Comentario a Jn 13,26-31, dictado en Hipona, probablemente el domingo 7 de diciembre de 419
Bienes que hacen mal, y males que hacen bien
1. Sé, carísimos, que algunos, o piadosos para investigar o impíos para censurar, pueden inquietarse porque, tras haber dado el Señor a su traidor el pan empapado, haya entrado en él Satanás1, pues está escrito así: Y, como hubiese empapado el pan, lo dio a Judas de Simón Iscariote. Y tras el pan entró entonces en él Satanás. Dicen, en efecto: «El pan de Cristo ofrecido desde la mesa de Cristo mereció esto: que tras él entrase Satanás en su discípulo, ¿no es así?». Les respondo que con esto se nos enseña cuánto ha de evitarse recibir mal un bien. En efecto, porque los bienes dañan y los males aprovechan según fueren esos a quienes se dan, importa mucho no qué recibe, sino quién recibe, ni de qué calidad es lo que se da, sino de qué calidad es ese mismo a quien se da. El pecado, afirma el Apóstol, para aparecer como pecado, mediante el bien realizó para mí la muerte2. He ahí que mediante el bien se hizo un mal mientras se recibe mal un bien. Y también asevera ese mismo: Para que no me encumbre por la magnitud de mis revelaciones, me fue dado un aguijón de mi carne, un emisario de Satanás, que me abofetee. Por lo cual rogué tres veces al Señor que lo retirase de mí, mas me dijo: «Te basta mi gracia, porque la fuerza se lleva a cabo en la debilidad»3. He ahí que mediante un mal se hizo un bien, mientras se recibe bien un mal. ¿Por qué, pues, te asombras de que se diera a Judas el pan de Cristo mediante el que fuese enajenado al diablo, cuando ves que, al contrario, se dio a Pablo un emisario del diablo mediante el que fuese llevado a la perfección según Cristo? Así, al malo dañó el bien y el mal aprovechó al bueno.
Recordad a propósito de qué está escrito: Cualquiera que indignamente comiere el pan o bebiere la copa del Señor, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor4. Cuando el Apóstol decía esto, el discurso trataba también de quienes sin discernimiento y negligentemente tomaban como otro alimento cualquiera el cuerpo del Señor. Si, pues, aquí se denuncia a quien no distingue, esto es, no discierne de los demás alimentos el cuerpo del Señor, ¿cómo se condenará a quien, enemigo, se acerca a su mesa, mientras finge ser amigo? Si la censura hiere la negligencia del convidado, ¿qué pena golpeará al vendedor de quien lo invita? Por otra parte, el pan dado al traidor, ¿qué era sino demostración de a qué gracia había sido ingrato?
Satanás toma posesión de Judas
2. Tras este pan, pues, entró Satanás en el traidor del Señor para poseer más plenamente al que le había sido entregado, al cual había entrado primeramente para engañarlo. En efecto, en él estaba cuando se dirigió a los judíos y llegó a un acuerdo sobre el precio de entregar al Señor, porque el evangelista Lucas testifica clarísimamente estas cosas y dice: Ahora bien, entró Satanás en Judas, al que se daba el sobrenombre de Iscariote, uno de los doce; y fue y habló con los príncipes de los sacerdotes5. He ahí dónde se muestra que Satanás había ya entrado en Judas. Primeramente, pues, había entrado metiendo en su corazón el plan con que entregaría a Cristo —de hecho, con tal actitud había ya venido a cenar—; ahora, en cambio, tras el pan entró a él no para tentar aún a alguien ajeno, sino para poseer a quien le era propio.
El pan mojado no fue la eucaristía
3. Ahora bien, Judas no recibió entonces el cuerpo de Cristo, como suponen algunos que leen negligentemente. En efecto, ha de entenderse que, como san Lucas narra evidentísimamente, el Señor había ya distribuido el sacramento de su cuerpo y sangre a todos ellos, donde estaba también Judas mismo6, y que después se llegó a esto donde, según la narración de Juan, el Señor, mediante el bocado empapado y ofrecido, pone en evidencia a su traidor, tal vez para significar mediante el empapamiento del pan el fingimiento de aquél. En efecto, no todo lo que se empapa se lava, sino que algunas cosas se empapan para corromperse. Pues bien, si el empapamiento significa aquí algo bueno, no inmerecidamente la condena siguió al ingrato a ese mismo bien.
Se entregó por nosotros
4. Sin embargo, aún faltaba a Judas, poseído no por el Señor, sino por el diablo, ya que, hombre ingrato, el pan le había entrado al vientre, a la mente el enemigo; aún, repito, le faltaba el efecto pleno de ese mal tan grande concebido ya por el corazón, cuyo condenable afecto había ya ido por delante. Así pues, como el Señor, el Pan vivo, hubiese entregado el pan a un muerto y, entregando el pan, hubiese dejado en evidencia al traidor del Pan, afirma: Lo que haces, hazlo muy pronto. No preceptuó un crimen, sino que predijo a Judas un mal, a nosotros un bien. En efecto, ¿qué peor para Judas y qué mejor para nosotros, que Cristo entregado por él contra él, en favor nuestro, excepto él? Lo que haces, hazlo muy pronto7. ¡Oh palabra de uno preparado con mejor gana que airado! ¡Oh palabra que no tanto expresa el castigo del traidor cuanto significa la paga del Redentor! Dijo, en efecto: «Lo que haces, hazlo muy pronto», no tanto ensañándose en la destrucción del pérfido cuanto apresurándose a la salvación de los fieles, porque fue entregado a causa de nuestros delitos8 y amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella9. Por ende dice también de sí mismo el Apóstol: El cual me amó y se entregó a sí mismo por mí10. Si, pues, Cristo no se entregase, nadie entregaría a Cristo. Judas, ¿qué tiene sino pecado? En efecto, al entregar a Cristo no pensó en nuestra salvación a causa de la cual fue entregado Cristo, sino que pensó en el lucro del dinero y halló el detrimento del alma. Recibió la paga que quiso, pero sin quererla se le dio la que mereció. Judas entregó a Cristo, Cristo se entregó a sí mismo; aquél gestionaba el negocio de su venta, éste el de nuestra compra. Lo que haces, hazlo muy pronto, no porque tú puedes, sino porque lo quiere quien todo puede.
La bolsa de Judas, origen de la bolsa de la Iglesia
5. Ahora bien, nadie de los recostados supo respecto a qué le dijo esto. En efecto, porque Judas tenía los cofrecillos, algunos suponían que Jesús le dice: «Compra esto que precisamos para el día festivo» o que diera algo a los pobres11. También, pues, el Señor tenía cofrecillos y, tras conservar lo ofrecido por los fieles, lo distribuía a las necesidades de los suyos y a otros indigentes. La forma del dinero eclesiástico fue instituida primero entonces, a propósito de lo cual entenderemos que lo que preceptuó12 —no hay que pensar acerca del mañana— no se preceptuó para que los santos no conserven nada de dinero, sino para que no se sirva a Dios por esas cosas ni por temor a la penuria se abandone la justicia. De hecho, al prever para el futuro, también el Apóstol asevera: Si algún fiel tiene viudas, distribúyales suficientemente, para que no se grave a la Iglesia, a fin de que pueda bastar para las viudas auténticas13.
Jesús el día, Judas la noche
6. Como, pues, él hubiese tomado el bocado, salió inmediatamente. Ahora bien, era noche14. También ese mismo que salió era noche15. Como, pues, hubiese salido la noche, asevera Jesús: Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre. El día, pues, ha eructado una palabra —Cristo a los discípulos fieles, para que le oyeran y, siguiéndolo, le amasen— y la noche ha dado a conocer conocimiento16, esto es, Judas a los judíos infieles, para que vinieran a aquél y, persiguiéndole, se apoderasen de él. Pero ya a partir de aquí se exige un oyente muy atento a la palabra del Señor que aconteció a los piadosos antes que lo agarrasen los impíos. Y, por eso, el ponente no debe exponerla de prisa, sino, más bien, diferirla.