TRATADO 47

Comentario a Jn 10,14-21, predicado en Hipona en otoño de 414, a escasos días del tratado 46

Traductor: José Anoz Gutiérrez

Cristo es la entrada

1. Quienes escucháis no sólo gustosa sino diligentemente la palabra de nuestro Dios, recordáis sin duda mi promesa. La lectura evangélica que se había leído el pasado domingo, la misma, en efecto, también hoy se ha leído precisamente porque, por haberme detenido en ciertos puntos necesarios, no pude examinar todo lo que yo debía a vuestras inteligencias. Por ende, lo que ha quedado ya dicho y tratado no lo investigaremos hoy, no sea que, repitiendo aún idénticas cosas, no se me permita en absoluto llegar a lo que aún no se ha dicho.

En el nombre del Señor sabéis ya quién es el buen pastor, cómo los pastores buenos son miembros suyos y que por eso hay un único pastor; sabéis quién es el asalariado que tolerar, quiénes el lobo, los ladrones y asesinos que evitar; quiénes son las ovejas, cuál es la puerta por la que entran las ovejas y el pastor; cómo ha de entenderse al portero; sabéis también que cualquiera que no entrare por la puerta es ladrón y asesino y no viene sino a robar, asesinar y destruir. Según opino, está suficientemente tratado todo esto que he dicho. Porque Jesucristo mismo, Salvador nuestro, ha dicho que él es el pastor y la puerta y ha dicho que el pastor bueno entra por la puerta, debemos decir hoy, en la medida en que ayuda el Señor, cómo él en persona entra por sí mismo. En efecto, si nadie es pastor bueno sino quien entra por la puerta, y si principalmente éste es en persona el buen Pastor y él mismo es la Puerta, no puedo entender sino que él mismo entra a sus ovejas por sí mismo, les da la voz de seguirle, y que ellas, al entrar y salir, hallan pastos, que son la vida eterna.

Dar la vida por las ovejas

2. Digo, pues, inmediatamente: yo, porque busco entrar a vosotros, esto es, a vuestro corazón, predico a Cristo; si predico otra cosa, intentaré trepar por otra parte. Así pues, Cristo es mi entrada hacia vosotros; por Cristo entro no a vuestras paredes, sino a vuestros corazones. Por Cristo entro, en mí habéis oído gustosamente a Cristo. ¿Por qué habéis oído gustosamente en mí a Cristo? Porque sois ovejas de Cristo, porque habéis sido adquiridos por la sangre de Cristo. Reconocéis vuestro precio, que por mí no es dado, pero mediante mí es predicado. En efecto, os ha comprado el que su sangre preciosa ha derramado; preciosa sangre es la del sin pecado. Sin embargo, él mismo ha hecho preciosa también la sangre de los suyos, por los que ha dado precio de sangre, porque, si no hiciera preciosa la sangre de los suyos, no se diría: Es preciosa en presencia del Señor la muerte de sus santos1. Así pues, él no es el único en haber hecho incluso esto que asevera, El buen pastor depone su alma por las ovejas2, y empero, si quienes lo hicieron son sus miembros, él mismo en persona es el único que lo hizo, pues él pudo hacerlo sin ellos, mas ellos ¿en virtud de qué lo pudieron sin él, ya que él en persona ha dicho: Sin mí nada podéis hacer?3 Pues bien, que también otros lo hicieron lo demuestro, precisamente porque el apóstol Juan mismo, que predicó este evangelio que acabáis de escuchar, dijo en una carta suya: como Cristo depuso por nosotros su alma, así también nosotros debemos deponer por los hermanos las almas4. Debemos, dijo: nos hace deudores el primero que lo ha efectuado. Por eso está escrito en cierto lugar: Si te sentares a cenar a la mesa de un poderoso, entiende sabiamente lo que se te sirve y echa tu mano sabedor de que es preciso que tú prepares algo igual5. Sabéis cuál es la mesa del Poderoso: ahí están el cuerpo y la sangre de Cristo; quien se acerca a tal mesa, prepare algo igual. Y ¿qué significa «prepare algo igual»? Como él mismo depuso por nosotros su alma, así también nosotros, para dar buen ejemplo al pueblo y sostener la fe, debemos deponer por los hermanos las almas. Por eso, a Pedro, de quien quería hacer un pastor bueno, dice no en atención a Pedro mismo, sino en atención a su cuerpo: Pedro, ¿me amas? Apacienta mis ovejas6. Esto una vez, esto de nuevo, esto por tercera vez, hasta entristecerlo. Y tras haberlo interrogado el Señor tanto cuanto juzgó que había de interrogársele para que confesase tres veces quien tres veces había negado, y tras haberle encomendado tres veces sus ovejas para apacentarlas, le dice: Cuando eras más joven, te ceñías y caminabas adonde querías; en cambio, cuando hayas envejecido, extenderás tus manos, y otro te ceñirá y conducirá adonde tú no quieres. Y el evangelista ha explicado qué había dicho el Señor: Ahora bien, afirma, dijo esto para significar con qué muerte iba a glorificar a Dios7. A esto, pues, se refiere «Apacienta mis ovejas»: a que depongas por mis ovejas tu alma.

Cristo se predica a sí mismo

3. ¿Quién desconoce ya lo que asevera: Como el Padre me conoce y yo conozco al Padre? Por sí, en efecto, conoce él al Padre, nosotros mediante él. Que por sí lo conoce él, lo sabemos, y que nosotros le conocemos mediante él, también lo sabemos porque aun esto lo sabemos mediante él, pues él mismo ha dicho: Nadie ha visto nunca a Dios, sino el Unigénito Hijo que está en el seno del Padre; ese mismo lo explicó con todo detalle. Mediante él mismo, pues, también nosotros, a quienes lo explicó con todo detalle8. Asimismo asevera en otra parte: Nadie conoce al Hijo sino el Padre; y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelarlo9. Como, pues, por sí conoce él al Padre y, en cambio, mediante él conocemos nosotros al Padre, así entra por sí mismo al redil, y nosotros mediante él.

Decíamos que mediante Cristo tenemos nosotros una puerta hacia vosotros; ¿por qué? Porque predicamos a Cristo. Nosotros predicamos a Cristo y, por eso, entramos por la puerta. Cristo, en cambio, predica a Cristo, porque se predica a sí mismo; y por eso el pastor entra por sí mismo. Cuando la luz muestra otras cosas que se ven a la luz, ¿acaso necesita alguna otra cosa para mostrarse? La luz, pues, manifiesta tanto las otras cosas como a sí misma. Con el entendimiento entendemos cualesquiera cosas que entendemos; y ¿cómo entendemos el entendimiento mismo sino con el entendimiento? ¿Acaso ves así con el ojo de la carne tanto las otras cosas como a él mismo? En efecto, aunque los hombres ven con sus ojos, no ven empero sus ojos. El ojo de la carne ve las otras cosas; a sí mismo no puede verse; el entendimiento, en cambio, entiende las otras cosas y a sí mismo. Como el entendimiento se ve, así también Cristo se predica. Si se predica, predicándose entra a ti, por sí entra a ti. También él es la puerta hacia el Padre, porque no hay por dónde venir al Padre sino mediante él mismo, pues hay un único Dios y un único mediador de Dios y hombres, Cristo Jesús hombre10. Con la palabra se dicen muchas cosas; evidentemente, con la palabra he dicho estas mismas que he dicho. Si quisiere describir también la palabra misma, ¿cómo la describo sino con la palabra? Y, por eso, mediante la palabra se dicen otras cosas que no son lo que la palabra, y la palabra misma no puede describirse sino mediante la palabra. Porque el Señor ha ayudado, he abundado en ejemplos.

Retened, pues, cómo el Señor Jesucristo es puerta y pastor: puerta, abriéndose; pastor, entrando por sí. Además, hermanos, ciertamente ha dado también a sus miembros lo que él es en cuanto pastor, porque Pedro es pastor, Pablo es pastor, los demás apóstoles son pastores y los obispos buenos son pastores, pero nadie de nosotros dice que él es puerta; él mismo ha retenido para sí como propio esto por donde entren las ovejas. Por eso, cuando el apóstol Pablo predicaba a Cristo, cumplía el oficio de pastor bueno porque entraba por la Puerta; mas, cuando ovejas indisciplinadas comenzaron a hacer cismas y a ponerse otras puertas no para entrar a fin de ser congregadas, sino para extraviarse a fin de dividirse pues unos decían «Yo soy de Pablo», otros «Yo de Cefas», otros «Yo de Apolo», otros «Yo de Cristo», espantado ante quienes dijeron «Yo soy de Pablo», como si gritase a las ovejas: «Desgraciadas, ¿por dónde vais? No soy la puerta», pregunta: ¿Acaso Pablo fue crucificado por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?11 En cambio, quienes decían «Yo soy de Cristo», habían hallado la puerta.

Quiso él mismo ser pastor de Israel

4. Por otra parte, acerca del único redil y del único pastor soléis ya oír asiduamente por cierto, pues mucho he encomiado el único redil, al predicar la unidad para que todas las ovejas entrasen por Cristo, y ninguna siguiera a Donato. Sin embargo, aparece suficientemente por qué el Señor ha dicho esto en sentido propio. Hablaba, en efecto, entre los judíos; ahora bien, había sido enviado a los judíos mismos no en atención a ciertos pertinaces en el odio descomunal y perseverantes en las tinieblas, sino en atención a algunos entre esta nación misma a los que llama ovejas suyas, de quienes aseveró: No fui enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel12. Los conocía incluso entre la turba de furiosos, y los preveía en la paz de los creyentes. ¿Qué significa, pues, «No fui enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel», sino que no mostró su presencia corporal sino al pueblo de Israel? A las gentes no se dirigió él mismo, sino que envió; en cambio, al pueblo de Israel envió y vino él mismo, para que quienes lo despreciaban recibieran un juicio mayor, porque también se les mostró su presencia. En persona estuvo allí el Señor, allí eligió madre, allí quiso ser concebido, allí nacer y derramar su sangre; allí están sus huellas, se adoran ahora mismo, donde estuvo en pie por última vez, de donde ha ascendido al cielo; en cambio, a las gentes envió.

Cristo habla y actúa en sus pastores

5. Pero, porque él no ha venido en persona a nosotros, sino que ha enviado a nosotros, alguien supone quizá que nosotros hemos oído no la voz de él mismo, sino la voz de esos que ha enviado. ¡Ni pensarlo! Sea expulsado de vuestros corazones ese pensamiento: también en estos que ha enviado estaba él en persona. Escucha a Pablo mismo, al que envió, pues a las gentes envió principalmente a Pablo apóstol, y Pablo mismo, para meter miedo no de sí sino de aquél, pregunta: ¿O queréis recibir una prueba de ese que en mí habla, Cristo?13 Escuchad también al Señor mismo: Tengo también otras ovejas, esto es, entre las gentes, que no son de este redil, esto es, del pueblo de Israel; es preciso que también a ellas las conduzca. Aun mediante los suyos, pues, no las conduce otro. Escucha aún: Oirán mi voz. He ahí que mediante los suyos habla él en persona y mediante los que envía se oye su voz. Para que haya un único redil y un único pastor14. Para esos dos rebaños, como para dos paredes, él se hizo piedra angular15. Es, pues, la Puerta y la Piedra angular; todo por analogía, nada de esto con propiedad.

Hablar de Cristo en sentido propio y figurado

6. Por cierto, ya dije e hice valer vehementemente —y quienes captan saborean, mejor dicho, quienes saborean captan; y quienes aún no saborean con la inteligencia, con la fe sujeten lo que aún no pudieran entender—: por analogía Cristo es muchas cosas que no es por propiedad. Por analogía Cristo es la Roca, Cristo es la Puerta, Cristo es la piedra angular, Cristo es el Pastor, Cristo es el Cordero y Cristo es el León. ¡Cuán numerosas cosas por analogías, y otras que es largo citar! Pues bien, si examinas las propiedades de las cosas que sueles ver, no es roca, puesto que no es duro e insensible; tampoco es puerta, porque no lo ha hecho un carpintero; ni es piedra angular, porque ningún constructor lo ha colocado; tampoco es pastor, porque no es guardián de las cuadrúpedas ovejas; tampoco es león, porque no es una fiera; tampoco es cordero, porque no es un ganado. Todo eso, pues, por analogía. Con propiedad, pues, ¿qué? En el principio existía la Palabra y la Palabra existía en Dios y la Palabra era Dios16. ¿Qué se dice del hombre que apareció? Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros17.

Entregó su vida porque quiso

7. Escucha también lo demás. Afirma: El Padre me quiere precisamente porque yo depongo mi alma para tomarla de nuevo18. ¿Qué asevera? El Padre me quiere precisamente porque muero para resucitar. Por cierto, con gran fuerza está dicho «Yo».Porque yo depongo, afirma, depongo mi alma. Yo depongo. ¿Qué significa «Yo depongo»? Yo la depongo; no se gloríen los judíos: pudieron ensañarse, no pudieron tener potestad; ensáñense cuanto pueden; si yo no quisiere deponer mi alma, ¿qué van a hacer ensañándose? Una única respuesta los postró: cuando se les dijo «¿A quién buscáis?», dijeron «A Jesús», y les asevera «Yo soy»; retrocedieron y cayeron19. Quienes cayeron ante una única voz de Cristo, que iba a morir, ¿qué harán bajo la voz de quien va a juzgar? Yo, yo, insisto, depongo mi alma para tomarla de nuevo. No se gloríen los judíos, cual si hubieran prevalecido; él mismo depuso su alma. Yo me dormí, dice.Conocéis el salmo: Yo me dormí y cogí el sueño; y me levanté, porque el Señor me acogerá. Hace un momento se ha leído ese salmo mismo, hace un momento hemos oído: Yo me dormí y cogí el sueño; me levanté, porque el Señor me acogerá20. ¿Qué significa «Yo me dormí»? Porque quise me dormí. ¿Qué significa «Me dormí? He muerto. ¿Acaso no se durmió quien, cuando quiso, se levantó del sepulcro como del lecho? Pero, para edificarnos en cuanto a dar gloria al Creador, se complace en dar gloria al Padre. Efectivamente, porque ha añadido «Me levanté, porque el Señor me acogerá», ¿suponéis que aquí, por así decirlo, falló su fuerza, de manera que por su potestad ha podido morir, mas por su potestad no ha podido resucitar? Así, en efecto, parecen sonar, no entendidas con total diligencia, las palabras: Yo me dormí —esto es, porque quise me dormí— y me levanté, ¿por qué?, porque el Señor me acogerá. Pues ¿qué? ¿No serías capaz de levantarte por ti mismo? Si no fueses capaz, no dirías: Tengo potestad de deponer mi alma y tengo potestad de tomarla de nuevo21. En otro lugar del evangelio oye que no sólo el Padre resucitó al Hijo, sino también el Hijo a sí mismo: Destruid este templo, afirma, y en un triduo lo levantaré. Y el evangelista afirma: «Ahora bien, del templo de su cuerpo decía»22 esto, pues era levantado lo que moría, porque la Palabra no murió, esa alma no murió. Si ni la tuya muere, ¿moriría la del Señor?

Vida y muerte del alma

8. ¿Cómo sé, preguntas, si mi alma no muere? No la mates, y no muere. ¿Cómo, preguntas, puedo yo matar mi alma? Por no mencionar de momento otros pecados, la boca que miente mata al alma23. ¿Cómo, preguntas, estoy seguro de que no muere? Escucha al Señor mismo dar seguridad al siervo: No temáis a quienes matan el cuerpo, mas después no tienen qué hacer. Pero ¿qué asevera claramente? Temed al que tiene potestad de matar en el quemadero cuerpo y alma24. He ahí que muere, he ahí que no muere. ¿Qué es su morir? ¿Qué es para tu carne morir? Para tu carne morir es perder su vida; para tu alma morir es perder su vida. La vida de tu carne es tu alma; la vida de tu alma es tu Dios. Como muere la carne, perdida el alma, que es su vida, así muere el alma, perdido Dios, que es su vida. Ciertamente, pues, el alma es inmortal. Simple y llanamente inmortal porque vive incluso muerta. En efecto, lo que el Apóstol dijo de la viuda sensual, puede decirse también del alma si perdiere a su Dios: Aun viva, está muerta25.

El verdadero Cristo: Verbo, cuerpo y alma

9. ¿Cómo, pues, depone su alma el Señor? Hermanos, investiguemos esto un poco más atentamente. No nos estrecha la hora que suele estrecharnos en el día del Señor; tenemos tiempo, benefíciense de esto quienes también en el día hodierno acuden a la palabra de Dios. Depongo mi alma, afirma. ¿Quién depone? ¿Qué alma depone? ¿Qué es Cristo? La Palabra y hombre. Y hombre no de forma que sea carne sola, sino que, por ser hombre, consta de carne y alma; pues bien, en Cristo está entero el hombre, pues no habría tomado la parte peor y abandonado la parte mejor; por cierto, la parte del hombre, mejor que el cuerpo, es el alma. Porque, pues, en Cristo está entero el hombre, ¿qué es Cristo? La Palabra, repito, y hombre. ¿Qué significa «la Palabra y hombre»? La Palabra, alma y carne. Retened esto, porque tampoco respecto a esa sentencia han faltado herejes, ciertamente expulsados de la verdad católica hace ya tiempo; pero sin embargo, como ladrones y asesinos que no entran por la puerta, no cesan de andar rondando al redil. Apolinaristas se han llamado los herejes que han osado establecer la doctrina de que Cristo no es sino la Palabra y carne; defienden que él no ha asumido alma humana. Por cierto, algunos de ellos tampoco han podido negar que en Cristo hubo alma. Ved un absurdo y locura intolerables: sostuvieron que él tenía alma irracional, negaron la racional; le dieron alma de ganado, sustrajeron la de hombre; pero por no haber mantenido la razón quitaron ellos a Cristo la razón. Lejos de nosotros esto, nutridos y cimentados en la fe católica.

Con esta ocasión, pues, querría recordar a Vuestra Caridad que, como a propósito de las lecturas precedentes os equipé suficientemente contra sabelianos y arrianos —los sabelianos, que dicen que el Padre es el mismo que el Hijo; los arrianos, que dicen que una cosa es el Padre, otra es el Hijo, cual si no fuesen de idéntica sustancia el Padre y el Hijo—, también, según recordáis y debéis recordar, os equipé contra los herejes fotinianos, los cuales dijeron que Cristo es hombre solo, sin Dios, y contra los maniqueos, que dijeron que es Dios solo, sin hombre; con esta ocasión, a propósito del alma quiero también equiparos contra los apolinaristas, que dicen que nuestro Señor Jesucristo no tuvo alma humana, esto es, alma racional, alma inteligente, alma, insisto, gracias a la que diferimos de las bestias porque somos hombres.

Realidad del alma de Cristo

10. ¿Cómo, pues, ha dicho aquí el Señor: Tengo potestad de deponer mi alma? ¿Quién depone el alma y la toma de nuevo? Cristo, porque es la Palabra, ¿depone el alma y la toma de nuevo? O porque es alma humana ¿se depone ella misma y se toma de nuevo ella misma? O, porque es carne, ¿la carne depone el alma y la toma de nuevo? He propuesto tres cosas, estudiemos todo a fondo y elijamos la que se ajusta a la regla de la verdad.

Si, en efecto, dijéremos que la Palabra de Dios depuso su alma y la tomó de nuevo, ha de temerse que penetre subrepticiamente un pensamiento torcido y se nos diga: «Esa alma, pues, está a veces separada de la Palabra y esa Palabra, desde que tomó esa alma, estuvo a veces sin alma». Efectivamente, veo que la Palabra estuvo sin alma humana, pero cuando en el principio existía la Palabra y la Palabra existía en Dios y la Palabra era Dios. Por cierto, desde que la Palabra se hizo carne para habitar entre nosotros26, y la Palabra asumió al hombre, esto es, al hombre entero, alma y carne, ¿qué hizo la pasión, qué hizo la muerte, sino separar del cuerpo al alma? Pero no separó de la Palabra al alma. En efecto, si el Señor murió, mejor dicho, porque murió el Señor —de hecho murió por nosotros en la cruz—, sin duda, su carne exhaló el alma; por un tiempo exiguo abandonó el alma la carne, pero para resucitar al regresar el alma. En cambio, no digo que el alma se separó de la Palabra. Dijo al alma del asesino: Hoy estarás conmigo en el paraíso27. No abandonaba al alma fiel del asesino, y ¿abandonaba la suya? ¡Ni pensarlo! Sino que, como Señor, custodió la de aquél, mas tuvo inseparablemente la suya.

Si, en cambio, dijéremos que el alma misma se depuso, y que ella misma se tomó de nuevo, es un modo de ver absurdísimo, pues no podía separarse de sí misma la que no estaba separada de la Palabra.

El cuerpo entrega el alma

11. Digamos, pues, lo que es verdadero y que puede entenderse fácilmente. He ahí un hombre cualquiera, que no consta de la Palabra, de alma y carne, sino de alma y carne; respecto a ese hombre interroguemos cómo depone su alma cualquier hombre. ¿O acaso ningún hombre depone su alma? Puedes decirme: «Ningún hombre tiene potestad para deponer su alma y tomarla de nuevo». Si un hombre no pudiera deponer su alma, el apóstol Juan no diría: Como Cristo depuso por nosotros su alma, así también nosotros debemos deponer por los hermanos las almas28. También, pues, si, porque sin él nada podemos hacer, su fuerza nos llena también a nosotros, nos es posible deponer por los hermanos nuestras almas. Cuando cualquier mártir santo depuso por los hermanos su alma, ¿quién la depuso y qué alma depuso? Si entendiéremos esto, ahí veremos cómo ha sido dicho por Cristo: Tengo potestad de deponer mi alma. «Oh hombre, ¿estás dispuesto a morir por Cristo?». «Dispuesto», afirma. Lo diré con otras palabras: «¿Estás dispuesto a deponer por Cristo tu alma?». También a esas palabras me responderá «Estoy dispuesto», como me había respondido tras decir yo: «¿Estás dispuesto a morir?». Deponer, pues, el alma es lo mismo que morir. Pero ¿en favor de quién sucede ahí el combate? En efecto, todos los hombres, cuando mueren, deponen el alma; pero no todos la deponen por Cristo y nadie tiene potestad para tomar lo que depuso. Cristo, en cambio, la depuso por nosotros, la depuso cuando quiso y la tomó cuando quiso. Deponer, pues, el alma es morir. Así, también el apóstol Pedro dijo al Señor: «Mi alma depondré por ti»29, esto es, moriré por ti.

Atribuye tú esto a la carne; la carne depone su vida y la carne la toma de nuevo; no empero la carne por su potestad, sino por la potestad de quien habita en la carne; expirando, pues, depone su alma la carne. Mira al Señor mismo en la cruz; «Tengo sed», dijo; quienes estaban presentes empaparon una esponja en vinagre, la ataron a una caña y la aplicaron a su boca; tras haber tomado esto, asevera: Está terminado. ¿Qué significa «Está terminado»? Se ha cumplido todo lo que sobre mí había sido profetizado que sucedería antes de la muerte. Y, porque tenía potestad de deponer su alma cuando quisiera, después que dijo «Está terminado», ¿qué asevera el evangelista? E inclinada la cabeza, entregó el aliento. Esto es deponer el alma. En seguida atienda aquí Vuestra Caridad. Inclinada la cabeza, entregó el aliento30. ¿Quién entregó? ¿Qué entregó? El aliento entregó, la carne lo entregó. ¿Qué significa «la carne lo entregó»? La carné lo echó fuera, la carne lo exhaló. De hecho, por eso se llama «exhalar» a hacer que el aliento esté fuera. Como expatriar significa hacer estar fuera de la patria y exorbitar significa hacer estar fuera de órbita, así exhalar significa hacer que el aliento esté fuera; este aliento es el alma. Cuando, pues, el alma sale de la carne y la carne queda sin alma, entonces se dice que el hombre depone el alma. ¿Cuándo depuso Cristo el alma? Cuando la Palabra quiso, pues la hegemonía estaba en la Palabra; allí estaba la potestad de cuándo la carne depondría el alma y cuándo la tomaría.

Un solo Cristo, Verbo, cuerpo y alma

12. Si, pues, la carne depuso el alma, ¿cómo Cristo depuso el alma? En efecto, ¿Cristo no es carne? Así, simple y llanamente: Cristo es carne, Cristo es alma, Cristo es la Palabra; sin embargo, estas tres realidades no son tres Cristos, sino un único Cristo. Interroga al hombre y de ti mismo haz una escalera hacia lo que está sobre ti, y si no para entenderlo aún, al menos para creerlo. En efecto, como un único hombre es alma y cuerpo, así el único Cristo es la Palabra y hombre. Ved qué he dicho y entended. El alma y el cuerpo son dos realidades, pero un único hombre; la Palabra y el hombre son dos realidades, pero un único Cristo. Pregunta, pues, por el hombre. ¿Dónde está ahora mismo el apóstol Pablo? Si alguien responde «En el descanso con Cristo», dice la verdad. Asimismo, si alguien responde «En Roma, en el sepulcro», también ese mismo dice la verdad. Acerca del alma me responde aquello, acerca de su carne esto. Sin embargo, no por eso decimos que hay dos apóstoles Pablos —uno que descansa en Cristo, otro que está puesto en el sepulcro—, aunque digamos que el apóstol Pablo vive en Cristo, y digamos que idéntico apóstol Pablo yace muerto en el sepulcro. Muere alguien; decimos «Un buen hombre, un hombre leal, en la paz está con el Señor», y a continuación: «Vayamos a sus exequias y enterrémoslo». Vas a sepultar a ese de quien, aunque una cosa es el alma, la cual es inmortalmente robusta, y otra el cuerpo, que yace corruptiblemente, habías ya dicho que en la paz está con Dios. Pero desde que el consorcio de carne y alma recibió el nombre de hombre, cualquiera de estos dos, cada uno y por separado, ha conservado ya el nombre de hombre.

13. Nadie, pues, titubee cuando oye que el Señor ha dicho: Depongo mi alma y la tomo de nuevo31. La depone la carne, pero por la potestad de la Palabra; la toma la carne, pero por la potestad de la Palabra. Aun al Señor Cristo en persona se le ha nominado sola carne. «¿Cómo lo pruebas?», pregunta. Oso decir: aun a sola la carne de Cristo se le ha nominado Cristo. Creemos ciertamente no sólo en Dios Padre, sino también en Jesucristo, su Hijo único, nuestro Señor; ahora mismo acabo de decir todo entero: en Jesucristo, su Hijo único, nuestro Señor. Entiende tú ahí todo entero: la Palabra, el alma y la carne. Pero, evidentemente, también confiesas lo que idéntica fe tiene: que tú crees en este Cristo que fue crucificado y sepultado. No niegas, pues, que Cristo fue también sepultado; y sin embargo, sola la carne fue sepultada, ya que, si estaba allí el alma, no estaba muerto; ahora bien, si la muerte fue auténtica para que sea auténtica la resurrección, sin alma había estado en el sepulcro y sin embargo fue sepultado Cristo. Cristo, pues, aun sin alma era carne, porque no fue sepultada sino la carne. Aprende esto también en las palabras apostólicas: Entre vosotros, afirma, sentid esto que hubo en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró rapiña ser igual a Dios. ¿Quién sino Cristo Jesús, en cuanto atañe a lo que es la Palabra, Dios en Dios? Ahora bien, ve qué sigue: Sino que se vació a sí mismo al tomar forma de esclavo, hecho a semejanza de hombres y, en el porte, hallado como hombre. Y esto, ¿quién sino idéntico Cristo Jesús en persona? Pero aquí está ya todo: la Palabra en forma de Dios, la cual tomó forma de esclavo, y el alma y la carne en forma de esclavo, las cuales han sido asumidas por la forma de Dios. Se rebajó a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte32. En la muerte, los judíos mataron ya la carne sola. En efecto, si dijo a los discípulos: «No temáis a quienes matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma»33, ¿acaso pudieron matar en él algo más que el cuerpo? Y empero, matada la carne, Cristo fue matado. Así, cuando la carne depuso el alma, Cristo depuso el alma, y cuando la carne, para resucitar, tomó el alma, Cristo tomó el alma. Sin embargo, hizo esto no la potestad de la carne, sino la de ese que, para que se cumpliera esto, asumió alma y carne.

Lo que el Hijo tiene es por generación

14. Este mandato, afirma, recibí de mi Padre. La Palabra no recibió de palabra un mandato, sino que en la Palabra unigénita del Padre está todo mandato. Pues bien, cuando se dice que el Hijo recibe del Padre lo que tiene sustancialmente —igual que está dicho «Como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener en sí mismo vida»34, pues el Hijo es en persona la Vida—, no se disminuye su potestad, sino que se manifiesta su generación, porque el Padre no añadió nada al Hijo que nació imperfecto, por así decirlo, sino que, a quien ha engendrado perfecto, engendrándolo le ha dado todo. Así dio su igualdad al que no ha engendrado desigual. Pero, porque la luz lucía en las tinieblas, mas las tinieblas no la comprendían35, tras decir esto el Señor, se hizo de nuevo entre los judíos una disensión por estas palabras. Ahora bien, muchos de ellos decían: Tiene un demonio y está loco; ¿por qué le escucháis? Ésas fueron densísimas tinieblas. Otros decían: Éstas no son palabras de quien tiene un demonio; ¿acaso puede un demonio abrir ojos de ciegos?36 Ya comenzaban a abrirse los ojos de ésos.