TRATADO 33

Comentario a Jn 7,40-8,11, predicado en Hipona, algunos días después del anterior

Traductores: Miguel Fuertes Lanero y José Anoz Gutiérrez

La fe de los sencillos

1. Recuerda Vuestra Caridad que en el sermón anterior, con ocasión de la lectura evangélica, os hablé del Espíritu Santo. Tras haber invitado el Señor a quienes creyeran en él a beber este Espíritu, al hablar entre quienes pensaban detenerlo y ansiaban asesinarlo, pero no podían porque él no quería; tras haber, pues, dicho esto, se originó entre la turba una disensión acerca de él, pues unos suponían que él mismo era el Mesías, otros decían que el Mesías no surgirá de Galilea. Quienes habían sido enviados a detenerlo regresaron inmunes de delito y llenos de admiración, porque hasta dieron testimonio de la divinidad de su doctrina: ya que, cuando quienes los habían enviado dijeron: «¿Por qué no lo habéis traído?», respondieron que jamás habían oído a un hombre hablar así: Un hombre cualquiera, en efecto, no habla así. Él, en cambio, habló así porque era Dios y hombre. Sin embargo, los fariseos, tras rechazar el testimonio de aquéllos, les dijeron: «¿Acaso también vosotros estáis seducidos? Vemos, en efecto, que os han gustado sus palabras. ¿Acaso alguno de las autoridades o de los fariseos creyó en él? Pero la turba esta, que no conoce la Ley, son unos malditos»1. Quienes no conocían la Ley, ésos mismos creían en quien había enviado la Ley; y, para que se cumpliera lo que había dicho el Señor mismo: «Yo vine para que vean quienes no ven, y quienes ven se vuelvan ciegos»2, a quien había enviado la Ley, lo despreciaban quienes enseñaban la Ley. Ciegos, en efecto, se volvieron los doctores fariseos, fueron iluminados los pueblos que ignoraban la Ley, mas creyeron en el Autor de la Ley.

Un fariseo creyente

2. Sin embargo, Nicodemo, uno de los fariseos, el que de noche vino al Señor —y él mismo no incrédulo, no, sino tímido porque de noche había venido a la Luz precisamente porque quería ser iluminado, mas temía ser descubierto—, respondió a los judíos: ¿Acaso nuestra Ley sentencia al hombre, si antes no lo hubiera oído y sabido qué hace? De hecho, perversamente querían ellos ser condenadores antes que conocedores. Por cierto, Nicodemo sabía o, más bien, suponía que, si querían sólo escucharlo pacientemente, quizá se harían similares a quienes fueron enviados a detener y prefirieron creer. Ellos, por prejuicio de su corazón, respondieron lo que a aquéllos: ¿Acaso también tú eres galileo? Esto es, cual seducido por el Galileo. Por cierto, se llamaba galileo al Señor porque sus padres eran de la población de Nazaret. He dicho «padres» en cuanto a María, no en cuanto a la ascendencia masculina, pues en la tierra no buscó sino madre quien arriba tenía ya Padre. Por cierto, uno y otro nacimiento fue asombroso: el divino sin madre, el humano sin padre. ¿Qué, pues, dijeron a Nicodemo aquellos pretendidos doctores de la Ley? Escruta las Escrituras y ve que de Galilea no surge profeta. Pero de allí surgió el Señor de los profetas. Regresaron, afirma el evangelista, cada uno a su casa3.

Cristo y el monte de los Olivos

3. De allí Jesús se marchó al monte, ahora bien, al monte del Olivar, al monte fructuoso, al monte del aceite perfumado, al monte del crisma, pues ¿dónde convenía que Cristo enseñase sino en el monte del Olivar? Por cierto, el nombre de Cristo viene de crisma; ahora bien, XXXX, en griego, se dice en latín unctio. Pues bien, nos ha ungido precisamente para hacernos luchadores contra el diablo. Y al amanecer vino de nuevo al templo, y todo el pueblo vino a él, y sentado les enseñaba4. Mas no se le detenía, porque aún no se dignaba padecer.

Verdad, mansedumbre y justicia de Jesús

4. Ahora observad ya dónde fue puesta a prueba la mansedumbre del Señor. Pues bien, los letrados y fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y la pusieron en medio y le dijeron: Maestro, esta mujer acaba de ser sorprendida en adulterio. Ahora bien, Moisés nos mandó en la Ley lapidar a esta clase de mujeres; ¿tú, pues, qué dices? Ahora bien, decían esto para ponerlo a prueba, para poder acusarlo. ¿Acusarlo de qué? ¿Acaso lo habían sorprendido a él mismo en algún delito o se decía que aquella mujer estaba de algún modo relacionada con él? ¿Qué significa, pues: Para ponerlo a prueba, para poder acusarlo?5 Entenderemos, hermanos, que en el Señor sobresalió una mansedumbre asombrosa, pues reconocieron que él era extremadamente tierno, extremadamente manso, ya que de él se había predicho antes: Potentísimo, cíñete con tu espada cerca de tu muslo; marcha con tu porte y hermosura, avanza felizmente y reina por la verdad y la mansedumbre y la justicia6. Trajo, pues, la verdad como Maestro, la mansedumbre como Liberador, la justicia como Juez instructor. Por eso, un profeta había predicho que él iba a reinar en virtud del Espíritu Santo7. Cuando hablaba, se reconocía la verdad; cuando no se movía contra los enemigos, se loaba la mansedumbre. Porque, pues, la malevolencia y la envidia torturaban a los enemigos por esas dos cosas, esto es, su verdad y mansedumbre, le pusieron un tropiezo en la tercera, esto es, en la justicia. ¿Por qué? Porque la Ley había prescrito lapidar a los adúlteros y la Ley no podía en absoluto prescribir lo que era injusto; si alguien dijera algo distinto de lo que la Ley había prescrito sería sorprendido como injusto. Dijeron, pues, entre ellos: «Se le tiene por veraz, parece apacible; hay que buscarle una intriga respecto a la justicia; presentémosle una mujer sorprendida en adulterio, digamos qué está preceptuado sobre ella en la Ley; si prescribe que sea lapidada, no tendrá mansedumbre; si opina que se la perdone, no tendrá la justicia. Ahora bien, dicen, para no perder la mansedumbre que le ha hecho ya amable para la gente, sin duda va a decir que debe ser perdonada. Gracias a esto hallaremos la ocasión de acusarle y lo haremos reo como prevaricador de la Ley, diciéndole: Eres enemigo de la Ley; respondes contra Moisés, mejor dicho, contra el que mediante Moisés ha dado la Ley; eres reo de muerte, con ella debes ser lapidado también tú». Con estas palabras y afirmaciones podría inflamarse la envidia, animarse la acusación, exigirse la condena. Pero esto, ¿contra quién? La perversidad contra la rectitud, la falsedad contra la verdad, el corazón corrupto contra el corazón recto, la insensatez contra la sabiduría. ¿Cuándo ellos prepararían trampas en que antes no metieran la cabeza? He aquí que el Señor, respondiendo, va a mantener la justicia y no va a apartarse de la mansedumbre. Porque no creían en quien podría librarlos de las trampas, no fue cazado aquel a quien se las tendían, sino que, más bien, resultaron cazados quienes las tendían.

Triunfo de la misericordia sin menoscabo de la justicia

5. ¿Qué, pues, respondió el Señor Jesús? ¿Qué respondió la Verdad? ¿Qué respondió la Sabiduría? ¿Qué respondió la Justicia misma, contra la que se preparaba la intriga? Para no parecer que hablaba contra la Ley, no dijo: «No sea apedreada». Por otra parte, ni hablar de decir «Sea apedreada», pues vino no a perder lo que había encontrado, sino a buscar lo que estaba perdido8. ¿Qué respondió, pues? ¡Ved qué respuesta tan llena de justicia, tan llena de mansedumbre y verdad! El que de vosotros está sin pecado, afirma, contra ella tire el primero una piedra9. ¡Oh respuesta de sabiduría! ¡Cómo les hizo entrar dentro de sí mismos! Fuera, en efecto, inventaban intrigas, por dentro no se escudriñaban a sí mismos; veían a la adúltera, no se examinaban a sí mismos. Los prevaricadores de la Ley ansiaban que la Ley se cumpliera, y esto inventando intrigas; no de verdad, como condenando el adulterio con la castidad.

Habéis oído, judíos; habéis oído, fariseos; habéis oído, doctores de la Ley, al custodio de la Ley; pero aún no habéis entendido que él es el Legislador. ¿Qué otra cosa os da a entender cuando escribe en la tierra con el dedo? Por cierto, el dedo de Dios escribió la Ley, pero a causa de los duros fue escrita en piedra10. Ahora el Señor escribía ya en la tierra, porque buscaba fruto. Habéis oído, pues; cúmplase la Ley, lapídese a la adúltera; pero ¿acaso castigando a aquélla van a cumplir la Ley quienes deben ser castigados? Cada uno de vosotros considérese a sí mismo, entre en sí mismo, ascienda al tribunal de su mente, preséntese ante su conciencia, oblíguese a confesar, pues sabe quién es, porque nadie de los hombres sabe lo que es del hombre sino el espíritu del hombre que está en él mismo11. Cada uno, al poner la atención en sí mismo, se encuentra pecador. Así de claro. Dejadla, pues, ir o a una con ella afrontad el castigo de la Ley.

Si decía: «No sea lapidada la adúltera», quedaría convicto como injusto; si decía: «Sea lapidada», no parecería apacible; apacible y justo diga lo que debe decir. El que de vosotros está sin pecado, contra ella tire el primero una piedra. Ésta es la voz de la Justicia: «Castíguese a la pecadora, pero no por pecadores; cúmplase la Ley, pero no por prevaricadores de la Ley». Ésta es en absoluto la voz de la Justicia; ellos, heridos por esa Justicia como por un dardo grande cual una viga, tras mirarse a sí mismos y hallarse reos, se retiraron todos uno tras otro12. Los dos fueron abandonados: la miserable y la Misericordia. El Señor, por su parte, tras haberlos herido con el dardo de la justicia, no se dignó ni siquiera mirar a los que caían, sino que, apartada de ellos la mirada, de nuevo escribía en la tierra con el dedo13.

La pecadora y el sin pecado

6. Pues bien, abandonada sola la mujer y, tras marcharse todos, levantó sus ojos hacia la mujer. Hemos oído la voz de la Justicia; oigamos también la de la Mansedumbre. Creo, en efecto, que la mujer se había aterrorizado cuando oyó al Señor decir: El que de vosotros está sin pecado, contra ella tire el primero una piedra. Ellos, pues, atentos a sí y porque con la retirada misma confesaron acerca de sí, habían abandonado la mujer con un gran pecado a manos de quien estaba sin pecado. Y, porque ella había oído esto: El que de vosotros está sin pecado, contra ella tire el primero una piedra, esperaba ser castigada por ese en quien no podía hallarse pecado. Por su parte, quien con lengua de justicia había repelido a sus adversarios, tras levantar hacia ella ojos de mansedumbre, le interrogó: ¿Nadie te condenó? Respondió ella: Nadie, Señor. Y él: Tampoco te condenaré yo, por quien temías quizá ser castigada, porque no hallaste pecado en mí. Tampoco te condenaré yo. ¿Qué significa, Señor? ¿Fomentas, pues, los pecados? Simple y llanamente, no es así. Observa lo que sigue: Vete, en adelante no peques ya14. El Señor, pues, ha condenado, pero el pecado, no al hombre. Efectivamente, si fuese fautor de pecados diría: «Tampoco te condenaré yo; vete, vive como vives; está segura de mi absolución; por mucho que peques, yo te libraré de todo castigo, hasta de los tormentos del quemadero y del infierno». No dijo esto.

La mansedumbre divina, invitación a la conversión

7. Atiendan, pues, quienes en el Señor aman la mansedumbre y temen la verdad. De hecho, el Señor es dulce y recto15. Lo amas porque es dulce; témelo porque es recto. Cual apacible dice: «Callé»; pero cual justo: ¿Acaso callaré siempre?16 El Señor es compasivo y misericordioso. Así es simple y llanamente. Añade tú aún: longánime; añade aún: y muy compasivo; pero teme lo que está al final, y veraz17, pues a quienes de momento aguata cuando pecan, va a juzgarlos por desafiantes. ¿O desafías las riquezas de su longanimidad y mansedumbre, al ignorar que la paciencia de Dios te induce a la enmienda? Tú, en cambio, según la dureza de tu corazón y según el corazón impenitente, te almacenas ira en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, que pagará a cada uno según sus obras18. El Señor es apacible; el Señor es longánime; el Señor es compasivo; pero el Señor es también justo, el Señor es también veraz. Se te da espacio de corrección; pero tú amas la dilación más que la enmienda. ¿Fuiste malo ayer? Hoy sé bueno. ¿Y has pasado en la malicia el día hodierno? Al menos mañana cambia. Siempre aguardas y te prometes muchísimo de la misericordia de Dios cual si quien te prometió el perdón mediante el arrepentimiento, te hubiera prometido también una vida muy larga. ¿Cómo sabes lo que parirá el día de mañana? Bien dices en tu corazón: «Cuando me corrija, Dios me perdonará todos los pecados». No podemos negar que Dios ha prometido indulgencia a los convertidos y enmendados. Por cierto, en el profeta en que me lees que ha prometido indulgencia al corregido, no me lees que Dios te ha prometido vida larga.

Entre la esperanza y la desesperación

8. Por una y otra cosa peligran, pues, los hombres, por esperar y por desesperar; cosas contrarias, sentimientos contrarios. ¿Quién se engaña esperando? Quien dice: Dios es bueno, Dios es compasivo; haré lo que me place, lo que me gusta; soltaré las riendas a mis caprichos, satisfaré los deseos de mi alma. ¿Por qué esto? Porque Dios es compasivo, Dios es bueno, Dios es apacible. Ésos peligran por la esperanza. En cambio, por desesperación quienes, cuando caen en graves pecados, al suponer que no pueden perdonárseles a ellos arrepentidos y, estimando que están destinados sin duda a la condenación, se dicen a sí mismos con la actitud de los gladiadores destinados a la espada: «Vamos a ser ya condenados, ¿por qué no hacer lo que queramos?». Por eso dan pena los desesperados; pues ya no tienen qué temer, vehementemente son también de temer. Mata a éstos la desesperación; a aquéllos la esperanza. El ánimo fluctúa entre la esperanza y la desesperación. Es de temer que te mate la esperanza y que, por esperar mucho de la misericordia, incurras en juicio; a la inversa, es de temer que te mate la desesperación y, por suponer que no se te perdonan ya los pecados graves que has cometido, no te arrepientas e incurras en la sabiduría del juez, el cual dice: Y yo me reiré de vuestra ruina19.

¿Qué hace, pues, el Señor con quienes peligran por una y otra enfermedad? A quienes peligran por esperanza, dice esto: No tardes en convertirte al Señor ni lo difieras de día en día, pues su ira vendrá súbitamente y en el tiempo de la venganza te destruirá20. A quienes peligran por desesperación, ¿qué dice? Cualquier día en que el inicuo se convierta, olvidaré todas sus iniquidades21. Por quienes, pues, peligran por desesperación, ha presentado el puerto de la indulgencia; por quienes peligran por esperanza y se engañan con dilaciones, ha hecho incierto el día de la muerte. No sabes cuándo llegará el último día. ¿Eres ingrato porque tienes el de hoy para corregirte? Dice, pues, así a esa mujer: Tampoco te condenaré yo; pero, hecha segura respecto al pasado, vela por el futuro. Tampoco te condenaré yo; he borrado lo que has cometido; para encontrar lo que he prometido, observa lo que he preceptuado.