TRATADO 39

Comentario a Jn 8,26-27, predicado en Hipona en septiembre de 414

Traductor: José Anoz Gutiérrez

Yo soy el Principio

1. Las palabras de nuestro Señor Jesucristo que, al regular él su lenguaje de modo que los ciegos no viesen y los fieles abrieran los ojos, tuvo con los judíos, las cuales hoy se han leído públicamente del santo evangelio, son éstas: «Decían, pues, los judíos: “Tú ¿quién eres?”»1, porque antes había dicho el Señor: Si no creyereis que yo soy, moriréis en vuestros pecados2. A esto, pues, como si buscasen conocer en quién debían creer para no morir en su pecado, ellos replicaron: Tú ¿quién eres? A quienes dijeron «Tú ¿quién eres?», respondió y aseveró: El Principio, porque hasta os hablo3. Si el Señor dijo que él es el Principio, puede preguntarse si el Padre es también el Principio. En efecto, si el Hijo, que tiene Padre, es el Principio, ¿cuánto más fácilmente ha de entenderse que es el Principio Dios Padre, quien tiene ciertamente un hijo para el que es padre, pero no tiene de quién proceda? Efectivamente, el Hijo es Hijo del Padre, y el Padre es evidentemente Padre del Hijo; pero Dios de Dios se llama al Hijo, Luz de Luz se llama al Hijo; Luz se llama al Padre, pero no de Luz; Dios se llama al Padre, pero no de Dios. Si, pues, el Dios de Dios y la Luz de Luz es el Principio, cuánto más fácilmente se entiende como Principio la Luz de que procede la Luz y el Dios de quien procede Dios. Así pues, carísimos, parece absurdo que llamemos Principio al Hijo y no llamemos Principio al Padre.

Un solo Principio y un solo Dios

2. Pero ¿qué haremos? ¿Acaso habrá dos principios? Ha de evitarse decir esto. ¿Qué decir, pues? Si el Padre es el Principio y el Hijo es el Principio, ¿cómo no hay dos principios? Como llamamos Dios al Padre y Dios al Hijo, y empero no decimos que hay dos dioses. Sacrílego es, en efecto, decir que hay dos dioses, sacrílego es decir que hay tres dioses; y empero quien es el Padre no es el Hijo; quien es el Hijo no es el Padre; por otra parte, el Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo, no es el Padre ni el Hijo. Aunque, pues, según los oídos católicos han sido instruidos en el seno de la Madre Iglesia, el que es el Padre no es el Hijo, ni el que es el Hijo es el Padre, ni el Espíritu Santo del Padre y del Hijo es ni el Hijo ni el Padre, sin embargo, no decimos que hay tres dioses, aunque, si se pregunta por cada uno de ellos, es necesario que, respecto a cualquiera sobre el que se nos interrogue, confesemos que es Dios.

Sólo la fe puede guiarnos en la Trinidad

3. Mas eso parece absurdo a los hombres, que atribuyen lo habitual a lo insólito, lo visible a lo invisible, al comparar la criatura con el Creador. En efecto, a veces los infieles nos interrogan y dicen: «¿Llamáis Dios al que llamáis Padre?» Respondemos: «Dios». ¿Llamáis Dios al que llamáis Hijo?». Respondemos: «Dios». ¿Llamáis Dios al que llamáis Espíritu Santo?» Respondemos: «Dios». «¿El Padre, pues», replican, «y el Hijo y el Espíritu Santo son tres dioses?» Respondemos: «No». Se turban porque no están iluminados; tienen cerrado el corazón porque no tienen la llave de la fe. Nosotros, pues, hermanos, al preceder la fe, que sana el ojo de nuestro corazón, sin oscuridad captemos lo que entendemos; sin duda creamos lo que no entendemos; para llegar al culmen de la perfección, no nos retiremos del fundamento de la fe. El Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios, y, sin embargo, el Padre no es quien es el Hijo, ni el Hijo quien es el Padre, ni el Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo, es o el Padre o el Hijo. La Trinidad es un único Dios; la Trinidad es una única eternidad, una única potestad, una única majestad. Tres, pero no dioses. No me responda un acusador de mala fe: «Tres, pues, ¿qué? En efecto, si son tres», asevera, «es preciso que me digas tres ¿qué?» Respondo: «El Padre y el Hijo y el Espíritu Santo». «He ahí», afirma, «que has nombrado a tres; pero explica tres ¿qué?» «Más bien, numera tú, porque yo completo tres cuando digo Padre e Hijo y Espíritu Santo. En efecto, esto que el Padre es respecto a sí, es Dios; lo que es respecto al Hijo, es Padre; lo que el Hijo es respecto a sí mismo, es Dios; lo que es respecto al Padre, es Hijo».

El número y la Trinidad

4. Eso que digo podéis reconocerlo por semejanzas cotidianas: un hombre y otro hombre. En la hipótesis de que aquél sea el padre, éste el hijo, lo que es en cuanto hombre, lo es respecto a sí mismo; lo que es en cuanto padre, lo es respecto al hijo; también el hijo, lo que es en cuanto hombre, lo es respecto a sí mismo; en cambio, lo que es en cuanto hijo, lo es respecto al padre. Efectivamente, «padre» es nombre dicho respecto a algo; también «hijo» se dice respecto a algo; pero ésos son dos hombres. Por otra parte, sin duda, Dios Padre es Padre respecto a algo, esto es, respecto al Hijo; y Dios Hijo es Hijo respecto a algo, esto es, respecto al Padre; pero éstos no son dos dioses, como aquéllos son dos hombres. ¿Por qué esto no es así ahí? Porque aquello es una cosa; esto, en cambio, es otra, pues ella es la divinidad. Hay ahí algo inefable que las palabras no pueden explicar: que hay número y no hay número. En efecto, ved si, por así decirlo, no aparece el número: el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, la Trinidad. Si son tres, tres ¿qué? Falta el número. Así, Dios ni se retira del número ni un número lo abarca. Porque son tres, hay número, por así decirlo; si preguntas «tres ¿qué?» no hay número. Por ende está dicho: Grande es nuestro Señor y grande su fuerza, y su sabiduría no tiene número4. Cuando hayas comenzado a pensar, empiezas a numerar; cuando hayas numerado, no puedes responder qué has numerado. El Padre es el Padre; el Hijo es el Hijo; el Espíritu Santo es el Espíritu Santo; ¿qué son esos tres, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo? ¿No tres dioses? No. ¿No tres omnipotentes? No. ¿No tres creadores del mundo? No. ¿Omnipotente es, pues, el Padre? Exactamente, omnipotente. Y el Hijo ¿no es, pues, omnipotente? Exactamente, también el Hijo es omnipotente. Y el Espíritu Santo ¿no es, pues, omnipotente? También él es omnipotente. ¿Hay, pues, tres omnipotentes? No; sino un único omnipotente. Insinúan un número por esto solo que son recíprocamente, no por lo que son respecto a sí. En efecto, porque respecto a sí Dios Padre es Dios a una con el Hijo y el Espíritu Santo, no hay tres dioses; porque respecto a sí es omnipotente a una con el Hijo y el Espíritu Santo, no hay tres omnipotentes; en cambio, porque el Padre lo es no respecto a sí sino respecto al Hijo, y el Hijo lo es no respecto a sí sino respecto al Padre, y el Espíritu no lo es respecto a sí, pues se le llama Espíritu del Padre y del Hijo, no hay a qué llame yo tres, sino al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, único Dios, único omnipotente. Único Principio, pues.

La caridad y la unidad trinitarias

5. De las Santas Escrituras recibid algo a partir de lo cual captéis de alguna manera esto que se dice. Después que nuestro Señor Jesucristo hubo resucitado y, cuando quiso, hubo ascendido al cielo, pasados allí diez días, de ahí envió el Espíritu Santo, llenos del cual, quienes estaban presentes en un único aposento, comenzaron a hablar en las lenguas de todas las gentes5. Espantados por el milagro los asesinos del Señor, se dolieron compungidos, por haberse dolido fueron cambiados, una vez cambiados creyeron: al cuerpo del Señor, esto es, al número de los fieles se sumaron tres mil hombres. Asimismo, hecho otro cierto milagro, se sumaron otros cinco mil. Resultó una única plebe no pequeña, en que todos, recibido el Espíritu Santo que encendió el amor espiritual, reducidos a la unidad por la caridad misma y el hervor del Espíritu, en esa misma unidad social comenzaron a vender todo lo que tenían y a poner a los pies de los apóstoles los importes, para que a cada uno se distribuyera como cada cual tenía necesidad ellos dice la Escritura esto: que en Dios tenían una sola alma y corazón6.

Atended, pues, hermanos, y por lo dicho reconoced el misterio de la Trinidad, cómo decimos: existe el Padre, existe el Hijo y existe el Espíritu Santo, y empero existe un único Dios. He ahí que aquéllos eran tantos miles y había un solo corazón; he ahí que eran tantos miles y había una sola alma. Pero ¿dónde? En Dios. ¡Cuánto más Dios mismo! ¿Acaso yerro en la palabra cuando digo que dos hombres son dos almas, o tres hombres tres almas, o muchos hombres muchas almas? Hablo de modo recto, evidentemente. Acérquense a Dios: una sola es el alma de todos. Si, por haberse acercado a Dios, muchas almas son una sola alma por la caridad y muchos corazones un solo corazón, en el Padre y el Hijo ¿qué hace la Fuente misma de la caridad? ¿Acaso ahí la Trinidad no es más un solo Dios? Efectivamente, de ahí nos viene la caridad, del Espíritu Santo mismo, como dice el Apóstol: La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que nos ha sido dado7. Si, pues, la caridad de Dios derramada en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que nos ha sido dado hace de muchas almas una sola alma y de muchos corazones hace un solo corazón, ¿cuánto más el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo serán un solo Dios, una sola Luz y un solo Principio?

Nos habla el que es el Principio

6. Oigamos, pues, al Principio que nos habla. Afirma: Mucho tengo que hablar y juzgar de vosotros8. Recordáis que aseveró: Yo no juzgo a nadie9; he ahí que ahora mismo dice: Mucho tengo que hablar y juzgar de vosotros. Pero una cosa es «no juzgo»; otra, «tengo que juzgar». Respecto al presente dijo «no juzgo», pues había venido a salvar al mundo, no a juzgar al mundo10; en cambio, porque dice: «Mucho tengo que hablar y juzgar de vosotros», se refiere al juicio futuro. En efecto, ha ascendido precisamente para venir a juzgar a vivos y muertos. Nadie juzgará más justamente que quien injustamente fue juzgado. Afirma: Mucho tengo que hablar y juzgar de vosotros; pero el que me envió es veraz. Ved cómo da gloria al Padre el Hijo igual. Efectivamente, nos muestra un ejemplo y como que habla en nuestros corazones: Oh hombre fiel —te dice el Señor, tu Dios—, si escuchas mi evangelio, donde yo, que en el principio soy la Palabra, Dios en Dios, igual al Padre, coeterno con el Engendrador, doy gloria a ese cuyo Hijo soy, ¿cómo tú eres soberbio contra ese cuyo siervo eres?

El Verdadero y la Verdad

7. Afirma: «Mucho tengo que hablar y juzgar de vosotros; pero el que me envió es veraz», como si dijera: juzgo con verdad precisamente porque, Hijo del Veraz, soy la Verdad. El Padre es el Veraz; el Hijo, la Verdad; ¿qué suponemos que es más importante? Pensemos, si podemos, qué es más importante, el Veraz o la Verdad. Preguntemos por ciertas cosas. ¿Es más un hombre piadoso, o la piedad? Pero la piedad misma es más, pues el piadoso lo es por la piedad, no la piedad por el piadoso. Puede, en efecto, existir la piedad, aunque el que era piadoso se ha hecho impío. Este mismo ha perdido la piedad, a la piedad nada ha quitado. Asimismo uno bello y la belleza, ¿qué? Más es la belleza que el bello, pues la belleza hace bello; no hace el bello a la belleza. ¿Uno casto y la castidad? Simple y llanamente, la castidad es más que el casto. En efecto, si la castidad no existiera, ése no tendría en virtud de qué ser casto; si, en cambio, no quisiere ser casto, la castidad persevera íntegra. Si, pues, la piedad es más que el piadoso, la belleza más que el bello, la castidad más que el casto, ¿acaso vamos a decir que la Verdad es más que el Veraz? Si lo dijéremos, comenzaríamos a decir que el Hijo es mayor que el Padre. En efecto, el Señor en persona asevera clarísimamente: «Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida»11; si, pues, el Hijo es la Verdad, el Padre qué es sino lo que asevera la Verdad misma: El que me envió es veraz? El Hijo es la Verdad; el Padre, el Veraz. Pregunto qué es más, pero hallo igualdad, pues el veraz Padre es veraz no por esa Verdad una porción de la cual tomó, sino por esa a la que ha engendrado entera.

Dios, fuente de la verdad y del bien

8. Veo que hay que hablar más claramente. Y para no reteneros más tiempo, hoy se explicará al menos hasta aquí; cuando con la ayuda de Dios haya yo terminado lo que quiero decir, se acabará el sermón. He dicho esto precisamente para hacer que estéis atentos. Toda alma, por ser cosa mudable y, aunque criatura grandiosa, criatura empero; aunque mejor que el cuerpo, hecha empero; toda alma, pues, por ser mudable —esto es, a veces cree, a veces no cree, a veces quiere, a veces no quiere, a veces es adúltera, a veces casta, a veces buena, a veces mala— es mudable; Dios, en cambio, es esto que él es; por eso, como propio ha conservado para sí el nombre «Yo soy el que soy»12. Esto es el Hijo, pues dice: Si no creyereis que yo soy; con esto tiene también que ver: Tú ¿quién eres?13 El Principio. Por tanto, Dios es inconmutable; el alma, mudable. Cuando de Dios toma el alma aquello en virtud de lo cual es buena, participando es hecha buena, como participando ve tu ojo, ya que no ve, sustraída la luz hecho partícipe de la cual ve. Porque, pues, el alma es hecha buena participando, si, mudada, comenzare a ser mala, permanece la bondad cuya partícipe era buena. En efecto, fue hecha partícipe de cierta bondad cuando era buena; mudada ella a peor, la bondad permanece íntegra. Si el alma se retira y deviene mala, la bondad no merma; si regresa y deviene buena, la bondad no crece. Tu ojo se ha hecho partícipe de esta luz y ves. ¿Está cerrado? No has mermado esta luz. ¿Está abierto? No has aumentado esta luz.

Puesta esta comparación, hermanos, entended que, si el alma es piadosa, en Dios está la piedad cuya partícipe deviene el alma; si el alma es casta, en Dios está la castidad cuya partícipe es el alma; si el alma es buena, en Dios está la bondad cuya partícipe es el alma; si el alma es veraz, en Dios está la verdad cuya partícipe es el alma; si el alma no fuere partícipe de ella, todo hombre es mendaz14; si todo hombre es mendaz, ningún hombre es de suyo veraz. En cambio, el veraz Padre es por sí mismo veraz por haber engendrado a la Verdad. Una cosa es «ese hombre es veraz por haber percibido la verdad»; otra es «Dios es veraz por haber engendrado a la Verdad». He ahí cómo Dios es veraz: no participando en la verdad, sino engendrándola. Veo que habéis entendido y me alegro. Básteos hoy. Cuando al Señor plazca, expondré lo demás, según me lo conceda.