TRATADO 25

Comentario a Jn 6,15-44, predicado en Hipona a finales de julio de 414, al día siguiente del anterior

Traductores: Miguel Fuertes Lanero y José Anoz Gutiérrez

Jesús desciende y de nuevo asciende

1. A la lectura de ayer, tomada del evangelio, sigue ésa de hoy, respecto a la cual se os debe el sermón hodierno.Hecho el milagro en que Jesús alimentó con cinco panes a cinco mil hombres, como las turbas se hubiesen asombrado y dijeran que él era el gran profeta que vino al mundo, sigue esto: Jesús, pues, como hubiese conocido que habían venido a raptarlo y hacerlo rey, huyó de nuevo al monte él solo1. Se da, pues, a entender aquí que el Señor, como estuviera sentado en el monte con sus discípulos y viera a las turbas venir hacia sí, había descendido del monte y había alimentado a las turbas cerca de los lugares bajos. Por cierto, cómo puede ser que huyera de nuevo hacia allá si antes no descendiera del monte? Significa, pues, algo el hecho de que el Señor baja de la altura a alimentar a las turbas. Las alimentó y ascendió.

La pretensión de adelantar el reino de Cristo

2. Ahora bien, ¿por qué ascendió, como hubiese conocido que querían raptarlo y hacerlo rey? ¿Pues qué? ¿No era rey quien temía ser hecho rey? Lo era absolutamente. Pero no un rey al que los hombres hicieran tal, sino un rey que daría el reino a los hombres. ¿Acaso quizá también aquí nos indica algo Jesús, cuyos hechos son palabras? En el hecho, pues, de que quisieron raptarlo y hacerlo rey, y de que por eso huyó al monte él solo, esto, hecho en él, ¿calla, no dice nada, no significa nada? ¿O quizá raptarlo era querer adelantar el tiempo de su reinado? De hecho no había venido de momento a reinar ya, como va a reinar en el reino respecto al que decimos: Venga tu reino2. De hecho, él siempre reina con el Padre en cuanto que es el Hijo de Dios, la Palabra de Dios, la Palabra mediante la que se hizo todo. Ahora bien, los profetas predijeron su reinado, incluso en cuanto que Cristo se hizo hombre e hizo cristianos a sus fieles. Habrá, pues, un reino de cristianos que de momento es recogido, que de momento se prepara, al que de momento compra la sangre de Cristo; por fin será manifiesto su reino cuando, tras el juicio hecho por él, se abrirá la claridad de sus santos; juicio del que él mismo ha dicho arriba que va a hacer el Hijo del hombre3. También de ese reino dijo el Apóstol: Cuando entregue el reino al Dios y Padre4. Por eso asevera también él en persona: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que os está preparado desde el inicio del mundo5. En cambio, los discípulos y las turbas que creían en él supusieron que él había venido a reinar ya. Querer raptarlo y hacerlo rey es querer adelantar su tiempo que él mismo ocultaba cabe sí, para ponerlo a la vista oportunamente y manifestarlo oportunamente al final del mundo.

3. De hecho —para que sepáis que querían hacerlo rey, esto es, anticiparse y tener ya manifiesto el reino de Cristo, el cual primero tenía que ser juzgado y después juzgar—, cuando fue crucificado y quienes esperaban en él habían perdido la esperanza de su resurrección, tras resucitar de entre los muertos encontró a dos que con desesperación conversaban entre sí y con gemido hablaban entre ellos de lo que había ocurrido; y, tras aparecérseles cual desconocido, mientras sus ojos estaban impedidos de reconocerlo, tomó parte en su conversación; pero ellos, al contarle de qué conversaban, dijeron que aquel profeta grande en hechos y dichos había sido asesinado por los jefes de los sacerdotes. También nosotros, afirman, esperábamos que él en persona redimiría a Israel6. Esperabais bien; esperabais la verdad; en él está la redención de Israel. Pero ¿por qué os apresuráis? Queréis raptarlo. También nos indica este sentido lo de que, cuando le preguntaron los discípulos sobre el final, le dijeron: ¿Si en este tiempo presentarás, y cuándo, el reino de Israel? Ansiaban ya, en efecto, ya querían que fuese: esto es querer raptarlo y hacerlo rey. Pero, porque al cielo iba a ascender él solo, contestó a sus discípulos: No os toca, afirma, conocer los tiempos o momentos que el Padre puso en su potestad; pero recibiréis fuerza de lo alto, el Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén y en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra7. Queréis que muestre ya el reino; antes de mostrarlo lo recogeré; amáis la altura y lograréis la altura; pero seguidme por la bajura. De él está también predicho: Y te rodeará la asamblea de los pueblos y a causa de ésta regresa a lo alto8; esto es, para que te rodee la asamblea de los pueblos, para que recojas a muchos, regresa a lo alto. Así lo hizo: los alimentó y ascendió.

¿Por qué huyó?

4. Por otra parte, ¿por qué está dicho: huyó? En efecto, si no quisiera, no se sería detenido; si no quisiera, no sería raptado quien, si no quisiera, tampoco sería reconocido. De hecho —para que sepáis que esto sucedió místicamente, no por necesidad, sino por disposición significativa—, ahora veréis en lo que sigue que se presentó a las mismas turbas que lo buscaban, y, mientras hablaba con ellas, dijo muchas cosas, expuso muchas cosas sobre el pan celeste; ¿acaso no estaba disputando con los mismos de quienes había huido para no ser detenido? ¿No podía, pues, hacer entonces que no lo agarrasen, como lo hizo después, cuando hablaba con ellos? Algo, pues, indicó al huir. ¿Qué significa huyó? No pudo ser entendida su sublimidad. En efecto, respecto a cualquier cosa que no entiendes, dices: «Se me escapa». Huyó, pues, de nuevo al monte él solo9, Primogénito que de entre los muertos asciende sobre todos los cielos e intercede por nosotros10.

La barca en el lago, figura de la Iglesia

5. Mientras tanto, puesto arriba él solo, Gran Sacerdote que, mientras el pueblo estaba fuera, entró a lo interior del velo —a este sacerdote significó, en efecto, el sacerdote aquel de la Ley antigua, el cual hacía esto una vez al año11; puesto, pues, él arriba, ¿qué padecían en la navecilla los discípulos? De hecho, situado él en las alturas, la navecilla aquella prefiguraba a la Iglesia. Si no entendemos primeramente respecto a la Iglesia lo que la navecilla padecía, aquello no era significativo, sino simplemente pasajero; si, en cambio, vemos que se expresa en la Iglesia la verdad de las significaciones, es manifiesto que los hechos de Cristo son géneros de locuciones. Pues bien, afirma, cuando se hizo tarde, sus discípulos bajaron hacia el mar y, tras haber subido a una nave, vinieron a la otra parte del mar, a Cafarnaún. Ha dicho que se acabó rápidamente lo que sucedió después. Vinieron a la otra parte del mar, a Cafarnaún. Y vuelve a exponer cómo vinieron: pasaron navegando por el lago. Y, mientras navegaban hacia ese lugar adonde dijo que ya habían llegado, expone, recapitulando, qué sucedió: Ya se habían hecho las tinieblas, y Jesús no había venido hacia ellos12. Con razón tinieblas, porque no había venido la Luz. Ya se habían hecho las tinieblas, y Jesús no había venido hacia ellos. En cuanto se acerca el fin del mundo, crecen los errores, aumentan los terrores, crece la iniquidad, crece la infidelidad; por eso, en el evangelista Juan mismo, se muestra suficiente y abiertamente como luz la caridad, hasta el punto de decir: «Quien odia a su hermano está en las tinieblas»13, rapidísimamente se apaga, crecen esas tinieblas de los odios fraternos, cada día crecen. Y Jesús no viene aún. ¿Cómo aparece que crecen? Porque abundará la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos14. Crecen las tinieblas y Jesús no viene aún. Al crecer las tinieblas, al enfriarse la caridad, al abundar la iniquidad, eso mismo son las olas que turban la nave; las tempestades y los vientos son los gritos de los maldicientes. Por eso se enfría la caridad, por eso las olas aumentan y se turba la nave.

La barca, a flote en medio de la tempestad

6. Por soplar un viento grande, el mar se levantaba. Las tinieblas crecían, la inteligencia menguaba, la iniquidad aumentaba. Como hubiesen remado casi veinticinco o treinta estadios15. Entre tanto hacían el recorrido, avanzaban, y ni los vientos aquellos ni las tempestades ni las olas ni las tinieblas lograban que la nave no avanzase o que se hundiese suelta, sino que iba entre todos esos males. En efecto, porque abundará la iniquidad y se enfría la caridad de muchos, crecen las olas, aumentan las tinieblas, el viento se ensaña; pero, sin embargo, la nave avanza, pues quien persevere hasta el fin, éste será salvado16. Tampoco ha de ser despreciado el número de estadios, pues no podría no significar nada lo que está dicho: Como hubiesen remado casi veinticinco o treinta estadios, entonces vino Jesús hacia ellos. Bastaría decir «veinticinco», bastaría decir «treinta», máxime porque corresponde a quien calcula, no a quien afirma. ¿Acaso peligraría la verdad en quien calcula, si dijera «casi treinta estadios», o «casi veinticinco»? Pero de los veinticinco hizo treinta. Examinemos el número veinticinco. ¿De qué consta, de qué está hecho? De un quinario. Ese número quinario se refiere a la Ley. Ésos son los cinco libros de Moisés; ésos son los cinco pórticos aquellos que contenían a los enfermos; ésos son los cinco panes que alimentaron a cinco mil hombres. El número vigésimo quinto, pues, significa la Ley, porque cinco por cinco, esto es, cinco veces cinco, dan veinticinco, el quinario al cuadrado. Pero a esta Ley, antes de llegar el Evangelio, le faltaba la perfección. En cambio, la perfección está en el número senario. Por eso Dios terminó el mundo en seis días17, y los cinco mismos se multiplican por seis para que seis por cinco den treinta, de forma que la Ley se cumpla mediante el Evangelio. Hacia quienes, pues, cumplen la Ley vino Jesús. Y vino, ¿cómo? Pisando las olas18, teniendo bajo los pies todas las hinchazones del mundo, aplastando todas las grandezas del mundo. Esto sucede a medida que se añade tiempo al tiempo y a medida que avanza la edad del mundo. Se aumentan en este mundo las tribulaciones, se aumentan los males, se aumentan las destrucciones, se acumula todo esto: Jesús pasa pisando las olas.

¿Por qué teméis, cristianos?

7. Y, sin embargo, las tribulaciones son tan grandes, que hasta los mismos que han creído en Jesús, y que se esfuerzan por perseverar hasta el fin, se espantan por si desertan; aunque Cristo pisa las olas y hunde las ambiciones y alturas mundanas, el cristiano se espanta. ¿Acaso no le ha sido predicho esto? Incluso al caminar Jesús en las olas, con razón temieron19, como los cristianos, aun teniendo esperanza en el siglo futuro, se conturban ordinariamente por la destrucción de las cosas humanas cuando ven hundirse la altura de este siglo. Abren el Evangelio, abren las Escrituras y hallan predicho allí todo eso, porque el Señor lo hace. Hunde las grandezas del siglo, para ser glorificado por los humildes. De la altura de esas cosas está predicho: «Destruirás ciudades firmísimas», y: Las espadas del enemigo acabaron en final y destruiste ciudades20. ¿Por qué, pues, teméis, cristianos? Cristo dice: Yo soy, no temáis. ¿Por qué os espantáis de estas cosas? ¿Por qué teméis? Yo lo predije, yo lo hago, es necesario que suceda. Yo soy, no temáis. Quisieron, pues, acogerlo en la nave al reconocerlo y gozosos, hechos seguros. E inmediatamente la nave estuvo junto a la tierra a que iban21. Junto a la tierra se hizo el final; de lo húmedo a lo sólido, de lo turbado a lo firme, del viaje al final.

Atraviesa el lago caminando

8. Al día siguiente, la turba que estaba al otro lado del mar de donde habían venido, vio que allí no había sino una única navecilla, y que no había entrado con sus discípulos a la nave, sino que sus discípulos se habían ido solos. Pero detrás llegaron de Tiberíades unas naves junto al lugar donde habían comido el pan tras haber dado gracias el Señor. Como, pues, la turba hubiese visto que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, ascendieron a las navecillas y vinieron a Cafarnaún a buscar a Jesús22. Sin embargo, se les insinuó tan gran milagro, pues vieron que a la nave habían ascendido los discípulos solos y que allí no había otra nave. Pues bien, de allí llegaron también junto al lugar donde habían comido el pan unas naves en que las turbas lo siguieron. No había ascendido, pues, con los discípulos, allí no había otra nave; ¿cómo Jesús se encontró súbitamente al otro lado de mar, sino porque caminó sobre el mar, para mostrar un milagro?

9. Y como las turbas lo hubiesen hallado. He aquí que se presenta a las turbas por las que había temido ser raptado, y había huido al monte. Confirma absolutamente y nos insinúa que todo eso se ha dicho en misterio y que ha sucedido como sacramento grande para significar algo. Ahí está quien de las turbas había huido al monte. ¿Acaso no habla con las turbas mismas? Deténganlo ahora, háganlo rey. Y, como lo hubiesen hallado al otro lado del mar, le dijeron: Rabí, ¿cuándo has llegado aquí?23

Apenas se busca a Jesús por ser Jesús

10. Tras el sacramento del milagro, él añade un sermón para, si es posible, alimentar a quienes ya habían sido alimentados, y con las palabras saciar las mentes de aquellos cuyos vientres sació de pan; pero si comprenden; y, si nocomprenden, para que no perezcan los fragmentos se recogerá lo que no entienden. Hable, pues, y escuchemos: Jesús les respondió y dijo: En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque visteis signos, sino porque comisteis de mis panes. Me buscáis por la carne, no por el espíritu. ¡Cuantísimos no buscan a Jesús sino para que les haga bien según el tiempo! Uno tiene un negocio, busca la intercesión de los clérigos; oprime a otro uno más poderoso, se refugia en la Iglesia; otro quiere que se intervenga a su favor ante quien el primero vale poco; uno de una manera, otro de otra; cotidianamente se llena de individuos tales la Iglesia. Apenas se busca a Jesús por Jesús. Me buscáis no porque visteis signos, sino porque comisteis de mis panes. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el que permanece para vida eterna. Me buscáis a mí por otra cosa; buscadme por mí. Por cierto, se insinúa a sí mismo como ese alimento que más adelante aclara él: El que os dará el Hijo del hombre24. Creo que aguardabas comer de nuevo panes, recostarte de nuevo, saciarte de nuevo. Pero había dicho: «No el alimento que perece, sino el que permanece para vida eterna», como se había dicho a aquella mujer samaritana «Si supieras quién te pide de beber, quizá le hubieses pedido a él y te daría agua viva», cuando ella dijo: ¿Cómo tú, si no tienes pozal y el pozo es hondo? Respondió a la samaritana: Si supieras quien te pide de beber, tú le hubieses pedido a él y te daría un agua gracias a la cual quien la bebiere no tendrá más sed, porque quien bebiere de esta agua tendrá sed de nuevo25. Ella se alegró y, la que se fatigaba por el esfuerzo de sacarla, quiso recibirla como para no padecer sed corporal; y así, entre conversaciones de esta laya, llegó al pozo espiritual; también aquí sucede absolutamente de este modo.

Marcado con el sello de Dios Padre

11. Este alimento, pues, que no perece, sino que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, pues a éste marcó el Padre, Dios26. No toméis a este Hijo del hombre como a otros hijos de hombres de quienes está dicho: En cambio, los hijos de los hombres esperarán en la protección de tus alas27. Ese hijo de hombre puesto aparte por cierta gracia del Espíritu y, según la carne, hijo de hombre, retirado del número de los hombres 18, es el Hijo del hombre. Ese Hijo del hombre e Hijo de Dios, ese hombre es también Dios. En otro lugar, al interrogar a los discípulos pregunta: ¿Quién dicen los hombres que soy yo, el Hijo del hombre? Y ellos: Unos que Juan, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Y él: Vosotros, en cambio, ¿quién decís que soy yo? Respondió Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo28. Él se llamó el Hijo del hombre, y Pedro lo llamó el Hijo del Dios vivo. Uno recordaba muy bien lo que misericordiosamente había mostrado; el otro recordaba lo que permanecía en la claridad. La Palabra de Dios resalta su abajamiento, el hombre reconoce la claridad de su Señor. Y supongo, hermanos, que de verdad es justo esto: se rebajó por nosotros; glorifiquémoslo nosotros, pues es hijo de hombre no por él, sino por nosotros. Era, pues, hijo de hombre de ese modo, cuando la Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros29. Por eso, en efecto, a éste marcó el Padre, Dios. ¿Qué es marcar sino poner algo propio? De hecho, marcar es poner sobre una cosa algo para que ella no se confunda con las demás. Marcar es poner marca a una cosa. A cualquier cosa a que pones marca le pones marca precisamente para que, no confundida con otras, puedas reconocerla. El Padre, pues, lo marcó. ¿Qué significa: marcó? Le dio algo propio para que no se equipare con los hombres. Por eso está dicho de él: Te ungió Dios, tu Dios, con óleo de exultación más que a tus compañeros30. Signar, pues, ¿qué es? Tener retirado; esto significa: más que a tus compañeros. Afirma: «Por eso, no me despreciéis por ser hijo de hombre y pedidme no el alimento que perece, sino el que permanece para vida eterna. Soy, en efecto, hijo de hombre, pero sin ser uno de vosotros; soy hijo de hombre, de forma que el Padre, Dios, me marca. ¿Qué significa “me marca”? Me da algo propio, mediante lo que, en vez de ser yo confundido con el género humano, el género humano sea liberado mediante mí».

La promesa de Jesús, superior al maná de Moisés

12. Pues les había dicho: «Trabajad no por la comida que perece, sino por la que permanece para vida eterna», le dijeron, pues: ¿Qué haremos para realizar las obras de Dios? ¿Qué haremos? preguntan. Podremos cumplir este precepto, observando ¿qué? Respondió Jesús y les dijo: Ésta es la obra de Dios: que creáis en quien él envió31. Eso es, pues, comer el alimento que no perece, sino que permanece para vida eterna. ¿Para qué preparas dientes y vientre? Cree y has comido. Por cierto, la fe se distingue de las obras, como dice el Apóstol «que el hombre es justificado sin obras mediante fe»32, y hay obras que, sin la fe de Cristo, parecen buenas y no son buenas porque no se refieren al fin en virtud del cual son buenas: Pues fin de la Ley es Cristo para justicia a favor de todo el que cree33. Por eso no quiso distinguir de la obra la fe, sino que dijo que la fe misma es obra, pues esa misma fe es la que obra mediante el amor34. No dijo «Ésta es vuestra obra», sino: Ésta es la obra de Dios: que creáis en quien él envió, para que quien se gloría, gloríese en el Señor35. Porque, pues, los invitaba a la fe, ellos todavía pedían signos para creer. Mira los judíos, no piden signos. Le dijeron, pues: ¿Qué signo, pues, haces tú, para que lo veamos y te creamos? ¿Qué realizas?36 ¿Acaso era poco haber sido saciados con cinco panes? De hecho, sabían esto, preferían a este alimento el maná del cielo. En cambio, el Señor Jesús decía ser de tal clase que se anteponía a Moisés, pues Moisés no osó decir de sí que daría el alimento que no perece, sino que permanece para vida eterna. Ése prometía algo más que Moisés, pues mediante Moisés se prometía un reino, tierra que manaba leche y miel, paz temporal, abundancia de hijos, salud corporal y todo lo demás, temporal, sí, pero espiritual en figura porque en el Viejo Testamento se prometía al hombre viejo. Observaban, pues, lo prometido mediante Moisés y observaban lo prometido mediante Cristo. Aquél prometía en la tierra un vientre lleno, pero de alimento que perece; éste prometía el alimento que no perece, sino que permanece para vida eterna. Observaban que él prometía más, y como que aún no veían que hacía cosas mayores. Así pues, observaban la calidad de las que había hecho Moisés, y aún querían que hiciese algunas mayores quien las prometía tan grandes. «¿Qué haces, preguntan, para que te creamos?». Y, para que sepas que equiparaban a este milagro los milagros aquellos y que, por eso, juzgabanmenores esos que hacía Jesús, afirman: Nuestros padres comieron en el desierto el maná37. Pero ¿qué es el maná? Quizá lo despreciáis. Como está escrito: Les dio a comer maná. Mediante Moisés, nuestros padres recibieron del cielo pan, mas Moisés no les dijo: Trabajad por el alimento que no perece. Tú prometes el alimento que no perece, sino que permanece para vida eterna, mas no haces obras tales cuales hizo Moisés. Él no dio panes de cebada, sino que dio maná venido del cielo.

El verdadero pan es Jesús

13. Les dijo, pues, Jesús: En verdad, en verdad os digo: No os ha dado Moisés el pan venido del cielo, sino mi Padre os dio desde el cielo el pan, pues el pan verdadero es el que desciende del cielo y da vida al mundo38. Verdadero pan, pues, es el que da vida al mundo y ése mismo es el alimento del que poco antes he dicho: Trabajad no por el alimento que perece, sino por el que permanece para vida eterna. El maná, pues, significaba esto y todo aquello eran signos míos. Habéis amado mis signos; ¿despreciáis al que significaban? Moisés, pues, no ha dado el pan venido del cielo; Dios da pan. Pero ¿qué pan? ¿Quizá maná? No, sino el pan que el maná significó, a saber, al Señor Jesús en persona. Mi Padre os da el verdadero pan, pues el pan de Dios es el que desciende del cielo y da vida al mundo. Le dijeron, pues: Señor, danos siempre este pan39. Como aquella mujer samaritana a quien está dicho: «Quien bebiere de esta agua no tendrá sed nunca», al entender ella esto según el cuerpo, pero en todo caso, porque quería carecer de necesidad, dice a continuación: «Señor, dame de esta agua»40, así también ésos: Señor, danos este pan que nos restaure y no falte.

Al que venga a mí no lo echaré fuera

14. Ahora bien, Jesús les dijo: Yo soy el pan de la vida. Quien viene a mí no tendrá hambre y quien cree en mí nunca tendrá sed41. «Quien viene a mí» es lo mismo que «y quien cree en mí»; y, en cuanto a lo que dijo: «No tendrá hambre», ha de entenderse esto: Nunca tendrá sed; efectivamente, una y otra cosa significan la saciedad eterna, donde no hay escasez alguna. Deseáis el pan venido del cielo: lo tenéis ante vosotros y no lo coméis. Pero os dije que me habéis visto y no habéis creído42. Pero no por eso he destruido yo al pueblo. En efecto, ¿acaso vuestra infidelidad ha anulado la lealtad de Dios?43 De hecho, mira lo que sigue: Todo lo que me da el Padre vendrá a mí; y al que venga a mí no lo echaré fuera44. ¿Qué clase de interior es ese del que no se sale fuera? Gran penetral y dulce secreto. ¡Oh secreto sin tedio, sin amargura de pensamientos malos, sin interpelación de tentaciones y dolores! ¿Acaso no es ése el secreto al que entrará aquel siervo benemérito a quien el Señor va a decir: Entra al gozo de tu Señor?45

La humildad nos devuelve a la intimidad de Dios

15. Y a quien vendrá a mí, no lo echaré fuera, porque he descendido del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió46. ¿Al que, pues, vendrá a ti no lo echarás fuera precisamente porque has descendido del cielo no para hacer tu voluntad, sino la voluntad del que te envió? ¡Gran sacramento! Por favor, aldabeemos a una; salga hacia nosotros algo que nos alimente según nos deleitó.¡Grande y dulce secreto aquel! Quien vendrá a mí. Atiende, atiende y sopesa: A quien vendrá a mí, no lo echaré fuera. ¿Por qué? Porque he descendido del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. ¿Ésa misma es, pues, la causa por la que no echas fuera a quien viene a ti: que has descendido del cielo no a hacer tu voluntad, sino la del que te envió? Ésa misma. ¿Por qué preguntamos si es esa misma? Es ésa misma, lo dice él mismo. Por cierto, nonos es lícito sospechar cosa distinta de la que dice: A quien venga a mí, no lo echaré fuera Y, como si preguntases por qué: Porque no he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Temo que el alma haya salido fuera de Dios porque era soberbia; más bien, no lo dudo, pues está escrito: «Inicio de todo pecado, la soberbia», e: Inicio de la soberbia del hombre, apostatar de Dios47. Está escrito, es firme, es verdad. Después, ¿qué se dice del mortal soberbio, ceñido de los andrajos de la carne, abrumado por el peso del cuerpo corruptible y que empero se enorgullece y olvida la piel de que está vestido? ¿Qué le dice la Escritura? ¿Por qué se ensoberbece la tierra y la ceniza? ¿Por qué se ensoberbece? Diga por qué se ensoberbece. Porque en su vida arrojó su intimidad48. ¿Qué significa «arrojó», sino «echó lejos»? Esto significa salir fuera. Pues entrar dentro es apetecer la intimidad, arrojar la intimidad es salir fuera. Arroja la intimidad el soberbio, apetece la intimidad el humilde. Si la soberbia nos echa, la humildad nos hace regresar.

La humildad cumple la voluntad de Dios

16. El origen de todas las enfermedades es la soberbia, por ser la soberbia origen de todos los pecados. Cuando un médico deshace una dolencia, si cura lo que se produjo por alguna causa y no cura la causa misma que la produjo, parece curar temporalmente; porque la causa permanece, la enfermedad se repite. Lo diré más claro. Verbigracia, un humor produce en el cuerpo prurito o úlceras; en el cuerpo se origina fiebre grande y dolor no pequeño; se presentan ciertos medicamentos que contengan el picor y atenúen el ardor aquel de la úlcera; se aplican, y con éxito; ves sanado al hombre que estaba ulceroso y con prurito; pero, porque el humor aquel no fue expulsado, la llaga regresa de nuevo. El médico, que sabe esto, purga el humor, arranca la causa y no habrá úlcera alguna.

¿Por qué abunda la iniquidad? Por la soberbia. Cura la soberbia, y no habrá iniquidad alguna. Para que, pues, fuese curada la causa de todas las enfermedades descendió y se hizo de condición baja el Hijo de Dios. Hombre, ¿de qué te ensoberbeces? Dios se hizo de condición baja por ti. Quizá te daría vergüenza imitar a un hombre de condición baja; imita al menos al Dios de condición baja. Vino el Hijo de Dios en un hombre y se hizo de condición baja; se te preceptúa que seas humilde, no se te preceptúa que de hombre te hagas ganado; él, Dios, se hizo hombre; tú, hombre, conoce que eres hombre. Toda tu humildad es que te conozcas. Porque, pues, Dios enseña la humildad, dijo: He venido no a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Por cierto, esto es encarecimiento de la humildad. La soberbia hace ciertamente su voluntad; la humildad hace la voluntad de Dios. Por eso, no echaré fuera a quien venga a mí. ¿Por qué? Porque he venido no a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. He venido en condición baja; he venido a enseñar la humildad; he venido como maestro de humildad. Quien viene a mí se me incorpora; quien viene a mí es hecho humilde; quien se me adhiere será humilde porque hace no su voluntad, sino la de Dios, y no será echado fuera, precisamente porque, cuando era soberbio, estaba arrojado fuera.

La puerta de la interioridad es la humildad

17. Mira cómo en un salmo se recomienda la interioridad: Ahora bien, los hijos de los hombres esperarán en la protección de tus alas. Mira qué es ir dentro, mira qué es recurrir a la protección de aquél, mira qué es correr incluso a ponerse bajo los azotes del padre, pues flagela a todo hijo al que acoge. Ahora bien, los hijos de los hombres esperarán bajo la cubierta de tus alas. ¿Y qué significa «dentro»? Se embriagarán de la fertilidad de tu casa. Cuando los introduzcas dentro para que entren al gozo de su Señor, se embriagarán de la fertilidad de tu casa y les darás a beber con el torrente de tu deleite, porque en ti está la fuente de la vida. No en el exterior, fuera de ti, sino dentro, en ti; allí está la fuente de la vida. Y en tu luz veremos la luz. Extiende tu misericordia ante quienes te reconocen, y tu justicia ante quienes son de corazón recto49. Quienes siguen la voluntad de su Señor, sin buscar lo suyo, sino lo de Jesucristo, ésos son los rectos de corazón, a ésos no se les desplazarán los pies, pues el Dios de Israel es bueno para los rectos de corazón; ahora bien, mis pies, afirma él, casi se desplazaron. ¿Por qué? Porque envidié a los pecadores, al mirar la paz de los pecadores50. ¿Para quiénes, pues, es bueno Dios sino para los rectos de corazón? De verdad, a mí, de corazón torcido, Dios me desagradó Dios. ¿Por qué desagradó? Por haber dado a los malos felicidad, y por eso me vacilaron los pies, como si hubiese servido a Dios sin causa. Mis pies, pues, casi se desplazaron, precisamente porque no fui recto de corazón. ¿Qué es, pues, ser recto de corazón? Seguidor de la voluntad de Dios. Uno es feliz, otro lo pasa mal, éste vive mal y es feliz, aquél vive justamente y lo pasa mal. No se indigne quien vive justamente y lo pasa mal; dentro tiene lo que el feliz aquel no tiene; no se entristezca, pues, no se torture, no deserte. El feliz aquel, ése mismo, tiene oro en el arca; el otro tiene a Dios en la conciencia. Ahora compara el oro con Dios, el arca con la conciencia. Aquél tiene lo que perece, y lo tiene allí donde perece; éste tiene a Dios, que no puede perecer, y lo tiene allí de donde no puede ser arrebatado; pero si es recto de corazón, pues entonces entra y no sale. Por eso, ¿qué decía aquél? Porque en ti está la fuente de la vida, no en nosotros. Precisamente porque Adán quiso vivir según su proyecto y cayó por quien antes había caído por soberbia, el cual le brindó la copa de su soberbia, debemos entrar para vivir; no bastarnos, digamos, a nosotros mismos para perecer; no querer, digamos, saciarnos de lo nuestro para aridecernos, sino poner la boca junto a la fuente misma donde el agua no falta. Porque, pues, en ti está la fuente de la vida y en tu luz veremos la luz, bebamos dentro, veamos dentro. De hecho, ¿por qué se ha salido de allí? Escucha por qué: No venga a mí el pie de la soberbia. Salió, pues, ese a quien vino el pie de la soberbia. Muestra que salió por eso: Y las manos de los pecadores no me muevan por el pie de la soberbia. ¿Por qué dices esto? Allí cayeron todos los que realizan iniquidad. ¿Dónde cayeron? En la soberbia misma. Fueron expulsados y no pudieron mantenerse en pie51. Si, pues, la soberbia expulsó a quienes no podían mantenerse en pie, la humildad los mete dentro, para que a perpetuidad puedan mantenerse en pie. Por eso, en efecto, quien dijo: «Exultarán los huesos humillados», dijo antes: A mi oído darás exultación y alegría52. ¿Qué significa: A mi oído? Oyéndote soy feliz; por tu voz soy feliz; bebiendo dentro soy feliz. Por eso no caigo; por eso exultarán los huesos humillados; por eso, el amigo del novio está en pie y lo oye53; está en pie precisamente porque lo oye. Bebe de la fuente interior, por eso está en pie. Quienes no quisieron beber del interior, allí cayeron, fueron expulsados y no pudieron mantenerse en pie.

Jesús, maestro de humildad

18. Así pues, el Doctor de la humildad vino no a hacer su voluntad, sino la voluntad de quien lo envió. Vengamos a él, entremos a él, incorporémonos a él, para tampoco hacer nosotros nuestra voluntad, sino la voluntad de Dios; y no nos echará fuera, porque somos miembros suyos, porque quiso ser nuestra cabeza enseñando humildad. Escuchadlo, por último, a él mismo proclamar: Venid a mí quienes os fatigáis y estáis abrumados; coged sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón; y, cuando hayáis aprendido esto, hallaréis para vuestras almas descanso54 del que no seréis arrojados, porque he descendido del cielo para hacer no mi voluntad, sino la voluntad del que me envió55. Yo enseño humildad; no puede venir a mí sino el humilde. No echa fuera sino la soberbia; ¿cómo sale fuera quien guarda la humildad y no resbala de la verdad?

He dicho, hermanos, cuanto pudo decirse sobre el significado escondido —pues aquí se oculta bastante el significado y no sé si lo he extraído y hecho salir con palabras adecuadas— de por qué Jesús no echa fuera precisamente porque vino no a hacer su voluntad, sino la voluntad del que lo envió.

Sólo la humildad acerca al Maestro

19. Ahora bien, afirma, la voluntad de quien me envió, el Padre, es ésta: que no pierda nada de todo lo que me ha dado. Le ha sido dado ese mismo que guarda la humildad; a éste acoge; quien no guarda la humildad está lejos del Maestro de la humildad. Que no pierda nada de todo lo que me ha dado56. Así, en presencia de vuestro Padre no hay voluntad de que perezca uno de estos pequeñuelos. De los infatuados puede perecer, de los pequeñuelos nada perece, porque, si no fueseis como ese pequeñuelo, no entraréis al reino de los cielos57. No perderé nada de lo que me ha dado el Padre, sino que lo resucitaré en el último día58. Ved cómo también aquí delinea la doble resurrección. Quien viene a mí, resucita de momento, hecho humilde entre mis miembros; pero también lo resucitaré en el último día, según la carne. Pues la voluntad de mi Padre que me envió es ésta: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día59. Más arriba ha dicho: «Quien oye mi palabra y cree a quien me envió»60; ahora, en cambio: Quien ve al Hijo y cree en él. No dijo «Ve al Hijo y cree en el Padre», pues creer en el Hijo es lo mismo que creer en el Padre, porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en sí mismo61, para que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, creyendo y pasando a la vida, como en la primera resurrección. Y, porque no es la única, afirma: Y yo lo resucitaré en el último día.