Comentario a Jn 8,14-18, predicado en Hipona un sábado: 29 de agosto o en septiembre de 414
Juan, el águila de las alturas divinas
1. Entre los cuatro evangelios, o mejor, entre los cuatro libros del único Evangelio, el apóstol san Juan, no inmerecidamente comparado con el águila en atención a la comprensión espiritual, ha erguido su predicación más alto y mucho más elevadamente que los otros tres, y con su erguimiento ha querido también erguir nuestros corazones. De hecho, los otros tres evangelistas caminaban en la tierra, digamos, con el Señor en cuanto hombre, de su divinidad hablaron poco; en cambio, cual si a éste le diera pereza caminar en la tierra, se ha erguido no sólo sobre la tierra y sobre todo el ámbito del aire y del cielo, sino también sobre todo el ejército «de los ángeles» y sobre toda la organización de las potestades invisibles y ha llegado hasta aquel mediante quien todo se hizo, diciendo, como en el exordio mismo de su escrito ha dejado oír: En el principio existía la Palabra y la Palabra existía en Dios y la Palabra era Dios; ésta existía en el principio en Dios. Todo se hizo mediante ella y sin ella nada se hizo1. Ha predicado también las demás cosas congruentes con esta tan gran sublimidad del Principio, y ha hablado de la divinidad del Señor como ningún otro. Eructaba esto que había bebido. En efecto, no sin causa se narra de él en este evangelio mismo que durante el convite se recostaba sobre el pecho del Señor2. De ese pecho, pues, bebía en secreto; pero eructó en público lo que bebió en secreto, para que a todas las gentes lleguen no sólo la encarnación, pasión y resurrección del Hijo de Dios, sino también qué era antes de la encarnación el Único del Padre, la Palabra del Padre, coeterno con el Engendrador, igual a quien lo ha enviado; pero en el envío mismo se hizo menor, para que el Padre fuese mayor.
Cristo es Dios y hombre
2. Respecto, pues, a cualquier cosa que acerca del Señor Jesucristo habéis oído puesta sin brillo, pensad en la dispensación de la carne asumida: cual él se hizo por nosotros, no cual era para hacernos; en cambio, respecto a cualquier cosa sublime, excelsa sobre todas las criaturas, divina, igual al Padre y coeterna con él, que oyereis o leyereis que en el evangelio se pone acerca de él, sabed que vosotros leéis esto que se refiere a la forma de Dios, no lo que se refiere a la forma de esclavo, porque, si os atenéis a esa regla quienes podéis entender —ahora bien, no todos podéis entender, pero todos debéis creer—, si, pues, os atenéis a esta regla, lucharéis seguros, como quienes caminan en la luz, contra todos los subterfugios de las tinieblas heréticas. No han faltado, en efecto, quienes, leyendo, han ido en pos de solos los testimonios evangélicos que están puestos acerca de la condición baja de Cristo, los cuales fueron sordos contra los testimonios que han declarado su divinidad; sordos precisamente para ser malamente charlatanes. A su vez, ciertos individuos, pues sostuvieron que nuestro Señor Cristo es sólo Dios, no también hombre, al fijarse en solas las cosas que están dichas de la sublimidad del Señor, aunque esos mismos leyeron también su misericordia, por la que se hizo hombre por nosotros, no la creyeron y supusieron que las han introducido los hombres y son falsas. Unos de una manera, otros de otra, unos y otros están en el error. En cambio, la fe católica, al mantener sobre una y otra realidad la verdad que mantiene, y al predicar lo que cree, ha entendido que Cristo es Dios, y ha creído que es hombre, pues una y otra cosa están escritas y una y otra son verdad. Si dijeres que Cristo es sólo Dios, niegas la medicina que te ha sanado; si dijeres que Cristo es sólo hombre, niegas la potencia que te ha creado. Por tanto, mantén una y otra cosa, alma fiel y corazón católico; mantén una y otra, cree una y otra, confiesa fielmente una y otra. Cristo es Dios, asimismo Cristo es hombre. ¿Qué clase de Dios es Cristo? Igual al Padre, una sola cosa. ¿Qué clase de hombre es Cristo? Nacido de la Virgen, uno que del hombre ha adquirido la mortalidad, no ha adquirido la iniquidad.
Juzgar según la carne
3. Esos judíos, pues, veían al hombre, no entendían ni creían que era Dios, y entre las demás cosas habéis oído ya cómo le dijeron: Tú dices de ti mismo un testimonio; tu testimonio no es verdadero3. También habéis oído, cuando se leyó el día de ayer y se examinó según mis fuerzas, qué respondió él. Hoy se han leído estas palabras suyas: Vosotros juzgáis según la carne. Afirma: «Me decís “tú dices de ti mismo un testimonio; tu testimonio no es verdadero”, precisamente porque juzgáis según la carne; porque no entendéis a Dios y veis al hombre y al perseguir al hombre ofendéis al Dios escondido. Juzgáis, pues, según la carne4. Os parezco arrogante, precisamente porque doy testimonio de mí». En efecto, todo hombre, cuando quiere dar testimonio loable de sí, parece arrogante y soberbio. Por eso está escrito: No te loe tu boca, sino lóete la boca de tu prójimo5. Pero esto está dicho al hombre, pues somos débiles y hablamos entre débiles. Podemos decir la verdad y mentir; aunque debemos decir la verdad, también podemos empero mentir cuando queremos. La luz no puede mentir. ¡Lejos de nosotros pensar en descubrir en el esplendor de la luz divina las tinieblas de la mentira! Él hablaba como Luz, hablaba como Verdad; pero la Luz brillaba en las tinieblas y las tinieblas no la comprendieron; por eso juzgaban según la carne. Vosotros, afirma, juzgáis según la carne.
Primero la misericordia, después la justicia
4. Yo no juzgo a nadie6.¿No juzga, pues, a nadie el Señor Jesucristo? ¿No es acaso ese mismo de quien confesamos haber resucitado al tercer día, haber ascendido al cielo, estar allí sentado a la diestra del Padre, que de allí va a venir a juzgar a vivos y muertos? ¿No es esa misma nuestra fe, de la que dice el Apóstol: Con el corazón se cree para justicia; por otra parte, con la boca se hace la confesión para salvación?7 Cuando, pues, confesamos esas cosas, ¿hablamos contra el Señor? Nosotros decimos que va a venir como juez de vivos y muertos; en cambio, él en persona dice: Yo no juzgo a nadie. Esa cuestión puede solucionarse de dos modos: o de forma que entendamos esto: «No juzgo a nadie, esto es, de momento», como en otro lugar dice no negando, sino difiriendo su juicio, «Yo he venido no a juzgar al mundo, sino a hacer salvo al mundo»8; o ciertamente, porque había dicho «Vosotros juzgáis según la carne», ha añadido «Yo no juzgo a nadie», de forma que sobrentendáis según la carne.
En el corazón, pues, ninguna inquietud de duda nos quede contra la fe que mantenemos y anunciamos respecto a Cristo juez. Cristo viene, pero primero a salvar; después a juzgar: juzgando respecto al castigo a quienes no quisieron ser salvados; conduciendo a la vida a quienes, creyendo, no desdeñaron la salvación. La primera dispensación de nuestro Señor Jesucristo es, pues, medicinal, no judicial, porque, si hubiera venido primero a juzgar, no habría encontrado a nadie a quien pagar los premios de justicia. Porque, pues, vio pecadores a todos, y que absolutamente nadie estaba inmune de la muerte del pecado, antes había de otorgarse su misericordia y después había de manifestarse el juicio, porque de él había cantado un salmo: Misericordia y juicio te cantaré, Señor9. En efecto, no dice “juicio y misericordia” porque, si fuese primero el juicio, no habría misericordia alguna; al contrario, primero misericordia, después juicio. ¿Qué significa “primero misericordia”? El Creador del hombre se ha dignado ser hombre; para que no pereciese aquel a quien había hecho, se ha hecho lo que había hecho. ¿Qué puede añadirse a esta misericordia? Y empero ha añadido algo. Le pareció poco hacerse hombre, pero también ser rechazado por los hombres; poco era ser rechazado y deshonrado; poco era ser deshonrado y asesinado; pero aun esto es poco: fue asesinado con muerte de cruz. Efectivamente, aunque el Apóstol encomiaba también su obediencia, cumplida hasta la muerte, decir «Hecho obediente hasta la muerte» le pareció poco, pues no menciona una muerte cualquiera, sino que ha añadido: Ahora bien, muerte de cruz10.
Entre todos los géneros de muertes no hubo nada peor que esa muerte —por eso, cuando los dolores son más agudos, se los llama cruciatus (tortura), nombre derivado de cruz—, pues con muerte lenta se hacía morir a quienes pendían crucificados en un madero, al madero sujetos de pies y manos por clavos. De hecho, ser crucificado no equivalía a ser matado, sino que en la cruz se vivía largo rato, no porque se elegía vida más larga, sino porque la muerte misma se prolongaba para que el dolor no se acabase muy pronto. Quiso morir por nosotros; poco decimos; se dignó ser crucificado, hecho obediente hasta la muerte de cruz. Eligió el ínfimo y pésimo género de muerte quien iba a eliminar toda muerte; con la pésima muerte ha matado a toda muerte. Pésima era, en efecto, para los judíos que no entendían, pues la había elegido el Señor. Efectivamente, iba a tener por enseña su cruz misma; por haber superado al diablo, en las frentes de los fieles iba a poner como trofeo esa cruz, para que el Apóstol pudiese decir: Por mi parte, lejos de mí gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, mediante el cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo11. Nada había entonces más intolerable en la carne; nada hay ahora más glorioso en la frente. Quien tal honor ha dado a su suplicio, ¿qué reserva para su fiel? Por eso, entre los romanos no existe ahora entre los castigos de los reos, ya que, donde la cruz del Señor recibe honor, se ha supuesto que también un reo recibiría honor si se le crucificaba.
Quien, pues, por eso vino, a nadie juzgó y soportó a los malos. Aguantó un juicio injusto para hacer uno justo. Pero, por el hecho de aguantar uno injusto, estuvo a favor de la misericordia. Por eso se abajó tanto que llegó a la cruz; dio largas, sí, al poder, pero hizo pública la misericordia. ¿Cómo dio largas al poder? Porque de la cruz no quiso bajar quien pudo del sepulcro resucitar. ¿Cómo hizo pública la misericordia? Porque colgado en la cruz dijo: Padre, perdónalos, porque desconocen qué hacen12. Dijo, pues: «Yo no juzgo a nadie», precisamente porque había venido no a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo o, como he recordado, porque había dicho «Vosotros juzgáis según la carne», ha añadido «Yo no juzgo a nadie», para que entendamos que Cristo no juzga según la carne, como le juzgaron los hombres.
Los cuatro evangelistas y sus símbolos
5. Por cierto, para que reconozcáis ya que Cristo es también juez, escuchad lo que sigue: Y si juzgo yo, mi juicio es verdadero. He ahí que lo tienes también como juez; pero reconócelo como Salvador para no experimentarlo como juez. Ahora bien, ¿por qué ha dicho que su juicio es verdadero? Porque, afirma, no estoy solo, sino que estamos yo y el Padre que me envió13. Os he dicho, hermanos, que este santo evangelista Juan vuela muy alto; apenas se le puede comprender con la mente. Pues bien, es preciso que recuerde a Vuestra Caridad el misterio de quien vuela tan alto. En el profeta Ezequiel y en el Apocalipsis de este Juan mismo del cual es este evangelio, se menciona un animal cuádruple que tiene cuatro caras: de hombre, de novillo, de león, de águila14. Quienes antes que yo han expuesto los misterios de las Sagradas Escrituras, en este animal, o mejor, en estos animales, casi todos han percibido a los cuatro evangelistas. Se considera rey al león, porque por la potencia y la terrible fortaleza el león parece ser en cierto modo el rey de las bestias. Este personaje se ha atribuido a Mateo porque en la genealogía del Señor ha seguido la sucesión regia: cómo el Señor viene del linaje del rey David por estirpe regia. Por su parte, Lucas, por haber comenzado con el sacerdocio del sacerdote Zacarías al hacer mención del padre de Juan Bautista, ha sido asignado al novillo, porque en el sacrificio de los sacerdotes era víctima importante el novillo. Con razón se ha asignado a Marcos el hombre Cristo, porque no ha dicho nada de la potestad regia ni ha comenzado por la sacerdotal, sino que ha empezado sólo por el hombre Cristo. Todos estos no se han apartado apenas de lo terreno, esto es, de lo que nuestro Señor Jesucristo llevó a cabo en la tierra; muy poco han hablado de su divinidad, como si caminasen con él en la tierra. Queda el águila: es este Juan mismo, predicador de sublimidades y, fijos los ojos, contemplador de la luz interna y eterna. Dícese, en efecto, que a los aguiluchos los prueban los padres así, a saber, son sostenidos por las garras del padre y puestos frente a los rayos del sol; el que lo haya contemplado firmemente, es reconocido como hijo; si hubiere parpadeado es soltado de la garras como adulterino. Ved ya, pues, cuán sublimes cosas debió mencionar quien ha sido comparado al águila. Y empero hasta yo, que repto en el suelo, débil y apenas de algún valor entre los hombres, oso tratar de esas cosas y exponer esas cosas y supongo que puedo captarlas cuando las pienso, o que me captan mientras hablo.
No puedo callar
6. ¿Por qué he dicho eso? Porque alguno, tras estas palabras, quizás me diga con razón: «Deja, pues, el códice. ¿Por qué tomas en tu mano lo que excede a tu medida? ¿Por qué le pones frente a frente tu lengua?». A esto respondo: «Abundan muchos herejes y Dios ha permitido que ellos abunden, para que no nos nutramos siempre con leche y permanezcamos en la estúpida infancia». En efecto, por no haber entendido cómo se daba valor a la divinidad de Cristo, opinaron como quisieron; ahora bien, por no opinar rectamente, causaron a los fieles católicos problemas molestísimos; los corazones de los fieles comenzaron a agitarse y fluctuar. Entonces, a los varones espirituales que en el evangelio no sólo habían leído, sino también habían entendido algo según la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, se les produjo ya la necesidad de sacar contra las armas del diablo la armas de Cristo, y de luchar en batalla totalmente abierta, con cuantas fuerzas pudiesen, respecto a la divinidad de Cristo, contra doctores falsos y falaces, para que, mientras aquellos mismos callaban, no pereciesen los otros. En efecto, cuantos opinaron que nuestro Señor Jesucristo es de sustancia distinta de la que el Padre es, o que sólo existe Cristo solo, de forma que ese mismo es el Padre, ese mismo es el Hijo, ese mismo es el Espíritu Santo; también cuantos quisieron opinar que es sólo hombre, no Dios hecho hombre, o que es Dios de forma que es mutable en su divinidad, o que es Dios de forma que no es también hombre, naufragaron en la fe y fueron expulsados del puerto de la Iglesia, para que con su desasosiego no rompieran las naves puestas a su lado. Este hecho me ha forzado a que tampoco yo, el menor y por lo que a mí respecta totalmente indigno, pero por lo que atañe a su misericordia constituido en el número de sus dispensadores, deje de deciros lo que entendáis y de ello os alegréis conmigo o, si aún no sois capaces de entenderlo, creyéndolo permanezcáis seguros en el puerto.
Si no crees, jamás entenderás
7. Hablaré, pues; capte quien puede, crea quien no puede; hablaré empero de lo que asevera el Señor: Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie o por ahora o según la carne; pero, y si juzgo yo, mi juicio es verdadero. ¿Por qué tu juicio es verdadero? Porque no estoy solo, afirma, sino que estamos yo y el Padre que me envió. ¿Qué pues, Señor Jesús; si estuvieras solo, sería falso tu juicio, y juzgas con verdad precisamente porque no estás solo, sino que estáis tú y el Padre que te envió? ¿Qué voy a responder? Responda ese mismo: Verdadero es, afirma, mi juicio. ¿Por qué? Porque no estoy solo, sino que estamos yo y el Padre que me envió. Si está contigo ¿cómo te envió? ¿Te envió y está contigo? Aun enviado no te apartaste de él, ¿no es así? Has venido a nosotros y has permanecido allí, ¿no es así? ¿Cómo se cree esto? ¿Cómo se capta? A estas dos cuestiones respondo: con razón dices «¿cómo se capta?»; no dices con razón «¿cómo se cree?». O mejor, se cree bien, precisamente porque no se capta con rapidez; porque, si se captase con rapidez, no sería preciso creerlo, porque se vería. Crees precisamente porque no captas; pero creyendo te haces idóneo para captar porque, si no crees, nunca captarás porque seguirás siendo menos idóneo. La fe, pues, te purifique, para que la comprensión te llene. Verdadero es, afirma, mi juicio, porque no estoy solo, sino que estamos yo y el Padre que me envió. Tu misión, pues, Señor Dios nuestro, Jesucristo, es tu encarnación. Así veo, así entiendo; finalmente, para que decir «así entiendo» no sea un acto de arrogancia, así creo. En suma, aquí está nuestro Señor Jesucristo; mejor dicho, aquí estaba según la carne, ahora está aquí según la divinidad; estaba con el Padre y no se había apartado del Padre. Porque, pues, se dice que enviado ha venido a nosotros, se da valor a la encarnación de ese mismo, porque el Padre no se encarnó.
Corres a Cristo con el amor
8. Por cierto, se llamó sabelianos a ciertos herejes a los que se denomina también patripasianos, los cuales dicen que el Padre en persona padeció. Tú, católico, no lo digas, pues si fueres patripasiano no estarías sano. Entiende, pues, que a la misión del Hijo se la ha nominado encarnación del Hijo. En cambio, no creas que el Padre se ha encarnado; pero no creas que el Padre se separó del Hijo encarnado. Éste cargaba con la carne, aquél estaba con el Hijo. Si el Padre estaba en el cielo, y el Hijo en la tierra, ¿cómo el Padre estaba con el Hijo? Porque el Padre y el Hijo estaban por doquier, pues Dios no está en el cielo de forma que no esté en la tierra. Escucha al que quería huir del juicio de Dios y no encontraba cómo: ¿A dónde me marcharé de tu espíritu, pregunta, y a dónde huiré de tu rostro? Si ascendiere al cielo, tú estás allí. La cuestión era sobre la tierra; escucha qué sigue: Si descendiere al infierno, estás presente15. Si, pues, se dice que está presente incluso en el infierno, ¿qué cosa queda donde no esté? En efecto, hay en un profeta una frase de Dios: Yo lleno el cielo y la tierra16. Por doquier, pues, está ese a quien ningún lugar encierra. No te separes de él y estará contigo. Si quieres llegar a él, no seas perezoso para amarle, pues corres no con los pies, sino con los afectos. Aunque permanezcas en un único lugar, vienes si crees y le quieres. Está, pues, por doquier. Si está por doquier, ¿cómo no está con el Hijo? ¿Es que con el Hijo no está quien, si crees, está también contigo?
Unidad de naturaleza y distinción de personas
9. ¿Por qué, pues, es verdadero su juicio, sino porque él es verdadero hijo? En efecto, ha dicho esto: «Y, si juzgo, verdadero es mi juicio, porque no estoy solo, sino que estamos yo y el Padre que me envió»,como si dijera: Verdadero es mi juicio, porque soy el Hijo de Dios. ¿Cómo pruebas que eres el Hijo de Dios? Porque no estoy solo, sino que estamos yo y el Padre que me envió. Ruborízate, sabeliano; oyes «Hijo», oyes «Padre». El Padre, padre es; el Hijo, hijo es. Ha dicho no «yo soy el Padre y yo mismo soy el Hijo», sino: No estoy solo. ¿Por qué no estás solo? Porque conmigo está el Padre. «Estamos yo y el Padre, que me envió», oyes; estamos yo y el que me envió. No pierdas ninguna persona, distingue las personas. Distínguelas con la inteligencia, no las separes con mala fe, no sea que cual al huir nuevamente de Caribdis vengas a parar en Escila.
Efectivamente, te devoraba el torbellino de impiedad de los sabelianos, de modo que decías que el Padre es ese mismo que es el Hijo. Hace un momento has aprendido: No estoy solo, sino que estamos yo y el Padre que me envió. Reconoces que el Padre es padre, y el Hijo, hijo. Lo reconoces bien, pero no digas: «el Padre es mayor; el Hijo es menor»; no digas: «el Padre es oro; el Hijo es plata». Hay una única sustancia, una única divinidad, una única coeternidad, perfecta igualdad, ninguna disimilitud. En verdad, si creyeres sólo que Cristo es otro, no ese que es el Padre, y empero supusieres que en algo difiere según la naturaleza, ciertamente te has escapado de Caribdis, pero has naufragado en los escollos de Escila. Navega por el medio, evita una y otra ribera peligrosa. El Padre, padre es; el Hijo, hijo es. Dices ya: «El Padre, padre es; el Hijo, hijo es»; te has escapado bien del peligro de un torbellino engullidor; ¿por qué quieres ir a la otra parte para decir «el Padre es una cosa, otra el Hijo»? Dices rectamente «es otro»; no dices rectamente «es otra cosa». En efecto, el Hijo es otro porque no es ese mismo que el Padre, y el Padre es otro porque no es ese mismo que el Hijo; no es empero otra cosa, sino que el Padre y el Hijo son esta cosa misma. ¿Qué significa «son esta cosa misma»? Son un único Dios. Has oído: Porque no estoy solo, sino que estamos yo y el Padre que me envió; oye cómo has de creer respecto al Padre y al Hijo; oye al Hijo en persona: Yo y el Padre somos una única cosa17. No ha dicho «yo soy el Padre» ni «el Padre y yo somos un único individuo»; sino que, cuando dijo «Yo y el Padre somos una sola cosa», oye una y otra expresión, una sola cosa y somos, y te librarás de Caribdis y de Escila. A propósito de estas dos expresiones, porque ha dicho «una sola cosa» te libra de Arrio; porque ha dicho «somos» te libra de Sabelio. Si una sola cosa, no son, pues, cosa diversa; si «somos», son, pues, Padre e Hijo. En efecto, de uno solo no diría «somos»; pero tampoco de lo diverso diría «una sola cosa». Para que, pues, lo oigas brevemente: afirma «Verdadero es mi juicio precisamente porque soy el Hijo de Dios. Pero», afirma, «te persuado de que soy el Hijo de Dios, de forma que entiendas que el Padre está conmigo. No soy hijo de forma que haya abandonado a ese mismo; no estoy aquí de forma que no esté con ese mismo; no está él allí de forma que no esté conmigo. He tomado la forma de esclavo, pero no he perdido la forma de Dios»18. No estoy, pues, solo, afirma, sino que estamos yo y el Padre que me envió.
Validez de su propio testimonio
10. Había hablado del juicio; quiere hablar del testimonio. En vuestra ley, afirma, está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. Yo soy quien doy testimonio de mí, y de mí da testimonio el Padre que me envió19. Les ha expuesto también la Ley, por si no eran ingratos. En efecto, hermanos míos, donde Dios ha dicho: «Toda palabra estará firme gracias a la boca de dos o tres testigos»20, hay una cuestión importante y mucho me parece que el asunto está establecido con misterio. ¿Se busca la verdad mediante dos testigos? Así, simple y llanamente; así es la costumbre del género humano; pero en todo caso puede suceder que aun los dos mientan. Dos testigos falsos acorralaban a la casta Susana21. ¿Acaso precisamente por ser dos no eran testigos falsos? ¿Hablamos de dos o de tres? ¡Todo el pueblo mintió contra Cristo!22 Si, pues, un pueblo, que consta de gran multitud de personas, fue hallado como testigo falso, ¿cómo ha de entenderse «Toda palabra estará firme gracias a la boca de dos o tres testigos», sino porque de este modo mediante un misterio se encarece la Trinidad, en la que está la perpetua estabilidad de la verdad? ¿Quieres tener una causa buena? Ten dos o tres testigos: el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Por tanto, cuando a Susana, mujer casta y esposa fiel, los dos testigos falsos la acorralaban, en la conciencia y en lo oculto la Trinidad la apoyaba; esa Trinidad suscitó de lo oculto un único testigo, Daniel, y dejó convictos a los dos. Porque, pues, en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos o tres hombres es verdadero, acoged nuestro testimonio, para que no experimentéis el juicio. En efecto, yo, afirma, no juzgo a nadie,pero doy testimonio de mí: difiero el juicio, o difiero el testimonio.
Cristo juez
12. A nadie, pues, turbe lo que asevera: Verdadero es mi juicio, porque no estoy solo, sino que estamos yo y el Padre que me envió, aunque en otro lugar haya dicho: El Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio23. Ya he disertado a propósito de estas palabras del evangelio y ahora os recuerdo que esto está dicho no precisamente porque el Padre no estará con el Hijo cuando éste juzgue, sino porque en el juicio aparecerá ante,buenos y malos el Hijo solo, en esa forma en que ha padecido, resucitado y ascendido al cielo. Efectivamente, para los discípulos que entonces le contemplaron ascender sonó la voz angélica: Vendrá así como le visteis ir al cielo24. Esto es, en la forma de hombre en que fue juzgado juzgará, para que también se cumpla el oráculo profético: Mirarán hacia el que punzaron25. En cambio, cuando al ir los justos a la vida eterna lo veremos como es, tendrá lugar no el juicio de vivos y muertos, sino únicamente el premio de los vivos.
13. Asimismo, para que lo que asevera: En vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero, no turbe ni alguien estime que, precisamente por no estar dicho “en la ley de Dios”, esa ley no había sido de Dios, ése sepa que «en vuestra ley» está dicho como si dijera: “en la ley que os fue dada”; ¿por quién, sino por Dios? Como decimos «nuestro pan cotidiano» y, sin embargo, decimos «danos hoy»26.