TRATADO 85

Comentario a Jn 15,14-15, dictado en Hipona, probablemente el sábado 28 de febrero de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

Siervos y amigos

1. Tras haber encomiado el Señor Jesús la caridad que nos ha mostrado muriendo por nosotros, y tras haber dicho: «Nadie tiene mayor dilección que ésta: que alguien deponga su alma por sus amigos», afirma: Vosotros sois amigos míos si hiciereis lo que yo os preceptúo1. ¡Gran dignación! Ha querido que, pues un siervo no puede ser bueno si no cumpliere los preceptos de su señor, se conozca a los amigos suyos en virtud de eso por lo que pueden acreditarse como siervos buenos. Pero, como he dicho, dignación es esto: que el Señor se digne llamar amigos suyos a esos respecto a quienes sabe que son siervos suyos. Por cierto —para que sepáis que al oficio de siervo pertenece cumplir los preceptos de su señor—, en otro lugar censura, evidentemente a los siervos, al decir: Por vuestra parte, ¿por qué me llamáis «Señor, Señor», mas no hacéis lo que digo?2 Afirma: «Cuando, pues, decís «Señor», haciendo lo mandado mostrad qué decís». ¿O no va a decir él mismo al siervo obediente: ¡Bravo, siervo bueno! Porque fuiste leal en poco, te estableceré sobre mucho; entra el gozo de tu señor3. Por tanto, puede ser siervo y amigo quien es siervo bueno.

El que sirve bien, pasa a ser amigo

2. Pero atendamos a lo que sigue: Ya no os llamo siervos, porque el siervo desconoce qué hace su señor4. Porque dice: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo desconoce qué hace su señor», ¿cómo, pues, vamos a entender que el siervo bueno es siervo y amigo? Ha establecido el nombre de amigo, de forma que retira el de siervo, de modo que no permanezcan uno y otro en un único individuo, sino que al desaparecer uno lo sustituya el otro. ¿Qué significa esto? ¿Es que no seremos siervos precisamente cuando fuéremos buenos siervos? Mas ¿quién puede contradecir a la Verdad, que asevera: Ya no os llamo siervos? Además enseña por qué ha dicho esto: Porque el siervo, afirma, desconoce qué hace su señor. ¿Tal vez su señor no confía también sus secretos al siervo bueno y acreditado? ¿Qué significa, pues, lo que asevera: El siervo desconoce qué hace su señor? Sea; en verdad desconoce qué hace su señor; ¿tal vez desconoce también lo que preceptúa? De hecho, si desconoce aun esto, ¿cómo sirve o cómo es siervo quien no sirve? Y empero el Señor dice: Vosotros sois amigos míos si hiciereis lo que yo os preceptúo. Ya no os llamo siervos. ¡Oh cosa sorprendente! Pues no podemos servir si no cumpliéremos los preceptos del Señor, ¿cómo, cumpliendo sus preceptos, no seremos siervos? Si cumpliendo sus preceptos no soy siervo y no podré servir si no cumpliere sus preceptos, sirviendo no seré, pues, siervo.

Temor servil y temor santo

3. Entendamos, hermanos, entendamos. Y el Señor haga en nosotros esto, que entendamos; haga también que cumplamos lo entendido. Ahora bien, si sabemos esto, sabemos en realidad lo que hace el Señor, porque a nosotros mismos no nos hace tales sino el Señor y, por eso, pertenecemos a su círculo de amigos. En efecto, como existen dos temores, que hacen dos clases de temerosos, así existen dos servidumbres, que hacen dos clases de siervos. Existe el temor al que echa fuera la caridad perfecta5, y existe otro temor, casto, permanente por siempre6. En ese temor que no está en la caridad se fijaba el Apóstol cuando decía: Pues no recibisteis espíritu de servidumbre, otra vez con temor7. Por otra parte, en el temor casto se fijaba cuando decía: No presumas, sino teme8. A propósito del temor al que echa fuera la caridad, con ese temor mismo ha de ser también echada fuera la servidumbre, pues una y otra cosa, esto es, servidumbre y temor, ha unido el Apóstol, diciendo: Pues no recibisteis espíritu de servidumbre, otra vez con temor. En el siervo que tiene que ver con esta servidumbre pensaba también el Señor al decir «Ya no os llamo siervos, porque el siervo desconoce qué hace su señor»9: evidentemente, no el siervo que tiene que ver con el temor casto, a quien se dice «¡Bravo, siervo bueno! Entra al gozo de tu señor»10, sino el siervo que tiene que ver con el temor que ha de ser echado fuera por la caridad, acerca del cual dice en otra parte: El siervo no permanece en la casa para siempre; el hijo, en cambio, permanece para siempre11.

Así pues, porque nos dio potestad de ser hechos hijos de Dios12, seamos no siervos sino hijos, para que en cierto modo asombroso e inefable pero, en todo caso, modo verdadero, podamos ser siervos no siervos, o sea, siervos por el temor casto, con el que tiene que ver el siervo que entra al gozo de su señor; no siervos, en cambio, por el temor que ha de echarse fuera, con el que tiene que ver el siervo que no permanece en la casa para siempre. Ahora bien, sepamos que el Señor hace que seamos tales siervos no siervos. Pues bien, esto desconoce el siervo ese que desconoce qué hace su señor y, cuando hace algo de bueno, se engríe cual si hiciera esto él mismo, no su señor, y se gloría en sí, no en el Señor, pese a haberse engañado a sí mismo porque se gloría cual si no hubiere recibido13. Nosotros, en cambio, carísimos, para poder ser amigos del Señor, sepamos qué hace nuestro Señor. Por cierto, él en persona, y no nosotros mismos, nos hace no sólo hombres, sino también justos. Y ¿quién sino él en persona hace que sepamos esto? En efecto, nosotros hemos recibido no el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para que sepamos lo que nos ha sido donado por Dios14. Por él en persona es donada cualquier cosa que de bueno existe. Porque, pues, también esto —que se sepa quién dona todo bien— es un bien, evidentemente él en persona lo da para que, quien se gloría de cualquier bien sin excepción, se gloríe en el Señor15.

Por otra parte, lo que sigue, A vosotros, en cambio, os he llamado amigos porque, cualesquiera cosas que oí a mi Padre, os las di a conocer todas16, es tan profundo que de ningún modo ha de resumirlo este sermón, sino que ha de diferirse para otro.