TRATADO 71

Comentario a Jn 14,10-14, dictado en Hipona, probablemente el sábado 10 de enero de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

El Hijo no se atribuye nada a sí mismo

1. Oíd con los oídos, acoged en las mentes, dilectísimos, mientras yo hablo ciertamente, pero enseña ese mismo que no se aparta de nosotros. El Señor dice lo que ahora mismo habéis oído cuando se leía: No hablo por mi cuenta las palabras que os hablo; en cambio, el Padre, al permanecer en mí, él mismo hace las obras1. ¿Las palabras, pues, son también obras? Lisa y llanamente es así porque, quien hablando edifica al prójimo, en realidad realiza una obra buena. Pero ¿qué significa: «No hablo por mi cuenta», sino «Yo que hablo no procedo de mí mismo», pues lo que hace lo atribuye a ese de quien procede el mismo que lo hace? En efecto, el Padre Dios no procede de nadie; en cambio el Hijo Dios es ciertamente igual al Padre, pero procede del Padre Dios. Por eso, aquél es Dios, pero no de Dios, y luz, pero no de luz; éste, en cambio, es Dios de Dios, luz de luz.

Sabelianos y arrianos, venid a nuestro camino

2. Por cierto, a propósito de estas dos frases —una por la que está dicho: «No hablo por mi cuenta», otra por la que está dicho: «En cambio, el Padre, al permanecer en mí, él mismo hace las obras»—, se nos oponen herejes, que se desvían del camino de la verdad, diversos ya que, al atenerse a cada una en particular, acometen desde un punto de vista no único, sino contrario. En efecto, los arrianos dicen: «He ahí que, respecto al Padre, el Hijo es desigual: no habla por su cuenta». Al contrario, los sabelianos, esto es, los patripasianos, dicen: «He ahí que el Padre es, él mismo, también el Hijo, pues ¿qué significa “el Padre, al permanecer en mí, él mismo hace las obras”, sino “En mí permanezco yo que las hago”». Decís cosas contrarias, pero contrarias no de ese modo como la falsedad es contraria a la verdad, sino como son contrarias entre sí dos falsedades. Errando os habéis ido a posturas diversas, en medio está el camino que habéis abandonado. Entre vosotros mismos estáis separados por un intervalo mayor que el que os separa de ese camino cuyos desertores sois. Vosotros desde allí, vosotros, en cambio, desde allá venid aquí, no paséis los unos a los otros, sino, viniendo a nosotros de allí y de allá, encontraos mutuamente. Sabelianos, reconoced a quién habéis dejado de lado; arrianos, haced igual a quien ponéis debajo, y con nosotros andaréis por el camino verdadero. Hay, en efecto, algo que debéis recordaros mutuamente unos y otros, tomando pie en vosotros, unos en otros. Escucha, sabeliano: el Hijo no es el Padre mismo, sino otro individuo, hasta el punto de que el arriano sostiene que, respecto al Padre, aquél es desigual. Escucha, arriano: el Hijo es igual al Padre, hasta el punto de que el sabeliano dice que aquel mismo es también el Padre. Tú añade ese que suprimes, tú completa a quien disminuyes, y ambos os situaréis con nosotros porque ni tú suprimes ni tú disminuyes a quien es otro que el Padre —de modo que dejas convicto al sabeliano— e igual al Padre, de modo que dejas convicto al arriano. En efecto, a uno y otros grita: Yo y el Padre somos una única cosa2. Escuchen los arrianos lo que asevera, una única cosa; escuchen los sabelianos lo que asevera, somos; y no sean vanos aquéllos negando que es igual a él, ni éstos negando que, respecto a él, es otro.

Si, pues, precisamente porque ha dicho: «No hablo por mi cuenta las palabras que os hablo», se supone que es de potestad tan desigual que él mismo no hace lo que quiere, óigase lo que dijo: Como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere3. Asimismo, si precisamente porque ha dicho: «El Padre, al permanecer en mí, él mismo hace las obras», se supone que el Padre no es un individuo y, aquel mismo, otro, óigase lo que dijo: Cualesquiera cosas que el Padre hiciere, éstas hace similarmente también el Hijo4, y entiéndase que son no dos veces un único individuo, sino los dos una única cosa. Sin embargo, porque uno es tan igual al otro que empero uno procede del otro, no habla por su cuenta precisamente porque no procede de sí mismo, y el Padre, al permanecer en él, él mismo hace las obras precisamente porque ese mediante el cual y con el cual las hace no procede sino de aquél mismo. Por eso añade y dice: ¿No creéis que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? De no ser así, creedlo por las obras mismas5. Antes se refutaba a Felipe solo; ahora, en cambio, se muestra que allí no era él solo quien había de ser refutado. Por las obras mismas, afirma, creed que yo estoy en el Padre y el Padre en mí; en efecto, si estuviéramos separados, de ningún modo podríamos obrar inseparablemente.

Quien cree en mí, hará obras mayores

3. Pero ¿qué significa lo que sigue: En verdad, en verdad os digo: «Quien cree en mí, también ese mismo hará las obras que yo hago y mayores que éstas hará, porque yo voy al Padre, y cualesquiera cosas que pidiereis en mi nombre, éstas haré6, para que en el Hijo sea glorificado el Padre; si algo pidiereis en mi nombre, esto haré»? Ha prometido, pues, que él mismo va a hacer esas obras mayores. No se encumbre sobre el Señor el siervo ni sobre el Maestro el discípulo7: dice que ellos van a hacer mayores que las que hace él mismo; pero porque en ellos o mediante ellos las hará él, no ellos cual por su cuenta. A él, en efecto, se canta: Te querré, Señor, fortaleza mía8.

Pero ¿cuáles son, pues, esas mayores? ¿Acaso que, al pasar ellos, su sombra sanaba también a los enfermos?9 En efecto, que la sombra sane es obra mayor que el que sane la orla10. Hizo esto por sí, aquello mediante ellos, pero, en todo caso, una y otra cosa la hizo él en persona. Sin embargo, cuando decía esto, hacía valer las obras de sus palabras, pues había dicho así: No hablo por mi cuenta las palabras que os hablo; en cambio, el Padre, al permanecer en mí, él mismo hace las obras. ¿De qué obras hablaba entonces, sino de las palabras que decía? Oían, le creían y el fruto de estas mismas palabras era la fe de ellos; sin embargo, al evangelizar los discípulos, creyeron no tan pocos como ellos eran, sino aun las gentes; estas cosas son sin duda mayores. No asevera empero: «Haréis mayores que éstas», de forma que supusiéramos que iban a hacerlas solos los apóstoles, sino que afirma: Quien cree en mí, también ese mismo hará las obras que yo hago y mayores que éstas hará. Cualquiera que cree en Cristo hace las que hace Cristo, incluso mayores que las que hace Cristo, ¿no es así? Estas cosas no han de tratarse de pasada ni deben exponerse de prisa; pero este sermón, que ha de concluirse, fuerza ya a diferirlas.