Comentario a Jn 13,10, dictado en Hipona, probablemente el sábado 22 de noviembre de 419
La Iglesia teme mancharse los pies
1. No olvidado de mi deuda, reconozco el tiempo de pagarla ya. Deme con qué pagar quien me dio deberla, pues me dio el amor acerca del que está dicho: «A nadie debáis nada, sino quereos recíprocamente»1. Deme también la palabra que veo que debo a los amados. Como es notorio a todos, para esto había yo diferido vuestra expectación: para explicar, como pudiera, cómo se llega a Cristo también por la tierra, aunque se nos manda, más bien, buscar lo que está arriba, no lo que está sobre la tierra2. Arriba, en efecto, está Cristo sentado a la diestra del Padre, pero también está verdaderamente aquí; por eso, a Pablo que se ensaña en la tierra dice: ¿Por qué me persigues?3
Pues bien, para que yo me pusiera a investigar esto, se exponía que el Señor lavó a los discípulos los pies, aunque los discípulos mismos estaban ya lavados y no tenían necesidad de lavarse sino los pies. Pareció que ahí había de entenderse que el hombre es ciertamente lavado entero por el bautismo; pero que, mientras vive después en este siglo, al pisar la tierra con los afectos humanos cual con los pies, o sea, con el trato mismo de esta vida, contrae algo en virtud de lo cual dice: Perdónanos nuestras deudas4. Y así, también de eso lo limpia quien lavó los pies a sus discípulos5 y no cesa de interpelar por nosotros6. A partir de esto se presentaron, venidas del Cantar de los Cantares, las palabras de la Iglesia que, cuando quería ir y abrir al que había venido a ella y había aldabeado y pedido que se le abriera, el Hermoso de forma más que los hijos de los hombres7, dice: Me lavé los pies; ¿cómo los mancharé?8. De ahí nació la cuestión que no quise coartar por brevedad de tiempo y que, por eso, diferí: de qué modo, mientras se dirige a Cristo, la Iglesia teme mancharse los pies que había lavado el bautismo de Cristo.
La Iglesia camina por la tierra
2. En efecto, asevera así: Yo duermo y mi corazón vigila; la voz de mi primo hermano materno pulsa a la puerta. Después dice también ese mismo: Ábreme, hermana mía, prójima mía, paloma mía, perfecta mía; porque mi cabeza está repleta de rocío y de las gotas de la noche mis cabellos. Y responde ella: Me desvestí de mi túnica; ¿cómo me la vestiré? Me lavé los pies; ¿cómo los mancharé?9 ¡Oh admirable sacramento! ¡Oh gran misterio! ¿Teme, pues, manchar los pies, viniendo a quien lavó los pies de sus discípulos? Teme ciertamente, porque por la tierra viene al que está también en la tierra porque no abandona a los suyos, establecidos aquí. ¿Acaso no asevera ese mismo: He ahí que yo estoy con vosotros hasta la consumación del mundo?10 ¿Acaso no asevera ese mismo: Veréis abiertos los cielos y a los ángeles de Dios ascender y descender hacia el Hijo del hombre?11 Si ascienden hacia él precisamente porque está arriba, ¿cómo descienden hacia él, si no está también aquí? Dice, pues, la Iglesia: Me lavé mis pies; ¿cómo los mancharé? Lo dice en quienes, limpiados de toda hez, pueden decir: Deseo disolverme y estar con Cristo; ahora bien, permanecer en la carne es más necesario por vosotros12. Lo dice en quienes predican a Cristo y para él abren la puerta a fin de que mediante la fe habite en los corazones de los hombres13. Lo dice en éstos, cuando deliberan sobre si asumir tal ministerio, para el que se estiman menos idóneos de cumplirlo sin culpa, no sea que quizá, tras predicar a otros, ellos mismos se hagan réprobos14. En efecto, la verdad se escucha con más seguridad que se predica, porque, cuando se escucha, se custodia la humildad cuando, en cambio, se predica, con dificultad deja de introducirse subrepticiamente en cualquier hombre la jactancia, por pequeña que sea, con la que, evidentemente, se manchan los pies.
3. Como, pues, dice el apóstol Santiago: Todo hombre sea veloz para oír, tardo, en cambio, para hablar15. Dice también otro hombre de Dios: «A mi oído darás gozo y alegría y exultarán los huesos humillados»16; esto significa lo que he dicho: cuando se escucha la verdad, se custodia la humildad. Dice también otro: «En cambio, el amigo del novio está en pie y lo oye y con gozo goza por la voz del novio»17: disfrutemos de la audición mientras sin estrépito nos habla dentro la Verdad. Pero, cuando por fuera resuena mediante quien la lee, mediante quien la comunica, mediante quien la predica, mediante quien la expone con detalle, mediante quien preceptúa, mediante quien consuela, mediante quien exhorta, incluso mediante el cantor y salmista mismos, esos mismos que realizan estas cosas teman manchar sus pies cuando pretenden agradar a los hombres, al introducirse subrepticiamente el amor a la loa humana. Por otra parte, quien los oye con agrado y piadosamente, no tiene ocasión de jactarse de labores ajenas y, con huesos no inflados, sino humillados, con gozo goza por la voz de la verdad del Señor. Por ende, en quienes saben oír con agrado y humildemente y llevan una vida tranquila entre estudios dulces y saludables, deléitese la santa Iglesia y diga: Yo duermo, mas mi corazón vigila. ¿Qué significa «Yo duermo, mas mi corazón vigila», sino que descanso de forma que oigo? Mi ocio se emplea no en nutrir la desidia, sino en comprender la sabiduría. Yo duermo, mas mi corazón vigila: tengo tiempo y, porque la sabiduría de un escriba está en su tiempo de ocio, y quien se reduce en cuanto a la actividad, ese mismo la comprenderá18, veo que tú eres el Señor19. Yo duermo, mas mi corazón vigila: yo descanso de actividades que dan quehacer, mas mi ánimo se tensa con afectos divinos.
Escuchar la verdad preserva la humildad
Ábreme y predícame
4. Pero, mientras la Iglesia se recrea sosegadamente mediante quienes de ese modo descansan suave y humildemente, he ahí que aldabea el que asevera: Decid a la luz lo que os digo en las tinieblas, y predicad sobre los tejados lo que oís al oído20. Aldabea, pues, a la puerta su voz y dice: «Ábreme, hermana mía, prójima mía, paloma mía, perfecta mía; porque mi cabeza está repleta de rocío y de las gotas de la noche mis cabellos», como si dijera: «Tú tienes tiempo, mas contra mí está cerrada la puerta; tú te afanas en el sosiego de pocos, mas al abundar la iniquidad se enfría la caridad de muchos»21. En efecto, la noche es la iniquidad; por otra parte, su rocío y gotas son quienes se enfrían, caen y hacen que se enfríe el cuerpo de Cristo, esto es, que no se ame a Dios, pues cabeza de Cristo es Dios22. Pero son transportados en los cabellos, esto es, se los tolera en los sacramentos visibles; de ningún modo alcanzan el interior de su sentido. Aldabea, pues, para sacudirles el descanso a los santos exentos de responsabilidades públicas, y grita: Ábreme, hermana mía por mi sangre, prójima mía por mi acercamiento, paloma mía por mi Espíritu, perfecta mía por mi palabra que bastante plenamente has aprendido en virtud del sosiego; ábreme, predica tú mi persona. En efecto, si nadie abre, ¿cómo entraré a quienes me han dado con la puerta en las narices, pues cómo oirán sin uno que predique?23
Ponerse de nuevo la túnica
5. Por eso sucede que también quienes aman el ocio de los estudios buenos y, porque se sienten menos idóneos para servir estas cosas, las acciones fatigosas, y gestionarlas sin reprensión, no quieren padecer las molestias de ellas, preferirían, si pudiese suceder, que los santos apóstoles y antiguos predicadores de la verdad fuesen despertados contra la abundancia de iniquidad, abundancia a causa de la cual ha languidecido el hervor de la caridad. Pero en quienes salieron ya del cuerpo y han sido despojados del vestido de la carne —por cierto, no se han separado de ella—, la Iglesia responde: Me desvestí de mi túnica; ¿cómo me la vestiré?24 Ciertamente será recibida esa túnica y, en quienes ya fueron desvestidos, la Iglesia será de nuevo vestida de carne; sin embargo, no ahora, cuando ha de hacerse hirvientes a los frígidos, sino entonces, cuando van a resucitar los muertos. La Iglesia, pues, al padecer dificultad por escasez de predicadores y recordar a esos miembros suyos sanos en cuanto a los sermones, santos de costumbres, pero desvestidos ya de los cuerpos, gime y dice: Me desvestí de mi túnica; ¿cómo me la vestiré? Esos miembros míos que, evangelizando excelentísimamente, pudieron abrir para Cristo, ¿cómo pueden ahora regresar a los cuerpos de que están desvestidos?
¡Oh Cristo, lava nuestros pies!
6. Después, al mirar hacia quienes pueden predicar y adquirir y regir pueblos y así abrir de cualquier modo para Cristo, pero temen pecar entre estas dificultades de las actividades, pregunta: «Me lavé los pies; ¿cómo los mancharé?», pues cualquiera que no tropieza de palabra, éste es varón perfecto. Mas ¿quién es perfecto? ¿quién hay que no tropiece entre tanta abundancia de la iniquidad, tanto frío de la caridad? Me lavé los pies; ¿cómo los mancharé? Puesto que leo y oigo: «Hermanos, no queráis muchos llegar a ser maestros, porque afrontáis un juicio más riguroso, pues en muchas cosas tropezamos todos»25, me lavé los pies; ¿cómo los mancharé?26 Pero he ahí que me levanto y abro. ¡Cristo, lávalos; porque no se ha extinguido nuestra caridad, perdónanos nuestras deudas porque también nosotros perdonamos a nuestros deudores27. Cuando te escuchamos, en los cielos exultan contigo los huesos humillados;28 pero, cuando te predicamos, pisamos la tierra a fin de abrir para ti y, por eso, si se nos critica, nos perturbamos; si se nos alaba, nos inflamos. Lava nuestros pies antes limpiados, pero manchados cuando a fin de abrir para ti marchamos por la tierra.
Esto básteos hoy, queridísimos. Si tal vez he tropezado al decir algo de modo distinto a como fue preciso, o si por vuestras loas me he enorgullecido con desmesura mayor de lo que convino, con vuestras oraciones, que agradan a Dios, obtened para mis pies la limpieza.