Comentario a Jn 13,21-26, dictado en Hipona, probablemente el sábado 6 de diciembre de 419
Tolerar la cizaña
1. Hermanos, por esta lectura se me ha propuesto exponer esta sección del evangelio, de forma que debo ya decir también algo sobre el traidor del Señor, bastante evidentemente designado mediante el pan empapado y a él ofrecido. En efecto, en el sermón pasado diserté de que Jesús se turbó en el espíritu cuando iba ya a señalarlo; pero, cosa que allí no dije, el Señor se dignó tal vez indicarnos mediante su perturbación también esto, a saber, que es necesario tolerar entre los granos a los hermanos falsos y a la cizaña del campo del Señor1, de forma que, cuando alguna causa urgente fuerza a que alguna cizaña sea separada de ellos aun antes de la siega, no puede hacerse sin perturbación de la Iglesia. El Señor, al prenunciar en cierto modo esta perturbación de sus santos que acontecerá por culpa de cismáticos y herejes, la prefiguró en sí mismo cuando, al ir a salir Judas, hombre malo, y al ir a abandonar con separación clarísima la mezcla del grano en la que había sido tolerado largo tiempo, se turbó no en la carne, sino en el espíritu. En efecto, sus espirituales son turbados entre escándalos de esta laya no por la perversidad, sino por la caridad: no sea que mediante la separación de alguna cizaña también se erradique simultáneamente algo de trigo.
Judas ¿de los nuestros?
2. Así pues, Jesús se turbó en el espíritu y atestiguó y dijo: En verdad, en verdad os digo que uno de entre vosotros me entregará2. Uno de entre vosotros en cuanto al número, no en cuanto al mérito; en apariencia, no por la virtud; por mezcla corporal, no por el vínculo espiritual; socio por enlace de la carne, no por unidad del corazón; por ende, no uno que es de entre vosotros, sino que va a salir de entre vosotros. Efectivamente, ¿cómo será verdad lo que el Señor testificó y dijo, «uno de entre vosotros», si es verdad lo que en una carta suya asevera este mismo de quien es este evangelio: De entre nosotros salieron; pero no eran de entre nosotros porque, si hubiesen sido de entre nosotros, habrían permanecido con nosotros, evidentemente?3 Por tanto, Judas no era de entre ellos pues hubiera permanecido con ellos si fuese de entre ellos. Porque, pues, el que asevera: «Si hubiesen sido de entre nosotros habrían permanecido con nosotros, evidentemente» había ya dicho también: «De entre nosotros salieron», ¿qué significa «uno de entre vosotros me entregará», sino: de entre vosotros va a salir uno que me entregará? Y, por esto, una y otra cosa son verdad: de entre nosotros y no de entre nosotros; en un aspecto, de entre nosotros; en otro, no de entre nosotros; en cuanto a la comunión de los sacramentos, de entre nosotros; en cuanto a la propiedad de sus crímenes, no de entre nosotros.
3. Se miraban, pues, unos a otros los discípulos, perplejos acerca de sobre quién hablaba4. En efecto, la caridad hacia su Maestro era en ellos afectuosa de forma que empero la debilidad humana los inquietaba a uno respecto al otro. Ciertamente, cada cual conocía su conciencia; sin embargo, porque desconocía la del prójimo, cada cual estaba seguro de sí, de forma que, en cuanto a los demás, cada uno estaba inseguro, y en cuanto a cada uno lo estaban los demás.
Juan, hablando de sí mismo
4. Estaba, pues, recostado en el seno de Jesús uno de entre sus discípulos, al que quería Jesús5. Poco después, cuando dice: «Sobre el pecho de Jesús», explica en qué sentido ha dicho: En el seno de Jesús. Como después manifiesta, ese mismo es Juan, cuyo evangelio es éste6. De hecho, costumbre de quienes nos han servido las Sagradas Letras era que, cuando alguno de ellos narraba la historia divina, al llegar a sí mismo hablase como de otro y se insertase en el orden de su narración así: como escritor de hechos sucedidos, no como predicador de sí mismo. Esto hizo efectivamente san Mateo, quien, cuando en el texto de su narración hubo llegado a sí mismo, afirma: Vio a cierto recaudador, Mateo de nombre, sentado en el telonio, y le dice «Sígueme»7. No asevera: «Me vio y me dijo». Esto hizo también el bienaventurado Moisés; acerca de sí mismo narró todo cual acerca de otro y asevera: Dijo el Señor a Moisés8. De modo bastante inusual hizo esto el apóstol Pablo no en una historia, donde se toma para desarrollarla la narración de hechos sucedidos, sino en una carta. En efecto, evidentemente de sí mismo asevera: Conozco a un hombre en Cristo, arrebatado de este modo hasta el cielo tercero catorce años antes (desconozco si con cuerpo o fuera del cuerpo)9. Por tanto, más bien que sorprendernos porque tampoco el bienaventurado evangelista asevera aquí: “Estaba yo recostado en el seno de Jesús”, sino que asevera: «Estaba recostado uno de entre sus discípulos»10, reconozcamos la costumbre de nuestros autores. En efecto, ¿qué se le pierde a la verdad cuando se dice la cosa misma y se evita en cierto modo la jactancia de decirla? Efectivamente, narraba lo que tenía que ver con su loa máxima.
El discípulo predilecto
5. Por otra parte, ¿qué significa «Al que quería Jesús», cual si no quisiera a los otros, de quienes el mismo Juan en persona asevera más arriba: «Los quiso hasta el final»11, y el Señor en persona: Nadie tiene mayor caridad que ésta, que alguien deponga por sus amigos su vida?12 Y ¿quién enumerará todos los testimonios de las divinas páginas, por los que se muestra que el Señor Jesús es amador no sólo de aquél ni sólo de sus miembros que había entonces, sino también de sus futuros miembros y de su Iglesia entera? Pero verdaderamente se oculta aquí algo y tiene que ver con el seno en que se recostaba quien decía eso. En efecto, mediante el seno, ¿qué otra cosa que un secreto se significa? Pero hay otro lugar, más oportuno, donde el Señor nos dará decir de este secreto algo, cuanto baste.
Judas recibe mal algo bueno
6. Hace, pues, señas Simón Pedro y le dice13. Ha de notarse la locución: se dice algo no con sonidos, sino sólo haciendo señas. Hace señas, afirma, y dice; dice haciendo señas, evidentemente. En efecto, si, como se expresa la Escritura: Dijeron para sí mismos14, pensando se dice algo, cuánto más haciendo señas, cuando mediante cualesquiera signos fuera se exterioriza ya lo que el corazón había concebido? ¿Qué dijo, pues, haciendo señas? ¿Qué, sino lo que sigue: Quién es ese de quien habla? Estas palabras dice por señas Pedro, porque las pronuncia no con el sonido de la voz, sino con un movimiento del cuerpo. Así pues, como aquél estuviese recostado sobre el pecho de Jesús —el seno del pecho es, evidentemente, éste, el secreto de la sabiduría—, le dice: Señor, ¿quién es? Jesús responde: Es ese a quien yo ofreciere el pan empapado. Y, como hubiese empapado el pan, lo dio a Judas de Simón Iscariote. Y tras el pan entró entonces en él Satanás15. Ha quedado puesto en evidencia el traidor, han quedado al desnudo los escondites de las tinieblas. Bueno es lo que recibió, pero lo recibió para su mal porque, malo, recibió mal un bien. Pero de ese pan empapado que fue ofrecido al fingido, y de lo que sigue, hay mucho por decir, respecto a lo cual es necesario más tiempo del que tengo ahora, al final ya de este sermón.