Comentario a Jn 8,28-32, predicado en Hipona en septiembre de 414
Juan, el evangelista de la divinidad de Cristo
1. Del santo evangelio según Juan, que veis que llevo en las manos, Vuestra Caridad ha oído ya muchas cosas que por donación de Dios he expuesto, como he podido, para ante vosotros hacer valer, sobre todo, que ese evangelista ha elegido hablar de la divinidad del Señor, según la cual es igual al Padre e Hijo único de Dios, y que por eso se le ha comparado al águila, pues de ningún ave se cuenta que vuele más alto. Por ende, según el Señor me conceda tratarlo, escuchad atentísimamente lo que sigue por orden.
La exaltación de la cruz
2. Acerca de la lectura precedente os hablé para insinuaros cómo ha de entenderse que el Padre es veraz y el Hijo es la Verdad. Pues bien, cuando el Señor Jesús hubo dicho: «El que me envió es veraz» 1, los judíos no entendieron que les hablaba del Padre. Y les aseveró lo que hace un momento habéis oído cuando se leía: Cuando hayáis elevado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo estas cosas como me enseñó el Padre2. ¿Qué significa esto? Parece, en efecto, no haber dicho otra cosa, sino que después de su pasión iban a conocer ellos quién era. Sin duda, pues, veía allí que después de su pasión iban creer algunos que él conocía, a quienes él, preconociéndolos, con los demás santos suyos había elegido antes de la creación del mundo. Esos mismos son esos a los que encomio frecuentemente y con exhortación enfática propongo a vuestra imitación. El hecho es que, enviado de arriba el Espíritu Santo después de la pasión, resurrección y ascensión del Señor, como se hiciesen milagros en nombre de ese a quien los judíos, tras perseguirle, habían despreciado cual a un muerto, se compungieron de corazón y, quienes sañudos lo mataron, una vez mudados creyeron y creyendo bebieron la sangre que derramaron ensañándose: los tres mil y los cinco mil judíos3 que veía allí cuando decía «Cuando hayáis elevado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy», cual si dijera: «Difiero vuestro conocimiento, para cumplir mi pasión; cuando llegue vuestro turno conoceréis quién soy». No es que, de entre los que oían, todos iban a creer entonces, esto es, después de la pasión del Señor, pues poco después cuenta: «Al decir él esto, muchos creyeron en él»4, mas todavía no había sido elevado el Hijo del hombre. Por cierto, describe la elevación de la pasión, no la de la glorificación; la de la cruz, no la del cielo, porque también allí fue elevado cuando pendió en un madero; pero esa elevación fue humillación, pues entonces se hizo obediente hasta la muerte de cruz5. Era preciso que esto se cumpliese mediante las manos de aquellos que después iban a creer, a quienes dice: Cuando hayáis elevado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy. ¿Por qué esto, sino para que, respecto a cualquier fechoría de la que por desgracia sea consciente, nadie desesperase cuando veía que a quienes habían asesinado a Cristo se les perdonaba el homicidio?
Atención al error de los sabelianos
3. Porque, pues, entre aquella turba reconocía el Señor a éstos, dijo: Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy. Ya sabéis qué significa «soy»; para que cosa tan sublime no engendre hastío, no ha de repetirse asiduamente. Recordad aquello: «Yo soy el que soy» y «El que es me ha enviado»6, y reconoceréis por qué está dicho: Entonces sabréis que yo soy; pero también el Padre es y el Espíritu Santo es. A ese mismo «ser» atañe la entera Trinidad. Pero, porque el Señor hablaba como Hijo, para que por haber dicho «Entonces conoceréis que yo soy» no penetrase subrepticiamente el error de los sabelianos, esto es, de los patripasianos, sobre el cual os he recomendado no mantenerlo, sino evitarlo —a saber, el de esos que dijeron «el Padre es el mismo que el Hijo; son dos nombres, pero una única realidad»—; para evitar, pues, ese error, tras haber dicho el Señor: «Entonces conoceréis que yo soy», para que no se entendiera que él mismo es el Padre, ha añadido inmediatamente: Y por mí mismo no hago nada, sino que digo estas cosas como me enseñó el Padre. El sabeliano había comenzado ya a disfrutar, descubierta la ocasión de su error; apenas se levantó, digamos, en la oscuridad, quedó ofuscado por la luz de la afirmación siguiente. Porque ha dicho «Yo soy», habías supuesto que él era el Padre; escucha que es el Hijo: Y por mí mismo no hago nada. ¿Qué significa «Por mí mismo no hago nada? No procedo de mí mismo. El Hijo, en efecto, es Dios procedente del Padre; el Padre, en cambio, no es Dios procedente del Hijo; el Hijo es Dios de Dios; el Padre, en cambio, es Dios, pero no de Dios; el Hijo es Luz de Luz; el Padre, en cambio, es Luz, pero no de Luz; el Hijo es, pero hay uno de quien procede; el Padre, en cambio, es, pero no hay nadie de quien procede.
Pensar a Dios espiritualmente
4. Porque, pues, ha agregado: «Digo estas cosas como me enseñó el Padre», a ninguno de vosotros, hermanos míos, engañe el pensamiento carnal. En efecto, la debilidad humana no puede pensar, sino lo que acostumbra hacer u oír. No os pongáis, pues, ante los ojos, por así decirlo, a dos hombres, uno padre, hijo el otro, y al padre mientras habla al hijo, como haces tú cuando dices a tu hijo algunas palabras a fin de aconsejarle e instruirle sobre cómo ha de hablar, para que encomiende a la memoria cualesquiera cosas que te oyó y, cuando las haya encomendado a la memoria, profiera con la lengua, mediante sonidos distinga y meta en los oídos ajenos lo que ha percibido con los suyos. No penséis así, para que no fabriquéis ídolos en vuestro corazón. A propósito de esa Trinidad no penséis en una forma humana, en rasgos de miembros humanos, en una figura de la carne humana, en esos sentidos conspicuos, en la estatura y movimientos del cuerpo, en el oficio de la lengua, en las distinciones de sonidos, a no ser por lo que atañe a la forma de esclavo que asumió el Unigénito Hijo, cuando la Palabra se hizo carne para habitar entre nosotros7. Ahí no te prohíbo, humana fragilidad, pensar en lo que conoces; mejor dicho, incluso te fuerzo a ello. Si en ti está la fe verdadera, piensa que Cristo es así, pero por la Virgen María; no pienses que es así, procedente de Dios Padre. Fue bebé, creció como hombre, caminó como hombre, tuvo hambre, tuvo sed como hombre, durmió como hombre, por último padeció como hombre, fue colgado de un madero, asesinado, sepultado como hombre; en idéntica forma resucitó, en idéntica forma ha ascendido al cielo ante los ojos de los discípulos, en idéntica forma va a venir al juicio. Efectivamente, en el evangelio se ha reproducido la frase de los ángeles: Vendrá así como le visteis ir al cielo8. Cuando, pues, respecto a Cristo piensas acerca de la forma de esclavo, piensa en una efigie humana, si en ti está la fe; cuando, en cambio, piensas: «En el principio existía la Palabra y a la Palabra existía en Dios y la Palabra era Dios»9, desaparezca de tu corazón toda figuración humana, sea expulsada de tus pensamientos cualquier cosa a la que circunscribe un límite corpóreo, cualquier cosa a la que contiene un espacio de lugar o que se extiende por un volumen de cualquier tamaño; sea aniquilada de tu corazón tal ficción. Si puedes, piensa en la hermosura de la sabiduría; preséntese ante ti la belleza de la justicia. ¿Es forma? ¿Es estatura? ¿Es color? Nada de esto es y empero existe porque, si no existiera, no se la amaría ni se la loaría merecidamente ni, amada y loada, la conservarían el corazón y las costumbres. En verdad, ahora los hombres se hacen sabios; ¿en virtud de qué se harían si no existiera la sabiduría? Pues bien, oh hombre, si por tu parte no puedes ver con los ojos de carne tu sabiduría ni imaginarla con una imaginación similar a esa mediante la que se piensa en lo corporal, ¿osarás meter en la Sabiduría de Dios forma de cuerpo humano?
Cómo habla y enseña el Padre al Hijo
5. ¿Qué diremos, pues, hermanos? ¿Cómo ha hablado el Padre al Hijo, ya que el Hijo asevera: Digo estas cosas como me enseñó el Padre? ¿Le ha hablado?Cuando el Padre enseñó al Hijo ¿formó palabras como tú, cuando enseñas a tu hijo, formas palabras? ¿Cómo forma palabras para la Palabra? ¿Qué palabras abundantes se formarían para la única Palabra? ¿La Palabra del Padre tuvo, en efecto, los oídos junto a la boca del Padre? Ideas carnales son ésas, desaparezcan de vuestros corazones. De hecho, digo esto: he ahí que, si habéis entendido lo que yo he dicho, yo he hablado ciertamente, mis palabras han sonado, con los sonidos han herido vuestros oídos y, si habéis entendido, mediante el sentido de vuestro oído han llevado la frase al corazón. Suponed que algún individuo de nuestra lengua ha oído lo que he dicho, sólo ha oído y empero no ha entendido; por cuanto atañe al estrépito emitido de mi boca, el que no ha entendido ha sido hecho también partícipe de él exactamente como vosotros; ha oído este sonido, idénticas sílabas han golpeado sus oídos, pero nada han engendrado en su corazón. ¿Por qué? Por no haber entendido. Vosotros, en cambio, si habéis entendido, ¿cómo habéis entendido? Yo he producido sonidos hacia el oído; ¿acaso he encendido yo en el corazón la luz?
Si lo que he dicho es verdad y no sólo habéis oído esta verdad, sino que también la habéis comprendido, ahí han sucedido sin duda dos cosas, distinguidlas: audición e intelección. La audición ha sucedido gracias a mí: la intelección ¿gracias a quién? Yo he hablado al oído para que oyerais; ¿quién ha hablado a vuestro corazón para que entendierais? Sin duda, también alguien ha dicho algo a vuestro corazón, para que no sólo ese estrépito de las palabras hiriera vuestro oído, sino para que también algo de la verdad descendiera a vuestro corazón; alguien ha hablado también a vuestro corazón, pero no le veis; si habéis entendido, hermanos, se ha hablado también a vuestro corazón. Dádiva de Dios es la intelección. Si habéis entendido esto, ¿quién lo ha dicho en vuestro corazón? Aquel a quien un salmo dice: Dame intelección para aprender tus mandatos10.
Verbigracia, el obispo ha hablado. Alguien pregunta: «¿De qué ha hablado?». Respondes de qué ha hablado y añades: «Ha dicho la verdad». Entonces pregunta otro que no ha entendido: «¿Qué ha dicho o qué significa lo que loas?». Ambos me han oído; para ambos he hablado yo, pero sólo a uno de ellos ha hablado Dios. Si se me permite comparar lo pequeño con lo grande —porque ¿qué somos nosotros al lado de él?—; sin embargo, Dios obra en nosotros incorporal y espiritualmente no sé qué, que no es sonido que golpee el oído, ni color que los ojos distingan, ni olor que las narices capten, ni sabor que la garganta juzgue, ni dureza o blandura que se sienta tocando; sin embargo, es algo que sentirlo es fácil, explicarlo es imposible. Si, pues, como había comenzado a decir, sin sonido habla Dios en nuestros corazones, ¿cómo habla a su Hijo?
Pensad, pues, hermanos, así; pensad así en cuanto podéis, si, como he dicho, es lícito comparar de alguna manera lo pequeño con lo grande; pensad así. Incorporalmente ha hablado el Padre al Hijo, porque incorporalmente ha engendrado el Padre al Hijo. No le ha enseñado cual si hubiera engendrado a un indocto; sino que haberle enseñado es lo mismo que haberlo engendrado conocedor, y «me enseñó el Padre» es lo mismo que «el Padre me ha engendrado conocedor». En efecto, si, cosa que pocos entienden, la naturaleza de la verdad es simple, ser es para el Hijo lo mismo que conocer. Que conozca, pues, lo tiene de ese de quien tiene el hecho de que sea, no de forma que primero procediera de él y después aprendiera de él a conocer, sino que como le ha dado, engendrándolo, el hecho de que fuese, así, engendrándolo, le ha dado el hecho de que conociera, porque, como se ha dicho, ser y conocer son para la naturaleza simple de la verdad no cosas distintas, sino lo mismo.
El Padre y el Hijo siempre juntos
6. Dijo, pues, eso a los judíos y añadió: Y el que me envió está conmigo11. Esto lo había ya dicho antes, pero recuerda asiduamente una cosa importante: Me envió, y está conmigo. Si, pues, está contigo, oh Señor, no ha enviado uno al otro, sino que habéis venido ambos. Y, sin embargo, aunque ambos están juntos, uno ha sido enviado, el otro envió, porque el envío es la encarnación y esta encarnación misma es sólo del Hijo, no también del Padre. Así pues, el Padre envió al Hijo, pero no se ha retirado del Hijo, pues el Padre estaba allí a donde envió al Hijo. En efecto, ¿dónde no está El que ha hecho todo?; ¿dónde no está el que ha dicho: Yo lleno el cielo y la tierra?12 Pero ¿quizá el Padre está por doquier, mas el Hijo no está por doquier? Escucha al evangelista: En este mundo estaba, y el mundo se hizo mediante él13. Afirma, pues: El que me envió, por cuya autoridad paterna, por así decirlo, me he encarnado, está conmigo, no me dejó. ¿Por qué no me dejó? Afirma: No me dejó solo, porque yo hago siempre lo que le es agradable14. «Siempre» significa la igualdad, no desde cierto inicio y después, sino sin inicio, sin final, pues la generación de Dios no tiene inicio temporal, porque mediante el Engendrado han sido hechos los tiempos.
Arrianos en Hipona
7. Al decir él esto, muchos creyeron en él15. Ojalá, también al hablar yo, muchos que pensaban otra cosa entiendan y crean en él. En efecto, entre esta multitud algunos son tal vez arrianos. No oso sospechar que haya sabelianos, los que dicen que el Padre es el mismo que el Hijo, pues esa herejía es demasiado antigua y paulatinamente se ha desvanecido. La de los arrianos, en cambio, parece tener aún algunos movimientos, cual de cadáver que se pudre, o ciertamente, como mucho, cual de hombre que agoniza. Es preciso que de ahí sean liberados los restantes, como de allí han sido liberados muchos. Y, por cierto, esta ciudad no los tenía; pero, tras haber llegado muchos forasteros, han venido también algunos de aquéllos. He ahí que, al decir esto el Señor, muchos judíos creyeron en él; he ahí que, al hablar también yo, los arrianos han de creer no en mí, sino conmigo.
La fe, raíz humilde de la visión
8. Decía, pues, el Señor a esos judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra16. Permaneciereis precisamente por haber sido iniciados, por haber comenzado también a estar allí. Si permaneciereis, esto es, en la fe que ha comenzado a haber en vosotros que creéis, ¿a dónde llegaréis? Mira qué inicio, a dónde conduce. Has amado el cimiento, atiende al remate y desde esa bajura busca otra altura. La fe, en efecto, implica bajura; el conocimiento, la inmortalidad y la eternidad implican no bajura, sino altura; erguimiento, ningún desfallecimiento, estabilidad eterna; ningún ataque venido del enemigo, ningún temor de desfallecer. Grande es lo que comienza por la fe; pero se lo desprecia. En un edificio, los imperitos suelen también despreciar el cimiento. Se hace una zanja profunda, en desorden se echan piedras de cualquier modo, allí no aparece ningún pulimento, ninguna belleza, como en la raíz de un árbol tampoco aparece belleza alguna; sin embargo, de la raíz ha surgido todo lo que en el árbol te deleita. Pero ves la raíz y no te deleitas; ves el árbol y te admiras. Tonto, lo que admiras ha surgido precisamente de eso con que no te deleitas. Parece poca cosa la fe de los creyentes, no tienes balanza para pesarla. Oye, pues, a dónde llega y ve cuán grande es, como dice también el Señor mismo en otro lugar: Si tuvierais fe como un grano de mostaza17. ¿Qué hay más insignificante, qué más enérgico? ¿Qué más diminuto, qué más ardiente? También vosotros, pues, asevera, si permaneciereis en mi palabra, en la que habéis creído, ¿a dónde seréis conducidos? Seréis verdaderamente discípulos míos. Y ¿de qué nos sirve? Y conoceréis la verdad18.
¿Buscas el premio? Precedan las obras
9. ¿Qué promete a los que crean, hermanos? Y conoceréis la verdad. Pues qué, ¿no la habían conocido cuando el Señor hablaba? Si no la habían conocido, ¿cómo creyeron? No creyeron porque la conocieron, sino que creyeron para conocerla, pues creemos para conocer, no conocemos para creer, ya que ni ojo vio ni oído oyó ni a corazón de hombre ascendió19 lo que vamos a conocer, pues ¿qué es la fe, sino creer lo que no ves? La fe, pues, es creer lo que no ves; la verdad, ver lo que has creído, como él mismo asevera en cierto lugar. Por eso, el Señor caminó antaño por la tierra para provocar la fe. Era hombre, se había hecho de condición baja, todos le veían, pero no todos le conocían: muchos lo rechazaban, la turba lo asesinaba, pocos se dolían por él; pero, en todo caso, ni quienes se dolían por él lo reconocían aún como era. Todo esto es, por así decirlo, el inicio de los lineamentos de la fe y del edificio futuro. En atención a esto, el Señor mismo asevera en cierto lugar: Quien me quiere, custodia mis mandatos; y quien me quiere, será querido por mi Padre, y yo le querré y a mí mismo me mostraré a él20. Evidentemente, quienes le oían, le veían ya; sin embargo, prometía que si le querían habían de verlo.
Así también aquí: Conoceréis la verdad. «Pues qué, ¿lo que has dicho no es la verdad?». Es la verdad; pero aún es creída, todavía no se ve. Si uno permanece en eso que es creído, llegará a esto que se verá. Por ende, este mismo santo evangelista Juan afirma en una carta suya: Queridísimos, hijos de Dios somos, pero aún no ha aparecido qué seremos.Somos ya algo y seremos algo. ¿Qué seremos más de lo que somos? Escucha: Aún no ha aparecido qué seremos; sabemos que cuando haya aparecido, seremos similares a él. ¿Por qué? Porque le veremos como es21. ¡Gran promesa! Pero es el pago de la fe. Buscas el pago, preceda la obra. Si crees, exige el pago de la fe; si, en cambio, no crees, ¿con qué cara buscas el pago de la fe?. Si, pues, permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente discípulos míos de forma que contempléis la Verdad misma como es; no mediante palabras que suenan, sino mediante una luz esplendorosa, cuando ésta nos haya saciado, porque se lee en un salmo: Marcada está sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor22. Moneda de Dios somos, hemos errado rodando como dinero al separarse del tesoro. El error ha desgastado lo que en nosotros había sido impreso; viene quien reforme porque él mismo había formado; también él busca su dinero, como el César busca su dinero; por eso asevera: Devolved al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios23; al César los dineros; a Dios, vosotros mismos. Entonces, pues, se expresará en nosotros la Verdad.
Amad conmigo
10. ¿Qué diré a Vuestra Caridad? ¡Oh, si el corazón estuviese suspirando de algún modo por aquella inefable gloria! ¡Oh, si sintiéramos entre gemidos nuestro destierro y no amáramos el mundo y perpetuamente aldabeáramos con sentimiento piadoso a la puerta del que nos ha llamado! El deseo es el seno del corazón; cogeremos, si ensanchamos el deseo cuanto podamos. Esto hace con nosotros la Divina Escritura, esto la congregación de las muchedumbres, esto la celebración de los sacramentos, esto el santo bautismo, esto los cánticos de loa a Dios, esto la misma explicación mía: que este deseo no sólo sea sembrado y germine, sino también que se aumente hasta la medida de tanta capacidad, que sea idóneo para tomar lo que ojo no vio ni oído oyó ni a corazón de hombre ascendió.
Pero amad conmigo. No ama mucho el dinero quien ama a Dios. También yo he halagado la debilidad, no he osado decir «No ama el dinero», sino «No ama mucho el dinero», como si hubiera que amarlo, pero no mucho. ¡Oh, si amamos a Dios dignamente, no amaremos en absoluto los dineros! El dinero te será bagaje para el exilio, no incentivo de la codicia; has de usarlo según la necesidad, no disfrutarlo para deleite. Ama a Dios, si lo que oyes y alabas ha obrado en ti algo. Usa el mundo, no te cace el mundo. Porque has entrado, estás de viaje; has venido para salir, no para quedarte; estás de viaje, posada es esta vida. Usa el dinero como el viandante usa en la posada la mesa, el vaso, el jarro, un camastro: para dejarlos, no para quedarse. Si fuereis así, erguid el corazón quienes podéis y escuchadme; si sois así, llegaréis a sus promesas, pues esto no es mucho para vosotros, porque es generosa la mano de ese que os ha llamado. Nos ha llamado, sea invocado; dígasele: «Nos has llamado, te invocamos; he ahí que te hemos oído llamar, óyenos invocar; condúcenos adonde has prometido, acaba lo que has comenzado; no abandones tus dádivas, no abandones tu campo; tus frutos entren al granero». Abundan en el mundo las tentaciones, pero mayor es quien ha hecho el mundo; abundan las tentaciones, pero no falla quien pone la esperanza en aquel en quien no hay ningún fallo.
La verdad os hará libres
11. Os he hecho, hermanos, esas exhortaciones a propósito de esto: que la libertad de que habla nuestro Señor Jesucristo no es de este tiempo. Ved qué ha agregado: Seréis verdaderamente discípulos míos y conoceréis la verdad y la verdad os librará24. ¿Qué significa «os librará»? Os hará libres. Por eso, los judíos carnales y que juzgaban según la carne, no estos que habían creído, sino los que había entre la turba que no creían, supusieron que se les había hecho una injuria porque les dijo: La verdad os librará. Se indignaron por haber sido ellos caracterizados como esclavos. Mas eran verdaderamente esclavos. Y les expone cuál es la esclavitud y cuál es la libertad futura que él mismo promete. Pero es demasiado largo examinar hoy esta libertad y aquella esclavitud.