Comentario a Jn 14,27-28, dictado en Hipona, probablemente el domingo 1 de febrero de 420
Sólo en cuanto hombre se ausenta Cristo
1. Hemos escuchado, hermanos, las palabras del Señor, que decía a sus discípulos: No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo. Oísteis que yo os dije: «Me voy y vengo a vosotros». Evidentemente, si me quisierais, os alegraríais de que yo me voy al Padre, porque el Padre es mayor que yo1. El corazón de ellos podía, pues, turbarse y tener miedo precisamente porque se marchaba de ellos, aunque iba a venir a ellos para que, por la ausencia del Pastor, el lobo no invadiera tal vez al rebaño en este intervalo. Pero a esos de quienes se retiraba un hombre, Dios no los abandonaba; y, a propósito, el mismo Cristo en persona es hombre y Dios. Se iba, pues, en cuanto que era hombre, y permanecía en cuanto que era Dios; se iba en cuanto que estaba en un único lugar, permanecía en cuanto que estaba por doquier. Así pues, ¿por qué había de turbarse y tener miedo el corazón, cuando aquél abandonaba los ojos sin abandonar el corazón, aunque Dios, a quien ningún lugar contiene, también se marcha de los corazones de quienes lo dejan por las costumbres, no con los pies, y viene a quienes no con la faz, sino con la fe, se vuelven a él y a él se acercan con la mente, no con la carne?
Pues bien, para que entendieran que en cuanto que era hombre había dicho él: «Me voy y vengo a vosotros», ha añadido y aseverado: Evidentemente, si me quisierais, os alegraríais de que yo voy al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Luego según lo que el Hijo no es igual al Padre, según esto iba a irse al Padre, del cual iba a venir a juzgar a vivos y muertos; en cambio, según eso en que el Unigénito es igual al Engendrador, nunca se aparta del Padre, sino que entero está por doquier con él en virtud de la igual divinidad, a la que ningún lugar contiene. En efecto, como dice el Apóstol, aunque, existía en forma de Dios, no consideró rapiña ser igual a Dios —pues ¿cómo podría ser rapiña la naturaleza que era no usurpada, sino nacida?—; al contrario, se vació a sí mismo al tomar forma de esclavo2: no, pues, por haber perdido aquélla, sino por haber tomado ésta al vaciarse en cuanto a este modo en que él aparecía aquí menor de lo que en el Padre él permanecía. En efecto, la forma de esclavo se ha sumado, la forma de Dios no se ha apartado; aquélla ha quedado asumida, ésta no ha quedado consumida. A propósito de aquélla dice: «El Padre es mayor que yo»; a propósito de ésta, en cambio: Yo y el Padre somos una única cosa3.
Por amor al hombre, Cristo hombre es inferior al Padre
2. Atienda esto el arriano y por la atención quede sano, no sea que por tozudez se quede vano o, lo que es peor, insano. Aquélla es, en efecto, la forma de esclavo en la que el Hijo de Dios es menor no sólo que el Padre, sino también que el Espíritu Santo; y no sólo esto, sino que es menor incluso que sí mismo porque, en forma de Dios, él mismo en persona es mayor que sí mismo. En efecto, al hombre Cristo se le llama el Hijo de Dios, cosa que aun sola su carne mereció ser nominada en el sepulcro. Efectivamente, ¿qué otra cosa confesamos cuando decimos que nosotros creemos en el Unigénito Hijo de Dios que bajo el poder de Poncio Pilato fue crucificado y sepultado? Y de él ¿qué fue sepultado, sino la carne sin el alma? Y, por esto, cuando creemos en el Hijo de Dios que fue sepultado, en realidad llamamos Hijo de Dios aun a la carne que fue sepultada sola. Cristo en persona, pues, el Hijo de Dios, igual al Padre en forma de Dios, porque se vació a sí mismo no por haber perdido la forma de Dios, sino al tomar forma de esclavo, es mayor que sí mismo porque la forma de Dios que no fue perdida es mayor que la forma de esclavo que fue tomada. Así pues, ¿qué hay de extraño o qué hay de indigno si, al hablar según esta forma de esclavo, el Hijo de Dios asevera: «El Padre es mayor que yo», y, al hablar según la forma de Dios, el mismo Hijo de Dios en persona asevera: Yo y el Padre somos una única cosa? Una única cosa son, en efecto, en cuanto que la Palabra era Dios; mayor es el Padre, en cuanto que la Palabra se hizo carne4.
Diré también lo que arrianos y eunomianos no pueden negar: según esta forma de esclavo, el niño Cristo era menor incluso que sus padres cuando, como está escrito, pequeño, estaba sometido a los mayores5. Pues bien, hereje, Cristo habla como hombre y, aunque es Dios y hombre, intrigas contra Dios; ¿por qué? Él hace valer en su persona la naturaleza humana; ¿tú osas deformar en él la divina? Desleal, ingrato, ¿a ese que te ha hecho lo disminuyes precisamente porque dice qué se ha hecho él por ti? En efecto, el Igual al Padre, el Hijo mediante el que ha sido hecho el hombre, se ha hecho hombre de forma que fuese menor que el Padre; si él no se hiciera esto, ¿qué sería el hombre?
Alegres de que Cristo se vaya
3. Nuestro Señor y Maestro diga con claridad: Evidentemente, si me quisierais, os alegraríais de que voy al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Con los discípulos oigamos las palabras del Doctor, no sigamos con los extraños la astucia del Embaucador. Reconozcamos la doble sustancia de Cristo, a saber, la divina por la que es igual al Padre, la humana por la que mayor es el Padre. Pues bien, juntas, una y otra realidad, para evitar que Dios sea cuaternidad, no Trinidad, son no dos Cristos, sino uno solo. En efecto, como el alma racional y la carne son un único hombre, así Dios y el hombre son el único Cristo y, por esto, Cristo es Dios, alma racional y carne. Confesamos a Cristo en todas estas realidades, confesamos a Cristo en cada una. ¿Quién es, pues, ese mediante quien ha sido hecho el mundo? Cristo Jesús, pero en forma de Dios. ¿Quién fue crucificado bajo el poder de Poncio Pilato? Cristo Jesús, pero en forma de esclavo. Asimismo respecto a cada elemento de que el hombre consta. ¿Quién no fue abandonado en el infierno? Cristo Jesús, pero en cuanto a sola el alma. ¿Quién, antes de resucitar en tres días, yació en el sepulcro? Cristo Jesús, pero en cuanto a sola la carne. También, pues, respecto a cada uno de estos elementos se le llama Cristo; pero todos estos son no dos o tres Cristos, sino uno solo.
Ha dicho, pues: «Evidentemente, si me quisierais, os alegraríais de que voy al Padre», precisamente porque ha de felicitarse a la naturaleza humana por haberla asumido la Palabra unigénita para constituirla inmortal en el cielo y para que la tierra deviniera tan sublime que, polvo incorruptible, se sentase a la diestra del Padre. Por cierto, ha dicho que de este modo va a ir él al Padre, porque iba en realidad al que con él estaba. Pero ir a él y retirarse de nosotros significaba esto: mudar y hacer inmortal lo mortal que ha tomado de nosotros, y elevar al cielo eso mediante lo que en la tierra estuvo por nosotros. ¿Quién no se alegrará de ello, al menos quien quiere a Cristo de forma que en Cristo felicita a su naturaleza ya inmortal, y espera que él mismo va a ser esto gracias a Cristo?