Comentario a Jn 11,1-54, predicado en Hipona en otoño de 414, poco después del anterior
Crear al hombre es más que resucitarlo
1. Entre todos los milagros que hizo nuestro Señor Jesucristo, se predica principalmente la resurrección de Lázaro. Pero, si observamos quién lo realizó, debemos deleitarnos más que asombrarnos. Resucitó a un hombre el que hizo al hombre, pues ese mismo es el Único del Padre, mediante el cual, como sabéis, se hizo todo. Si, pues, mediante él se hizo todo, ¿qué tiene de particular si mediante él ha resucitado uno solo, cuando tantos nacen mediante él cotidianamente? Más es crear a los hombres que resucitarlos. Se ha dignado empero crear y resucitar: crear a todos, resucitar a algunos. Por cierto, aunque el Señor Jesús hizo muchas cosas, no todas están escritas; ese mismo evangelista san Juan testifica que el Señor Cristo dijo e hizo muchas cosas que no están escritas1; ahora bien, para ser escritas se han elegido las que parecían bastar a la salvación de los creyentes. Has oído, en efecto, que el Señor Jesús resucitó a un muerto; te basta para saber que, si quisiera, resucitaría a todos los muertos, mas se reservó ciertamente esto para «el final del mundo» porque, como asevera ese mismo acerca del que habéis oído que con un gran milagro resucitó del sepulcro al muerto cuatriduano, vendrá una hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán. Resucitó a un hediondo, pero en todo caso estaba aún en el cadáver hediondo la forma de los miembros; aquél, a una única voz, en el último día va a restituir las cenizas a su primitivo estado de carne. Pero era preciso que de momento hiciera algunas cosas para que, dados cual indicios de su energía, creamos en él y nos preparemos a la resurrección que acontecerá para vida, no para castigo, puesto que asevera así: Vendrá una hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz y quienes obraron bien saldrán para resurrección de vida; quienes obraron mal, para resurrección de juicio2.
Temerosos ante la muerte, perezosos ante la vida eterna
2. En el evangelio leemos empero que el Señor resucitó a tres muertos, y quizá no sin motivo, pues los hechos del Señor son no solamente hechos, sino signos. Si, pues, son signos, además de ser asombrosos, significan en realidad algo, y hallar la significación de estos hechos es bastante más laborioso que leerlos u oírlos. Cuando se leía el evangelio, asombrados como si ante nuestros ojos se hubiese montado el espectáculo de un gran milagro, escuchábamos cómo revivió Lázaro. Si observamos obras de Cristo más asombrosas, resucita todo el que cree; si observamos todas las clases de muertes y entendemos las más detestables, muere todo el que peca. Pero todo hombre teme la muerte de la carne; la muerte del alma, pocos. Respecto a la muerte de la carne, que sin duda va a llegar alguna vez, todos procuran que no llegue; de eso es de lo que se preocupan. El hombre que va a morir se preocupa de no morir, mas no se preocupa de no pecar el hombre, que a vivir eternamente. Y, cuando se preocupa de no morir, sin causa se preocupa, pues consigue diferir mucho la muerte, no evadirla; si, en cambio, no quiere pecar, no se preocupará y vivirá eternamente. ¡Oh, si pudiéramos estimular a los hombres y con ellos estimularnos en idéntico grado a ser tan amadores de la vida permanente, como los hombres son amadores de la vida huidiza! ¿Qué no hace un hombre colocado bajo peligro de muerte? Suspendida la espada sobre sus cuellos, los hombres entregaron todo lo que para vivir de ello se reservaban. ¿Quién no lo entregó al instante para que no lo matasen? Y tras la entrega quizá lo mataron. ¿Quién, para vivir, no quiso perder al instante eso de que vivía, prefiriendo la vida mendicante a la muerte rápida? ¿A quién se dijo «Navega para no morir», y lo difirió? ¿A quién se dijo «Trabaja para no morir», y fue perezoso? Para que vivamos eternamente, ordena Dios cosas leves, mas descuidamos obedecer. Dios no te dice: «Para que por tiempo exiguo vivas preocupado en la fatiga, pierde cuanto tienes», sino: «Para que vivas siempre seguro sin fatiga, de lo que tienes da al pobre». Nos acusan los amadores de la vida temporal, la cual no tienen cuando quieren ni la tienen todo el tiempo que quieren; mas no nos acusamos mutuamente nosotros, tan perezosos, tan tibios para dirigirnos rápidamente a la vida eterna, la cual, si queremos, tendremos y, cuando la hayamos tenido, no perderemos; en cambio tendremos, aunque no quisiéremos, esta muerte que tememos.
Tres resucitados y tres clases de pecados
3. Si, pues, por su gran gracia y por su gran misericordia resucita el Señor las almas para que no muramos eternamente, entendemos bien que los tres muertos que en cuanto a los cuerpos resucitó significan y figuran algo sobre las resurrecciones de las almas, que son hechas mediante la fe. Resucitó a la hija del arquisinagogo, yacente aún ella en casa3; resucitó al joven hijo de una viuda, sacado fuera de las puertas de la ciudad4; resucitó a Lázaro, sepultado de cuatro días.
Mire cada cual a su alma: si peca, muere; el pecado es la muerte del alma. Pero a veces se peca en el pensamiento. Te deleitó lo que es malo, consentiste, pecaste; ese consentimiento te ha matado; pero la muerte está dentro, porque el pensamiento malo no resultó aún en hecho. Para significar el Señor que él resucita a un alma tal, resucitó a la niña que aún no había sido sacada afuera, sino que yacía muerta en casa; por así decirlo, el pecado estaba oculto. Si, en cambio, no sólo consentiste en una delectación mala, sino que también hiciste el mal mismo, sacaste fuera de la puerta al muerto, por así decirlo; ya estás fuera y muerto te han sacado. Sin embargo, también a ese mismo lo resucitó el Señor y lo devolvió a su madre viuda. Si has pecado, arrepiéntete, y el Señor te resucita y te devolverá a la Iglesia, tu madre.
El tercer muerto es Lázaro. Hay un género de muerte monstruoso: se llama la mala costumbre. Una cosa es, en efecto, pecar; otra, formar la costumbre de pecar. Quien peca y se corrige al instante, revive rápidamente; porque no está aún implicado en la costumbre, no está sepultado. Quien, en cambio, acostumbra a pecar, está sepultado y de él se dice bien «hiede», pues comienza a tener pésima fama, olor asquerosísimo, digamos. Así son todos los habituados a malas acciones, los «de costumbres depravadas». Le dices: «No lo hagas». ¿Cuándo te escuchará ese a quien así lo oprime la tierra, lo corrompe la putrefacción y lo abruma la mole de la costumbre? Tampoco empero para resucitar a ese mismo fue menor la fuerza del Mesías. Sabemos, hemos visto, cotidianamente vemos que los hombres, cambiada del todo una costumbre pésima, viven mejor de lo que viven quienes los criticaban. Detestabas a un hombre; he ahí que la hermana misma de Lázaro —si empero esa misma es la que ungió con perfume los pies del Señor y con sus cabellos secó los que había lavado con lágrimas— fue resucitada mejor que su hermano: fue liberada de la gran mole de la costumbre mala. En efecto, era pecadora famosa y de ella está dicho: Se le perdonan muchos pecados, porque amó mucho5. Vemos a muchos, conocemos a muchos; nadie desespere, nadie presuma de sí. Desesperar es malo; también presumir de sí. No desesperes de forma que elijas de qué presumir.
Significados ocultos
4. El Señor, pues, resucitó también a Lázaro. Habéis oído en qué condiciones estaba, esto es, qué significa la resurrección de Lázaro. Así pues, leamos ya y, porque en esta lectura hay muchas cosas claras, no busquemos exposición respecto a cada una, para examinar detalladamente lo necesario. Pues bien, había cierto enfermo, Lázaro de Betania, de la aldea de María y Marta, hermanas suyas6. Recordáis que, según la lectura anterior, el Señor salió de las manos de esos que habían querido lapidarlo, y se retiró allende el Jordán, donde Juan bautizaba7. Establecido allí el Señor, enfermaba Lázaro en Betania, que era una aldea próxima a Jerusalén.
La noticia del amigo es para el Señor una súplica
5. Pues bien, María, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo, era la que ungió al Señor con perfume y secó sus pies con sus cabellos. Sus hermanas, pues, enviaron hacia él, a decir8. Entendemos ya a dónde enviaron, adonde estaba el Señor, porque estaba ausente, o sea, allende el Jordán. Enviaron hacia el Señor a comunicar que el hermano de ellas estaba enfermo, para que, si se dignaba, viniese y lo librase de la enfermedad. Para poder resucitarlo difirió él sanarlo. ¿Qué, pues, hicieron saber sus hermanas? Señor, he ahí que ese a quien amas está enfermo9. No dijeron «ven», pues solamente hubo que dar la noticia a quien lo amaba. No osaron decir «ven y sánalo»; no osaron decir «da allí la orden, y se cumplirá aquí». Por cierto, ¿por qué no lo osaron también ésas, si por eso se loa a la fe del centurión, pues aseveró: No soy digno de que entres bajo mi techo; pero da órdenes sólo de palabra y mi sirviente será sanado?10 Ésas, nada de esto, sino solamente: «Señor, he ahí que ese a quien amas está enfermo. Basta que lo sepas, pues no amas y abandonas». Dice alguien: «¿Cómo mediante Lázaro se significaba al pecador y así lo amaba el Señor?». Óigale decir: Vine a llamar no a justos, sino a pecadores11. En efecto, si Dios no amase a los pecadores, no descendería del cielo a las tierras.
Jesús se declara Dios
6. Pues bien, tras oír, Jesús les dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino en pro de la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado12. Tal glorificación suya no lo enalteció a él, sino que nos aprovechó a nosotros. Asevera, pues, esto: «No es para muerte», porque esa muerte misma tampoco era para muerte, sino más bien para un milagro, hecho el cual, los hombres creerían en Cristo y evitarían la muerte auténtica. Ved bien cómo el Señor se llamó de través, digamos, a sí mismo Dios, a causa de ciertos individuos que niegan que el Hijo es Dios. Efectivamente, hay herejes que niegan esto: que el Hijo de Dios es Dios. Escuchen por ejemplo: Esta enfermedad no es para muerte, sino en pro de la gloria de Dios. ¿Qué gloria? ¿De qué Dios? Escucha lo que sigue: Para que el Hijo de Dios sea glorificado. Esta enfermedad, pues, no es para muerte, sino en pro de la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado mediante ella. ¿Mediante cuál? Mediante esa enfermedad.
¡Volvamos a Judea!
7. Por su parte, Jesús quería a Marta, a su hermana María y a Lázaro13. Éste, enfermo; ellas, tristes; todos, queridos; pero los quería el Sanador de enfermos, mejor dicho, incluso el Resucitador de muertos y el Consolador de tristes. Cuando, pues, oyó que estaba enfermo, ciertamente entonces se quedó en idéntico lugar dos días14. Notificaron, pues, ellos, se quedó allí él; se dejó transcurrir el tiempo hasta completarse cuatro días. No sin motivo, sino porque quizá, mejor dicho, porque ese número mismo de días insinúa algún misterio. Después, tras esto, dice de nuevo a sus discípulos: Vayamos a Judea15, donde casi había sido lapidado quien precisamente para no ser lapidado parecía haberse alejado de allí. Se alejó, en efecto, como hombre; pero, en regresando cual olvidado de su debilidad, manifestó su potestad. Vayamos, dice, a Judea.
Seguidme si no queréis tropezar
8. Ved cómo los discípulos se aterrorizaron después, dicho esto. Le dicen los discípulos: Rabí, ahora buscaban los judíos lapidarte, ¿y de nuevo vas allí? Respondió Jesús: ¿Acaso no son doce las horas del día?16 ¿Qué significa esta respuesta? Ellos dijeron: Hace poco querían los judíos lapidarte, ¿y de nuevo vas allí para que te lapiden? Y el Señor: ¿Acaso no son doce las horas del día? Si alguien caminare en el día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; si, en cambio, camina en la noche, tropieza porque la luz no está en él17. Del día ha hablado ciertamente, pero en nuestra inteligencia hay aún noche, por así decirlo. Invoquemos al Día, para que expela a la noche y con la luz alumbre al corazón.
Por cierto, ¿qué ha querido decir el Señor? En la medida en que la altura y profundidad de la frase se me muestran, en la débil medida en que se me transparentan, ha querido redargüir la duda e incredulidad de ellos. En efecto, al Señor, que había venido a morir para que no muriesen ellos, quisieron darle el consejo de que no muriera. Así también, en otro lugar, san Pedro, que quería al Señor, pero aún no entendía plenamente por qué había venido, temió que muriera y disgustó a la Vida, esto es, al Señor mismo. En efecto, como indicase a los discípulos que iba a padecer en Jerusalén a manos de los judíos, Pedro respondió y aseveró entre los demás: Lejos de ti, Señor, esto, sé propicio contigo, no sucederá. E inmediatamente el Señor: Regresa tras de mí, Satanás, pues piensas no en lo que es de Dios, sino en lo que es de los hombres. Mas poco antes, por haberle confesado como el Hijo de Dios, había merecido loa; en efecto, había oído: Dichoso eres, Simón Barjoná, porque te lo reveló no la carne y sangre, sino mi Padre que está en los cielos. A quien había dicho «Dichoso eres», le dice «Regresa atrás, Satanás», porque dichoso era no por sí mismo, sino ¿por qué razón? Porque te lo reveló no la carne y sangre, sino mi Padre que está en los cielos18. He ahí por qué eres dichoso: no por lo tuyo, sino por lo mío; no porque yo soy el Padre, sino porque todo lo que tiene el Padre es mío19. Si dichoso es por el Señor mismo, Satanás ¿por qué? Allí lo dice, pues de su dicha ha dado razón de forma que dijo: «Te reveló esto no la carne y sangre, sino mi Padre que está en los cielos; ésta es la causa de tu dicha. Por otra parte, en cuanto a lo que he dicho: «Regresa tras de mí, Satanás», oye también la causa de este hecho: pues piensas no en lo que es de Dios, sino en lo que es de los hombres». Nadie, pues, se halague: por lo suyo es Satanás; por Dios es dichoso. En efecto, ¿qué significa «por lo suyo», sino por su pecado? Quita el pecado, ¿qué es tuyo? «La justicia, afirma, de mí procede», pues ¿qué tienes que no hayas recibido?20
Porque, pues, querían los hombres dar un consejo a Dios, los discípulos al Maestro, los siervos al Señor, los enfermos al Médico, los corrige y asevera: «¿Acaso no son doce las horas del día? Si alguien caminare en el día, no tropieza. Seguidme si no queréis tropezar; no me deis consejo vosotros, a quienes es preciso recibir de mí consejo». ¿A qué, pues, se refiere «Acaso no son doce las horas del día?». A que, para indicar que él es el Día, eligió doce discípulos. Si yo soy el Día, afirma, y vosotros las horas, ¿acaso las horas dan consejo al día? Las horas siguen al día, no el día a las horas. Si, pues, ellos eran las horas, ¿por qué estaba allí Judas? ¿También él estaba entre las doce horas? Si era hora, lucía; si lucía, ¿cómo al Día lo entregaba a la muerte? Pero el Señor preveía mediante esta frase no a Judas mismo, sino a su sucesor. En efecto, tras caer Judas, le sucedió Matías y se conservó el número duodenario21. No sin motivo, pues, eligió el Señor doce discípulos, sino porque él en persona es el Día espiritual. Sigan, pues, las horas al Día, prediquen las horas el Día, las horas sean alumbradas por el Día, las horas sean iluminadas por el Día y mediante la predicación de las horas el mundo crea en el Día. Esto, pues, asevera en compendio: Seguidme si no queréis tropezar.
La muerte, un sueño
9. Y, tras esto, les dice: Lázaro, nuestro amigo, duerme; pero voy para sacarlo del sueño22. Ha dicho la verdad. Para las hermanas estaba muerto, para el Señor dormía. Para los hombres, que no podían resucitarlo, estaba muerto; por cierto, el Señor lo sacaba del sepulcro con facilidad mayor que esa con que tú sacas de la cama a quien duerme. Según su potencia, pues, dijo que dormía porque, con frecuencia, en las Escrituras se llama durmientes también a otros muertos, como dice el Apóstol: Ahora bien, para que no os entristezcáis como también los demás que no tienen esperanza, no quiero que vosotros, hermanos, tengáis ignorancia respecto a los durmientes23. Durmientes los ha nominado también él precisamente porque ha prenunciado que van a resucitar. Duerme, pues, todo muerto, tanto bueno como malo. Pero, como entre esos mismos que cotidianamente duermen y se levantan hay diferencia respecto a qué ve en sueños cada uno —unos experimentan sueños gratos, otros, tan torturantes que, una vez despierto, teme dormir, no sea que regrese de nuevo a esos mismos—, así cada uno de los hombres duerme con su causa, se levanta con su causa. Hay también diferencia entre la clase de custodia que recibe cada uno para ser después presentado al juez. De hecho, también las recepciones en custodia se aplican según las responsabilidades de las causas: a los lictores, oficio humano, suave y civil, se les manda custodiar a unos; otros son entregados a los ayudantes del centurión; otros son enviados a la cárcel, mas en esa cárcel misma se hacina en mazmorras no a todos, sino según las responsabilidades de las causas más graves. Como, pues, son diversas las custodias de los agentes en función, así son diversas las custodias de los muertos, y diversos los méritos de los que resucitan: fue recibido el pobre, fue recibido el rico; pero aquél en el seno de Abrahán, éste donde tuviera sed, mas no hallase una gota24.
Despertar diverso según los méritos
10. Tienen, pues, todas las almas, como instruiré con esta ocasión a Vuestra Caridad; tienen todas las almas, cuando hayan salido del mundo, sus diversas recepciones. Tienen gozo las buenas; las malas, tormentos. Pero, cuando haya acontecido la resurrección, el gozo de los buenos será muy intenso, y muy rigurosos los tormentos de los malos, ya que serán torturados con el cuerpo. Fueron recibidos en la paz los santos patriarcas, los profetas, los apóstoles, los mártires, los fieles buenos; todos empero van a recibir al final lo que Dios ha prometido; se ha prometido, en efecto, incluso la resurrección de la carne, la consunción de la muerte, la vida eterna con los ángeles. Todos a una vamos a recibir esto, porque cada uno recibe, cuando muere, el descanso que se da inmediatamente tras la muerte, si es digno de él. Lo recibieron los primeros los patriarcas; ved desde cuándo descansan; los siguientes, los profetas; más recientemente los apóstoles, mucho más recientemente los mártires santos, cotidianamente los fieles buenos. Unos están en ese descanso hace ya tiempo, otros no tanto; otros hace muy pocos años, otros ni hace poco tiempo. Pero, cuando despierten de este sueño, todos van a recibir a una lo que está prometido.
Refuerza la fe de sus discípulos
11. Lázaro, nuestro amigo, duerme; pero voy para sacarlo del sueño. Dijeron, pues, los discípulos —como entendieron, así respondieron—: Señor, si duerme, estará a salvo25, pues en los enfermos suele el sueño ser indicio de salud. Ahora bien, Jesús había hablado de su muerte; ellos, en cambio, supusieron que hablaba de la dormición del sueño. Entonces, pues, les dijo manifiestamente Jesús. Ya que había dicho de modo algo oscuro «duerme», pues se había comunicado que estaba enfermo, no muerto, asevera, pues, manifiestamente: «Lázaro murió; y por vosotros, para que creáis, me alegro de que yo no estaba allí26. Sé que murió, mas yo no estaba allí». Pero ¿qué podía ocultarse a quien lo había creado y hacia cuyas manos había salido el alma del que había muerto?
Para que comenzasen ya a asombrarse de que el Señor pudo decir que aquél estaba muerto, cosa que no había visto ni oído, esto es lo que asevera: Por vosotros, para que creáis, me alegro de que yo no estaba allí. Al respecto, debemos recordar bien que también la fe de los discípulos mismos, que ya habían creído en él, se edificaba aún con milagros no para que comenzase a existir la que no existía, sino para que creciera la que ya había comenzado a existir, aunque usó tal frase, cual si entonces comenzasen a creer. En efecto, no asevera «Por vosotros me alegro, para que vuestra fe crezca o se fortalezca», sino que asevera «Para que creáis», lo cual ha de entenderse «para que creáis más y más robustamente».
Los cuatro días de la muerte
12. Pero vayamos hacia él. Tomás, pues, al que se llama Mellizo, dijo a los condiscípulos: Vayamos también nosotros y muramos con él. Así pues, llegó Jesús y halló que él llevaba ya cuatro días en el sepulcro27. De los cuatro días puede ciertamente decirse mucho, como existen oscuridades de las Escrituras que, según la diversidad de quienes las entienden, engendran muchos sentidos. Diré también yo qué me parece significar el muerto cuatriduano. El hecho es que, como en el ciego entendemos en cierto modo al género humano, así también en ese muerto vamos a entender quizá a muchos, pues una única cosa puede significarse de diversas maneras. Cuando el hombre nace, nace ya con la muerte porque de Adán adquiere el pecado. Por ende dice el Apóstol: Mediante un único hombre entró el pecado al mundo, y mediante el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres, en el cual todos pecaron28. He ahí que tienes un día de muerte, cosa que el hombre adquiere del mugrón de la muerte. Después crece, comienza a acercarse a los años de la razón para conocer la ley natural que todos tienen promulgada en su corazón: «No hagas a otro lo que no quieres que te hagan». ¿Acaso se aprende esto en los escritos y en cierto modo no se lee en la naturaleza misma? ¿Quieres sufrir un robo? Evidentemente, no quieres. He ahí la ley en tu corazón: «No hagas lo que no quieres sufrir». Mas los hombres transgreden también esta ley: he ahí otro día de muerte. También por voluntad divina fue dada la Ley mediante Moisés, siervo de Dios; está dicho ahí: No matarás, no fornicarás, no dirás falso testimonio, honra padre y madre, no codiciarás el patrimonio de tu prójimo, no codiciarás la esposa de tu prójimo29. He ahí que la ley está escrita, y también a esa misma se la desprecia: he ahí el tercer día de muerte. ¿Qué falta? Ha llegado también el Evangelio, se predica el reino de los cielos, se divulga por doquier a Cristo, amenaza con el quemadero, promete la vida eterna: aun a esta misma se la desprecia. Los hombres transgreden el Evangelio: he ahí el cuarto día de muerte. Con razón hiede ya. ¿Acaso ha de negarse incluso a tales individuos la misericordia? ¡Ni pensarlo! El Señor no se desdeña de acercarse a hacer salir incluso a tales individuos.
La súplica de Marta
13. Ahora bien, muchos de los judíos habían venido a Marta y María para consolarlas por su hermano. Marta, pues, cuando oyó que Jesús viene, salió a su encuentro. María, en cambio, estaba sentada en casa. Dijo, pues, Marta a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto30. Pero aun ahora sé que Dios te dará cualquier cosa que pidieres a Dios. No dijo: «Pero aun en este momento te ruego que resucites a mi hermano», pues ¿cómo sabía si sería útil a su hermano resucitar? Dijo sólo esto: Sé que puedes, si quieres lo harás, pues a tu juicio, no a mi presunción, pertenece hacerlo o no hacerlo. Pero aun ahora sé que Dios te dará cualquier cosa que pidieres a Dios.
Escuchemos y resucitemos
14. Le dice Jesús: Resucitará tu hermano. Esto fue ambiguo, pues no asevera «Ahora mismo resucito a tu hermano», sino: Resucitará tu hermano. Le dice Marta: «Sé que resucitará en la resurrección, en el último día31. De esa resurrección estoy segura; de ésta estoy incierta». Le dice Jesús: Yo soy la Resurrección. Dices «Resucitará mi hermano en el último día»; es verdad; pero ese mediante quien resucitará entonces, puede también actuar ahora mismo porque afirma: Yo soy la Resurrección y la Vida32. Escuchad, hermanos, escuchad qué dice. La entera expectación de los circunstantes era ciertamente que reviviese Lázaro, un muerto cuatriduano; escuchemos y resucitemos. ¡Cuantísimos hay entre este pueblo a los que oprime la mole de una costumbre! Quizá me oyen algunos a quienes se dice: «No os embriaguéis con vino, en el que hay intemperancia»33; dicen: «No podemos». Quizá me oyen algunos inmundos, manchados por desenfrenos y torpezas, a quienes se dice: «No hagáis esto, no sea que perezcáis»; y responden: «No podemos retirarnos de nuestra costumbre». ¡Oh Señor, resucita a ésos! Yo soy, afirma, la Resurrección y la Vida, la Resurrección precisamente por ser la Vida.
El alma del alma es la fe
15. Quien cree en mí, aun si hubiere muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre34. ¿Qué significa esto? El que cree en mí, aun si hubiere muerto, como muerto está Lázaro, vivirá, porque es Dios no de muertos, sino de vivos. Respecto a los patriarcas muertos antaño, esto es, respecto a Abrahán, Isaac y Jacob, dio a los judíos tal respuesta: Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob; no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven35. Cree, pues, y aunque estuvieres muerto vivirás; si, en cambio, no crees, aunque vives, estás muerto. Probemos también esto: que si no crees, aunque vives, estás muerto. El Señor, a un quídam que aplazaba seguirlo y decía «Iré primero a sepultar a mi padre» , dijo: Deja a los muertos enterrar a sus muertos; tú ven y sígueme36. Había allí un muerto que sepultar, había también allí muertos que iban a sepultar al muerto; aquél, muerto en la carne; éstos, en el alma. ¿Por qué la muerte del alma? Porque no hay fe. ¿Por qué la muerte en el cuerpo? Porque no hay allí alma. El alma, pues, de tu alma es la fe. Quien cree en mí, afirma, aun si hubiere muerto en la carne, vivirá en el alma, hasta que resucite también la carne para nunca morir después. Esto significa «Quien cree en mí, aunque muera, vivirá». Y todo el que vive en la carne y cree en mí, aunque a causa de la muerte del cuerpo muere por un tiempo, no morirá para siempre, a causa de la vida del espíritu y la inmortalidad de la resurrección. Esto significa lo que asevera: «Y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre».
¿Crees esto? Le contestó: Sí, Señor, yo he creído que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que has venido al mundo37. Cuando he creído esto, he creído que tú eres la Resurrección, he creído que tú eres la Vida, he creído que quien cree en ti, aunque muera, vivirá, y quien vive y cree en ti no morirá para siempre.
El Maestro está ahí y te llama
16. Y como hubiese dicho esto, se fue y llamó silenciosamente a su hermana María, diciendo: El Maestro está ahí y te llama38. Es de advertir cómo nominó silencio a la voz baja. Efectivamente, ¿cómo guardó silencio la que dijo: El Maestro está ahí y te llama? Es de advertir también cómo el evangelista no ha dicho dónde ni cuándo ni cómo el Señor llamó a María; así, conservada la brevedad de la narración, se entiende esto, más bien, mediante las palabras de Marta.
17. Ella, cuando lo oyó, se levantó inmediatamente y vino a él, pues Jesús aún no había llegado a la aldea, sino que estaba aún en el lugar donde Marta le había salido al encuentro. Así pues, los judíos que estaban con ella en casa y la consolaban, como hubiesen visto que María se levantó inmediatamente y salió, la siguieron, diciendo que «Va al sepulcro a llorar allí»39. ¿Por qué importó al evangelista narrar esto? Para que veamos qué oportunidad hizo que muchos estuvieran allí cuando Lázaro fue resucitado. En efecto, los judíos, porque supusieron que se apresuraba precisamente para buscar en las lágrimas el solaz de su dolor, la siguieron; así halló muchísimos testigos tan gran milagro de un muerto cuatriduano que resucitó.
La turbación de Jesús
18. Por su parte, María, como hubiese llegado adonde estaba Jesús, al verlo cayó a sus pies y le dijo: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Jesús, pues, cuando vio que lloraba y que lloraban los judíos que estaban con ella, bramó con el espíritu y se turbó a sí mismo y dijo: ¿Dónde lo habéis puesto?40 No sé qué nos ha insinuado bramando con el espíritu y turbándose a sí mismo. En efecto, ¿quién podría turbarlo sino él mismo? Así pues, hermanos míos, observad aquí primero su potestad y, así, inquirid el significado. Tú te turbas sin querer; Cristo se turbó porque quiso. Jesús tuvo hambre, es verdad, pero porque quiso; durmió Jesús, es verdad, pero porque quiso; se ha contristado Jesús, es verdad, pero porque quiso; murió Jesús, es verdad, pero porque quiso; verse afectado así que asá o no verse afectado estaba en su potestad, pues la Palabra tomó alma y carne para unir consigo en la unidad de persona la naturaleza del hombre entero. De hecho, también el alma del Apóstol fue iluminada por la Palabra, el alma de Pedro fue iluminada por la Palabra, el alma de Pablo, las almas de los otros apóstoles, las de los profetas santos fueron iluminadas por la Palabra; pero de ninguna está dicho: «La Palabra se hizo carne»41; de ninguna está dicho: Yo y el Padre somos una única cosa42. El alma y la carne de Cristo son con la Palabra de Dios una única persona, son un único Cristo. Y, por eso, donde suma es la potestad, según el imperio de la voluntad se trata a la debilidad; esto significa: Se turbó a sí mismo.
Jesús llora, para que tú, pecador, llores
19. He hablado de la potestad; atended al significado. Gran reo es a quien significan los cuatro días de la muerte y esa sepultura. ¿Por qué, pues, sucede que Cristo se turba a sí mismo, sino para darte a entender cómo debes turbarte tú cuando te abruma y oprime la mole tan enorme del pecado? Te has observado, en efecto; te has visto reo, has echado tus cuentas: «He hecho esto, y Dios me ha perdonado; he cometido aquello, y me ha dado un plazo; he oído el Evangelio y lo he despreciado; he sido bautizado y de nuevo he vuelto a las andadas; ¿qué haré? ¿a dónde iré? ¿de dónde me evadiré?». Cuando dices esto, Cristo brama ya porque brama la fe. En la voz de quien brama aparece la esperanza de quien resucita. Si la fe misma está dentro, ahí está bramando Cristo; si la fe está en nosotros, Cristo está en nosotros. ¿Qué otra cosa, en efecto, asevera el Apóstol: Mediante la fe habite Cristo en vuestros corazones?43 Tu fe, pues, acerca de Cristo es Cristo en tu corazón.
A esto se debe lo de que dormía en la barca y, porque los discípulos peligraban, inminente ya el naufragio, se le acercaron y lo despertaron; se levantó Cristo, dio órdenes a los vientos y a las olas, y se produjo gran bonanza44. Así también tú; a tu corazón entran los vientos cuando navegas, evidentemente, cuando atraviesas esta vida cual a piélago proceloso y peligroso; entran los vientos, las olas mueven, turban la barca. ¿Cuáles son los vientos? Has oído un insulto, te aíras; el insulto es el viento, la iracundia son las olas; peligras, decides responder, decides devolver maldición a maldición; la nave se acerca ya al naufragio; ¡despierta tú a Cristo dormido! De hecho fluctúas y preparas devolver males por males, precisamente porque Cristo duerme en la barca: el sueño de Cristo en tu corazón es, en efecto, el olvido de la fe. Por cierto, si despiertas a Cristo, esto es, si renuevas la fe, ¿qué te dice Cristo cual si despertase en tu corazón? «Yo he oído “Tienes un demonio”45, mas he orado por ellos. El Señor lo oye y soporta; ¡lo oye el siervo y se indigna! Pero quieres vengarte. ¿Pues qué, ya me he vengado yo?». Cuando tu fe te dice esto, se dan órdenes a los vientos y a las olas, por así decirlo, y se produce gran bonanza. Como, pues, despertar a Cristo en la barca es esto, despertar la fe, así en el corazón del hombre al que aplasta una enorme mole y costumbre de pecado, en el corazón del hombre transgresor incluso del Santo Evangelio, despreciador de las penas eternas, brame Cristo, incrépese a sí mismo el hombre. Escucha aún: Cristo lloró; llore el hombre por sí mismo. En efecto, ¿por qué lloró Cristo, sino porque enseñó al hombre a llorar? ¿Por qué bramó y se turbó a sí mismo, sino porque la fe del hombre merecidamente descontento de sí debe de algún modo bramar en la acusación de sus obras malas, para que la costumbre de pecar ceda a la violencia de arrepentirse?
Dios «desconoce» al pecador
20. Y dijo: ¿Dónde lo habéis puesto? Supiste que había muerto ¿e ignoras dónde está sepultado? También eso es significación de que, por así decirlo, Dios desconoce al hombre así perdido. No he osado decir «desconoce», pues ¿qué desconoce él?, sino «desconoce, por así decirlo». ¿Cómo lo pruebo? Escucha que el Señor va a decir en el juicio: No os conozco; apartaos de mí46. ¿Qué significa: No os conozco? No os veo en mi luz, no os veo en la justicia que conozco. Así, también aquí, como si desconociese a un pecador tal, dijo: ¿Dónde lo habéis puesto? Tal es la voz de Dios en el paraíso, después que el hombre pecó: Adán, ¿dónde estás?47 Le dicen: Señor, ven y ve. ¿Qué significa «ve»? Ten misericordia. En efecto, el Señor ve cuando tiene misericordia. Por eso se le dice: Ve mi humillación y mi fatiga, y perdona todos mis pecados48.
El llanto de Jesús, medicina del pecador
21. Derramó lágrimas Jesús. Dijeron, pues, los judíos: ¡He ahí cómo le amaba!49 ¿Qué significa: le amaba? No he venido a llamar a justos, sino a pecadores a enmienda50. En cambio, algunos de esos mismos dijeron: Este que abrió los ojos del ciego ¿no podía hacer también que éste no muriese?51 Lo que va a hacer quien no quiso hacer que no muriese es más: que, muerto, sea resucitado.
22. Jesús, pues, tras bramar de nuevo dentro de sí mismo, llegó al sepulcro. Brame también dentro de ti si dispones revivir. A todo hombre al que aplasta una costumbre pésima se dice: Llegó al sepulcro. Pues bien, era una cueva y había puesta sobre ella una piedra52. El muerto bajo la piedra es el reo bajo la Ley. Sabéis, en efecto, que la Ley que fue dada a los judíos fue escrita en piedra53. Pues bien, todos los reos están bajo la Ley, quienes viven bien están con la Ley: La Ley no está puesta para el justo54. ¿Qué significa, pues: Retirad la piedra?55 Predicad la gracia. En efecto, el apóstol Pablo se llama a sí mismo ministro del Nuevo Testamento, no de letra, sino de espíritu, porque la letra, afirma, mata, el Espíritu vivifica56. La letra asesina es cual piedra aplastante. Retirad, afirma, la piedra. Retirad el peso de la Ley; predicad la gracia, ya que, si se hubiese dado una ley que pudiera vivificar, la justicia existiría absolutamente en virtud de la Ley; pero la Escritura encerró todo bajo el pecado, para que en virtud de la fe en Jesucristo se diera a los creyentes la promesa57. Retirad, pues, la piedra.
23. Le dice Marta, la hermana de ese que había muerto: Señor, hiede ya, pues es cuatriduano. Le dice Jesús: ¿No te dije que si creyeres verás la gloria de Dios?58 ¿Qué significa: Verás la gloria de Dios? Que, pues todos pecaron y carecen de la gloria de Dios59, y donde abundó el pecado, sobreabundó también la gracia60, resucita incluso a un hediento y cuatriduano.
Confesar los pecados es salir del sepulcro
24. Quitaron, pues, la piedra. Jesús, por su parte, elevados a lo alto los ojos, dijo: Padre, te doy gracias porque me escuchaste; por mi parte, yo sabía que siempre me escuchas; pero lo dije por el pueblo que está alrededor, para que crean que tú me enviaste. Como hubiese dicho esto, gritó con fuerte voz61. Bramó, derramó lágrimas, gritó con fuerte voz. ¡Qué difícilmente se levanta ese a quien aplasta la mole de una costumbre mala! Pero en todo caso se levanta: lo vivifica dentro la oculta gracia; se levanta tras la fuerte voz. ¿Qué ha sucedido? Gritó con fuerte voz: ¡Lázaro, ven afuera! Y el que había muerto se presentó al instante, atado con vendas las manos y los pies, y su faz estaba cercada por un sudario62. ¿Te asombras de cómo se presentó atados los pies, y no te asombras de que resucitó cuatriduano? En una y otra cosa estaba la potencia del Señor, no las fuerzas del muerto. Se presentó, y aún está atado; aún envuelto, se presentó empero ya afuera. ¿Qué da a entender? Cuando desprecias, yaces muerto; y, si desprecias tantas cosas cuantas he dicho, yaces sepultado; cuando confiesas, te presentas. En efecto, ¿qué es presentarse, sino manifestarse cual saliendo de escondites? Pero que confieses, Dios lo hace gritando con fuerte voz, esto es, llamando con gran gracia. Por eso, como el muerto se hubiese presentado aún atado, confeso y reo aún, para que sus pecados fuesen soltados, el Señor dijo esto a los ministros: Desatadlo y dejadlo irse63. ¿Qué significa: Desatadlo y dejadlo irse? Lo que hayáis desatado en la tierra, quedará desatado también en el cielo64.
Los fariseos perdieron la ciudad eterna y la temporal
25. Muchos de los judíos, pues, que habían venido donde María y vieron lo que hizo Jesús, creyeron en él; en cambio, algunos de esos mismos se fueron a los fariseos y les dijeron lo que hizo Jesús65. De los judíos que habían acudido donde María no todos creyeron, pero en todo caso muchos. En cambio, algunos de ellos —de los judíos que habían acudido o de los que habían creído— se fueron a los fariseos y les dijeron lo que hizo Jesús, notificándolo para que también ellos creyeran o, más bien, delatando, para que se enfurecieran. Pero, de cualquier modo y por quienes fuese, eso se hizo llegar a oídos de los fariseos.
26. Los pontífices y los fariseos reunieron el consejo y decían: ¿Qué hacemos?66 No decían empero «creamos». En efecto, hombres perdidos, más que en cómo mirar por sí para no perecer, pensaban en cómo dañar para destruir; y, sin embargo, temían y, por así decirlo, deliberaban. En efecto, decían: ¿Qué hacemos? Porque este hombre hace muchos signos: si lo dejamos así, todos creerán en él, y vendrán los romanos y aniquilarán el lugar y la nación nuestros67. Temieron perder lo temporal, mas no pensaron en la vida eterna, y así perdieron una y otra cosa. De hecho, los romanos, tras la pasión y glorificación del Señor, les aniquilaron el lugar y la nación, tomándolo por las armas y trasladándola; y les toca en suerte lo que en otra parte está escrito: En cambio, los hijos de este reino irán a las tinieblas exteriores68. Pues bien, porque percibían que la doctrina de Cristo se oponía al templo mismo y a su leyes paternas, temieron esto: que, si todos creían en Cristo, nadie quedaría para defender contra los romanos la ciudad y el templo de Dios.
Caifás profeta, y Jesús hombre
27. Ahora bien, uno de ellos, Caifás, como fuese pontífice de aquel año, les dijo: «Vosotros no sabéis nada ni pensáis que nos conviene que por el pueblo muera un único hombre, y no perezca la nación entera». Ahora bien, no dijo esto por su propia cuenta, sino que, como fuese pontífice de aquel año, profetizó69. Aquí se nos enseña que el espíritu de profecía predice el futuro incluso mediante hombres malos; el evangelista empero atribuye esto a un misterio divino, porque fue pontífice, esto es, sumo sacerdote. Por otra parte, puede turbar por qué se le llama pontífice de aquel año, siendo así que Dios había constituido un único sumo sacerdote al que, muerto, sucedería uno solo. Pero ha de entenderse que, por las ambiciones y disensiones entre los judíos, después se estableció que fuesen varios y por turno sirviesen uno cada año. De hecho, también de Zacarías se dice esto: Ahora bien, sucedió que, como desempeñase ante Dios el sacerdocio conforme al orden de su turno, según la costumbre del sacerdocio salió por suerte a poner el incienso, tras entrar al templo del Señor70. De esto resulta claro que ellos eran varios y tenían sus turnos, porque poner el incienso no era lícito sino al sumo sacerdote71. E incluso en un único año quizá servían varios, a los que sucedían al otro año otros, alguno de entre los cuales salía por suerte para poner el incienso.
¿Qué es, pues, lo que profetizó Caifás? Que Jesús iba a morir por la nación. Y no sólo por la nación, sino para congregar en uno a los hijos de Dios, que estaban dispersos72. El evangelista ha añadido esto; de hecho, Caifás profetizó sólo acerca de la nación de los judíos, en la que estaban las ovejas de las que el Señor mismo asevera: No fui enviado sino a las ovejas de la casa de Israel que perecieron73. Pero el evangelista sabía que había otras ovejas que no eran de este redil, a las cuales era preciso traer para que hubiese un único redil y un único pastor74. Ahora bien, esto se dijo según la predestinación porque, quienes todavía no habían creído, no eran aún ovejas suyas ni hijos de Dios.
28. Desde aquel día, pues, pensaron asesinarlo. Jesús, pues, ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se fue a la región cerca del desierto, a una ciudad que se llama Efraín, y allí moraba con sus discípulos75, no porque se había extinguido su potencia, gracias a la cual, evidentemente, si quisiera, viviría públicamente con los judíos y no le harían nada, sino que en su debilidad de hombre mostraba a los discípulos un ejemplo de vida, mediante el que resultase claro que no hay pecado si sus fieles, que son sus miembros, se sustraían a los ojos de los perseguidores y, ocultándose, evitaban el furor de los criminales, en lugar de encenderlo más, ofreciéndose.