Comentario a Jn 5,19, predicado en Hipona entre el 11 de septiembre y el 1 de diciembre de 419
Juan, el evangelista profundo
1. Las palabras de nuestro Señor Jesucristo, máxime las que recuerda el evangelista Juan —quien sobre el pecho del Señor se reclinaba no sin causa1, sino para apurar los secretos de su hondísima sabiduría y eructar, evangelizando, lo que amando había bebido—, son tan secretas y profundas de concepto, que turban a todos los que son de corazón torcido y ejercitan a quienes son de corazón recto. Por eso ponga atención Vuestra Caridad a esto poco que se ha leído. Si de algún modo podemos, por donación y con la ayuda de ese mismo que quiso que se nos recitasen las palabras suyas que entonces fueron oídas y escritas para que ahora se leyeran, veamos qué significa lo que hace un momento le habéis oído decir: En verdad, en verdad os digo: No puede el Hijo hacer por sí mismo algo, sino lo que vea al Padre hacer; pues cualesquiera cosas que el Padre hace, estas mismas hace también el Hijo similarmente2.
El trabajo y el descanso de Dios
2. Pues bien, por lo anterior de la lectura, donde el Señor había curado a un quídam de entres quienes yacían en los cinco pórticos de la piscina aquella de Salomón, al cual había dicho: «Coge tu camilla y vete a tu casa», se os ha de recordar de dónde ha nacido esa palabra. Ahora bien, había hecho esto en sábado; por eso, alborotados, los judíos le acusaban injustamente cual a destructor y prevaricador de la Ley. Entonces les había dicho: Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo trabajo3. Por cierto, ellos, al entender carnalmente la observancia del sábado, suponían que Dios, tras la fatiga de fabricar el mundo, como que dormía hasta este día y que, por eso, había santificado ese día, a partir del cual comenzó como a descansar de las fatigas. Ahora bien, a nuestros antiguos padres se les preceptuó el sacramento del sábado4, que nosotros, cristianos, observamos espiritualmente, absteniéndonos de todo trabajo servil, esto es, de todo pecado —porque dice el Señor: Todo el que comete pecado es esclavo del pecado—5, y manteniendo en nuestro corazón el descanso, esto es, la tranquilidad espiritual. Y, aunque en este mundo lo intentamos, no llegaremos a este descanso perfecto sino cuando hayamos salido de esta vida.
Pero que Dios descansó está dicho precisamente porque, después que todo quedó terminado, ya no construía criatura alguna. De hecho, la Escritura menciona el descanso precisamente para recordarnos que descansaremos después de las obras buenas. En efecto, en Génesis tenemos escrito así: «Y Dios hizo todas las cosas muy buenas y descansó Dios el día séptimo»6, para que tú, hombre, cuando observas que Dios mismo descansó después de las obras buenas, no esperes para ti el descanso sino después de haber obrado cosas buenas; y, como Dios, después de haber creado al hombre a su imagen y semejanza el día sexto, y de haber terminado él todas sus muy buenas obras, descansó el día séptimo, así no esperes tampoco descanso para ti sino cuando regreses a la semejanza según la que has sido hecho, y que pecando has perdido.
Por cierto, no podemos decir que se fatigó Dios, quien dijo y se hicieron. ¿Quién hay que tras una obra tan fácil quiera descansar como tras la fatiga? Si mandó y alguien le resistió, si mandó y no se hizo, y se fatigó en que se hiciera, con razón dígase que descansó tras la fatiga. Pero, porque en el libro mismo del Génesis leemos: «Dijo Dios “Haya luz”, y se hizo la luz. Dijo Dios “Haya firmamento”, y se hizo el firmamento»7, y lo demás se hizo a continuación en virtud de su palabra, de lo cual da testimonio también un salmo, diciendo: «Él dijo y se hicieron; él mandó y fueron creadas»8, ¿cómo, tras hacer el mundo, buscaría con afán descanso, como para cesar, quien nunca se había fatigado en dar órdenes? Esas cosas, pues, son místicas y están puestas así precisamente para que esperemos para nosotros descanso tras esta vida, sólo si hubiéremos hecho obras buenas. Por eso, el Señor, para reprimir la desvergüenza y el error de los judíos y para mostrarles que ellos no pensaban de Dios rectamente, les asevera, escandalizados ellos de que en sábado trabajaba en la curación de los hombres: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo trabajo9. No supongáis, pues, que mi Padre descansó en sábado de forma que a partir de él no trabaja; más bien, como él mismo trabaja ahora, también yo trabajo». Pero, como el Padre trabaja sin fatiga, así también el Hijo, sin fatiga. Dijo Dios y se hicieron; dijo Cristo al enfermo: «Coge tu camilla y vete a tu casa», y se hizo.
Padre e Hijo obran inseparablemente
3. Pues bien, la fe católica sostiene que las obras del Padre y del Hijo no son separables. Esto es lo que, si puedo, quiero decir a Vuestra Caridad, pero según las palabras del Señor: Quien puede entender, entienda10. Quien, en cambio, no puede entender, atribúyalo no a mí, sino a su torpeza, y vuélvase al que abre el corazón, para que infunda lo que da. Por último, aunque alguien no entendiera precisamente por no haberlo yo dicho como debió decirse, excuse la fragilidad humana y suplique a la bondad divina, pues dentro tenemos al Maestro Cristo. Cualquier cosa que mediante vuestro oído y mi boca no pudiereis comprender, en vuestro corazón regresad a quien me enseña lo que hablo y os distribuye según se digna. Quien sabe qué da y a quién da, asistirá a quien pide, y abrirá a quien aldabea. Y, si acaso no diere, nadie diga que está abandonado, pues quizá difiere dar algo, pero no abandona a nadie hambriento. Si, en efecto, no lo da puntualmente, entrena al buscador, no desprecia a quien pide.
Ved, pues, y observad qué quiero decir aunque quizá no pueda. La fe católica, afianzada por el Espíritu de Dios en sus santos, sostiene contra toda perversidad herética que las obras del Padre y del Hijo son inseparables. ¿Qué significa lo que he dicho? Como el Padre y el Hijo son inseparables, así también son inseparables sus obras. ¿Cómo son inseparables el Padre y el Hijo? Porque este mismo dijo: «Yo y el Padre somos una única cosa»11, porque el Padre y el Hijo no son dos dioses, sino un único Dios, la Palabra y aquel cuya Palabra es, uno y único, Dios uno el Padre y el Hijo, abrazados por la caridad, y uno es su Espíritu de caridad, de modo que resulta la Trinidad, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Como, pues, la igualdad e inseparabilidad de las personas, así son también inseparables las obras no sólo del Padre y del Hijo, sino también del Espíritu Santo. Diré más claramente aún qué significa que las obras son inseparables. La fe católica no dice que Dios Padre hizo algo y el Hijo hizo algo distinto, sino que, lo que hizo el Padre, esto hizo también el Hijo, esto hizo también el Espíritu Santo. Efectivamente, mediante la Palabra se hizo todo; cuando dijo y se hicieron, mediante la Palabra se hicieron, mediante Cristo se hicieron, pues en el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios; todo se hizo mediante ella. Si todo se hizo mediante ella12, lo de: «Dijo Dios “Hágase la luz”, y la luz se hizo»13, con la Palabra lo hizo, mediante la Palabra lo hizo.
Ser y poder, idénticos en el Hijo
4. He aquí, pues, que ahora hemos oído en el evangelio cuando respondió a los judíos, indignados porque no sólo abolía el sábado, sino que también llamaba Padre suyo a Dios, pues se hacía igual a Dios; en efecto, así está escrito en el párrafo anterior. Como, pues, el Hijo de Dios y la Verdad 5 respondiera a tal indignación errónea de ellos, asevera: En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer14. Como si dijera: «¿Por qué estáis escandalizados de que haya llamado Padre mío a Dios, y de que me hago igual a Dios? Tan igual soy, que él me ha engendrado; tan igual soy, que yo procedo de él, no él de mí». Esto, en efecto, se entiende en estas palabras: El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer. Esto es: cualquier cosa que el Hijo puede hacer, por el Padre puede hacerla. ¿Por qué puede hacerla por el Padre? Porque del Padre tiene el ser Hijo. ¿Por qué tiene del Padre el ser Hijo? Porque del Padre tiene el poder, porque del Padre tiene el ser, ya que, para el Hijo, ser es lo mismo que poder. Para el hombre no es así. De la comparación con la humana debilidad, que yace muy por debajo, levantad de algún modo los corazones y quizá alguno de nosotros llegue a tocar el misterio y, como estremecido por el resplandor de luz tan grande, entienda algo, de forma que no siga siendo insensato; sin embargo, no suponga que entiende todo entero; así no se ensoberbecerá ni perderá lo que ha entendido.
En el hombre, una cosa es lo que él es, y otra lo que puede. A veces, en efecto, es hombre y no puede lo que quiere; a veces, en cambio, es hombre de forma que puede hacer lo que quiere. Así pues, una cosa es su ser, otra su poder, ya que, si su ser fuese lo que su poder, podría cuando quisiera. Dios, en cambio, que no tiene una sustancia para ser y otra potestad para poder, sino que, por ser Dios, le es consustancial cualquier cosa que es suya y cualquier cosa que él es, no es de un modo y puede de otro modo, sino que a una tiene el ser y el poder, porque a una tiene el querer y el hacer. Porque, pues, la potencia del Hijo procede del Padre, por eso la sustancia del Hijo procede del Padre; y, porque la sustancia del Hijo procede del Padre, por eso la potencia del Hijo procede del Padre. En el Hijo no es una la potencia y otra la sustancia, sino que la potencia es la misma que la sustancia: la sustancia para ser, la potencia para poder. Porque, pues, el Hijo procede del Padre, por eso dijo: El Hijo no puede hacer por sí algo. Porque no es Hijo por sí, por eso no puede por sí.
¿El Hijo, inferior al Padre?
5. Parece, en efecto, que se ha hecho inferior cuando dice: El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer. Aquí yergue la cerviz la vanidad herética, a saber, la de quienes dicen que el Hijo es menor que el Padre, menor en potestad, majestad, posibilidad, pues no entienden el misterio de las palabras de Cristo. Atienda Vuestra Caridad y ved cómo por su comprensión carnal se turban ahora por las palabras mismas de Cristo. Pues bien, hace un instante he dicho que la Palabra de Dios, máxime lo que se dice mediante Juan evangelista, perturba todos los corazones torcidos, como estimula los corazones piadosos, pues mediante él se dicen cosas profundas, no cualesquiera, no fáciles de entender. He aquí que el hereje, si quizá oye esas palabras, se engalla y nos dice: «He aquí que el Hijo es menor que el Padre; ea, escucha las palabras del Hijo, que dice: No puede el Hijo hacer por sí algo, sino lo que vea hacer al Padre hacer». Aguarda, observa cómo está escrito: Sé mansueto para oír la palabra, para que entiendas15. Supón, en efecto, que yo, porque digo que la potestad y majestad del Padre y del Hijo son iguales, me he conturbado cuando he oído: El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer. Turbado por estas palabras, te pregunto, porque te parece haberlas entendido ya: «Por el evangelio sabemos que el Hijo caminó sobre el mar16; ¿cuándo vio al Padre caminar sobre el mar?». Aquí ya se turba. Deja, pues, lo que habías entendido y busquemos a una. ¿Qué hacemos, pues? Hemos oído las palabras del Señor: El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer. Ese mismo caminó sobre el mar; el Padre nunca caminó sobre el mar. Ciertamente, el Hijo no hace algo, sino lo que vea al Padre hacer.
El Padre y el Hijo, inseparables en sus obras
6. Regresa, pues, conmigo a lo que yo decía; quizá haya de entenderse de manera que ambos salgamos del problema. Por cierto, yo, según la fe católica, veo cómo salir sin fracaso, sin tropiezo; tú, en cambio, acorralado, buscas por dónde salir. Mira por dónde habías entrado. Tal vez no has entendido tampoco lo que he dicho: mira por dónde habías entrado; óyelo a él mismo decir: Yo soy la puerta17. No sin causa, pues, buscas por dónde salir y no lo encuentras, sino porque, en vez de entrar por la puerta, te has caído por la tapia. Como, pues, puedas, recógete 6 de tu descalabro y entra por la puerta; así entrarás con éxito y saldrás sin error. Ven mediante Cristo, no digas lo que se te ocurra, sino di lo que él ha mostrado. He aquí cómo la Iglesia católica sale de esa proposición. El Hijo caminó sobre el mar, puso sobre las aguas los pies de carne; la carne caminaba, mas la divinidad pilotaba. Cuando, pues, caminaba y la divinidad pilotaba, ¿estaba ausente el Padre? Si estaba ausente, ¿cómo el Hijo mismo dice: Pero el Padre que permanece en mí hace sus obras él mismo?18 Si, pues, el Padre que permanece en el Hijo hace sus obras él mismo, el Padre hacía la caminata de la carne sobre el mar, la hacía mediante el Hijo. La caminata, pues, es obra inseparable del Padre y del Hijo. Veo a uno y otro obrar allí; ni el Padre abandonó al Hijo, ni el Hijo se apartó del Padre. Así, porque el Padre no hace sin el Hijo cualquier cosa que hace, el Hijo no hace sin el Padre cualquier cosa que hace.
Refutación de la herejía
7. Hemos salido de ahí. Ved que nosotros decimos rectamente que son inseparables las obras del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Efectivamente, como entiendes tú, que quieres entender que el Hijo es menor precisamente por haber dicho: «El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer», he aquí que, según tu entendimiento carnal, Dios hizo la luz19 y el Hijo vio al Padre hacer la luz. Dios Padre hizo la luz: ¿qué otra luz hizo el Hijo? Dios Padre hizo el firmamento, el cielo entre aguas y aguas20; según tu inteligencia torpe y ruda, el Hijo le vio. Porque el Hijo vio al Padre hacer el firmamento y ha dicho: «El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer», muéstrame el otro firmamento. ¿O has perdido tú el cimiento? En cambio, los edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, porque Cristo Jesús en persona existe como suprema piedra angular, encuentran la paz en Cristo y no contienden ni yerran en la herejía21. Entendemos, pues, que Dios Padre hizo la luz, pero mediante el Hijo; que Dios Padre hizo el firmamento, pero mediante el Hijo, pues todo se hizo mediante él, y sin él no se hizo nada. Examina tu inteligencia, a la que hay que llamar no inteligencia, sino simple y llanamente estulticia. Dios Padre hizo el mundo. ¿Qué otro mundo hizo el Hijo? Muéstrame el mundo del Hijo. Ese en que estamos, ¿de quién es? Dinos por quién ha sido hecho. Si dices: «Por el Hijo, no por el Padre», has errado respecto al Padre. Si dices: «Por el Padre, no por el Hijo», te responderá el evangelio: El mundo se hizo mediante él y el mundo no le conoció22. Reconoce, pues, a ese mediante quien se hizo el mundo, y no estés entre quienes no han conocido a quien hizo del mundo.
Ni el Padre envejece, ni el Hijo crece
8. Inseparables son, pues, las obras del Padre y del Hijo. Pero esto: «No puede el Hijo hacer por sí algo» significa lo que significaría si dijera: el Hijo no existe por sí. Efectivamente, si es Hijo, ha nacido; si ha nacido, procede de ese de quien ha nacido. Pero, en todo caso, el Padre lo engendró igual a sí. Efectivamente, nada faltó al engendrador ni quien lo ha engendrado coeterno buscó tiempo para engendrar ni quien de sí profirió la Palabra buscó madre para engendrar ni el Padre engendrador había precedido en edad al Hijo, de forma que engendrase como menor al Hijo. Y quizá dice alguien que Dios, tras muchos siglos, en su vejez engendró al Hijo. Como el Padre existe sin vejez, así también el Hijo existe sin crecimiento; ni uno envejeció, ni otro creció, sino que el Igual ha engendrado al Igual, el Eterno al Eterno. ¿Cómo, pregunta alguien, el Eterno al Eterno? Como una llama temporal genera una luz temporal. Ahora bien, la llama generadora es contemporánea con la luz a la que engendra, y la llama generadora no precede en el tiempo a la luz generada; más bien, desde que empieza la llama, desde ahí empieza la luz. Dame una llama sin luz y te daré a Dios Padre sin el Hijo. Esto, pues, significa «No puede el Hijo hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer», porque el ver del Hijo es haber nacido del Padre. No es una su visión y otra su sustancia, ni una su potencia, otra su sustancia. Todo lo que él es procede del Padre; todo lo que puede procede del Padre, porque lo que puede y es, esto es una sola realidad y del Padre procede toda entera.
La unidad trinitaria en el obrar
9. Sigue también él mismo y conturba a quienes entienden mal, para hacer venir a la recta interpretación a los equivocados. Como hubiese dicho: «El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer», para que no se introdujera subrepticiamente una comprensión carnal y desviase la mente y el hombre se imaginase como dos artesanos, uno el maestro, otro el aprendiz como atento al maestro que hace, verbigracia, un arca, para, como él hizo el arca, hacer también él otra arca según la visión que contempló en el maestro que trabajaba; para que, más bien, respecto a la simple divinidad, la comprensión carnal no duplicase para sí algo parecido, asevera a continuación: Pues cualesquiera cosas que hace el Padre, éstas mismas hace también el Hijo similarmente23. No hace el Padre unas y el Hijo otras semejantes, sino idénticas similarmente. En efecto, no asevera: «Cualesquiera cosas que el Padre hace, también el Hijo hace otras similares», sino que afirma: Cualesquiera cosas que hace el Padre, éstas mismas hace también el Hijo similarmente. Lo que hace uno, esto también el otro; el Padre hizo el mundo, el Hijo hizo el mundo, el Espíritu Santo hizo el mundo. Si fueran tres dioses, habría tres mundos; si el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son un único Dios, un único mundo ha sido hecho por el Padre mediante el Hijo en el Espíritu Santo. El Hijo, pues, hace lo que también el Padre hace y lo hace no desemejantemente; hace esto y lo hace similarmente.
La palabra humana y la palabra divina
10. Ya había dicho: Hace éstas. ¿Por qué añadió: Hace similarmente? Para que no naciera en el ánimo otra comprensión o error torcidos. Ves, en efecto, una obra del hombre; en el hombre hay ánimo y cuerpo; el ánimo impera sobre el cuerpo; pero hay mucha diferencia entre el cuerpo y ánimo: el cuerpo es visible, invisible el ánimo; entre la potencia y la fuerza del ánimo y la de cualquier cuerpo, aun celeste, hay mucha diferencia. El ánimo, empero, impera sobre su cuerpo y el cuerpo ejecuta; y lo que el ánimo parece hacer, esto hace también el cuerpo. Parece, pues, que el cuerpo hace lo mismo que el ánimo, pero no similarmente. ¿Cómo hace lo mismo, pero no similarmente? El ánimo hace cabe sí una palabra, da orden a la lengua y profiere la palabra que hizo el ánimo; la hizo el ánimo, la hizo también la lengua; la hizo el señor del cuerpo, la hizo también el esclavo; pero, para hacerla el esclavo, recibió del señor lo que haría, y lo hizo por mandato del señor. Uno y otro han hecho lo mismo. Pero ¿acaso similarmente? ¿Cómo no similarmente?, replica alguien. Mira: la palabra que el ánimo hizo permanece en mí; lo que hizo mi lengua pasó, pulsado el aire, y no existe. Cuando tú hayas dicho en tu ánimo una palabra y haya sonado mediante tu lengua, regresa a tu ánimo y ve que allí está la palabra que hiciste. ¿Acaso permaneció en tu lengua como permaneció en tu ánimo? Lo que ha sonado mediante tu lengua, lo hizo la lengua al emitir el sonido, lo hizo el ánimo al pensar; pero el sonido que emitió la lengua pasó; lo que el ánimo ha pensado permanece. El cuerpo, pues, hizo lo mismo que hizo el ánimo, pero no similarmente, pues el ánimo hizo lo que el ánimo retendrá; la lengua, en cambio, hizo lo que suena y a través del aire golpea al oído. ¿Acaso sigues las sílabas y haces que permanezcan?
No se comportan, pues, así el Padre y el Hijo, sino que hacen estas mismas cosas y las hacen similarmente. Si Dios ha hecho el cielo, que permanece, el Hijo ha hecho este cielo que permanece. Si Dios Padre ha hecho al hombre, que muere, el Hijo ha hecho a este mismo hombre que muere. Cualesquiera cosas que el Padre ha hecho estables, éstas ha hecho estables el Hijo, porque las ha hecho similarmente. Y cualesquiera cosas que el Padre ha hecho temporales, éstas mismas ha hecho temporales el Hijo, porque no sólo ha hecho ésas, sino que las ha hecho similarmente, pues el Padre las ha hecho mediante el Hijo, porque mediante su Palabra ha hecho el Padre todo.
Trasciende tu alma para llegar a Dios
11. Busca separación en el Padre y el Hijo; no la hallas. Pero, si te creciste, entonces no la hallas; si tocaste algo por encima de tu mente, entonces no la hallas, porque, si giras entre lo que tu ánimo errado se forja, hablas con tus fantasías, no con la Palabra de Dios; tus fantasías te engañan. Trasciende el cuerpo y céntrate en el ánimo; trasciende también el ánimo y céntrate en Dios. No tocas a Dios si no trasciendes también el ánimo. ¿Cuánto menos lo tocarás si te quedas en la carne? Quienes, pues, se centran en la carne, ¡qué lejos están de saborear lo que Dios es, porque no estarían ahí, aunque se centrasen en el ánimo! Mucho se aparta de Dios el hombre cuando entiende carnalmente; y mucha diferencia hay entre la carne y el ánimo; más diferencia empero hay entre el ánimo y Dios. Si tú estás en el ánimo, estás en medio: si miras hacia abajo, está el cuerpo; si miras hacia arriba, está Dios. Elévate sobre tu cuerpo y déjate atrás incluso a ti. Mira, en efecto, qué dijo un salmo y aprenderás cómo se llega a gustar a Dios: Las lágrimas, afirma, se me han convertido en panes día y noche, mientras a diario se me dice: «¿Dónde está tu Dios?»24. Como si los paganos dijesen: «He ahí nuestros dioses; vuestro Dios ¿dónde está?». Ellos, en efecto, muestran lo que se ve; nosotros adoramos lo que no se ve. ¿Y a quién mostrarlo? ¿Al hombre que no tiene cómo verlo? Porque, si ellos ven ciertamente a sus dioses con los ojos, también nosotros tenemos otros ojos con que ver a nuestro Dios. Nuestro Dios ha de purificar esos ojos para que veamos a nuestro Dios, pues Dichosos los de corazón limpio, porque ésos verán a Dios25. Como, pues, hubiese dicho que él se conturba cuando cada día se le dice: «¿Dónde está tu Dios?» —afirma: «He recordado esto: que se me dice a diario “¿Dónde está tu Dios?”»— y, como si quisiera agarrar a su Dios, afirma: He recordado esto y he derramado sobre mí mi alma26. Para, pues, palpar a mi Dios, del que se me decía: «¿Dónde está tu Dios?», he derramado mi alma no sobre mi carne, sino sobre mí; me he trascendido para tocarlo, pues sobre mí está quien me ha hecho; nadie le palpa, sino quien se trasciende.
Ascensión a Dios
12. Piensa en el cuerpo: es mortal, es terreno, es frágil, es corruptible: deséchalo. Pero ¿quizá la carne es temporal? Piensa en otros cuerpos, piensa en los cuerpos celestes: son mayores, mejores, refulgentes; obsérvalos también; giran de oriente a occidente, no están fijos; se ven con los ojos, no sólo por el hombre, sino también por el ganado; déjalos también atrás. Pero ¿cómo dejo atrás los cuerpos celestes, preguntarás, cuando camino en la tierra? Los dejas atrás no con la carne, sino con la mente. ¡Deséchalos también! Aunque brillen, son cuerpos; aunque resplandezcan desde el cielo, son cuerpos. Ven, porque quizá supones que no tienes a dónde ir cuando contemplas todo esto. Pero ¿a dónde voy a ir, preguntas, allende estos cuerpos celestes, y qué he de dejar atrás mediante la mente? ¿Has contemplado todo esto? Lo he contemplado, respondes. ¿Con qué lo has contemplado? Aparezca este contemplativo.
En realidad, el contemplativo mismo de todo eso, el que lo discierne, distingue y de alguna manera lo pesa en la balanza de la sabiduría, es el ánimo. Sin duda, mejor que todo eso en que has pensado es el ánimo con el que has pensado en todo eso. El ánimo ese, pues, es espíritu, no cuerpo; ¡déjalo también atrás! Para que veas por dónde pasar, compara primero el ánimo; compáralo con la carne. Ni hablar de que no te dignes compararlo. Compáralo con el fulgor del sol, de la luna, de las estrellas: mayor es el fulgor del ánimo. Ve primero la velocidad del ánimo mismo. Ve si la centella del ánimo pensante no es más vehemente que el esplendor del sol luciente. Con el ánimo ves salir el sol; su movimiento, ¡qué tardo es en comparación a tu ánimo! Pronto has podido tú pensar en lo que va a hacer el sol. Va a venir de oriente a occidente, mañana saldrá ya por la otra parte. Mientras tu pensamiento ha hecho esto, aquél aún es tardo, mas tú has recorrido todo. ¡Gran cosa, pues, es el ánimo! Pero ¿cómo digo «es»? Déjalo también atrás, porque también el ánimo, aunque es mejor que todo cuerpo, es mudable. Ora sabe, ora no sabe; ora olvida, ora recuerda; ora quiere, ora no quiere; ora peca, ora es justo. Deja, pues, atrás toda mutabilidad; no sólo todo lo que se ve, sino también todo lo que se muda. De hecho, has dejado atrás la carne, que se ve; has dejado atrás el cielo, el sol, la luna y las estrellas, que se ven; ¡deja también atrás todo lo que se muda! En efecto, dejadas atrás esas cosas, habías llegado a tu ánimo; pero también allí has hallado la mutabilidad de tu ánimo. ¿Acaso Dios es mudable? Deja, pues, atrás también tu ánimo. Derrama sobre ti tu alma para llegar a Dios, del que se te dice: ¿Dónde está tu Dios?
En Dios no hay separación
13. No supongas que debes hacer algo que el hombre no puede. Lo hizo el evangelista Juan mismo. Trascendió la carne, trascendió la tierra que pisaba, trascendió los mares que veía, trascendió el aire donde revolotean las aves, trascendió el sol, trascendió la luna, trascendió las estrellas, trascendió todos los espíritus, que no se ven; trascendió su mente con la razón misma de su ánimo. Después de trascender todo eso, derramando sobre sí su alma, ¿a dónde llegó?, ¿qué vio? En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios27. Si, pues, en la luz no ves separación, ¿qué separación buscas en la obra? Mira a Dios, mira a su Palabra adherirse a quien mediante la Palabra habla, porque ése mismo, al hablar, no habla con sílabas, sino que brillar con el esplendor de la sabiduría, esto es hablar. ¿Qué está dicho de su sabiduría? Es el esplendor de la luz eterna28. Observa el esplendor del sol. Está en el cielo y expande esplendor por las tierras todas, por los mares todos. Y es, sí, luz corporal. Si separas del sol el esplendor del sol, separa del Padre la Palabra. Del sol hablo. Una tenue llamita sola de una lámpara, que puede apagarse de un soplo, difunde su luz sobre todo lo que subyace a ella. Ves la luz engendrada por la llamita, ves la emisión, no ves separación. Entended, pues, hermanos carísimos, que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo se adhieren entre sí inseparablemente, que esta Trinidad es un único Dios, y que todas las obras del único Dios, éstas son del Padre, éstas son del Hijo, éstas son del Espíritu Santo. Porque también el día de mañana se os debe el sermón, asistid a escuchar lo demás que sigue, que pertenece al discurso de nuestro Señor Jesucristo en el evangelio.