Comentario a Jn 14,1-3, dictado en Hipona, probablemente el sábado 27 de diciembre de 419
Jesús afirma su divinidad
1. Hermanos, hacia Dios hemos de erguir atención mayor para que también con la mente podamos captar de algún modo las palabras del santo evangelio que ahora mismo han sonado en nuestros oídos, pues ha aseverado el Señor Jesús: No se turbe vuestro corazón. Creed en Dios y creed en mí1. Para que, en cuanto hombres, no temieran la muerte y, por eso, se turbasen, los consuela, pues atestigua que él es también Dios. «Creed en Dios», afirma, «y creed en mí, pues es consecuente que, si creéis en Dios, debáis también creer en mí». Esto no sería consecuente si Cristo no fuese Dios. Creed en Dios y creed en ese que por naturaleza, no por rapiña, tiene ser igual a Dios, pues se vació a sí mismo, no empero por haber perdido la forma de Dios, sino por haber tomado forma de esclavo2. Teméis la muerte para esta forma de esclavo; no se turbe vuestro corazón: la resucitará la forma de Dios.
Cada uno tiene en el cielo su morada
2. Pero ¿qué significa lo que sigue: En la casa de mi Padre hay muchas moradas3, sino que temían incluso respecto a sí mismos? Por ende debieron oír: No se turbe vuestro corazón. De hecho, ¿cuál de ellos no temería, pues a Pedro, el más intrépido y resuelto, se dijo: No cantará el gallo hasta que me niegues tres veces?4 Con razón, pues, se turban cual si él fuese a faltarles; pero, cuando oyen: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque voy a prepararos lugar»5, se recuperan de la perturbación, seguros y confiados en que también ellos, tras los peligros de las pruebas, van a permanecer con Cristo en Dios porque, aunque uno es más fuerte que otro, uno más sabio que otro, uno más justo que otro, uno más santo que otro —en la casa de mi Padre hay muchas moradas—, ninguno de ellos será alejado de esa casa donde cada cual va a recibir morada según su mérito. Igual para todos es ciertamente ese denario que el padre de familia manda que se dé a todos los que trabajaron en la viña, sin diferenciar en esto a quienes trabajaron menos y a quienes trabajaron más6; denario que, evidentemente, significa la vida eterna donde, porque en la eternidad no hay diversa medida de vivir, nadie vive más que otro.
Pero las muchas moradas significan los diversos rangos de méritos en la única vida eterna. En efecto, una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, otra la gloria de las estrellas, pues una estrella difiere de otra en gloria; así también la resurrección de los muertos. Cual las estrellas en el cielo, en el reino obtienen por sorteo los santos moradas diversas de claridad diversa; pero a causa del único denario nadie es separado del reino y así Dios será todo en todos7, de forma que, porque Dios es caridad8, mediante la caridad suceda que sea común a todos lo que tienen individualmente. Así, en efecto, cuando cada uno ama en el otro lo que él mismo no tiene, lo tiene también él mismo. Así pues, no habrá envidia alguna de la claridad desigual, porque reinará en todos la unidad de la caridad.
Los muertos no bautizados
3. Por ende, el corazón cristiano ha de rechazar a quienes suponen que «hay muchas moradas» está dicho precisamente porque fuera del reino de los cielos habrá algo donde permanezcan los bienaventurados inocentes que sin el bautismo emigraron de esta vida, porque sin él no podrán entrar al reino de los cielos. Porque esta fe no es la fe auténtica y católica, no es fe. Por tanto, hombres estultos y cegados por pensamientos carnales, ¿no es verdad que, aunque habríais de ser reprobados si del reino de los cielos separaseis no digo la morada de Pedro y Pablo o la de cualquiera de los apóstoles, sino la de cualquier pequeñín bautizado, no suponéis que habéis de ser reprobados vosotros que de ahí separáis la casa de Dios Padre? El Señor, en efecto, no asevera en el universo mundo o en toda la creación o en la vida o felicidad sempiternas hay «muchas moradas», sino que afirma: En la casa de mi Padre hay muchas moradas. ¿Acaso ésa no es la casa donde recibido de Dios tenemos en los cielos un edificio, una casa no hecha a mano, eterna?9 ¿Acaso ésa no es la casa respecto a la que cantamos al Señor: Dichosos quienes habitan en tu casa; por los siglos de los siglos te loarán?10 Vosotros, pues, ¿osaréis separar del reino de los cielos no la casa de cualquier hermano bautizado, sino la casa del Padre Dios en persona, a quien todos los hermanos decimos «Padre nuestro que estás en los cielos»11, o distribuirla de forma que algunas moradas de ella estén en el reino de los cielos, algunas, en cambio, fuera del reino de los cielos? Ni hablar, ni hablar de que quienes quieren habitar en el reino de los cielos quieran habitar con vosotros en esta estulticia; repito: ni hablar de que, pues la casa de los hijos reinantes no está en otra parte, sino en el reino, alguna parte de esa misma casa regia no esté en el reino.
4. Afirma: Y si me hubiere ido y os hubiere preparado lugar, de nuevo vengo y os tomaré junto a mí mismo para que, donde estoy yo estéis también vosotros. Y sabéis a dónde voy yo y sabéis el camino12. Oh Señor Jesús, ¿cómo vas a preparar lugar, si en la casa de tu Padre hay ya muchas moradas donde contigo habitarán los tuyos? O si los tomas junto a ti mismo, ¿cómo vienes de nuevo tú que no te retiras?
Evidentemente, carísimos, si en la medida en que parece ser bastante para el sermón hodierno intento explicar brevemente esas cosas, abreviadas no estarán claras y la brevedad misma será otra oscuridad. Por ende, diferiré esta deuda para pagárosla más oportunamente cuando con generosidad lo conceda nuestro padre de familia.