Comentario a Jn 13,21, dictado en Hipona, probablemente el domingo 30 de noviembre de 419
Jesús, turbado por la traición de Judas
1. Una cuestión no pequeña, hermanos, se nos plantea desde dentro del evangelio del bienaventurado Juan, donde asevera: Tras haber dicho esto Jesús, se turbó en el espíritu y atestiguó y dijo: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará»1. ¿Se turbó Jesús no en la carne, sino en el espíritu, porque iba a decir: Uno de vosotros me entregará? ¿Tal vez esto le vino por vez primera a la mente o súbitamente se le reveló por vez primera esto entonces y lo turbó la repentina novedad de tan gran mal? ¿No hablaba de ello poco antes, al decir: Quien come conmigo el pan levantará sobre mí el calcañar?2 ¿No había ya dicho también más arriba: «También vosotros estáis limpios, pero no todos», donde el evangelista ha añadido «Pues sabía quién era el que lo entregaría»3, ese a quien ya había aludido también antes, al decir: Acaso no os elegí yo a vosotros doce, y uno de vosotros es diablo?4
¿Qué significa, pues, el hecho de que se turbó en el espíritu ahora cuando atestiguó y dijo: En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará? ¿Se turbó en el espíritu precisamente porque iba ya a ponerlo en evidencia, para que no se ocultase entre los demás, sino que fuese separado de los demás? O, porque el traidor mismo iba ya a salir para conducir a los judíos, a los que él entregaría al Señor, ¿lo turbaron la pasión inminente, el peligro próximo y la amenazante mano del traidor, cuyo ánimo había sido preconocido? En efecto, esto, que Jesús se turbó en el espíritu, es también cual lo que aseveró: Ahora mi alma se ha turbado; y ¿qué diré: «Padre, sálvame de esta hora»? Pero por esto vine a esta hora5. Como, pues, entonces se turbó su alma al acercarse la hora de la pasión, así también ahora, cuando Judas iba a salir y venir y al acercarse tan gran delito del traidor, se turbó en el espíritu.
Su turbación es nuestro consuelo
2. Se turbó, pues, quien tiene potestad de deponer su alma y quien tiene potestad de tomarla de nuevo6. Se turba tan ingente potestad, se turba la firmeza de la Roca; ¿o, más bien, en él se turba nuestra debilidad? ¡Así es verdaderamente! Respecto a su Señor, los siervos no crean nada indigno, sino que los miembros reconózcanse en su cabeza. Quien murió por nosotros, ese mismo en persona se turbó por nosotros. Quien, pues, por potestad murió, por potestad se turbó; quien al cuerpo de nuestra bajeza lo ha transfigurado en una realidad conforme con el cuerpo de su gloria7, también ha transfigurado en él el sentimiento de nuestra debilidad, al sufrir con nosotros por el sentimiento de su alma. Por ende, cuando se turba el Grande, el Fuerte, el Seguro, el Invicto, no temamos por él, cual si pudiera desanimarse; no se pierde, sino que nos busca. A nosotros, repito, nos busca absolutamente así; en su perturbación veámonos a nosotros mismos para que, cuando nos turbamos, no perezcamos por desesperación. Cuando se turba quien no se turbaría sino porque quiere, consuela a quien incluso sin querer se turba.
La turbación del alma cristiana
3. Perezcan los argumentos de los filósofos que niegan que las perturbaciones de los ánimos afectan al sabio. Estulta hizo Dios la sabiduría de este mundo8 y Dios conoce que los pensamientos de los hombres son vanos9. Lisa y llanamente turbe al ánimo cristiano no la miseria, sino la misericordia; tema que los hombres se le pierdan a Cristo, contrístese cuando alguien se le pierde a Cristo; ansíe que los hombres sean adquiridos para Cristo, alégrese cuando los hombres son adquiridos para Cristo; tema también perdérsele él a Cristo, contrístese de estar desterrado de Cristo; ansíe reinar con Cristo, alégrese mientras espera que va él a reinar con Cristo. Las que llaman cuatro perturbaciones son ciertamente éstas: temor, tristeza, amor y alegría. Por causas justas ténganlas los ánimos cristianos y no se consienta con el error de los filósofos estoicos ni de cualesquiera similares. Ellos, por cierto, igual que estiman vaciedad la verdad, así reputan por sanidad la insensibilidad, pues ignoran que, como un miembro del cuerpo, el ánimo del hombre enferma más desesperadamente cuando ha perdido hasta la sensación de dolor.
Diversos nombres de los sentimientos
4. Pero dice alguien: «¿Acaso el ánimo del cristiano debe turbarse también por la amenazadora muerte? ¿Dónde está, en efecto, lo que el Apóstol asevera, que él tiene ansia de disolverse y estar con Cristo10, si lo que ansía puede turbarle cuando haya sucedido?». Responder a estas cosas a esos que incluso a la alegría misma llaman perturbación es ciertamente fácil. En efecto, ¿y si la muerte inminente lo turba precisamente porque la muerte inminente lo alegra? «Pero esto», afirman, «ha de nominarse gozo, no alegría». ¿Qué es esto sino experimentar idénticas cosas y querer cambiar los nombres? Pero nosotros acomodemos a las Sagradas Letras el oído y con la ayuda del Señor solucionemos, más bien según esas mismas, esta cuestión y, porque está escrito: «Tras haber dicho esto Jesús, se turbó en el espíritu», no digamos que lo turbó la alegría, para que él mismo no nos deje convictos con sus palabras, cuando dice: Triste hasta la muerte está mi alma11. Algo parecido ha de entenderse también aquí, en el momento en que Jesús se turbó en el espíritu cuando su traidor iba ya entonces a salir solo y a regresar a continuación con sus socios.
Quiso conmoverse para nuestro bien
5. Los cristianos a quienes de ningún modo turba la muerte inminente, si hay algunos, son ciertamente firmísimos; pero ¿acaso más firmes que Cristo? ¿Qué loco de remate dirá esto? ¿Qué significa, pues, que aquél se turbó, sino que a los débiles de su cuerpo, esto es, de su Iglesia, los ha consolado con la voluntaria semejanza de su debilidad para que, si la muerte inminente turba aún en el espíritu a algunos de los suyos, lo miren a él, no sea que al considerarse réprobos por esto mismo, los engulla la peor muerte, la de la desesperación? Así pues, ¡cuánto bien debemos aguardar y esperar de la participación en la divinidad de ese cuya perturbación nos tranquiliza y cuya debilidad nos fortalece! Sea, pues, que en ese lugar se turbó compadeciendo a Judas mismo que perecía, sea que se turbó al acercarse la muerte, de ningún modo empero ha de dudarse que se turbó no por debilidad de ánimo, sino por potestad; así la desesperación de la salvación no surgirá para nosotros cuando nos turbamos no por potestad, sino por debilidad. Él llevaba, en efecto, la debilidad de la carne, debilidad que la resurrección ha consumido. Pero, quien era no sólo hombre, sino también Dios, con inefable distancia superaba en fortaleza de ánimo a todo el género humano. No lo turbó, pues, alguien que lo forzaba, sino que se turbó a sí mismo, lo cual está expresado evidentemente acerca de él cuando resucitó a Lázaro. De hecho, que se había turbado a sí mismo12, está allí escrito para que esto se entienda también donde no se lee escrito y empero se lee que se había turbado. En efecto, quien al hombre entero asumió por potestad, por potestad conmovió en su propia persona el sentimiento humano, cuando juzgó que convenía.