TRATADO 79

Comentario a Jn 14,29-31, dictado en Hipona, probablemente el sábado 7 de febrero de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

Creer y ver

1. Nuestro Señor y Salvador Jesucristo había dicho a sus discípulos: Evidentemente, si me quisierais, os alegraríais de que voy al Padre, porque el Padre es mayor que yo1. Que él lo ha dicho en virtud de la forma de esclavo, no en virtud de la forma de Dios en la que es igual al Padre, lo sabe la fe que ha sido esculpida por mentes religiosas, no la inventada por intrigantes y dementes. Después ha añadido: Y os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que, cuando haya sucedido, creáis2. ¿Qué significa esto, pues el hombre debe, más bien, creer, antes de que suceda, lo que ha de ser creído? En efecto, la loa de la fe es ésta: que lo que es creído no se vea. Efectivamente, según la frase del mismo Señor cuando reprocha al discípulo, al decir «Porque me has visto has creído; dichosos quienes no ven y creen»3, ¿qué dificultad hay en que sea creído lo que se ve? Y, porque en la carta que se escribe a los Hebreos la fe queda definida así: Ahora bien, la fe es soporte de quienes esperan, prueba convincente de las realidades que no se ven4, no sé si ha de decirse que alguien cree lo que ve. Por tanto, si la fe corresponde a las realidades que son creídas y esta misma fe corresponde a las que no se ven, ¿qué significa lo que el Señor asevera: Y os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que, cuando haya sucedido, creáis? ¿No hubo de decirse, más bien: «Y os lo he dicho ahora, antes que suceda, para que creáis lo que veréis cuando haya sucedido?». En verdad, aquel a quien se dijo: «Porque has visto has creído», tampoco creyó lo que vio, sino que vio una cosa, creyó otra, pues vio a un hombre, creyó que era Dios. En efecto, contemplaba y tocaba la carne viviente que había visto muriente, mas creía que en esa misma carne Dios estaba latente. Con la mente, pues, mediante esto que se mostraba a los sentidos del cuerpo, creía lo que no veía. Pero, aunque se dice que es creído lo que se ve, como cada uno dice que ha creído a sus ojos, no es empero ésa la fe que es edificada en nosotros, sino que, en virtud de las realidades que se ven, se consigue en nosotros que sean creídas esas cosas que no se ven.

Por tanto, dilectísimos, en cuanto a lo que el Señor asevera, a propósito de lo cual tengo ahora el sermón: «Y os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que, cuando haya acontecido, creáis», lo de «cuando haya acontecido» lo dice evidentemente porque tras la muerte iban a verle vivir y ascender al Padre; tras ver esto, iban a creer aquello, que él era el Mesías, el Hijo del Dios vivo, el cual pudo hacer esto después de haberlo predicho, y predecirlo antes de hacerlo; ahora bien, iban a creerlo con fe no nueva, sino aumentada o, ciertamente, desfallecida porque él había muerto, reconstituida porque él había resucitado. En efecto, incluso antes creían que él era el Hijo de Dios; pero, cuando en él hubo sucedido lo que antes predijo, aquella fe que entonces, cuando les hablaba, fue pequeña y, cuando moría, casi nula ya, revivió y creció.

La muerte que nos rescató de la muerte

2. Después ¿qué dice? Ya no hablaré mucho con vosotros, pues viene el jefe de este mundo —¿quién sino el diablo—, mas en mí nada tiene5, o sea, ningún pecado en absoluto. Por cierto, así muestra al diablo como jefe no de las criaturas, sino de los pecadores, a los que ahora nomina con la denominación «de este mundo». Y cada vez que el nombre de mundo se pone con significado del mal, no muestra sino a los amadores de ese mundo, acerca de los cuales está escrito en otra parte: Cualquiera que quisiere ser amigo de este siglo, se constituirá en enemigo de Dios6. Ni pensar, pues, en que se entienda que el diablo es el jefe del mundo, como si ejerciera la jefatura del universo mundo, esto es, del cielo, de la tierra y de todo lo que en ellos hay; mundo acerca del cual, cuando el discurso trataba de Cristo Palabra, está dicho: Y el mundo se hizo mediante él7. Así pues, el universo mundo, desde los más altos cielos hasta el ínfimo suelo, está sometido al Creador, no al Desertor; al Redentor, no al Destructor; al Liberador, no al Cautivador; al Doctor, no al Embaucador.

Por otra parte, cómo ha de entenderse que el diablo es el jefe del mundo, lo ha dejado ver muy evidentemente el apóstol Pablo, quien, tras haber dicho: «Lucha cuerpo a cuerpo tenemos no contra la carne y la sangre», esto es, contra los hombres, ha añadido y aseverado: sino contra los jefes y potestades y rectores del mundo de estas tinieblas8. En efecto, con la siguiente expresión, cuando ha añadido «de estas tinieblas», ha expuesto por qué había dicho «del mundo»: para que con el nombre de mundo nadie entendiera la creación entera, cuyos rectores no son en modo alguno los ángeles desertores. De estas tinieblas, afirma; esto es, de los amadores de ese mundo, de entre los cuales empero han sido elegidos no a causa de su mérito, sino a causa de la gracia de Dios, esos a quienes dice: Pues fuisteis otrora tinieblas; ahora, en cambio, en el Señor sois luz9. En efecto, todos estuvieron bajo el poder de los rectores de estas tinieblas, esto es, de los hombres impíos, como tinieblas bajo el poder de tinieblas; pero, gracias a Dios, el cual nos arrancó, como dice idéntico apóstol, de la potestad de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su caridad10. En éste, el jefe de este mundo nada tenía, porque Dios no había venido con pecado ni a su carne la Virgen la había parido del mugrón del pecado. Y, como si se le dijera: «¿Por qué, pues, mueres, si no tienes pecado al que se deba el suplicio de la muerte?», ha añadido al instante: Pero, para que el mundo conozca que quiero al Padre y que, como el Padre me dio un mandato, así obro, levantaos, vámonos de aquí11. En efecto, recostado a la mesa, hablaba a los recostados a la mesa.

Pues bien, ha dicho «Vámonos»: ¿a dónde sino al lugar desde el que había de ser entregado a la muerte quien no tenía mérito alguno de muerte? Pero, en cuanto que él era aquel de quien estaba predicho: «Entonces pagaba lo que no rapiñé»12, tenía un mandato del Padre: morir para sin deuda pagar la muerte y redimirnos de la muerte adeudada. En cambio, Adán había rapiñado el pecado cuando, embaucado por la presunción, extendió al árbol la mano para apoderarse del incomunicable título de la divinidad no concedida, que la naturaleza, no la rapiña, había conferido al Hijo de Dios.