Comentario a Jn 8,12, predicado en Hipona un jueves, 27 de agosto o en septiembre de 414
Introducción
1. Lo que ahora hemos oído y escuchado atentos cuando se leía el santo evangelio, no dudo que todos hemos intentado entenderlo ni que, de la cosa tan grande que se ha leído, cada uno de nosotros ha tomado, según su capacidad, lo que ha podido, ni que, servido el pan de la palabra, no hay nadie que se queje de no haber gustado nada. Pero de nuevo no dudo que difícilmente hay alguien que haya entendido todo. Sin embargo, aunque hay quien entienda suficientemente todas las palabras de nuestro Señor Jesucristo públicamente leídas ahora del evangelio, tolere mi servicio hasta que, si puedo, exponiéndolas con la ayuda de aquél, consiga que todos o muchos entiendan lo que unos pocos se alegran de haber entendido.
Error maniqueo sobre Cristo Luz
2. Supongo que lo que asevera el Señor: Yo soy la luz del mundo1, está claro para quienes tienen ojos con que ser hechos partícipes de esta luz; quienes, en cambio, no tienen ojos sino en la carne, se asombran de que esté dicho por el Señor Jesucristo: Yo soy la luz del mundo. Y quizá no falte quien diga para sus adentros: «¿Acaso el Señor Cristo es quizá ese sol que mediante el orto y el ocaso recorre el día?». En efecto, no han faltado herejes que opinaron eso. Los maniqueos supusieron que Cristo Señor es ese sol visible, expuesto a los ojos de la carne y común no sólo a los hombres, sino también a los ganados. Pero la recta fe de la Iglesia católica reprueba tal ficción y conoce que es doctrina diabólica; y no sólo lo reconoce creyéndolo, sino que, disputando, infunde esta convicción en quienes puede. Así pues, reprobemos tamaño error, que la Iglesia ha anatematizado desde el principio. No estimemos que el Señor Jesucristo es este sol que vemos salir de oriente y ponerse en occidente, a cuyo recorrido sucede la noche, cuyos rayos oscurece una nube, el cual con movimientos resueltos termina por emigrar de lugar en lugar. No es esto el Señor Cristo. El Señor Cristo no es el sol hecho, sino alguien mediante quien el sol ha sido hecho, pues todo se ha hecho mediante él, y sin él nada se ha hecho2.
Del Señor viene la salvación
3. Hay, pues, una luz que ha hecho esta luz: amémosla, ansiemos entenderla, sintamos sed de ésa, para que, bajo su guía, alguna vez lleguemos a ella misma y vivamos en ella sin morir absolutamente jamás. Ésa, en efecto, es la luz de la que una profecía, otrora enviada por delante, canta en un salmo: Hombres y jumentos harás salvos, Señor, como se ha multiplicado tu misericordia, Dios. Ésas son palabras santas de un salmo; advertid qué ha anunciado de tal luz la antigua palabra de los hombres santos de Dios; afirma: Hombres y jumentos harás salvos, Señor, como se ha multiplicado tu misericordia, Dios3. En efecto, porque eres Dios y tienes misericordia múltiple, la misma multiplicidad de tu misericordia llega no sólo a los hombres que has creado a tu imagen, sino también a los ganados que a ellos sometiste. Por cierto, de quien viene la salud del hombre, de ése mismo también la salud del ganado. No te ruborices de pensar esto sobre el Señor, Dios tuyo; al contrario, has de sentirte orgulloso de ello, confiar y guardarte de pensar de otra manera. Quien te hace salvo, ése mismo hace salvo a tu caballo, ése mismo a tu oveja —vengamos a lo absolutamente mínimo—, ése mismo a tu gallina; del Señor es la salvación4, salva también a ésos mismos. Esto te impresiona, interrogas; me asombro de por qué dudas. ¿Se desdeñará de salvar quien se dignó crear? Del Señor es la salvación de los ángeles, de los hombres, de los ganados; del Señor es la salvación. Como nadie existe por sí mismo, así nadie es salvado por sí mismo. Por ende, el salmo asevera verdadera y óptimamente: Hombres y jumentos harás salvos, Señor. ¿Por qué? Como se ha multiplicado tu misericordia, Dios. Tú, en efecto, eres Dios, tú has creado, tú salvas; tú has dado el ser, tu das estar sano.
La luz del mundo
4. Si, pues, como se ha multiplicado la misericordia de Dios, así salva él a hombres y jumentos, ¿acaso no tienen los hombres alguna otra cosa que Dios creador les otorgue, que no otorga a los jumentos? ¿No hay ninguna diferencia entre el animal hecho a imagen de Dios y el animal sometido a la imagen de Dios? Simple y llanamente, la hay. Además de esa salud común a nosotros con los seres vivos mudos, hay algo que Dios nos otorgue y, en cambio, no otorga a ellos. ¿Qué es esto? Sigue tú en el mismo salmo: Ahora bien, los hijos de los hombres esperarán bajo la cubierta de tus alas. Aun teniendo de momento la salud común con las bestias, los hijos de los hombres esperarán bajo la cubierta de tus alas5. Tienen una salud de hecho, otra en esperanza. Esa salud que existe en el presente es común a hombres y ganados; pero hay otra que esperan los hombres y reciben quienes esperan, mas no reciben quienes desesperan. En efecto, los hijos de los hombres, afirma, esperarán bajo la cubierta de tus alas. Ahora bien, quienes esperan perseverantemente son protegidos por ti, para que el diablo no los derribe de la esperanza: esperarán bajo la cubierta de tus alas. Si, pues, esperarán, ¿qué esperarán sino lo que no tienen los ganados? Se embriagarán de la fertilidad de tu casa, y les darás a beber del torrente de tu deleite6. ¿Cuál es el vino, embriagarse del cual es loable? ¿Cuál es el vino que no turba la mente, sino que la dirige? ¿Cuál es el vino que hace perpetuamente cuerdo, y, si no embriaga, lo hace loco? Se embriagarán. ¿De qué? De la fertilidad de tu casa, y les darás a beber del torrente de tu deleite. ¿Cómo? Porque en ti está la fuente de la vida7. La fuente misma de la vida caminaba por la tierra, ella misma decía: Quien tiene sed, venga a mí8. He aquí la fuente.
Pero nosotros habíamos comenzado a hablar de la luz y explicábamos la cuestión propuesta a raíz del evangelio. Se nos ha leído, en efecto, según decía el Señor: Yo soy la luz del mundo. De ahí la cuestión de que nadie, por entender carnalmente, supusiera que había que entender ese sol; de ahí llegamos al salmo, considerado el cual, hemos hallado entre tanto al Señor, fuente de vida. Bebe y vive. En ti está, afirma, la fuente de la vida; por eso, los hijos de los hombres esperan bajo la sombrilla de tus alas, buscando embriagarse de esa fuente. Pero hablábamos de la luz. Sigue tú, pues, ya que el profeta, después de decir: «En ti está la fuente de la vida», ha añadido a continuación: «En tu luz veremos la luz»9, al Dios de Dios, a la Luz de Luz. Mediante esta Luz ha sido hecha la luz del sol; y la Luz que ha hecho al sol, bajo el cual nos ha hecho también a nosotros, se ha hecho uno más bajo el sol por nosotros. Se ha hecho, repito, por nosotros uno más bajo el sol la Luz que ha hecho el sol. No desprecies la nube de la carne; la nube oculta la Luz, pero no para oscurecerla, sino para mitigarla.
La luz y la vida
5. Al hablar, pues, mediante la nube de su carne, la Luz indeficiente, la Luz de la Sabiduría, dice a los hombres: Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida10. ¡Cómo te ha retirado de los ojos de la carne y te ha hecho volver a los ojos del corazón! No basta, en efecto, decir: «Quien me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz», pues ha añadido «de la vida», como allí está dicho: Porque en ti está la fuente de la vida. Mirad, pues, hermanos míos, cómo las palabras del Señor concuerdan con la verdad de aquel salmo: la luz está aquí puesta con la fuente de la vida, y el Señor ha dicho «la luz de la vida». Ahora bien, en estos usos corporales, una cosa es la luz; otra, la fuente; la garganta busca la fuente, los ojos la luz; cuando tenemos sed, buscamos la fuente; cuando estamos en tinieblas, buscamos la luz; y, si quizá tenemos sed de noche, encendemos una luz para llegar a la fuente. No así en Dios: lo que es la luz, esto es la fuente; quien te ilumina para que veas, ése mismo mana para que bebas.
Jesús, sol que no se oculta
6. Veis, pues, hermanos míos, veis, si veis dentro, qué clase de luz es esta de la que el Señor dice: Quien me sigue no caminará en las tinieblas. Sigue tú ese sol, veamos si no caminarás en las tinieblas. He aquí que al aparecer sale hacia ti; en su carrera se dirige él a occidente; tu marcha es quizá a oriente; si tú no te diriges a la parte contraria, no hacia la que él tiende, siguiéndolo errarás de verdad y en vez del oriente tendrás el occidente. Si en la tierra lo sigues, errarás; si en el mar lo sigue el navegante, errará. En fin, te parece que hay que seguir al sol y también tú tiendes a occidente, adonde también él tiende. Cuando se ponga, veamos si no caminarás en las tinieblas. Mira cómo, aunque no quisieras abandonarlo, él te abandonará, una vez que él por necesidad de su servicio haya recorrido el día. En cambio, nuestro Señor Jesucristo, entre tanto y cuando no se mostraba a todos a causa de la nube de la carne, sujetaba todo mediante el poder de su sabiduría. Tu Dios está entero por doquier; si no te caes de él, jamás él se te ocultará.
¿Buscas a Dios? Pídeselo a él
7. Quien me sigue, afirma, no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Ha puesto en un verbo de tiempo futuro lo que ha prometido, pues no dice «tiene», sino «tendrá la luz de la vida». Tampoco empero asevera «quien me seguirá», sino «quien me sigue». Respecto a lo que debemos hacer ha puesto el tiempo presente; significó con un verbo de tiempo futuro lo que ha prometido a quienes lo hagan. Quien me sigue, tendrá: por ahora sigue, después tendrá; por ahora sigue mediante la fe, después tendrá mediante la visión, pues, mientras estamos en el cuerpo, asevera el Apóstol, estamos desterrados del Señor, pues caminamos mediante fe, no mediante visión11. ¿Cuándo mediante visión? Cuando tengamos la luz de la vida, cuando hayamos llegado en aquella visión, cuando haya pasado esa noche. Por cierto, de ese día que va a despuntar está dicho: De mañana estaré en tu presencia y contemplaré12. ¿Qué significa «de mañana»? Pasada la noche de este mundo, pasados los terrores de las tentaciones, superado el león que de noche merodea rugiendo, mientras busca a quién devorar13. De mañana estaré en tu presencia y contemplaré. Hermanos, ¿qué suponemos ahora que conviene de verdad a este tiempo, sino lo que se dice de nuevo en un salmo: Cada noche lavaré mi lecho, con mis lágrimas regaré mi cama?14 Cada noche, dice, lloraré; arderé en deseo de la luz. El Señor ve mi deseo, porque le dice otro salmo: Ante ti está todo deseo mío, y mi gemido no se te esconde15. ¿Deseas oro? Pueden verte, pues para los hombres será manifiesto que buscas oro. ¿Deseas trigo? Preguntas quién tiene y le indicas tu deseo, pues anhelas llegar a lo que deseas. ¿Deseas a Dios? ¿Quién ve tu deseo sino Dios? En efecto, ¿a quién pides que te dé a Dios, como pides pan, agua, oro, plata o trigo? ¿A quién pides que te dé a Dios sino a Dios? Su persona se le pide a él mismo, que ha prometido su persona. Ensanche el alma su avidez y busque recoger en un regazo más capaz lo que ni ojo vio ni oído oyó ni a corazón de hombre ascendió16. Puede ser deseado, puede ser anhelado, puede suspirarse por ello; no puede ser pensado dignamente ni las palabras pueden explicarlo.
Rompamos las cadenas que nos impiden seguir a Cristo
8. Porque, pues, el Señor, hermanos míos, asevera brevemente: «Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida», palabras en que una cosa es lo que ha prescrito, otra lo que ha prometido, hagamos lo que ha prescrito; así no desearemos con desvergüenza lo que promete, ni nos dirá en su juicio: «Por cierto, ¿has hecho lo que prescribí, para que exijas lo que prometí?» ¿Qué, pues, prescribiste, Señor Dios nuestro? Te dice: Que me sigas. Has pedido un consejo de vida. ¿De qué vida, sino de la que está dicho: En ti está la fuente de la vida? Un quídam oyó: Vete, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven y sígueme17. Se marchó triste, no le siguió. Buscó un Maestro bueno, se dirigió a él como a doctor y despreció a quien le adoctrinaba; se marchó triste, encadenado por sus codicias; se marchó triste, pues tenía sobre sus hombros una gran carga de avaricia. Se fatigaba, se desazonaba; y, acerca de quien quiso descargarle la carga, supuso que no había que seguirle, sino abandonarle. En cambio, después que el Señor clamó mediante el evangelio: «Venid a mí todos los que os fatigáis y estáis abrumados, y yo os aliviaré; coged sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón»18, ¡cuantísimos, oído el evangelio, hicieron lo que, oído de su boca, no hizo el rico aquel! Hagámoslo, pues, ahora mismo; sigamos al Señor, rompamos los grilletes que nos impiden seguirlo. Y ¿quién es idóneo para soltar tales nudos, si no ayuda ese a quien está dicho: Rompiste mis cadenas?19 De él dice otro salmo: El Señor suelta a los engrilletados, el Señor yergue a los aplastados20.
Se hizo Camino por el que llegar a la Verdad y a la Vida
9. Y los soltados y erguidos, ¿qué siguen sino la luz a la que, porque el Señor ilumina a los ciegos, oyen: Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no caminará en las tinieblas? Somos, pues, iluminados ahora, hermanos, pues tenemos el colirio de la fe, ya que precedió su saliva con tierra para ungir a quien nació ciego21. También nosotros hemos nacido de Adán ciegos y necesitamos que aquél nos ilumine. Mezcló saliva con tierra: La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros22. Mezcló saliva con tierra; por eso está predicho: La verdad ha brotado de la tierra23; por su parte, él mismo dijo: Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida24. Disfrutaremos de la verdad cuando la veamos cara a cara, porque también esto se nos promete. De hecho, ¿quién osaría esperar lo que Dios no se ha dignado prometer ni dar? Veremos cara a cara. Dice el Apóstol: Ahora conozco en parte, ahora enigmáticamente mediante espejo; en cambio, entonces cara a cara25. Y el apóstol Juan en su carta: Queridísimos, ahora somos hijos de Dios y aún no ha aparecido qué seremos; sabemos que, cuando haya aparecido, seremos similares a él porque lo veremos como es26. Ésta es una gran promesa. Si lo amas, síguelo. «Lo amo, afirmas; pero ¿por dónde lo sigo?». Si el Señor tu Dios te hubiera dicho: «Yo soy la verdad y la vida», deseoso tú de la verdad, anhelante de la vida, buscarías el camino por el que pudieras llegar a éstas y te dirías: «¡Gran cosa es la verdad, gran cosa la vida! ¡Si hubiera cómo mi alma llegase allá!». ¿Buscas por dónde? Primero óyelo decir: Yo soy el Camino. Antes de decirte a dónde, ha presentado por dónde: Yo soy el Camino, afirma. El camino ¿a dónde? Y la Verdad y la Vida. Primero dijo por dónde puedes venir, después a dónde puedes venir. Yo soy el Camino, yo soy la Verdad, yo soy la Vida. Porque permanece en el Padre es la Verdad y la Vida; por haberse vestido la carne, se hizo Camino. No se te dice: «Fatígate buscando el camino para llegar a la verdad y a la vida»; no se te dice esto. ¡Perezoso, levántate! El Camino en persona ha venido a ti y, a ti que estabas durmiendo, te ha despertado del sueño, si empero te ha despertado; ¡levántate y anda! Quizá intentas andar y no puedes porque te duelen los pies. ¿Por qué te duelen los pies? ¿No habrán corrido por asperezas, a las órdenes de la avaricia? Pero la Palabra de Dios sanó también a cojos. Afirmas: «He aquí que tengo sanos los pies, pero no veo el camino mismo». También iluminó a ciegos.
Ahora, la lucha; después, la paz
10. Todo esto entero sucede mediante la fe, mientras estamos desterrados del Señor porque permanecemos en el cuerpo. Pero, cuando hayamos terminado el camino y llegado a la patria misma, ¿qué tendremos más alegre, qué tendremos más feliz, porque nada tendremos más sosegado, pues nada se rebelará contra el hombre? En cambio, ahora, hermanos, difícilmente estamos sin riña. A la concordia, sí, hemos sido llamados, se nos prescribe tener paz entre nosotros; en esto hay que esforzarse y empeñarse con todas las fuerzas, para llegar algún día a la paz perfectísima; de momento, en cambio, casi siempre litigamos con esos por quienes queremos mirar. Uno yerra: tú quieres conducirlo al camino; se te resiste: litigas; un pagano se resiste: disputas contra errores de ídolos y demonios; un hereje se resiste: disputas contra otras doctrinas demoníacas; un mal católico se niega a vivir bien: corriges también a tu hermano interior; permanece contigo en casa, mas busca caminos de perdición: te desazonas por cómo corregirlo, para dar buena cuenta de él ante el Señor de ambos. ¡Cuántas necesidades de riñas por doquier! Casi siempre el hombre, rendido de hastío, dice para sus adentros: «¿Por qué tengo que soportar contradictores, soportar a quienes devuelven mal por bien? Yo quiero mirar por ellos, ellos quieren perecer. Consumo mi vida litigando, no tengo paz. Además, hago enemigos a quienes debería tener por amigos, si observasen la benevolencia de quien mira por ellos. ¿Por qué tengo que soportar eso? Regresaré a mí, estaré conmigo; invocaré a mi Dios». Regresa a ti mismo: allí encontrarás riña. Si comenzaste a seguir a Dios, allí encuentras riña. Preguntas: «¿Qué riña encuentro?» La carne ansía contra el espíritu y el espíritu contra la carne27. Hete ahí a ti mismo, hete ahí solo, hete ahí contigo, he aquí que no soportas a ningún otro hombre; pero ves en tus miembros otra ley, que se opone a la ley de tu mente y que mediante la ley del pecado y de la muerte, la cual está en tus miembros, te cautiva. Grita, pues, y clama a Dios desde la riña interior, para que te ponga en paz contigo: ¡Hombre infeliz yo! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? La gracia de Dios mediante Jesucristo, Señor nuestro29, porque quien me sigue no caminará en las tinieblas, afirma, sino que tendrá la luz de la vida. Terminada por entero toda riña, seguirá la inmortalidad, porque será destruida la muerte, última enemiga. Y ¿de qué clase será la paz? Es preciso que esto corruptible se vista de incorrupción, y que esto mortal se vista de inmortalidad30. Para llegar a ello, porque entonces existirá de hecho, ahora sigamos en esperanza al que dijo: Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.