TRATADO 37

Comentario a Jn 8,19-20, predicado en Hipona un domingo: 30 de agosto o en septiembre de 414

Traductor: José Anoz Gutiérrez

Introducción: hay que ampliar lo que dice el evangelio

1. Es preciso que lo que se dice brevemente en el santo evangelio se exponga no brevemente, para que lo que se oye se entienda. En efecto, las palabras del Señor son pocas, pero difíciles, para tasarlas no por su número sino por su peso, y no despreciables precisamente por ser pocas, sino para investigarlas precisamente por difíciles. Quienes el día de ayer estuvisteis presentes, oísteis; como pude, expuse lo que asevera el Señor: Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie. Pero si juzgo, mi juicio es verdadero, porque no estoy solo, sino que estamos yo y el Padre que me envió. En vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. Yo soy quien doy testimonio de mí; también da testimonio de mí el Padre que me envió1. Sobre estas palabras, como he dicho, el día de ayer se pagó a vuestros oídos y mentes el sermón debido. Tras haberlas dicho el Señor, los que oyeron «Vosotros juzgáis según la carne» demostraron lo que oyeron, pues al Señor, que hablaba de su Padre Dios, respondieron y dijeron: ¿Dónde está tu padre? Porque juzgaron según la carne las palabras de Cristo, interpretaron carnalmente al Padre de Cristo. Ahora bien, quien hablaba era, al descubierto, carne, en lo oculto, la Palabra: hombre manifiesto, Dios oculto. Veían el vestido y despreciaban al vestido, le despreciaban porque le desconocían, le desconocían porque no veían, no veían porque eran ciegos, eran ciegos porque no creían.

Conocer al Hijo para conocer al Padre

2. Veamos también, pues, qué ha respondido a esto el Señor. Afirman: «¿Dónde está tu padre? Pues te hemos oído decir: «No estoy solo, sino que estamos yo y el Padre que me envió». Nosotros te vemos solo; no vemos contigo a tu padre. ¿Cómo dices que tú no estás solo, sino que estás con tu padre? O muéstranos que tu padre está contigo». Y el Señor: «¿Acaso me veis de forma que os muestre al Padre?». Esto sigue, en efecto; esto responde él mismo con sus palabras, la exposición de las cuales palabras he presentado antes. En efecto, ved qué ha dicho: «Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; si me conocierais, quizá conoceríais también a mi Padre»2. Decís, pues: «¿Dónde está tu padre?», cual si ya me conocierais; cual si yo entero fuese esto que veis. Precisamente, pues, porque no me conocéis, no os muestro mi Padre. Me consideráis, en efecto, un hombre; precisamente porque juzgáis según la carne buscáis como Padre mío a un hombre. Pero, porque según lo que veis soy una cosa, y otra según lo que no veis, y, por otra parte, de mi oculto Padre hablo oculto, primero es que me conozcáis; entonces conoceréis también a mi Padre».

El reproche de la incredulidad

3. En efecto, si me conocierais, quizá conoceríais también a mi Padre3. Cuando quien sabe todo dice «quizá», no duda sino que increpa. Observa, en efecto, cómo se dice increpadoramente ese mismo quizá, que parece ser palabra de duda. Pero una palabra es de duda cuando la dice un hombre dubitativo precisamente porque desconoce. En cambio, porque absolutamente nada se oculta a Dios, cuando Dios dice una palabra de duda, con esa duda se denuncia la incredulidad, no opina la divinidad. Efectivamente, de estas cosas que los hombres tienen por ciertas, dudan a veces increpadoramente, esto es, ponen una palabra de duda aunque no duden en el corazón; como si te indignares con tu siervo y dices: «Me desprecias; reflexiona, quizá soy tu señor». De ahí que también el Apóstol, al hablar a ciertos despreciadores suyos, asevera: Por mi parte supongo que también yo tengo el Espíritu de Dios4. Quien dice «supongo» parece dudar. Pero él increpaba, no dudaba. También el Señor Cristo en persona, al increpar en otro lugar la incredulidad futura del género humano, pregunta: Cuando venga el Hijo del hombre, ¿supones que hallará fe en la tierra?5

La palabra humana y la palabra de Dios

4. Hasta donde conjeturo, habéis entendido ya cómo está puesto «quizá»: de forma que ningún pesador de palabras y examinador de sílabas censure, como quien sabe hablar en latín, la palabra que ha dicho la Palabra de Dios y, censurando a la Palabra de Dios, permanezca no elocuente, sino mudo. ¿Quién, en efecto, habla como habla la Palabra que en el principio existía en Dios? No consideres esas palabras habituales ni por éstas quieras medir la Palabra que es Dios. Oyes, en efecto, «palabra» y la desprecias; oye «Dios» y teme.

En el principio existía la Palabra: tú recurres al uso de tu conversación y dices dentro de ti: «¿Qué es la palabra? ¿Qué cosa importante es la palabra? Suena y pasa; batido el aire, golpea ella el oído, después no existirá». Oye aún: La Palabra existía en Dios; permanecía, no pasaba sonando. Quizá desprecias aún: «La Palabra era Dios»6. Dentro de ti mismo, oh hombre, cuando está en tu corazón la palabra, es otra cosa que el sonido; pero la palabra que está en ti, para pasar hacia mí busca el sonido cual vehículo. Asume, pues, el sonido, en cierto modo se monta cual en un vehículo, atraviesa el aire, llega a mí, no se retira de ti. El sonido, en cambio, para llegar a mí se ha retirado de ti y no ha persistido en mí. La palabra, pues, que estaba en tu corazón, ¿acaso ha pasado al pasar el sonido? Has dicho lo que pensabas y, para que llegase a mí lo que se ocultaba en ti, has hecho sonar sílabas; el sonido de las sílabas ha conducido a mi oído tu pensamiento, a través de mi oído ha descendido a mi corazón tu pensamiento, el sonido intermediario ha pasado volando; en cambio, la palabra esa que asumió un sonido estaba dentro de ti antes que la pronunciases; porque la pronunciaste, está dentro de mí y no se ha retirado de ti. Observa esto, quienquiera que seas examinador de sonidos. ¡Desprecias la Palabra de Dios tú que no comprendes la palabra del hombre!

5. Ese, pues, mediante quien todo se hizo sabe todo y empero dudando increpa: Si me conocierais, quizá conoceríais también a mi Padre. Increpa a los incrédulos. Por cierto, una frase parecida dijo a los discípulos; pero allí no hay palabra de duda, porque no hubo causa para increpar la incredulidad. Efectivamente, lo que hace un momento ha dicho a los judíos: Si me conocierais, quizá conoceríais también a mi Padre, lo dijo a los discípulos cuando Felipe le interrogó, mejor dicho, le suplicó y aseveró: «Señor, muéstranos al Padre, y nos basta»7,como si dijera: «También te conocemos ya nosotros mismos, te nos has manifestado, te hemos visto, te has dignado elegirnos, te hemos seguido, hemos visto tus maravillas, oído tus palabras de salvación, acogido tus preceptos, esperamos tus promesas; te has dignado tú mismo concedernos mucho con tu presencia; pero en todo caso, aunque te conocemos, porque aún no conocemos al Padre nos inflama el deseo de ver a quien aún no conocemos; y por esto, porque te conocemos, pero no nos basta hasta conocer también al Padre, muéstranos al Padre, y nos basta». Y el Señor, para que supiesen que ellos no conocían lo que ellos suponían conocer: ¿Tanto tiempo estoy con vosotros, y me desconocéis? Felipe, quien me ha visto, ha visto también al Padre8. ¿Acaso tiene esa frase una palabra de duda? ¿Acaso ha dicho «Quien me ha visto, quizá ha visto también al Padre»? ¿Por qué? Porque oía un fiel, no un perseguidor de la fe, por eso, el Señor era no increpador, sino doctor. Quien me ha visto, ha visto también al Padre, y aquí: Si me conocierais, conoceríais también a mi Padre. Quitemos la palabra que denota la incredulidad de los oyentes, y la frase es la misma.

Evitar dos herejías al hablar del Padre y del Hijo

6. El día de ayer confié ya y dije a Vuestra Caridad que, si fuese posible, no habían de examinarse las frases de Juan Evangelista con que nos narra lo que aprendió del Señor, si no forzasen a ello las falsedades de los herejes. Brevemente, pues, notifiqué el día de ayer a Vuestra Caridad que hay herejes que se llaman patripasianos o, por su fundador, sabelianos: éstos dicen que el Padre es ese mismo que es el Hijo; que los nombres son diversos, pero única la persona. Cuando quiere es Padre, afirman; cuando quiere, Hijo; sin embargo es un único individuo. Asimismo hay otros herejes que se llaman arrianos. Confiesan ciertamente que el Hijo único del Padre es nuestro Señor Jesucristo; que aquél es el Padre del Hijo, éste el Hijo del Padre; que este que es el Padre no es el Hijo; que este que es el Hijo no es el Padre; confiesan la generación, pero niegan la igualdad.

Nosotros, esto es, la fe católica que viene de la doctrina de los apóstoles, plantada en nosotros, aceptada mediante la serie de la sucesión, que ha de ser transmitida sana a la posteridad, entre unos y otros, esto es, entre uno y otro error, ha mantenido la verdad. Según el error de los sabelianos, hay un único individuo, el Padre es el mismo que el Hijo; según el error de los arrianos, uno es ciertamente el Padre, otro el Hijo; pero este Hijo mismo es no sólo otro individuo, sino también otra cosa; tú, en medio, ¿qué dices? Has rechazado al sabeliano; rechaza también al arriano. El Padre es padre; el Hijo es hijo; otro individuo, no otra cosa, porque yo y el Padre, afirma, somos una única cosa, como también el día de ayer hice valer en la medida en que pude. Cuando el sabeliano oye «somos», retírese abochornado; cuando el arriano oye «una única cosa», retírese abochornado; entre uno y otro gobierne el católico el navío de su fe, porque ha de precaverse el naufragio en una y otra cosa. Tú, pues, di lo que dice el evangelio: Yo y el Padre somos una única cosa9. No, pues, diversa, porque es única; no un único individuo, porque «somos».

7. Poco antes ha dicho: «Mi juicio es verdadero, porque no estoy solo, sino que estamos yo y el Padre que me envió», como si dijera: «Mi juicio es verdadero, precisamente porque soy el Hijo de Dios; porque digo la verdad porque yo soy la Verdad en persona». Ésos, por entender carnalmente, dijeron: ¿Dónde está tu Padre?10 Ahora mismo, arriano, oye: Ni me conocéis a mí ni a mi Padre, porque, si me conocierais, conoceríais también a mi Padre. ¿Qué significa «Si me conocierais, conoceríais también a mi Padre», sino Yo y el Padre somos una única cosa? Cuando ves a alguien parecido a otro —atienda Vuestra Caridad, es una locución cotidiana; no os resulte arduo lo que advertís que es usual—; cuando, pues, ves a alguien parecido a otro y tú conoces a ese a quien se parece, dices sorprendido: «¡Este hombre cómo se parece a aquel hombre!». No dirías esto si no fuesen dos. El que no conoce a aquel respecto a quien tú dices que ése se le parece, replica aquí: «¿De verdad se le parece?». Y tú a él: «Pues qué, ¿no le conoces?». «No le conozco», responde él. Tú, para hacer que por el que está a la vista, al que él ve, conozca al que él desconoce, inmediatamente respondes y dices: «Has visto a éste: has visto al otro». Evidentemente, no por haber dicho esto has aseverado que son una única cosa, ni negado que sean dos individuos; sino que por su parecido has dado tal respuesta: «Conoces a éste; también conoces a aquél, pues es muy parecido y no hay diferencia en absoluto». Por eso, también el Señor afirma: «Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre», no porque el Padre es el Hijo, sino porque el Hijo es similar al Padre. Avergüéncese el arriano. Gracias al Señor, porque el arriano mismo se ha retirado del error sabeliano y no es patripasiano; no dice que el Padre mismo, vestido de carne, vino a los hombres, que ese mismo padeció, ese mismo resucitó y en cierto modo ascendió hacia sí; no dice esto; él reconoce conmigo que el Padre es padre, y el Hijo, hijo. Pero, oh hermano, te has escapado de ese naufragio; ¿por qué tiendes al otro? El Padre es padre; el Hijo es hijo; ¿por qué dices que es desemejante? ¿por qué, que es cosa diversa? ¿por qué, que es otra sustancia? Si fuese desemejante, ¿acaso diría a sus discípulos: El que me ve ha visto, ha visto también al Padre? ¿Acaso diría a los judíos: Si me conocierais, conoceríais también a mi Padre? ¿Cómo sería esto verdad, si no fuese también verdad aquello: Yo y el Padre somos una única cosa?

En Cristo no hay destino fatal, sino total libertad

8. En el gazofilacio, cuando enseñaba en el templo11, pronunció Jesús estas palabras con gran aplomo, sin temor, pues no padecería lo que no quisiera quien tampoco nacería si no quisiera. Por eso ¿qué sigue? Y nadie lo detuvo, porque aún no había llegado su hora. Asimismo algunos, cuando oyen esto, creen que el Señor Cristo estaba bajo el poder del fato y dicen: «He ahí que Cristo tenía fato». ¡Oh, si tu corazón no fuese fatuo, no creerías en el fato! Si, como algunos han entendido, fato viene del latino fando, esto es, de «hablar», ¿cómo la Palabra de Dios tiene fato, siendo así que en esa Palabra misma está todo lo que ha sido creado? En efecto, Dios no ha constituido nada que antes haya desconocido. En la Palabra de ese mismo estaba lo que ha sido hecho. El mundo ha sido hecho; ha sido hecho y estaba allí. ¿Cómo ha sido hecho y estaba allí? Porque la casa que edifica el arquitecto estaba antes en su talento, y allí estaba mejor, sin vejez, sin deterioro; para manifestar empero su talento, construye la casa y en cierto modo la casa ha procedido de la casa y, si la casa se desploma, el talento permanece. Así estaba en la Palabra de Dios todo lo que ha sido creado, porque Dios ha hecho todo con sabiduría y ha hecho todo lo conocido por él12, pues no lo ha aprendido porque lo hizo, sino que lo hizo porque lo conocía. Para nosotros es conocido por haber sido hecho; si para él no fuese conocido, no habría sido hecho. Ha precedido, pues, la Palabra. ¿Y qué había antes de la Palabra de Dios? Nada en absoluto porque, si hubiera antes algo, no estaría dicho «En el principio existía la Palabra»13, sino «en el principio fue hecha la Palabra». Por eso, ¿qué asevera del mundo Moisés? En el principio hizo Dios el cielo y la tierra14. Hizo lo que no existía; si, pues, hizo lo que no existía, ¿qué había antes? En el principio existía la Palabra. ¿Y de dónde el cielo y la tierra? Todo se hizo mediante ella15. ¿Tú, pues, pones a Cristo bajo el fato? ¿Dónde están los hados? «En el cielo, afirmas, en el orden y revoluciones de los astros». Aquel, pues, mediante quien han sido hechos el cielo y los astros ¿cómo tiene fato, siendo así que tu voluntad, si piensas rectamente, trasciende aun los astros? ¿O precisamente porque sabes que la carne de Cristo estuvo bajo el cielo, supones que también el poder de Cristo estuvo sometido al cielo?

9. Escucha, insensato: Aún no había llegado su hora16, no la de ser forzado a morir, sino la de dignarse ser asesinado. Él mismo, en efecto, conocía cuándo debía morir; ha prestado atención a todo lo que está predicho de él y aguardaba que se terminase todo lo que estaba predicho que sucedería antes de su pasión; así, cuando estuviese cumplido, entonces, según el orden dispuesto, no por fatal necesidad, vendría también la pasión. Por eso, escuchad para comprobarlo: entre lo demás que acerca de él está profetizado, está también escrito: Pusieron a mi comida hiel y en mi sed me abrevaron con vinagre17. Conocemos por el evangelio cómo sucedió. Primero le dieron hiel; la tomó, probó18 y escupió; después, colgado en la cruz, para que todo lo predicho se cumpliera aseveró: Tengo sed19. Tomaron una esponja llena de vinagre, la ataron a una caña y la acercaron al colgado; lo tomó y aseveró: Está terminado. ¿Qué significa: Está terminado? «Se ha cumplido todo lo que se había profetizado antes de mi pasión; ¿qué hago, pues, aquí aún?» Por eso, después de haber dicho: «Está terminado», inclinada la cabeza, entregó el aliento20. ¿Acaso expiraron cuando quisieron los asesinos clavados cerca? Los sujetaban los vínculos de la carne, porque no eran creadores de la carne; clavados con clavos, sufrían largo tiempo porque no eran dueños de su debilidad. El Señor, en cambio, cuando quiso tomó carne en un seno virginal; cuando quiso se presentó a los hombres; cuando quiso vivió entre los hombres; cuando quiso se separó de la carne; esto se debe a la potestad, no a la necesidad. Aguardaba él, pues, esta hora, no fatal, sino oportuna y voluntaria: la de que se cumpliera todo lo que era preciso que se cumpliese antes de su pasión. En efecto, ¿cómo estaba puesto bajo la necesidad del fato, quien en otro lugar dijo: Tengo potestad de deponer mi alma y tengo potestad de tomarla de nuevo; nadie me la quita, sino que yo mismo la depongo por mí mismo, y de nuevo la tomo?21 Mostró esta potestad cuando los judíos le buscaban. ¿A quién buscáis?, pregunta. Y ellos: A Jesús. Y él: Yo soy. Oída esta frase, regresaron hacia atrás y cayeron22.

Ocultó su poder para enseñarnos paciencia

10. Dice alguno: «Si en él había esta potestad, ¿por qué, aunque los judíos lo insultaban colgado y decían: “Si es Hijo de Dios, descienda de la cruz”23, no descendió a mostrarles, descendiendo, su potestad?». Precisamente porque enseñaba la paciencia, difería la potencia. En efecto, si descendiera cual inducido ante las palabras de ellos, se le supondría vencido por el dolor de las burlas. No descendió en absoluto, clavado permaneció quien iba a marcharse cuando quisiera, porque para descender de la cruz, ¿qué dificultad tuvo ese que ha podido resucitar del sepulcro? Nosotros, pues, a quienes se ha prestado este servicio, entendamos que en el juicio se manifestará la potencia de nuestro Señor Jesucristo, oculta entonces, acerca del cual está dicho: Dios vendrá manifiesto, nuestro Dios, y no callará24. ¿Qué significa «vendrá manifiesto»? Porque vino oculto, vendrá manifiesto nuestro Dios, esto es, Cristo. Y no callará; ¿qué significa «no callará»? Que primeramente calló. ¿Cuándo calló? Cuando fue juzgado, para que se cumpliese también esto que un profeta había predicho asimismo: Fue conducido como oveja para ser inmolada y, como cordero sin voz ante quien lo esquila, así no abrió su boca25. Si, pues, no quisiera padecer, no padecería; si no padeciera, no se derramaría esa sangre; si esa sangre no se derramase, el mundo no sería redimido. Así pues, a la potencia de su divinidad y a la compasión de su debilidad demos gracias por la potencia oculta que no conocían los judíos, razón por la que hace un momento les ha sido dicho: «Ni me conocéis a mí ni a mi Padre», y por la carne asumida, que los judíos conocían y de cuyo suelo natal estaban informados, razón por la que les dijo en otro lugar: Me conocéis y conocéis de dónde soy26. En Cristo hemos de reconocer una y otra cosa: por qué es igual al Padre y por qué el Padre es mayor que él. Aquello es la Palabra, esto la carne; aquello es Dios, esto el hombre; pero Cristo, Dios y hombre, es un solo individuo.