TRATADO 38

Comentario a Jn 8,21-25, predicado en Hipona en septiembre de 414

Traductor: José Anoz Gutiérrez

Conexión con el sermón anterior

1. La lectura del santo evangelio que precedió a la hodierna había concluido así: que en el gazofilacio, cuando enseñaba, el Señor pronunció lo que quiso y que habéis oído; y nadie lo detuvo, porque aún no había llegado su hora1. Sobre esto se expuso en el día del Señor lo que ese mismo se dignó dar. Para que ninguna impiedad osase sospechar descaradamente que Cristo estaba bajo el poder de alguna necesidad fatal, notifiqué a Vuestra Caridad por qué está dicho: Aún no había llegado su hora. De hecho, aún no había llegado la hora en que, conforme a su plan, según lo que se predijo de él, no lo forzasen a morir contra su voluntad, sino que lo asesinasen, presto como a ello estaba.

Dos formas de buscar a Jesús

2. Pues bien, sobre su pasión misma, que dependía no de su fatalidad sino de su potestad, ha hablado ahora mismo a los judíos, al decir: «Yo me voy», pues para Cristo el Señor la muerte fue la partida hacia el lugar de donde había venido y de donde no se había alejado. Yo me voy, afirma, y me buscaréis2 no con deseo, sino con odio. En realidad, tras haberse ocultado de las miradas de los hombres, le buscaron quienes le odiaban y quienes le amaban; unos persiguiéndole, otros ansiando tenerlo. En Salmos, el Señor mismo asevera mediante un profeta: «No tengo a dónde huir y no hay quien reclame mi vida»3; y de nuevo asevera en otro lugar, en un salmo: Sean avergonzados y teman quienes reclaman mi vida4. Culpó a quienes no la reclamaban, condenó a quienes la reclamaban. Efectivamente, es un mal no buscar la vida de Cristo, pero como la buscaron los discípulos; y es un mal buscar la vida de Cristo, pero como la buscaron los judíos; aquéllos, en efecto, para tenerla; éstos, para eliminarla. Por consiguiente, porque ésos la buscaban así, según la costumbre mala, con corazón perverso, ¿qué ha añadido a continuación? Me buscaréis, mas, para que no supongáis que me buscáis bien, en vuestro pecado moriréis5 es esto, morir en su pecado; es esto, odiar al único mediante el que podría uno ser salvo. En efecto, siendo así que los hombres cuya esperanza está en Dios no deben pagar mal ni siquiera por males, ésos pagaban males por bienes. El Señor, pues, previamente conocedor de que morirían en su pecado, les ha prenunciado y dicho la sentencia. Después añade: Adonde yo voy, vosotros no podéis venir6. También a los discípulos dijo en otro lugar esto; no les dijo empero: Moriréis en vuestro pecado. Más bien, ¿qué les dijo? Lo que a éstos: Adonde yo voy, vosotros no podéis venir. No quitó la esperanza, sino que predijo una dilación. Efectivamente, cuando el Señor decía esto a los discípulos, no podían venir entonces adonde él iba, pero iban a venir después; nunca, en cambio, esos a quienes, previamente conocedor, dijo: Moriréis en vuestro pecado.

Adonde yo voy, vosotros no podéis venir

3. Pues bien, oídas estas palabras como suelen oír quienes piensan en lo carnal y juzgan según la carne y oyen y entienden todo carnalmente, dijeron: ¿Acaso se matará a sí mismo, porque ha dicho «Adonde yo voy, vosotros no podéis venir»7? Palabras necias y absolutamente llenas de insensatez. ¿Pues qué, si se mataba a sí mismo, no podían venir adonde él se hubiese marchado? ¿Acaso esos mismos no iban a morir? ¿Qué significa, pues: ¿Acaso se matará a sí mismo, porque ha dicho «Adonde yo voy, vosotros no podéis venir»? Si hablaba de la muerte del hombre, ¿qué hombre no muere? Ha dicho, pues, adonde yo voy: no cuando uno va a la muerte, sino adonde él iba tras la muerte. Así pues, ellos, al no entender, respondieron eso.

Yo soy de arriba

4. ¿Y qué responde el Señor a quienes gustaban de la tierra? Y les decía: Vosotros sois de abajo. Gustáis de la tierra precisamente porque, como las serpientes, coméis tierra. ¿Qué significa «coméis tierra»? Os nutrís de lo terreno, os deleitáis en lo terreno, estáis ansiosos de lo terreno, no tenéis arriba el corazón. Vosotros sois de abajo, yo soy de las alturas. Vosotros sois del mundo este, yo no soy de este mundo8. Efectivamente, ¿cómo aquel mediante quien, se hizo el mundo era del mundo? Después del mundo todos son del mundo, porque primeramente existe el mundo y así el hombre es del mundo; ahora bien, primeramente existe Cristo, después el mundo, porque Cristo existe antes que el mundo, antes de Cristo nada porque en el principio existía la Palabra; todo se hizo mediante ella9. Así, él era, pues, de las alturas. ¿De qué alturas? ¿Del aire? Ni pensarlo: aun las aves revolotean allí. ¿Del cielo que vemos? Ni pensar tampoco esto: allí giran las estrellas, el sol y la luna. ¿De los ángeles? Tampoco entendáis esto; aun los ángeles han sido hechos mediante quien todo se hizo. ¿De qué alturas, pues, es Cristo? Del Padre en persona. Nada hay más alto que ese Dios que ha engendrado a la Palabra igual a sí, coeterna consigo, unigénita, sin tiempo, mediante el cual crearía los tiempos. Que Cristo es de las alturas entiéndelo, pues, de modo que con tu pensamiento sobrepases todo lo que se hizo criatura, todo cuerpo, todo espíritu creado, toda realidad mudable de alguna manera; sobrepasa todo entero, como lo sobrepasó Juan, hasta llegar a en el principio existía la Palabra y la Palabra existía en Dios y la Palabra era Dios10.

Vosotros sois de este mundo

5. Afirma, pues: Yo soy de arriba. Vosotros sois del mundo este; yo no soy de este mundo. Os dije, pues, que moriréis en vuestros pecados11. Nos ha expuesto, hermanos, qué quería que se entendiera por «Vosotros sois de este mundo». En efecto, «Vosotros sois de este mundo» lo ha dicho precisamente porque eran pecadores, porque eran inicuos, porque eran incrédulos, porque gustaban de lo terreno. De hecho, ¿qué os parece de los apóstoles santos?. ¿Cuánta diferencia había entre los judíos y los apóstoles? Cuánta entre las tinieblas y la luz, cuánta entre fe e incredulidad, cuánta entre piedad e impiedad, cuánta entre esperanza y desesperación, cuánta entre caridad y codicia; había, pues, mucha diferencia. ¿Qué, pues? Porque había tanta diferencia, ¿no eran del mundo los apóstoles? Si piensas en cómo nacieron y de dónde habían venido, eran de este mundo porque todos habían venido de Adán. Pero ¿qué les asegura el Señor mismo? Yo os elegí de entre el mundo12. Quienes, pues, eran del mundo, fueron hechos no del mundo y comenzaron a pertenecer a ese mediante quien se hizo el mundo. En cambio, continuaron siendo del mundo esos a quienes está dicho: Moriréis en vuestros pecados.

Vivir en pecado y morir en pecado

6. Nadie, pues, hermanos, diga: «No soy de este mundo». Tú, cualquiera que eres un hombre, de este mundo eres; pero ha venido a ti quien hizo el mundo, y te ha librado de este mundo. Si te deleita el mundo, quieres ser siempre inmundo; si, en cambio, no te deleita este mundo, ya estás tú limpio. Sin embargo, si por alguna debilidad te deleita aún el mundo, habite en ti quien limpia, y estarás limpio. Si, en cambio, estuvieres limpio, no permanecerás en el mundo ni oirás lo que oyeron los judíos: Moriréis en vuestros pecados. De hecho, todos hemos nacido con pecado; viviendo, todos hemos añadido a la situación en que habíamos nacido, y nos hemos hecho más del mundo que cuando nacimos de nuestros padres. Y ¿dónde estaríamos si no hubiera venido a aniquilar todo pecado quien en absoluto no tenía pecado?. Porque los judíos no creían en él, oyeron merecidamente: «Moriréis en vuestros pecados porque, quienes habéis nacido con pecado, de ningún modo habéis podido no tener pecado; pero en todo caso», afirma, «si creyereis en mí, habéis nacido ciertamente con pecado, pero no vais a morir en vuestro pecado». La entera infelicidad de los judíos era, pues, esta misma: no el tener pecado, sino morir en los pecados. Esto es lo que debe evitar todo cristiano; en atención a esto se corre al bautismo; en atención a esto, quienes por enfermedad u otra razón peligran, desean que se les socorra; también en atención a esto, al pequeñín de pecho la madre lo lleva en piadosas manos a la Iglesia, no sea que fallezca sin bautismo y muera en el pecado en que nació. ¡Infelicísima condición, mísera suerte la de esos que de boca verídica han oído: En vuestros pecados moriréis.

No hay lugar para la desesperación

7. Sin embargo, expone por qué les sucede esto: Pues si no creyereis que yo soy, moriréis en vuestros pecados13. Creo, hermanos, que entre la multitud que escuchaba al Señor estaban también esos que iban a creer. Ahora bien, por así decirlo, aquella severísima sentencia, en vuestro pecado moriréis, se había presentado contra todos y, por esto, incluso a quienes iban a creer se les había quitado la esperanza; unos se enfurecían, otros temían o, mejor dicho, no temían, sino que desesperaban ya. Los ha hecho volver a la esperanza pues ha añadido: Si no creyereis que yo soy, moriréis en vuestros pecados. Si, pues, creyereis que yo soy, no moriréis en vuestros pecados. Se ha devuelto la esperanza a los desesperados, se ha procurado a los dormidos un estímulo, en los corazones se han despertado; por eso creyeron muchísimos, como atestigua lo siguiente del evangelio mismo. Efectivamente, allí había miembros de Cristo que todavía no se habían adherido al cuerpo de Cristo; aun en el pueblo por el que fue crucificado, por el que en el madero fue colgado, por el que fue ridiculizado mientras colgaba, por el que fue herido con una lanza, por el que fue abrevado con hiel y vinagre, del cual provienen los miembros de Cristo a favor de los cuales dijo: Padre, perdónalos, porque desconocen qué hacen14. Ahora bien, ¿qué no se perdona a un convertido, si se perdona el que la sangre de Cristo haya sido derramada? ¿Qué homicida desesperará, si fue devuelto a la esperanza incluso quien asesinó a Cristo? Por eso creyeron muchos; se les donó la sangre de Cristo para que, en vez de quedar convictos como reos de haberla derramado, la bebieran para ser por ella liberados. ¿Quién desesperará? No te asombres tampoco de que en la cruz fuese salvado un asesino, poquito antes homicida, poquito después acusado, convicto, condenado, colgado, liberado15. Convicto allí donde condenado; pero liberado allí donde cambiado. Entre este pueblo, pues, al que el Señor hablaba, había quienes iban a morir en su pecado; también había quienes iban a creer en ese mismo que hablaba, y a ser liberados de todo pecado.

El misterio de «Yo soy»

8. Atiende empero a lo que asevera el Señor Cristo: Si no creyereis que yo soy, moriréis en vuestros pecados. ¿Qué significa: Si no creyereis que yo soy? Yo soy ¿qué? Nada ha añadido; y, porque nada ha añadido, es mucho lo que ha hecho valer. Efectivamente, se aguardaba que dijese qué era; sin embargo, no lo ha dicho. ¿Qué se aguardaba que dijese? Quizá: «Si no creyereis que yo soy el Mesías; si no creyereis que yo soy el Hijo de Dios; si no creyereis que yo soy la Palabra del Padre; si no creyereis que yo soy el Fundador del mundo; si no creyereis que yo soy el Formador y Reformador, el Creador y Recreador, el Autor y Restaurador del hombre; si no creyereis que yo soy esto, moriréis en vuestros pecados». Eso mismo que asevera, Yo soy, es mucho, porque también Dios había dicho así a Moisés: Yo soy el que soy. ¿Quién explicará dignamente qué significa «soy»? Por medio de su ángel enviaba Dios a su siervo Moisés a liberar de Egipto a su pueblo —habéis leído y sabéis lo que habéis oído; os lo recuerdo empero—; enviaba a uno que temblaba, se excusaba, pero obedecía. Como, pues, se excusase, preguntó a Dios, respecto al cual entendía que hablaba en el ángel: «Si el pueblo me dijere “Y quién es el Dios que te ha enviado”, ¿qué les diré?» Y el Señor a él: «Yo soy el que soy», y repitió: Dirás a los hijos de Israel: «El que es me ha enviado a vosotros». Tampoco allí asevera «yo soy Dios» o «yo soy el constructor del mundo» o «yo soy el creador de todas las cosas» o «yo soy el propagador del pueblo que va a ser liberado», sino esto sólo: Yo soy el que soy; y dirás a los hijos de Israel «El que es». No añadió «el que es vuestro Dios, el que es Dios de vuestros padres», sino que dijo sólo esto: El que es me ha enviado a vosotros. Quizá era mucho aun para Moisés mismo, como es mucho también para nosotros y mucho más para nosotros, entender lo que está dicho: Yo soy el que soy, y El que es me ha enviado a vosotros. Y, si quizá Moisés captaba, ¿cuándo captarían esos a quienes era enviado? Difirió, pues, el Señor lo que el hombre no podía captar, y añadió lo que podía captar; en efecto, agregó y aseveró: Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob16. Esto puedes captarlo; en cuanto a Yo soy el que soy, ¿qué mente puede captarlo?

Preguntar al Señor

9. Nosotros, pues, ¿qué? ¿Osaremos decir algo acerca de esto que está dicho: «Yo soy el que soy» o, más bien, acerca de esto que habéis oído al Señor decir: Si no creyereis que yo soy, moriréis en vuestros pecados? Con estas facultades mías tan chiquitas y casi nulas oso disertar, ¿no es así?, sobre qué significa lo que asevera el Señor Cristo: Si no creyereis que yo soy. ¿Osaré interrogar al Señor mismo? Oídme interrogar más bien que disertar, buscar más bien que presumir, aprender más bien que enseñar, y ciertamente en mí o por medio de mí interrogad también vosotros. También el Señor mismo, que está por doquier, está aquí presente: escuche el sentimiento de interrogar y otorgue el efecto de entender. De hecho yo, aun si quizá capto algo, ¿con qué palabras puedo llevar a vuestros corazones lo que capto? ¿Qué sonido bastará? ¿Qué elocuencia, qué fuerzas para entender, qué facultad de proferir serán suficientes?

El ser de Dios y el ser de las criaturas

10. Hablaré, pues, a nuestro Señor Jesucristo; hablaré y que me escuche. Creo que está presente, no lo dudo en absoluto, pues él en persona ha dicho: He ahí que yo estoy con vosotros hasta la consumación del mundo17. Oh Señor, Dios nuestro, ¿qué significa lo que has aseverado: Si no creyereis que yo soy? En efecto, de estas cosas que has hecho, ¿cuál no es? ¿Acaso el cielo no es? ¿Acaso la tierra no es? ¿Acaso no son las cosas que hay en cielo y tierra? ¿Acaso el hombre mismo a quien hablas no es? ¿Acaso el ángel a quien envías no es? Si son todas estas cosas que han sido hechas por medio de ti, ¿qué es el ser mismo que te has reservado como algo propio, que a las otras cosas no has dado, de manera que seas tú solo? Efectivamente, ¿cómo oigo «Yo soy el que soy»?, ¿cual si las otras cosas no fueran? ¿Y cómo oigo: Si no creéis que yo soy? En efecto, los que escuchaban ¿no eran? Aun si eran pecadores, eran hombres.

¿Qué haré, pues? Qué es el Ser mismo, dígalo él al corazón, dentro dígalo, dentro hable; oiga el hombre interior, la mente capte el ser verdaderamente, pues es ser siempre de modo idéntico. En efecto, alguna cosa, absolutamente cualquiera —en cierto modo, he comenzado a disertar y que he desistido de buscar; quizá quiero hablar de lo que he oído; mientras hablo, dé exultación a mi audición y a la vuestra—; evidentemente, cualquier cosa, cualquiera sea, en suma, su excelencia, si es mudable, no es verdaderamente, pues no hay ser verdadero allí donde también hay no ser. En efecto, todo lo que puede mudarse, mudado no es lo que era; si no es lo que era, allí ha tenido lugar cierta muerte; ha perecido algo que allí era y no es. La negrura ha muerto en la cabeza de un anciano encaneciente, la hermosura ha muerto en el cuerpo de un anciano cansado y encorvado, han muerto las energías en el cuerpo del enfermo, ha muerto la inmovilidad en el cuerpo de quien pasea, ha muerto el paseo en el cuerpo de quien está parado, han muerto el paseo y el estar de pie en el cuerpo de quien yace, ha muerto el habla en la lengua de quien calla: respecto a todo lo que se muda y es lo que no era, ahí veo, en eso que es, cierta vida y, en eso que fue, cierta muerte. Por eso, cuando de un muerto se dice: «¿Dónde está el hombre aquel?», se responde: «Fue».

¡Oh Verdad, que eres verdaderamente! De hecho, en todos nuestros actos y movimientos y absolutamente en toda actividad de la criatura hallo dos tiempos: pasado y futuro. Busco el presente: nada es estable; lo que acabo de decir ya no existe; lo que voy a decir no existe aún; lo que hice ya no existe, lo que voy a hacer no existe aún; lo que he vivido ya no existe, lo que voy a vivir no existe aún. En todo movimiento de las cosas hallo pasado y futuro; en la Verdad, que permanece, no hallo pasado y futuro, sino sólo el presente, y éste incorruptiblemente, lo cual no existe en la criatura. Examina las mutaciones de las cosas: hallarás «fue» y «será»; piensa en Dios: hallarás «es» donde no puede haber «fue» y «será». Para que, pues, también tú seas, trasciende el tiempo. Pero ¿quién lo trascenderá con sus fuerzas? Eleve hasta allá el que ha dicho al Padre: Quiero que, donde yo estoy, también esos mismos estén conmigo18.

Así pues, me parece que el Señor Jesucristo, al prometer esto, que no moriremos en nuestros pecados, con estas palabras —Si no creyereis que yo soy— no ha dicho ninguna otra cosa, absolutamente ninguna otra ha dicho con estas palabras, sino esto: Si no creyereis que yo soy Dios, moriréis en vuestros pecados. Bien; gracias a Dios, porque ha dicho «Si no creyereis», y no ha dicho «si no captareis», pues ¿quién captará esto? O, porque he osado hablar y os ha parecido entender, ¿habéis captado verdaderamente algo acerca de tan gran inefabilidad? Si, pues, no captas, la fe te libera. Por eso, tampoco el Señor asevera «si no captareis que yo soy»; sino que ha dicho lo que podían: Si no creyereis que yo soy, moriréis en vuestros pecados.

11. Mas ellos, porque siempre gustaban de lo terreno y siempre oían y respondían según la carne, ¿qué le dijeron? «Tú ¿quién eres?. Por cierto, cuando has dicho «Si no creyereis que yo soy», no has añadido qué eres. ¿Quién eres, para que creamos?». Y él: El Principio. He ahí lo que es ser. En cuanto Principio no puede mudarse; en cuanto Principio permanece en sí y renueva todo. Es el Principio al que está dicho: En cambio, tú mismo eres idéntico y tus años no se acabarán19. El Principio, asevera, porque hasta os hablo20. Para que no muráis en vuestros pecados, creed que yo soy el Principio. Efectivamente, cual si con eso que le han dicho, Tú ¿quién eres?, no hubiesen dicho otra cosa sino «¿qué creemos que eres tú?», ha respondido «El Principio»,esto es, creed que yo soy el Principio.

De hecho, en el lenguaje griego se distingue lo que en latín no puede distinguirse, pues entre los griegos «principio» es del género femenino, como lo es entre nosotros «ley», que entre ellos es del masculino; como «sabiduría» es del género femenino entre ellos y entre nosotros. La usanza del modo de hablar varía a través de las diversas lenguas los géneros de los vocablos, precisamente porque en las cosas mismas no hallas sexo. En efecto, la sabiduría no es verdaderamente una mujer, pues Cristo es la Sabiduría de Dios21 y en género masculino se le nomina Cristo, y en femenino Sabiduría. Al decir, pues, los judíos «Tú ¿quién eres?», él, que sabía que allí había algunos que iban a creer y que, precisamente para saber qué debían creer que era él dijeron «Tú ¿quién eres?», ha respondido: «El Principio», no cual si dijera «soy el Principio», sino cual si dijese: Creed que soy el Principio. Esto, como he dicho, aparece evidentemente en griego, donde «principio» es de género femenino. Como si quisiera decir que él es la Verdad y, a quienes dijeran «Tú ¿quién eres?», respondiese en acusativo «la Verdad», aunque parece que a la pregunta «Tú ¿quién eres?» debía haber respondido en nominativo «la Verdad», esto es, «soy la Verdad». Pero ha respondido más profundamente, porque veía que ellos habían dicho «Tú ¿quién eres?», como si dijesen: «Puesto que te hemos oído decir «Si no creyereis que yo soy», ¿qué hemos de creer que eres tú?». A esto ha respondido: «El Principio», cual si dijera: creed que soy el Principio.

Y ha añadido: «Porque hasta os hablo», esto es, porque he descendido a estas palabras, hecho de condición baja en atención a vosotros. En verdad, si, Principio como es, permaneciera en el Padre sin tomar forma de esclavo ni cual hombre hablar a los hombres, ¿cómo le creerían, pues los corazones débiles no pueden oír sin voz sensible la Palabra inteligible? «Creed, pues», afirma, «que soy el Principio, porque, para que creáis, no sólo lo soy, sino que hasta os hablo». Pero hablaros de este asunto es ya mucho; así pues, plazca a Vuestra Caridad que lo que queda lo guarde yo para con su ayuda pagarlo mañana.