TRATADO 56

Comentario a Jn 13,6-10, dictado en Hipona, probablemente el domingo 16 de noviembre de 419

Traductor: José Anoz Gutiérrez

Reacción de Pedro: mejor meditarla que comentarla

1. Como el Señor lavase los pies de los discípulos, viene a Simón Pedro y le dice Pedro: Señor, ¿tú me lavas los pies?1 En efecto, ¿quién no se espantaría de que le fuesen lavados por el Hijo de Dios los pies? Así pues, aunque había sido de gran audacia que el esclavo contradijera al Señor, el hombre a Dios, sin embargo, Pedro prefirió hacer esto, antes que soportar que el Señor y Dios le lavase los pies. No debemos suponer que, entre los demás, Pedro había temido y recusado esto, aunque los otros habían permitido con agrado o ecuánimemente que aquello se les hiciese antes que a él. En efecto, porque tras haber dicho: «Comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secarlos con el paño con que estaba ceñido», después se ha añadido: «Viene, pues, a Simón Pedro», esas palabras del evangelio se entienden más fácilmente así: cual si hubiera ya lavado a algunos y, tras ellos, hubiera venido al primero. Por cierto, ¿quién desconoce que el primero de los apóstoles es el muy bienaventurado Pedro? Pero ha de entenderse así: no que después de algunos vino a él, sino que comenzó por él. Cuando, pues, comenzó a lavar los pies de los discípulos, vino a ese por quien empezó, esto es, a Pedro; y entonces Pedro se espantó de lo que se habría espantado también cualquiera de ellos y dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Qué significa «tú», qué significa «a mí», son cosas más para pensar que para decir, no sea que quizá no pueda la lengua explicar lo digno que en virtud de estas palabras concibe hasta cierto punto el alma.

2. Pero respondió Jesús y le dijo Tú desconoces ahora mismo lo que yo hago; en cambio, lo sabrás después. Sin embargo, aterrado por la profundidad del hecho del Señor, aquél no permite que se haga lo que ignoraba por qué se haría, sino que aun no quiere ver, no puede aguantar a Cristo abajado hasta sus pies. No me lavarás los pies eternamente, afirma. ¿Qué significa «eternamente»? Nunca lo soportaré, nunca lo consentiré, nunca lo permitiré; en efecto, no sucede eternamente esto que nunca sucede. Entonces, para aterrar con el peligro de su salud al enfermo reluctante, el Salvador afirma: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Aunque se trataba de solos los pies, está dicho «Si no te lavare», como suele decirse «me pisas», cuando se pisa el pie solo. Mas aquél, perturbado por el amor y el temor y espantado más porque Cristo le fuese rehusado que porque se hubiese abajado hasta sus pies, asevera: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza2. Ya que amenazas así, no sólo no te sustraigo, para que no me los laves, mis miembros inferiores, sino que te someto también los superiores. Para que no me niegues la parte que contigo he de tomar, no te niego una parte de mi cuerpo a la que lavar.

Con los pies en la tierra

3. Le dice Jesús: El que se ha bañado, no tiene necesidad de lavarse sino los pies, sino que entero está limpio3. Tal vez se agite aquí alguno y diga: «Más bien, si entero está limpio, ¿por qué le es necesario lavarse siquiera los pies?». Pues bien, el Señor sabía lo que decía, aunque nuestra debilidad no penetra sus secretos. Sin embargo, hasta donde se digna instruirnos y enseñarnos en virtud de su ley, conforme a mi alcance, conforme a mi medida, también yo, si él ayuda, responderé algo acerca de la profundidad de esta cuestión y primero mostraré fácilmente que el dicho no es contrario a sí mismo. En efecto, ¿quién no puede decir correctísimamente: «Entero está limpio, excepto los pies»? Ahora bien, habla más elegantemente si dice «Entero está limpio, a no ser los pies», lo cual significa lo mismo. El Señor, pues, asevera esto: No tiene necesidad de lavarse sino los pies, sino que entero está limpio; entero, evidentemente, excepto los pies o a no ser los pies, que tiene necesidad de lavarse.

4. Pero ¿qué significa esto, qué quiere decir? ¿Por qué es necesario que averigüemos esto? El Señor dice, la Verdad habla, que aun ese que se ha bañado tiene necesidad de lavarse los pies. ¿Qué, hermanos míos, qué suponéis, sino que en el santo bautismo se lava ciertamente al hombre entero, no excepto los pies, sino entero absolutamente? Sin embargo, cuando después se vive entre las cosas humanas, se pisa la tierra, evidentemente. Por eso, los afectos humanos mismos, sin los que no se vive en esta mortalidad, son, por así decirlo, pies donde se nos influye en virtud de las cosas humanas y se nos influye de forma que, si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros4. Por eso nos lava cotidianamente los pies quien interpela por nosotros5. Y que tenemos necesidad de lavarnos cotidianamente los pies, esto es, de que enderecemos los caminos de los pasos espirituales, en la oración dominical lo confesamos cuando decimos: «Perdónanos nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores»6. En efecto, si, como está escrito, confesamos nuestros pecados, el que lavó los pies de sus discípulos es verdaderamente fiel y justo para perdonarnos los pecados y limpiarnos de toda iniquidad7, esto es, hasta los pies con que vivimos en la tierra.

El corazón en el cielo

5. Por ende, la Iglesia, que Cristo limpia con el baño del agua mediante la palabra, está sin mancha ni arruga8 no sólo en quienes inmediatamente después del baño de la regeneración son retirados del contagio de esta vida y no pisan la tierra de forma que tengan necesidad de lavarse los pies, sino también en estos a quienes el Señor ha hecho emigrar de este mundo incluso con los pies limpios, por haberles ofrecido esa misericordia. En cambio, aunque en quienes se demoran aquí ella esté limpia porque viven justamente, éstos tienen necesidad de lavarse los pies porque no están del todo sin pecado. Por eso, en el Cantar de los Cantares dice: «Me lavé los pies; ¿cómo los mancharé?»9, pues lo dice cuando se la fuerza a venir a Cristo y a pisar la tierra cuando viene.

De nuevo surge otra cuestión. Cristo ¿acaso no está arriba? ¿Acaso no ha ascendido al cielo y está sentado a la diestra del Padre? ¿Acaso el Apóstol no grita y dice: Si, pues, resucitasteis con el Mesías, buscad lo que hay arriba, donde el Mesías está sentado a la derecha de Dios; saboread lo que hay arriba, no lo que hay sobre la tierra?10 ¿Cómo, pues, para ir a Cristo se nos compele a pisar la tierra aunque, más bien, hemos de tener arriba el corazón, hacia el Señor, para poder estar con él? Veis, hermanos, que la brevedad del tiempo hodierno coarta esa cuestión. Incluso si vosotros lo veis quizá menos, yo veo en todo caso cuánto análisis necesita. Por ende, puesto que el Señor, que me hace deudor, me asistirá para hacerme también pagador, pido que, no defraudada, sino aplazada la expectación, soportéis que aquélla sea dejada en suspenso, más bien que examinada de manera muy descuidada o muy breve.