Comentario a Jn 10,22-42, predicado en Hipona en otoño de 414
Nunca se cansa quien ama
1. Debéis recordar establemente lo que ya he encarecido a Vuestra Dilección: que san Juan Evangelista no quiere que nos nutramos siempre con leche, sino que nos alimentemos con alimento sólido. Ahora bien, cualquiera que aún es menos idóneo para tomar el alimento sólido de la palabra de Dios, nútrase con la leche de la fe y no vacile en creer la palabra que no puede entender. La fe es, en efecto, el mérito; la comprensión, el premio. En ese esfuerzo mismo de la atención suda la mirada de nuestra mente para deponer las basurillas de la niebla humana y sosegarse junto a la palabra de Dios. No se recuse, pues, la fatiga si está presente el amor, ya que sabéis que quien ama no se fatiga, pues toda fatiga es pesada para quienes no aman. Si con los avaros soporta tantas fatigas la codicia, ¿no las soportará con nosotros la caridad?
La dedicación del templo
2. Atended al evangelio: Tuvieron lugar en Jerusalén las Encenias1. Las encenias eran la festividad de la dedicación del templo. Por cierto, en griego se llama kainón a lo nuevo. Siempre que se dedicaba algo nuevo se le nomina encenias. El uso tiene ya este vocablo; si alguien se viste con una túnica nueva, se dice que «encenia». El hecho es que los judíos celebraban solemnemente el día en que fue dedicado el templo; ese día festivo mismo se celebraba cuando el Señor pronunció lo que se ha leído.
Nos acercamos creyendo
3. Era invierno, y Jesús paseaba en el templo, en el pórtico de Salomón. Lo cercaron, pues, los judíos y le decían: ¿Hasta cuándo tendrás en vilo nuestra alma? Si tú eres el Mesías, dínoslo claramente2. No deseaban la verdad, sino que preparaban una intriga. Era invierno, y estaban fríos, pues eran perezosos para acercarse a ese fuego divino. Pero acercarse es creer; quien cree, se acerca; quien niega, se aleja. No mueven al alma los pies, sino los afectos. Se habían enfriado de la caridad de amar, mas ardían en ansia de dañar. Lejos se habían ido, mas allí estaban; no se acercaban creyendo, mas presionaban persiguiendo. Buscaban oírle al Señor «Yo soy el Mesías», mas tal vez entendían del Mesías al modo humano. Los profetas predicaron a Cristo, pero en los profetas y en el evangelio mismo no entienden la divinidad de Cristo los herejes; ¿cuánto menos los judíos, mientras un velo está sobre su corazón?3 Por eso, en cierto lugar, el Señor Jesús, sabedor de que entendían del Mesías al modo humano, no según Dios, en cuanto que era hombre, no en cuanto que continuaba siendo Dios aun asumido el hombre, les preguntó: ¿Qué os parece del Mesías? ¿De quién es hijo?4 Según su opinión, respondieron «De David», pues así habían leído, y retenían esto solo porque leían su divinidad, pero no la entendían. El Señor, por su parte, a fin de mantenerlos en suspenso para que buscasen la divinidad de ese cuya debilidad despreciaban, les respondió: ¿Cómo, pues, David, por influjo del Espíritu, lo llama Señor, pues dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies? Si, pues, David, por influjo del Espíritu, lo llama Señor, ¿cómo es hijo suyo?5 No negó, sino que interrogó. Nadie, cuando haya oído esto, suponga que el Señor Jesús ha negado que él es el Hijo de David. Si el Señor Cristo negase que él es el Hijo de David, no iluminaría a los ciegos que lo invocaban así. En efecto, pasaba un día, y dos ciegos sentados junto al camino gritaron: ¡Compadécete de nosotros, Hijo de David!6 Oído este grito, se compadeció, se detuvo, los sanó, la luz les dio porque el nombre reconoció. También el apóstol Pablo dice: «El cual fue hecho, según la carne, del linaje de David»7, y a Timoteo: Recuerda que Jesucristo, del linaje de David según mi Evangelio, ha resucitado de entre los muertos8. El Señor desciende del linaje de David, precisamente porque la virgen María descendía del linaje de David.
Tratad de ser ovejas
4. Para acusar injustamente a Cristo de arrogarse potestad regia si, según lo único que ellos sabían acerca del linaje de David, decía «Yo soy el Mesías», los judíos le preguntaban esto como si fuese una gran cosa. Más es lo que les respondió; ellos querían acusarlo injustamente respecto al hijo de David, él respondió que él es el Hijo de Dios. Y ¿cómo? Escuchad: Les respondió Jesús: Os hablo, mas no creéis; las obras que yo hago en el nombre de mi Padre, éstas dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis porque no sois de entre mis ovejas9. Ya antes10 habéis aprendido quiénes son las ovejas; ¡sed ovejas! Las ovejas lo son creyendo; las ovejas lo son siguiendo al Pastor; las ovejas lo son no despreciando al Redentor; las ovejas lo son entrando por la Puerta; las ovejas lo son saliendo y hallando pastos; las ovejas lo son disfrutando de la vida eterna. ¿Cómo, pues, dijo a ésos: No sois de entre mis ovejas? Porque los veía predestinados al desastre eterno, no comprados con el precio de su sangre para la vida eterna.
Los pastos de la vida eterna
5. Mis ovejas oyen mi voz, y las conozco y me siguen, y yo les doy vida eterna11. He ahí los pastos. Si recordáis, más arriba había dicho: Y entrará y saldrá y hallará pastos12. Hemos entrado creyendo, salimos muriendo. Pero, como hemos entrado por la puerta de la fe, así salgamos del cuerpo como creyentes, pues así salimos por la puerta misma para poder hallar pastos. Se llama pastos buenos a la vida eterna: allí ninguna hierba se aridece, todo verdea, todo es vigoroso. A cierta hierba suele llamarse siempre viva; sólo vivir se halla allí. Vida eterna, afirma, les daré, a mis ovejas. Vosotros buscáis acusaciones injustas precisamente porque pensáis en la vida presente.
El ser y el tener, en el Hijo
6. Y no perecerán eternamente; sobrentiendes como si les hubiera dicho: Vosotros pereceréis eternamente porque no sois de entre mis ovejas. Nadie las arrebatará de mi mano13. Escuchad muy atentamente: Lo que me ha dado mi Padre es más importante que todo14. ¿Qué puede el lobo? ¿Qué pueden el ladrón y el asesino? No destruyen sino a los predestinados al desastre. En cambio, de las ovejas de las que dice el Apóstol «El Señor conoce a esos que son suyos»15, y «A quienes preconoció, a esos mismos también los predestinó; por otra parte, a quienes predestinó, a esos mismos también llamó; además, a quienes llamó, a esos también justificó; ahora bien, a quienes justificó, a esos mismos también glorificó»16, de esas ovejas, ni el lobo arrebata ni el ladrón quita ni el asesino mata. Seguro está del número de ellas quien sabe lo que ha dado por ellas. Y esto significa lo que asevera: «Nadie las arrebatará de mi mano», y asimismo respecto al Padre: Lo que me ha dado mi Padre es más importante que todo. ¿Qué cosa más importante que todo ha dado al Hijo el Padre? Que él en persona fuese su Hijo Unigénito. ¿Qué significa, pues, «ha dado»? ¿Había ya a quien diera, o ha dado engendrándolo? Ciertamente, si había a quien diera ser hijo, alguna vez existía, mas no era hijo. ¡Ni pensar que el Señor Cristo existiera alguna vez, mas no fuese el Hijo! Esto puede decirse de nosotros; alguna vez éramos hijos de hombres, no éramos hijos de Dios, ya que a nosotros nos ha hecho hijos de Dios la gracia, a él la naturaleza, porque nació así. Y, pues siempre había nacido del Padre quien era coeterno con él, no es posible que digas: «No existía antes de haber nacido». Quien saborea, capte; quien no capta, crea, nútrase y captará. La Palabra de Dios está siempre con el Padre y siempre es la Palabra; y, por ser la Palabra, por eso es el Hijo. Siempre, pues, es el Hijo y siempre igual, ya que no creciendo sino naciendo es igual quien como Hijo ha nacido siempre del Padre; como Dios, de Dios; como coeterno, del Eterno. El Padre, en cambio, no es Dios nacido del Hijo; el Hijo es Dios nacido del Padre; por eso, el Padre, engendrando al Hijo, le ha dado ser Dios; engendrándolo le ha dado ser coeterno consigo; engendrándolo le ha dado ser igual. Esto es lo que es más importante que todo.
¿Cómo el Hijo es la Vida y el Hijo tiene vida? Lo que tiene, esto es. Tú eres una cosa, tienes otra. Verbigracia, tienes sabiduría; ¿acaso tú eres la sabiduría misma? Precisamente porque tú mismo no eres lo que tienes, si perdieres lo que tienes, regresas a no tenerlo y a veces lo recuperas, a veces lo pierdes, igual que nuestro ojo no tiene inseparablemente en sí mismo la luz: se abre y la capta, se cierra y la pierde. No es así el Dios Hijo de Dios, no es así la Palabra del Padre; no es así la Palabra que no pasa tras sonar, sino que continúa naciendo. Tiene sabiduría de manera que él en persona es la Sabiduría y hace a los sabios; tiene vida de manera que él en persona es la Vida y hace a los vivientes. Esto es lo que es más importante que todo.
El evangelista Juan mismo, al querer hablar del Hijo de Dios, ha observado el cielo y la tierra; los ha observado y trascendido. Ha pensado en los miles del ejército de los ángeles, que están encima del cielo; ha pensado en toda criatura y, como el águila a las nubes, así la ha trascendido con su mente; ha trascendido todo lo grande, ha llegado a eso que es más importante que todo, y ha dicho: En el principio existía la Palabra17. Pero, porque ese cuya Palabra es no procede de la Palabra y, en cambio, la Palabra procede de ese cuya Palabra es, por eso asevera: Lo que me ha dado mi Padre, esto es, ser su Palabra, ser su Unigénito Hijo, ser esplendor de su luz, es más importante que todo. Por eso, nadie, afirma, arrebata de mimano mis ovejas. Nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre .
La mano de Dios
7. De mi mano y de la mano de mi Padre. ¿Qué significa esto: «Nadie arrebata de mi mano» y «Nadie arrebata de la mano de mi Padre? ¿Acaso es única la mano del Padre y la del Hijo, o quizá el Hijo mismo es la mano de su Padre? Si por mano entendemos la potestad, única es la potestad del Padre y la del Hijo porque única es su divinidad; si, en cambio, entendemos la mano como está dicho mediante un profeta: «Y el brazo del Señor ¿a quién ha sido revelado?»18, la mano del Padre es el Hijo mismo. Esto está dicho no como si Dios tuviera forma humana y cual miembros del cuerpo, sino porque mediante él mismo se ha hecho todo. Por cierto, los hombres suelen decir que manos suyas son otros hombres mediante quienes hacen lo que quieren, y a veces se llama mano del hombre a la obra misma del hombre que se hace mediante la mano, como se dice que alguien reconoce su mano cuando reconoce lo que ha escrito. Porque, pues, de muchos modos se habla también de «mano del hombre», el cual tiene propiamente la mano entre los miembros de su cuerpo, ¿cuánto más, cuando se lee «mano de Dios», el cual no tiene forma alguna de cuerpo, no ha de entenderse de un único modo? Y, por esto, en este lugar entendemos mejor por la mano del Padre y la del Hijo la potestad del Padre y la del Hijo, no sea que quizá, por haber nosotros interpretado que aquí se ha llamado mano del Padre al Hijo mismo, el pensamiento carnal comience también a buscar un hijo del Hijo mismo, al que crea similarmente mano de Cristo. «Nadie arrebata de la mano de mi Padre» significa, pues, esto: Nadie me arrebata.
Los judíos entendieron lo que no entienden los arrianos
8. Pero, no sea que quizá titubees aún, oye qué sigue: Yo y el Padre somos una única cosa19. Hasta aquí los judíos pudieron aguantar; oyeron «Yo y el Padre somos una única cosa», no lo soportaron y, duros según su costumbre, corrieron a las piedras. Llevaron piedras para lapidarlo. El Señor, porque no padecía lo que no quería padecer y no ha padecido, sino lo que ha querido padecer, habla aún a quienes ansiaban lapidarlo. Levantaron piedras los judíos para lapidarlo. Jesús les respondió: Muchas obras buenas os mostré de parte de mi Padre; ¿por cuál obra de ellas me lapidáis? Y ellos respondieron: No te lapidamos por una obra buena, sino por blasfemia y porque tú, aunque eres hombre, a ti mismo te haces Dios20. Esto respondieron a lo que había dicho: Yo y el Padre somos una única cosa. He ahí que los judíos entendieron lo que no entienden los arrianos. En efecto, se airaron precisamente porque se dieron cuenta de que no puede decirse «Yo y el Padre somos una única cosa» sino donde hay igualdad del Padre y del Hijo.
Ser dioses
9. Ved qué ha respondido por su parte el Señor a los tardos. Vio que ellos no soportaban el esplendor de la verdad, y lo temperó con las palabras «¿Acaso no está escrito en vuestra Ley, esto es, dada a vosotros, que yo dije: “Sois dioses”»?21 Mediante un profeta dice Dios en un salmo a los hombres: Yo dije «Sois dioses»22. Y el Señor nominó en general «Ley» a todas las Escrituras, aunque en otra parte nombre especialmente la Ley para distinguirla de los Profetas, como es «La Ley y los Profetas, hasta Juan»23, y «En estos dos preceptos se basan la Ley entera y los Profetas»24. Además distribuye a veces las mismas Escrituras en tres partes cuando asevera: Era preciso que se cumpliera todo lo que en la Ley y en los Profetas y en los Salmos está escrito de mí25. Pero ha designado con el nombre de Ley también a los Salmos, donde está escrito: Yo dije «Sois dioses». Si llamó dioses a esos a quienes aconteció la palabra de Dios, y la Escritura no puede ser destruida, de ese a quien el Padre santificó y envió al mundo ¿vosotros decís «que blasfemas», porque dije: Soy Hijo de Dios?26 Si la palabra de Dios aconteció a los hombres de forma que los llamase dioses, ¿cómo no es Dios la Palabra de Dios misma, la cual existe en Dios? Si mediante la palabra de Dios devienen dioses los hombres, si participando son hechos dioses, esa de que participan ¿no es Dios? Si las luces iluminadas son dioses, la luz que ilumina ¿no es Dios? Si los calentados en cierto modo por el fuego salutífero son hechos dioses, ese que los calienta ¿no es Dios? Te acercas a la luz y eres iluminado y contado entre los hijos de Dios; si te alejas de la luz, te oscureces y eres computado entre las tinieblas; aquella Luz empero no se acerca a sí, porque no se aleja de sí. Si, pues, os hace dioses la Palabra de Dios, ¿cómo no es Dios la Palabra de Dios? El Padre, pues, santificó y envió al mundo a su Hijo. Quizá alguien diga: «Si el Padre lo santificó, ¿alguna vez, pues, no era santo?». Lo santificó así como lo engendró; en efecto, porque lo engendró santo, engendrándolo le dio que fuese santo. Por cierto, si lo que es santificado no era antes santo, ¿cómo decimos a Dios Padre: Santificado sea tu nombre?27
Lo propio y el don participado
10. Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; si, en cambio, las hago, aun si no queréis creerme, creed a las obras para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí y yo en él28. «El Padre está en mí y yo en él» lo dice el Hijo no como pueden decirlo los hombres. En efecto, si pensamos bien, estamos en Dios y, si vivimos bien, Dios está en nosotros: fieles que participan de su gracia, iluminados por él, estamos en él, y él mismo en nosotros. Pero no es así el Unigénito Hijo: él está en el Padre y el Padre en él como un igual en ese a quien es igual. Por eso, nosotros podemos decir a veces: «Estamos en Dios y Dios en nosotros»; ¿acaso podemos decir: «Yo y Dios somos una sola cosa»? Estás en Dios porque Dios te contiene; Dios está en ti porque has sido hecho templo de Dios; pero ¿acaso porque estás en Dios y Dios está en ti puedes decir «Quien me ve, ve a Dios», como dijo el Unigénito: «Quien me ha visto, ha visto también al Padre»29, y: El Padre y yo somos una única cosa? Reconoce tú lo propio del Señor y la dádiva del siervo. Propio del Señor es la igualdad con el Padre; dádiva del siervo es la participación en el Salvador.
Todos juntos queremos detener a Cristo
11. Buscaban, pues, aprehenderlo30. ¡Ojalá lo aprehendieran, pero creyendo y entendiendo, no ensañándose y asesinando! Por cierto, hermanos míos, ahora mismo cuando pronuncio tales cosas —débil, cosas fuertes; pequeño, cosas grandes; frágil, cosas sólidas—, tanto vosotros, de idéntica masa, digamos, de la que provengo también yo, cuanto yo mismo que os hablo, todos a una queremos aprehender a Cristo. ¿Qué significa aprehender? Si has entendido, has aprehendido. Pero no así los judíos: tú has aprehendido para tener, ellos querían aprehender para no tener. Y, porque querían aprehenderlo así, ¿qué les hizo? Salió de las manos de ellos. No lo aprehendieron porque no tuvieron las manos de la fe. La Palabra se hizo carne, pero no era gran cosa para la Palabra arrancar de las manos de carne su carne. Aprehender la Palabra con la mente, esto es aprehender a Cristo correctamente.
La lámpara nos conduce al día
12. Y se marchó de nuevo allende el Jordán, al lugar donde Juan estaba primeramente bautizando, y se quedó allí. Y muchos vinieron a él, y decían: Que, por cierto, Juan no realizó ningún signo31. Recordáis que de Juan se os dijo que era una lámpara y que daba testimonio del Día32. ¿Por qué, pues, ésos dijeron entre sí: Juan no realizó ningún signo? Juan, afirman, no mostró ningún milagro: no ahuyentó demonios, no expulsó la fiebre, no iluminó ciegos, no resucitó muertos, no alimentó a tantos miles de hombres con cinco panes o con siete, no caminó sobre el mar, no dio órdenes a los vientos y a las olas; nada de esto hizo Juan, mas todo lo que decía daba testimonio de éste. Por la lámpara vengamos al Día. Juan no realizó ningún signo; ahora bien, todo lo que Juan dijo de éste era verdadero33. He ahí quienes aprehendieron, no como los judíos. Los judíos querían aprehender al que se alejó, ésos aprehendieron al que permaneció. Finalmente, ¿qué sigue? Y muchos creyeron en él.