: No me elegisteis vosotros, sino que yo os elegí. No hay cómo digas: «He sido elegido precisamente porque ya creía». En efecto, si creías en él, ya lo habías elegido. Pero escucha: No me elegisteis vosotros. No hay cómo digas: «Antes de creer, ya realizaba cosas buenas; por eso he sido elegido». En efecto, antes de la fe ¿qué buena obra hay, pues el Apóstol dice: Todo lo que no proviene de la fe es pecado?17 Oyendo «No me elegisteis vosotros», ¿qué vamos a decir, sino que éramos malos y hemos sido elegidos para que fuésemos buenos mediante la gracia de quien nos ha elegido? En efecto, no existe la gracia si habían precedido los méritos; ahora bien, ¡existe la gracia! Por tanto, ésta no ha hallado méritos, sino que los ha realizado.

La caridad: ése es nuestro fruto

3. Y ved, carísimos, cómo no elige a buenos, sino que hace buenos a quienes ha elegido. Yo, afirma, os elegí y os puse para que vayáis y produzcáis fruto y vuestro fruto dure18. ¿No es ése el fruto acerca del que había ya dicho: Sin mí nada podéis hacer?19 Nos eligió, pues, y nos puso para que vayamos y produzcamos fruto; así pues, ningún fruto teníamos en virtud del cual nos eligiera. Para que vayáis, afirma, y produzcáis fruto. Vamos para producirlo y él en persona es el Camino por el que vamos y en que nos ha puesto para que vayamos. Por ende, su misericordia se nos ha adelantado en todo. Y vuestro fruto, afirma, dure, de forma que cualquier cosa que en mi nombre pidiereis al Padre os la dé20. Dure, pues, la dilección, ya que ella es nuestro fruto. Esta dilección existe ahora en el deseo, no aún en la saciedad, y el Padre nos da cualquier cosa que en nombre del Unigénito Hijo pidiéremos por ese mismo deseo. Ahora bien, no estimemos que pedimos en nombre del Salvador lo que no nos conviene recibir para ser salvos, sino que en nombre del Salvador pedimos esto: lo que atañe a los intereses de la salvación.