Comentario a Jn 13,16-20, dictado en Hipona, probablemente el sábado 29 de noviembre de 419
No todos son elegidos
1. En el santo evangelio hemos oído al Señor hablar y decir: En verdad, en verdad os digo: un esclavo no es mayor que su amo, ni un enviado, mayor que ese que lo envió. Si sabéis esto, dichosos seréis si lo hiciereis1. Dijo esto, precisamente porque había lavado los pies de los discípulos el Maestro de humildad con la palabra y el ejemplo. Pero, si no me detengo en lo que es manifiesto, con su ayuda podré desarrollar lo que es más laborioso de desarrollar. Como, pues, el Señor hubiera pronunciado primero esto, ha añadido: No hablo de todos vosotros —yo sé a quiénes he elegido—; pero ¡que se cumpla la Escritura «Quien come conmigo el pan levantó sobre mí su calcañar!»2 Esto, ¿qué otra cosa significa sino «me pisará»? Conocido es de quién habla; Judas, ese traidor suyo, es concernido. A consecuencia, pues, de que con esa expresión lo separa de quienes eligió, no lo había elegido a él. Afirma: porque, pues, digo «Dichosos seréis si lo hiciereis; no hablo de todos vosotros», hay entre vosotros quien no será dichoso ni lo hará. Yo sé a quiénes he elegido: ¿a quiénes, sino a quienes serán dichosos haciendo lo que, quien puede hacer dichosos, ha preceptuado y mostrado que debe hacerse? Afirma: el traidor Judas no ha sido elegido. ¿Qué significa, pues, lo que dice en otro lugar: Acaso no os elegí yo a vosotros doce, y uno de vosotros es diablo?3 ¿O aun ese mismo fue elegido para algo para lo que, evidentemente, era necesario, no, en cambio, para la dicha respecto a la que hace un momento ha aseverado: Dichosos seréis si lo hiciereis? Lo dice no de todos, pues sabe a quién ha elegido para la sociedad de esta dicha. No es de entre ellos ese que comía el pan de aquél de forma que levantaba sobre él el calcañar. Ellos comían el Pan, el Señor; él, el pan del Señor contra el Señor; ellos, la Vida; ése, la pena, pues quien come indignamente, asevera el Apóstol, se come la condena4. Afirma: Desde ahora os lo digo antes que suceda, para que, cuando haya sucedido, creáis que yo soy5; esto es, yo soy ese acerca del que ha precedido esa Escritura donde está dicho: Quien come conmigo el pan, levantará sobre mí el calcañar.
En la Trinidad no hay categorías
2. Después sigue y dice: En verdad, en verdad os digo: Quien, si enviare yo alguno, lo recibe, me recibe; ahora bien, quien me recibe, recibe al que me envió6. ¿Quiso que se entendiera que entre ese a quien envía y él mismo hay tanta diferencia como entre él mismo y el Padre Dios? Si de ese modo entendiéremos esto, desconozco qué escalones construiremos al modo de los arrianos, cosa de la que ni hablar. Ellos, en efecto, cuando oyen o leen estas palabras evangélicas, en seguida corren a los escalones de su doctrina, por los que no ascienden a la vida, sino que se precipitan en la muerte. En efecto, dicen inmediatamente: «Cuanto el enviado del Hijo difiere del Hijo aunque éste haya dicho: «Quien, si enviare yo a alguno, lo recibe, me recibe», tanto difiere también del Padre el Hijo aunque haya dicho «Ahora bien, quien me recibe, recibe al que me envió». Pero si dices esto, has olvidado, hereje, tus escalones. Efectivamente, si por causa de estas palabras del Señor separas del Padre al Hijo con tanto intervalo cuanto separas del Hijo al enviado, ¿dónde vas a poner al Espíritu Santo? ¿Se te ha ido de la memoria que soléis ponerlo tras el Hijo? Estará, pues, ese mismo entre el enviado y el Hijo, y el Hijo diferirá del enviado mucho más que del Hijo el Padre. O tal vez, para que entre el Hijo y el enviado y entre el Padre y el Hijo permanezca con intervalos semejantes esa diferenciación, ¿el Espíritu Santo será igual al Hijo? Pero tampoco queréis esto. ¿Dónde, pues, vais a ponerlo si al enviado lo ponéis bajo el Hijo con separación tan grande como esa con que ponéis bajo el Padre al Hijo? Así pues, reprimid la audacia de vuestra conjetura y en estas palabras no busquéis una distancia del Padre y del Hijo, tan grande como la del Hijo y del enviado. Más bien oíd al Hijo mismo decir: «Yo y el Padre somos una única cosa»7, donde la Verdad no os ha dejado ningún indicio de diferencia entre el Engendrador y el Unigénito; donde Cristo ha destrozado vuestros escalones; donde la Roca ha pulverizado vuestras escaleras.
Ver al Maestro en el discípulo
3. Pero, refutada la impostura de los herejes, ¿de qué modo hemos de comprender nosotros estas palabras del Señor: Quien, si enviare yo a alguno, lo recibe, me recibe; ahora bien, quien me recibe, recibe al que me envió? En efecto, si quisiéremos entender que «Quien me recibe, recibe al que me envió» está dicho precisamente porque el Padre y el Hijo son de única naturaleza, en virtud de la regla de las palabras idénticas parecerá consecuente que el Hijo y el enviado son de única naturaleza, en tanto en cuanto que está dicho: Quien, si enviare yo a alguno, lo recibe, me recibe. En efecto, podría entenderse no inconvenientemente también esto, porque él es «El gigante de naturaleza doble», el cual exultó para correr en el camino8, pues la Palabra se hizo carne9, esto es, Dios se hizo hombre. Por ende, podría parecer haber dicho así: Quien, si enviare yo a alguno, lo recibe, me recibe en cuanto hombre; ahora bien, quien me recibe en cuanto Dios, recibe al que me envió. Pero, cuando decía eso, él hacía valer no la unidad de naturaleza, sino, a propósito de ese que es enviado, la autoridad de quien envía. Así pues, cada uno reciba al que ha sido enviado, de forma que a propósito de él se fije en el que lo ha enviado. Si, pues, a propósito de Pedro te fijas en Cristo, hallarás al Preceptor del discípulo; si, en cambio, a propósito del Hijo te fijas en el Padre, hallarás al Engendrador del Unigénito y, así, en quien ha sido enviado recibes sin error alguno a quien lo ha enviado.
La brevedad de tiempo no ha de reducir lo que sigue en el evangelio. Y, por eso, carísimo, este sermón, cual comida de las ovejas santas, si basta, tómese saludablemente; si es exiguo, rúmiese con afán.