TRATADO 80

Comentario a Jn 15,1-3, dictado en Hipona, probablemente el domingo 8 de febrero de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

La vid verdadera

1. Ese lugar evangélico, hermanos, donde el Señor dice que él es la vid y sus discípulos los sarmientos, habla en cuanto que el Mediador de Dios y hombres, Cristo Jesús hombre, es cabeza de la Iglesia y nosotros sus miembros1. En efecto, de única naturaleza son la vid y los sarmientos; por lo cual, porque era Dios, de cuya naturaleza no somos, se hizo hombre para que la naturaleza humana fuese en él la vid cuyos sarmientos pudiéramos ser nosotros, los hombres. ¿Qué significa, pues, Yo soy la vid verdadera?2 Para añadir verdadera, ¿acaso ha relacionado esto con la vid de donde se ha tomado en sentido metafórico esa analogía? En efecto, por analogía, no en sentido propio, se le llama la Vid así como se le llama Oveja, Cordero, León, Roca, piedra angular y demás cosas por el estilo que, más bien, son verdaderas esas mismas, de las cuales se toman estas analogías, no los sentidos propios. Pero, evidentemente, cuando dice: «Yo soy la vid verdadera», se distingue de aquella a la que se dice: ¡Cómo te has vuelto amargura, vid ajena!3 En realidad, ¿cómo es verdadera la vid de la que se aguardaba que produjese uva y, en cambio, produjo espinas?4

Tanto más fecundos cuanto más purificados

2. Yo soy, afirma, la vid verdadera, y mi Padre es el agricultor. A todo sarmiento en mí que no da fruto, lo retirará y a todo el que da fruto lo limpiará para que produzca más fruto5. ¿Acaso son una única cosa agricultor y vid? Cristo, pues, es la vid según esto, según lo cual asevera: «El Padre es mayor que yo»6; en cambio, en cuanto que asevera: «Yo y el Padre somos una única cosa»,7 también él en persona es el agricultor, mas no tal cuales son quienes obrando extrínsecamente ejercen el oficio, sino tal que también interiormente da el crecimiento. En realidad, ni quien planta es algo, ni quien riega, sino quien da el crecimiento, Dios8. Pero, evidentemente, Cristo es Dios, porque la Palabra era Dios; por ende, él mismo y el Padre son una única cosa, y, si la Palabra se hizo carne9, cosa que no era, ella sigue siendo lo que era. Por eso, tras haber dicho acerca del Padre, como acerca de un agricultor, que retira los sarmientos infructuosos y, en cambio, limpia los fructuosos para que produzcan más fruto, al instante, para mostrarse a sí mismo como limpiador de los sarmientos, afirma: Vosotros estáis ya limpios a causa de la palabra que os he dicho10.

He ahí que el Limpiador de los sarmientos, cosa que es oficio de agricultor, no de la vid, es el mismo que hizo también operarios suyos a los sarmientos. En realidad, aunque no dan el crecimiento, dedican empero alguna ayuda; pero no de lo suyo porque sin mí, afirma, no podéis hacer nada11. También a ellos óyelos confesar: Ahora bien, ¿qué es Apolo, qué, por otra parte, Pablo? Ministros mediante los que creísteis, y como el Señor dio a cada uno: yo planté, Apolo regó. Y esto, pues, como el Señor dio a cada uno; por tanto, no de lo suyo. Añado lo que sigue: Pero Dios dio el crecimiento12, lo hace no mediante ellos, sino por sí mismo; esto excede la humana poquedad, excede la angélica sublimidad y no pertenece en absoluto sino a la agricultora Trinidad.

Vosotros estáis ya limpios: limpios y, por supuesto, por limpiar. En efecto, si no estuviesen limpios, no habrían podido producir fruto; y empero a todo el que da fruto lo limpia el Agricultor para que produzca más fruto. Da fruto porque está limpio y, para que produzca más fruto, es limpiado aún. Efectivamente, ¿quién está tan limpio que no haya de ser limpiado más y más en esta vida donde, si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros; si, en cambio, hubiésemos confesado nuestros pecados, es fiel y justo para perdonarnos los pecados y limpiarnos de toda iniquidad?13 Evidentemente, limpie a los limpios, esto es, fructuosos, para que sean tanto más fructuosos cuanto más limpios.

El poder de la palabra en el sacramento

3. Vosotros estáis ya limpios a causa de la palabra que os he dicho. ¿Por qué no asevera «estáis limpios a causa del bautismo que os ha lavado», mas asevera «a causa de la palabra que os he dicho», sino porque aun en el agua limpia la palabra? Quita la palabra, y ¿qué es el agua sino agua? Se suma la palabra al elemento y resulta el sacramento, también ese mismo, digamos, palabra visible.

Evidentemente, también en cuanto a esto había dicho cuando lavó los pies a los discípulos: Quien se ha bañado no necesita lavarse sino los pies; antes bien, entero está limpio14. Esa eficacia del agua, tan grande que ésta toca el cuerpo, mas lava el corazón, ¿a qué se debe sino a la palabra, la cual, porque, aun en esta palabra misma, una cosa es el sonido transitorio, otra la eficacia permanente, actúa no porque se pronuncia, sino porque es creída? Ésta es la palabra de la fe que predicamos, asevera el Apóstol; porque, si con tu boca hubieres confesado que Jesús es el Señor, y con tu corazón creyeres que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Con el corazón, en efecto, se cree para justicia; con la boca, por otra parte, se hace la confesión para salvación15. Por ende se lee en Hechos de los Apóstoles: «Al purificar con la fe sus corazones»16, y el bienaventurado Pedro afirma en una carta suya: Así también, a vosotros os hace salvos el bautismo: no demolición de suciedades de la carne, sino interrogación de una conciencia buena17. Ésta es la palabra de la fe que predicamos, por la cual, sin duda, es consagrado el bautismo para que pueda limpiar. Cristo, en efecto, la Vid con nosotros, el Labrador con el Padre, amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella. Lee al Apóstol y mira qué añade: Para santificarla, afirma, limpiándola mediante el baño del agua con la palabra18. Por tanto, la limpieza no se atribuiría de ningún modo al perecedero y lábil elemento, si no se añadiese: Con la palabra. En la Iglesia de Dios, esta palabra de la fe es tan vigorosa que, mediante ese mismo que cree, ofrece, bendice y sumerge, limpia incluso a un bebé, por pequeñín que sea, aunque aún no es capaz de creer con el corazón para justicia ni de confesar con la boca para salvación. Todo esto se hace mediante la palabra acerca de la que asevera el Señor: Vosotros estáis ya limpios a causa de la palabra que os he dicho.