TRATADO 30

Comentario a Jn 7,19-24, predicado en Hipona, quizá el domingo 16 de agosto de 414

Traductores: Miguel Fuertes Lanero y José Anoz Gutiérrez

Escuchemos a Jesús como si estuviera presente

1. A la lectura del santo evangelio de la que hace un tiempo hablé a Vuestra Caridad, sigue esa que acaba de leerse, la hodierna. Oían al Señor hablar los discípulos y los judíos; oían a la Verdad hablar veraces y mendaces; oían a la Caridad hablar amigos y enemigos; oían al Bien hablar buenos y malos. Ellos oían, pero él discernía y veía y preveía a quiénes aprovechaba e iba a aprovechar la palabra, pues veía respecto a quienes entonces estaban, preveía respecto a quienes íbamos a estar. Así pues, escuchemos el evangelio cual al Señor presente, y no digamos: «¡Oh, dichosos aquellos que pudieron verlo!», porque muchos de esos que lo vieron, también lo mataron; en cambio, muchos de entre nosotros, que no lo vieron, también han creído. Por cierto, lo precioso que sonaba desde la boca del Señor está escrito por nosotros, se nos ha conservado, se recita por nosotros y se recitará también por nuestros descendientes y hasta que el mundo se acabe. Arriba está el Señor, pero también aquí está el Señor Verdad, pues el cuerpo del Señor, en el cual resucitó, puede estar en un único lugar; su verdad está difundida por doquier. Escuchemos, pues, al Señor y digamos también nosotros lo que de sus palabras nos diere él mismo.

La turbulenta turba

2. ¿Acaso Moisés, pregunta, no os dio la Ley, y ninguno de vosotros cumple la Ley? ¿Por qué buscáis matarme? De hecho, buscáis matarme precisamente porque ninguno de vosotros cumple la Ley, porque si cumplierais la Ley, en las letras mismas reconoceríais a Cristo y no lo mataríais presente. Y ellos respondieron: le respondió la turba. Cual turba, respondió lo referente no al orden, sino a la perturbación; por eso, ved qué respondió la turbada turba: Tienes un demonio; ¿quién busca matarte?1 Como si decir «Tienes un demonio» no fuese peor que matarlo, pues a quien expulsaba a los demonios se ha dicho que tenía un demonio. ¿Qué otra cosa podría decir la turbulenta turba? ¿A qué otra cosa podrá oler el cieno removido? La turba quedó turbada. ¿Por qué? Por la Verdad. La claridad de la luz turbó a la turba oftálmica, pues ojos que no tienen salud no pueden aguantar la claridad de la luz.

La salud que da Dios

3. Por su parte, el Señor, no turbado en absoluto, sino tranquilo en su verdad, no devuelve mal por mal, ni maldición por maldición2. Si les dijera: «Un demonio tenéis vosotros», diría enteramente la verdad, pues no dirían cosas tales a la Verdad si la falsedad del diablo no los excitase. ¿Qué respondió, pues? Oigámoslo tranquilamente y bebamos la Tranquilidad: Hice una única obra y todos os asombráis3. Como diciendo: ¿qué sería si vierais todas mis obras? Obras de él mismo eran, en efecto, las que veían en el mundo, mas no veían a ese mismo que hizo todo; hizo una única cosa y se turbaron porque en sábado hizo salvo a un hombre, como si a cualquier enfermo que se sanase en sábado lo hiciera sano alguien distinto de quien los escandalizó porque en sábado hizo sano a un hombre. ¿Quién otro, en efecto, hizo salvos a otros, sino la Salud en persona, quien da también a los jumentos la salud que dio a este hombre? De hecho, él era la salud corporal. La salud de la carne se repara y asimismo muere; y, cuando se repara, la muerte se difiere, no se elimina. No obstante, hermanos, esa salud misma viene también del Señor mediante cualquiera a través del cual la dé; sea quien fuese el que la comunica cuidándola y sirviéndola, la da ese de quien proviene toda salud, al cual se dice en un salmo: A hombres y jumentos harás salvos, Señor, como multiplicaste tu misericordia, Dios. En efecto, porque eres Dios, tu multiplicada misericordia llega incluso a la salud de la carne humana, llega también a la salud de los mudos animales; pero tú que das la salud de la carne, común a hombres y jumentos, ¿acaso es nula la salud que reservas para los hombres? Hay ciertamente otra que no sólo no es común a hombres y jumentos, sino que ni siquiera es común a los hombres mismos buenos y malos. Por eso, después de hablar allí de esa salud que reciben en común ganados y hombres, en atención a la salud que deben esperar los hombres, pero los hombres buenos, añadió a continuación: Ahora bien, los hijos de los hombres esperarán bajo la cubierta de tus alas, se embriagarán de la fertilidad de tu casa y del torrente de tu deleite les darás a beber, porque contigo está la fuente de la vida, y en tu luz veremos la luz4. Ésta es la salud que pertenece a los buenos, a los que ha nominado hijos de los hombres, aunque había dicho arriba: A hombres y jumentos harás salvos, Señor. ¿Pues qué decir? ¿Esos hombres no eran hijos de los hombres, para que, tras haber dicho «hombres» siguiera y dijese: «ahora bien, los hijos de los hombres», como si una cosa eran los hombres, y otra los hijos de los hombres? Sin embargo, supongo que el Espíritu Santo no ha dicho esto sin alguna alusión a la distinción: «hombres», respecto al Adán primero: «los hijos de los hombres», respecto a Cristo, pues quizá los «hombres» pertenecen al hombre primero; en cambio, «los hijos de los hombres» pertenecen al Hijo del hombre.

La salud en sábado

4. Hice una única obra y todos os asombráis. Y añade al instante: Por eso os ha dado Moisés la circuncisión. Bien hecho está que recibierais de Moisés la circuncisión. No porque viene de Moisés, sino de los padres5. Por cierto, Abrahán fue el primero en recibir del Señor la circuncisión6. Y circuncidáis en sábado. Os deja convictos Moisés. En la Ley habéis recibido circuncidar al octavo día7; en la Ley habéis recibido descansar el séptimo día8. Si el octavo día de quien ha nacido ocurriera al día séptimo del sábado, ¿que haréis? ¿Descansaréis para observar el sábado, o circuncidaréis para cumplir el sacramento del día octavo? Pero sé, afirma, qué hacéis: Circuncidáis a un hombre. ¿Por qué? Porque la circuncisión tiene que ver con alguna marca de la salvación y los hombres no deben estar exentos de la salvación en sábado. Tampoco, pues, os airéis contra mí, porque he hecho salvo en sábado a un hombre entero; si en sábado, afirma, recibe la circuncisión un hombre para que no se quebrante la Ley de Moisés9 —pues mediante Moisés se instituyó saludablemente algo en el establecimiento de la circuncisión—, ¿por qué os indignáis contra mí que en sábado realizo la salvación?

La resurrección es la verdadera circuncisión

5. En efecto, la circuncisión significaba quizá al Señor en persona, contra quien ellos se enojaban porque curaba y sanaba. De hecho, se mandó aplicar la circuncisión el día octavo; y ¿qué es la circuncisión, sino el despojo de la carne? Esa circuncisión significa, pues, despojar del corazón los deseos carnales. No sin causa, pues, se dio y se mandó realizar en este miembro, porque mediante ese miembro se procrea la criatura de los mortales. Mediante un único hombre vino la muerte10, como mediante un único hombre la resurrección de los muertos; también mediante un único hombre y mediante el pecado entró al mundo la muerte11. Cada uno nace con prepucio precisamente porque todo hombre nace con el desperfecto del linaje; y Dios no limpia ni del desperfecto con que nacemos, ni de los desperfectos que viviendo mal añadimos, sino mediante un cuchillo de roca, el Señor Cristo: Pues la roca era el Mesías12. Por cierto, los judíos circuncidaban con cuchillos de roca y con el nombre de roca representaban a Cristo, mas no lo reconocían presente, sino que además deseaban matarlo. Ahora bien, ¿por qué en el octavo día, sino porque el Señor resucitó tras el séptimo del sábado en el día del Señor? La resurrección de Cristo, pues, que sucedió al tercer día de la pasión, sí, pero al octavo día entre los días de la semana, ésa misma nos circuncida. Escucha, mientras el Apóstol amonesta a los circuncidados por la auténtica Roca: Si, pues, resucitasteis con el Mesías, buscad lo que hay arriba, donde el Mesías está sentado a la derecha de Dios; saboread lo que hay arriba, no lo que hay sobre la tierra13. Dice a los circuncisos: Cristo ha resucitado, os ha quitado los deseos carnales, os ha quitado las ansias malas, os ha quitado lo superfluo con que habíais nacido y, mucho peor, lo que viviendo mal habíais añadido. Circuncidados por la roca, ¿por qué saboreáis aún la tierra? Y, por último, ya que Moisés dio la Ley y circuncidáis a un hombre en sábado, entended que la obra buena significa esto: que yo he hecho salvo en sábado a un hombre entero, porque fue curado para estar sano en el cuerpo, y creyó para estar sano en el alma.

El Señor del sábado

6. No juzguéis haciendo acepción de personas, sino juzgad el juicio recto14. ¿Qué significa esto? Quienes en atención a la Ley de Moisés circuncidáis en sábado, no os airáis contra Moisés; y, porque yo he hecho salvo a un hombre en sábado, os airáis contra mí. Juzgáis haciendo acepción de personas, atended a la verdad. Yo no me antepongo a Moisés, asevera el Señor, que era también Señor de Moisés mismo. Observadnos a los dos como a hombres, cual a dos hombres juzgad entre nosotros, pero juzgad el juicio verdadero: no lo condenéis por honrarme, sino honradme tras entenderlo a él. De hecho, esto les dijo en otro lugar: Si creyerais a Moisés, absolutamente me creeríais también a mí, pues de mí escribió él15. Pero en este lugar no quiso decir esto, como si él y Moisés estuviesen colocados en pie ante ellos. En atención a la Ley de Moisés circuncidáis, aun cuando sea sábado, ¿no queréis que muestre durante el sábado la generosidad de obrar curaciones? Porque el Señor de la circuncisión y el Señor del sábado es el autor de la salud y os está prohibido hacer en sábado trabajos serviles, si entendéis realmente los trabajos serviles no pecaréis. Por cierto, quien comete pecado es esclavo del pecado16. ¿Acaso es un trabajo servil sanar a un hombre durante el sábado? Coméis y bebéis —por decir yo algo en virtud del aviso del Señor y en virtud de sus palabras—; sí, ¿por qué coméis y bebéis en sábado, sino porque lo que hacéis tiene que ver con la salud? Mediante esto mostráis que las obras de la salud no han de omitirse en manera alguna el día de sábado. No juzguéis, pues, haciendo acepción de personas, sino juzgad el juicio recto. Observadme como hombre, observad a Moisés como hombre; si juzgáis según verdad, no me condenaréis a mí ni a Moisés, y, conocida la verdad, me conoceréis, porque yo soy la Verdad17.

El hombre nuevo

7. Gran esfuerzo requiere, hermanos, evitar en este mundo este vicio que el Señor ha censurado en este lugar: no juzgar haciendo acepción de personas, sino mantener el juicio recto. El Señor amonestó a los judíos, sí, pero también nos ha aconsejado a nosotros; a ellos los dejó convictos, a nosotros nos ha instruido; a ellos los rebatió, a nosotros nos ha estimulado. No supongamos que esto no está dicho para nosotros porque no estuvimos allí entonces. Está escrito, se lee, al ser leído en voz alta lo hemos oído, pero lo hemos oído como dicho a los judíos. No nos pongamos a nuestra espalda y como que miremos reprender a los enemigos, y nos convirtamos en lo que la Verdad misma nos reprenda. Los judíos juzgaban ciertamente haciendo acepción de personas; pero por eso no pertenecen al Nuevo Testamento, por eso no tienen en Cristo el reino de los cielos, por eso no son unidos a la sociedad de los ángeles santos. Pedían al Señor cosas terrenas, pues la tierra de promisión, la victoria sobre los enemigos, la fecundidad de los partos, la multiplicación de hijos, la abundancia de frutos, cosas todas las cuales prometió el verdadero y buen Dios, sí, pero como a carnales, todo esto hizo para ellos el Viejo Testamento. ¿Qué es el Viejo Testamento? Cual herencia perteneciente al hombre viejo. Nosotros hemos sido renovados, hemos sido hechos el hombre nuevo, porque también ha llegado ese Hombre nuevo. ¿Qué hay tan nuevo como nacer de una Virgen? Porque, pues, no había qué renovase en él un precepto porque no tenía pecado alguno, se dio un parto nuevo. En él un parto nuevo, en nosotros el hombre nuevo. ¿Qué es el hombre nuevo? El renovado en cuanto a la vetustez. Renovado ¿para qué cosa? Para desear las realidades celestes, para ansiar las eternas, para desear la patria que está arriba y no teme adversario, donde no perdemos al amigo ni tenemos enemigo; donde vivimos con actitud buena, sin carencia alguna; donde nadie nace, porque nadie muere; donde ya nadie progresa ni nadie deserta; donde no hay hambre ni sed, sino que la saciedad es la inmortalidad, y el alimento la Verdad. Porque tenemos estas promesas y pertenecemos al Nuevo Testamento y hemos sido hechos herederos de la nueva herencia y coherederos con el Señor mismo, tenemos una muy otra esperanza. No juzguemos haciendo acepción de personas; mantengamos, más bien, el juicio recto.

La imparcialidad en el juicio

8. ¿Quién es el que no juzga haciendo acepción de personas? Quien ama armoniosamente. El amor armonioso hace que no haya acepción de personas. Cuando honramos a los hombres de modo diverso según sus rangos, entonces no ha de temerse que hagamos acepción de personas. Pero, cuando juzgamos entre dos y a veces entre parientes, alguna vez se produce un juicio entre padre e hijo: el padre se queja del mal hijo, o el hijo se queja del padre duro. Guardamos al padre el respeto que le debe el hijo: en cuanto a la honra no igualamos al hijo con el padre, pero lo anteponemos si tiene una causa buena; en cuanto a la verdad, igualemos al hijo con el padre y así tributaremos el honor debido, sin que la equidad pierda ganancia. Así progresamos gracias a las palabras del Señor, y su gracia nos ayuda a progresar.