TRATADO 70

Comentario a Jn 14,7-10, dictado en Hipona, probablemente el domingo 4 de enero de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

Nuestra vida es estar en Cristo, quien es la Vida

1. La palabras del santo evangelio, hermanos, se entienden rectamente así: si se descubre que tienen concordia con las anteriores. En efecto, cuando la Verdad habla, lo precedente debe ajustarse a lo siguiente. Más arriba había dicho el Señor: «Y si me hubiere ido y os hubiere preparado lugar, de nuevo vengo y os tomaré junto a mí mismo, para que donde estoy yo estéis también vosotros»; después había añadido: «Y sabéis adónde voy yo y sabéis el camino»1, y muestra que lo que dijo no significa ninguna otra cosa sino que le conocían a él mismo. Como pude, pues, dije ya en el sermón anterior qué significaba ir a sí mismo por sí mismo: que otorga también a los discípulos ir a él por él. Así pues, porque asevera: «Para que donde estoy yo estéis también vosotros», ¿dónde van a estar, sino en él? Y, por esto, él está también en sí mismo y, por eso, ellos estarán allí donde está también él, esto es, en él. Por tanto, él en persona es la Vida eterna en que vamos a estar cuando nos haya tomado junto a sí, y esa Vida eterna, cosa que es él, está en él de forma que también nosotros estemos donde está él, esto es, en él. En efecto, como el Padre tiene vida en sí mismo y, evidentemente, la vida que tiene no es otra cosa sino lo que es ese que la tiene, así dio al Hijo tener en sí mismo vida2, pues éste es en persona la misma Vida que tiene en sí mismo.

Ahora bien, ¿acaso nosotros seremos esto, la Vida, cosa que es él, cuando hayamos comenzado a estar en esa Vida, esto es, en él? Evidentemente no, porque él tiene vida por existir en calidad de la Vida, y él es lo que tiene y él está en sí mismo porque la Vida está en él; en cambio, nosotros somos no la vida misma, sino partícipes de la Vida de él y estaremos allí no de forma que podamos ser en nosotros mismos lo que él es, sino de modo que nosotros mismos, que no somos la vida, tengamos como vida a ese que, por ser él en persona la Vida, como vida se tiene a sí mismo. Por último, él está inmutablemente en sí mismo e inseparablemente en el Padre; en cuanto a nosotros, por haber querido estar en nosotros mismos, nos hemos desordenado respecto a nosotros mismos —a esto se debe la frase: Respecto a mí mismo se desordenó mi alma3— y, cambiados a peor, ni siquiera pudimos permanecer lo que fuimos. En cambio, cuando por él venimos al Padre —según asevera: «Nadie viene al Padre sino por mí»4—, a quienes permanecemos en él nadie podrá separarnos del Padre ni de él.

Quien me ve a mí, ve al Padre

2. Así pues, al conectar con lo siguiente lo precedente, afirma: Si me habéis conocido, evidentemente también habéis conocido a mi Padre. Esto significa lo que asevera: Nadie viene al Padre sino por mí. Después agrega: Y desde ahora le conocéis y le habéis visto5. Pero Felipe, uno de los apóstoles, al no entender qué había oído, afirma: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. El Señor le replica: Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y no me habéis conocido, Felipe? Quien me ve, ve también al Padre6. He ahí que los increpa porque llevaba tanto tiempo estando con ellos, y no era conocido. ¿No había dicho él «Y sabéis adónde voy yo y sabéis el camino» y, aunque habían dicho que ellos desconocían esto, los había convencido de que ellos lo sabían, añadiendo y diciendo: «Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida»? ¿Cómo dice ahora «Llevo tanto tiempo con vosotros, y no me habéis conocido», aunque en realidad sabían a dónde iba y el camino, no por otra razón sino, evidentemente, porque le conocían? Pero este problema se soluciona fácilmente si decimos que algunos de ellos le conocían, otros le desconocían y entre quienes le desconocían estaba también Felipe, para que se entienda que lo que asevera: Y sabéis adónde voy yo y sabéis el camino, lo dijo a quienes le conocían, no a Felipe, al cual está dicho: Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y no me habéis conocido, Felipe?

A quienes, pues, conocían ya al Hijo está dicho también aquello acerca del Padre —Y desde ahora le conoceréis y le habéis visto—, pues está dicho en razón de la semejanza omnímoda que él tiene con el Padre, de modo que se dice que desde ahora conocen al Padre, precisamente porque conocían al Hijo, similar a él. Conocían, pues, ya al Hijo, aunque no todos, ciertamente algunos de ellos, a quienes, pues ese mismo es el Camino, se dice: Y sabéis adónde voy yo y sabéis el camino. Pero desconocían al Padre; por eso oyen: «Si me habéis conocido, también habéis conocido a mi Padre; evidentemente, por mí también a él, pues yo soy un individuo, él otro».

Pero, para que no lo supusieran desemejante, afirma: Y desde ahora le conoceréis y le habéis visto. En efecto, vieron a su Hijo, similar en todo; pero se les había de advertir que el Padre, al que aún no veían, es tal cual es el Hijo, al que veían. Y para esto vale lo que se dice después a Felipe, Quien me ve, ve también al Padre, no porque el Padre y el Hijo son el mismo —cosa que la fe católica condena en los sabelianos, a quienes también se llama patripasianos—, sino porque el Padre y el Hijo son tan similares que, quien a uno ha conocido, a ambos ha conocido. En efecto, a quienes ven a uno de dos similares en todo y quieren conocer cómo es el otro, solemos hablar de forma que acerca de ellos decimos: «Habéis visto a éste, a aquél habéis visto». Evidentemente, pues, «Quien me ve, ve también al Padre» está dicho no de forma que el Padre sea ese mismo que el Hijo, sino porque de la similitud con el Padre no discrepa absolutamente en nada el Hijo. Efectivamente, si el Padre y el Hijo no fuesen dos, no estaría dicho: Si me habéis conocido, también habéis conocido a mi Padre. En efecto, porque nadie viene al Padre sino por mí, afirma: Si me habéis conocido, evidentemente también habéis conocido a mi Padre porque yo, por quien se llega al Padre, os conduciré a él para que le conozcáis también a él. Pero, porque soy semejante a él absolutamente en todo, desde ahora le conoceréis, puesto que me conocéis, y le habéis visto si con los ojos del corazón me habéis visto.

Si no ves, al menos cree

3. ¿Qué significa, pues, lo que dices, Felipe: Muéstranos al Padre y nos basta? Responde: Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y no me habéis conocido, Felipe? Quien me ve, ve también al Padre. Pero, si es mucho para ti ver esto, al menos cree esto que no ves. Pregunta, en efecto: ¿Cómo dices «Muéstranos al Padre?» Si me has visto a mí que soy absolutamente similar, has visto a ese a quien soy similar. Si no puedes ver esto, al menos ¿no crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?7 Felipe podía decir aquí: «Ciertamente te veo y creo que eres en todo similar al Padre; pero ¿acaso ha de inculparse y reprocharse a quien, cuando ve al similar, quiere también ver a ese a quien es similar? Conozco ciertamente al Similar; pero aún conozco a uno sin el otro; no me basta, si no conociere a ese al que ése es similar. Así pues, muéstranos al Padre y nos basta». Pero el Maestro inculpaba al discípulo, precisamente porque veía el corazón de quien reclamaba. En efecto, Felipe ansiaba conocer al Padre como si el Padre fuese mejor que el Hijo, mas ni siquiera conocía al Hijo, precisamente porque creía que había algo mejor que él. Para corregir este parecer está dicho: Quien me ve, ve también al Padre. ¿Cómo dices tú «Muéstranos al Padre»? Veo cómo lo dices : no exiges ver al otro similar, sino que supones que él es mejor. ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? ¿Por qué ansías percibir diferencia en los similares? ¿Por qué deseas conocer separadamente a los Inseparables? Después, no a Felipe solo, sino a ellos, en plural, dice lo que, para que con su ayuda se exponga más diligentemente, no ha de abreviarse concisamente.