Comentario a Jn 4,43-53, predicado en Hipona al día siguiente del tratado anterior
Jesús vuelve a Galilea
1. A la lectura del día de ayer sigue la lectura evangélica que se nos propone para examinar. En ella, los sentidos son ciertamente no difíciles de investigar, sino dignos de ser predicados, dignos de admiración y alabanza. Por tanto, os recordaré con encomio ese lugar del evangelio, en vez de tratarlo con dificultad. El hecho es que, tras los dos días que pasó en Samaría, Jesús se marchó a Galilea, donde se había criado. Pues bien, el evangelista afirma a continuación: Pues Jesús mismo dio testimonio de que no se rinde honor a un profeta en su patria1. No se retiró Jesús de Samaría a los dos días porque no se le rendía honor en Samaría, pues su patria era no Samaría, sino Galilea. Tras haber, pues, dejado tan pronto a ésa y haber venido a Galilea, donde se había criado, ¿cómo atestigua que no se rinde honor a un profeta en su patria? Parece, más bien, haber podido atestiguar que no se rendía honor a un profeta en la patria, si desdeñase marchar a Galilea y hubiese permanecido en Samaría.
Aparente contradicción
2. Si el Señor, pues, me sugiere y dona lo que yo diga, atienda Vuestra Caridad al no pequeño misterio que se nos ha insinuado. Conocéis la dificultad propuesta; indagad la solución. Pero repitamos la proposición para hacer deseable la solución. Me inquieta por qué el evangelista ha dicho: Pues Jesús mismo dio testimonio de que no se rinde honor a un profeta en su patria. Muy inquieto por esto, he repetido las palabras anteriores, para hallar por qué quiso el evangelista decir esto. Y hallamos que las palabras anteriores son del que así narra que tras dos días se marchó de Samaría a Galilea. ¿Dijiste, oh evangelista, que Jesús dio testimonio de que no se rinde honor a un profeta en su patria, precisamente porque tras dos días dejó Samaría y se dio prisa en llegar a Galilea? Al contrario, como que me parece más lógico entender que, si a Jesús no se rendía honor en su patria, no se apresuraría hacia ella, dejada Samaría. Pero, si no me engaño —mejor dicho, porque es verdad y no me engaño, pues el evangelista vio mejor que yo qué decía—, mejor que yo veía la verdad quien la bebía del pecho del Señor, pues Juan evangelista mismo es quien de entre todos los discípulos se recostaba sobre el pecho del Señor2, y a quien el Señor, aun debiendo a todos caridad, quería empero más que a los demás3. ¿Se habrá, pues, equivocado él, y voy a tener yo razón? Mejor dicho, si juzgo piadosamente, oiré obedientemente lo que dijo, para merecer entender lo que entendió.
Los samaritanos, presagio de la gentilidad
3. Así pues, carísimos, aceptad mi opinión sobre este punto, sin menoscabo de que vosotros opinéis algo mejor. De hecho, todos tenemos un único Maestro y somos condiscípulos en una única escuela. Esto, pues, opino, y ved si no es verdadero o se acerca a la verdad lo que opino. Dos días estuvo en Samaría, y creyeron en él los samaritanos; ¡tantos días estuvo en Galilea, y los galileos no creyeron en él! Rehaced o repasad con la memoria la lectura y el sermón del día de ayer: llegó a Samaría, donde lo había predicado primero la mujer con quien había hablado de misterios grandes junto al pozo de Jacob. Tras verlo y oírlo, los samaritanos creyeron en él por la palabra de la mujer, y por la palabra de él creyeron con más firmeza y en mayor número. Así está escrito. Empleados allí dos días —número de días por el que se encomia el número de los dos preceptos, de los cuales dos preceptos pende la Ley entera y los Profetas4, como recordáis que en el día de ayer encomié—, partió a Galilea y vino a la ciudad de Caná de Galilea, donde del agua hizo vino5.
Pues bien, cuando convirtió allí el agua en vino, sus discípulos, como escribe Juan mismo, creyeron en él. Y, sin embargo, la casa estaba llena de una multitud de convidados. Sucedió un milagro tan grande y no creyeron en él sino sus discípulos6. A esta ciudad de Galilea regresó ahora Jesús. Y he aquí que cierto funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo, vino a él y comenzó a rogarle que descendiera a la ciudad o a la casa, y sanase a su hijo, pues comenzaba a morir. Quien rogaba ¿no creía? ¿Qué aguardas que diga yo? Interroga al Señor qué opinaba de él, ya que, una vez rogado, respondió cosas de este calibre: Si no veis signos y prodigios, no creéis7. Inculpa al hombre de ser tibio o frío en cuanto a la fe, o de nula fe y, más bien, de desear ponerlo a prueba con motivo de la salud de su hijo: quién era, cuánto podía. Hemos oído, en efecto, las palabras de quien rogaba; las pronunció quien oyó las palabras e inspeccionó el corazón. Finalmente, el evangelista mismo testifica con el testimonio de su relato que aún no había creído quien deseaba que el Señor viniese a su casa a curar a su hijo. En efecto, después que se le notificó que su hijo estaba sano, y descubrió que fue sanado en esa hora —la hora en que el Señor había dicho: «Vete, tu hijo vive»—, creyó él, afirma, y su casa entera. Si, pues, creyó él y su casa entera8, precisamente porque se le notificó que su hijo estaba sano, y comparó la hora de los mensajeros con la hora de quien prenunciaba, cuando rogaba no creía aún.
Los samaritanos no habían aguardado signo alguno; sólo habían creído a su palabra; en cambio, sus conciudadanos merecieron oír: Si no veis signos y prodigios, no creéis; y, sin embargo, hecho tan gran milagro, allí no creyó sino él y su casa. Ante la palabra sola creyeron muy numerosos samaritanos; ante aquel milagro, creyó sola la casa donde se realizó. Por tanto ¿qué, hermanos, qué hace el Señor valer para nosotros? Entonces Galilea de Judea era la patria del Señor, porque allí se crió. Ahora, en cambio, porque aquel hecho presagia algo —en efecto, no sin motivo se habla de prodigios, sino porque presagian algo, ya que «prodigio» se llama, por así decirlo, a un prenuncio, a lo que habla por delante, a lo que significa por delante y presagia que algo sucederá—; porque, pues, todo aquello presagiaba algo, todo aquello predecía algo, pongamos de momento nosotros como patria de nuestro Señor Jesucristo, según la carne —de hecho no tuvo patria en la tierra, sino según la carne que recibió en la tierra—; pongamos, pues, como patria del Señor el pueblo de los judíos. He aquí que no se le rinde honor en su patria. Observa ahora a las turbas de los judíos, observa ya a la nación aquella dispersa por todo el orbe de las tierras y arrancada de sus raíces; observa las ramas rotas, cortadas, dispersas, secas, rotas las cuales mereció ser injertado el acebuche9. Ve qué dice ahora la turba de los judíos. «A quien dais culto, a quien adoráis era nuestro hermano». Y nosotros respondamos: No se rinde honor a un profeta en su patria. En fin, ellos vieron al Señor Jesús andar en la tierra, hacer milagros, iluminar a los ciegos, abrir los oídos a los sordos, soltar las bocas de los mudos, sujetar los miembros de los paralíticos, andar sobre el mar, dominar los vientos y el oleaje, resucitar muertos, hacer tantos signos, y apenas unos pocos de ellos creyeron.
Hablo al pueblo de Dios: tantos que hemos creído, ¿qué signos hemos visto? Lo que, pues, ocurrió entonces presagiaba esto que acontece ahora. Los judíos fueron o son similares a los galileos; nosotros, similares a los samaritanos. Hemos oído el Evangelio, hemos dado nuestro consentimiento al Evangelio, mediante el Evangelio hemos creído en Cristo; no vemos ningún signo, no exigimos ninguno.
Tomás, presagio de nuestra Iglesia
4. Tomás, el que deseaba meter los dedos en los lugares de las heridas, aunque de hecho era uno de los doce elegidos y santos, fue empero israelita, o sea, de la raza del Señor. El Señor le inculpa como a ese funcionario real. A éste dijo: Si no veis signos y prodigios, no creéis; a aquél, en cambio: Has creído porque has visto10. Había venido a los galileos, después de dejar a los samaritanos que habían creído a su palabra, entre los cuales no había hecho ningún milagro, a los que, seguro, rápidamente había dejado firmes en la fe porque no los había dejado en cuanto a la presencia de la divinidad. Cuando, pues, el Señor decía a Tomás: «Ven, mete tu mano y no seas incrédulo, sino fiel», y como él, tocados los lugares de las heridas, exclamase y dijese: «Señor mío y Dios mío», se le increpa y se le dice: Has creído porque has visto11. ¿Por qué, sino porque no se rinde honor a un profeta en su patria? Pero, porque entre extranjeros se rinde honor a este profeta, ¿qué sigue? Dichosos quienes no han visto y han creído12. Es una predicción sobre nosotros, y el Señor se ha dignado cumplir en nosotros lo que antes elogió. Lo vieron quienes lo crucificaron, palparon, y, con todo, pocos creyeron; nosotros no lo hemos visto ni tocado, hemos oído, hemos creído. Hágase en nosotros, la dicha que prometió realícese en nosotros aquí, porque se nos ha preferido a su patria, y en el siglo futuro, porque hemos sido injertados en el lugar de las ramas rotas.
Ramas cortadas y nuevo injerto
5. Efectivamente, mostraba que él iba a romper estas ramas y a injertar este acebuche, cuando, conmovido por la fe del centurión que le dijo: «No soy digno de que entres bajo mi techo; pero di sólo de palabra y mi criado se sanará; de hecho, también yo soy hombre establecido bajo autoridad, que tengo soldados a mis órdenes, y digo a uno “Ve”, y va, y a otro “Ven”, y viene, y a mi esclavo “Haz esto”, y lo hace», tras girarse hacia quienes le seguían, dijo: En verdad os digo: No hallé tanta fe en Israel13. ¿Por qué no halló tanta fe en Israel? Porque no se rinde honor a un profeta en su patria. ¿Acaso el Señor no podía haber dicho al centurión lo que le dijo a este funcionario real: Vete, tu hijo vive?14 Ved la diferencia: ese funcionario deseaba que el Señor bajara a su casa; el centurión decía que él era indigno; se decía a uno: «Yo voy y lo curaré»15; al otro está dicho: Vete, tu hijo vive; a uno prometía la presencia, de palabra sanaba al otro; ése, sin embargo, obtenía por la fuerza su presencia; aquél decía ser indigno de su presencia; aquí se cedió a la altanería, allí hubo una concesión a la humildad, como si dijera a éste: «Vete, tu hijo vive, no me canses; si no veis signos y prodigios, no creéis; quieres mi presencia en tu casa, puedo dar de palabra una orden; no creas tú por los signos; el centurión extranjero creyó que yo podía actuar de palabra y creyó antes que yo actuase; vosotros, si no veis signos y prodigios, no creéis».
Si, pues, es así, rómpanse las ramas soberbias, sea injertado el humilde acebuche; quede empero la raíz, cortadas aquéllas, acogidas éstas. ¿Dónde queda la raíz? En los patriarcas, pues la patria de Cristo es el pueblo de Israel, porque de ellos viene según la carne; pero la raíz de este árbol son Abrahán, Isaac y Jacob, los santos patriarcas. ¿Y dónde están ésos? En el descanso junto a Dios, con gran honor, para que, ayudado, aquel pobre fuese elevado al seno de Abrahán y en el seno de Abrahán lo viera de lejos el rico soberbio16. Queda, pues, la raíz, es elogiada la raíz; pero las ramas soberbias han merecido ser cortadas y secarse; el humilde acebuche, en cambio, gracias a la poda de aquéllas, encontró un lugar17.
6. Oye, pues, por ese mismo centurión respecto al que he supuesto que había que recordar por comparación con este funcionario real, cómo son cortadas las ramas naturales, cómo es injertado el olivo acebuche. En verdad os digo, afirma: No hallé tanta fe en Israel; por eso os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente. ¡Qué ampliamente había ocupado el acebuche la tierra! Este mundo fue selva amarga; pero, a causa de la humildad, a causa de «No soy digno de que entres en mi casa», vendrán muchos de Oriente y Occidente. Y supón que vendrán; ¿qué será de ellos? De hecho, si vienen, ya han sido cortados de la selva; ¿dónde han de ser injertados para que no se sequen? Se recostarán, afirma, con Abrahán, Isaac y Jacob. ¿En qué convite, no sea que invites no a vivir siempre, sino a beber mucho? ¿Se recostarán con Abrahán, Isaac y Jacob. ¿Dónde? En el reino de los cielos, afirma. ¿Y qué será de quienes vinieron de la estirpe de Abrahán? ¿Qué será de las ramas de que estaba lleno el árbol? ¿Qué, sino que serán cortadas, para que esos sean injertados? Enseña tú que serán cortadas: En cambio, los hijos del reino irán a las tinieblas exteriores18.
Honor al profeta no honrado en su patria
7. Ríndase, pues, entre nosotros honor al Profeta, porque no se le rindió honor en su patria. No se le rindió honor en la patria en que fue creado; ríndasele honor en la patria que ha creado. Por cierto, en aquélla fue creado el creador de todo, creado en ella fue según la forma de esclavo, porque esa ciudad misma en que fue creado, Sión misma, esa nación judía misma, esa Jerusalén misma creó él en persona cuando la Palabra existía en el Padre, pues todo se hizo mediante ella y sin ella nada se hizo. De ese hombre de quien hoy hemos oído, único mediador de Dios y de los hombres, Cristo Jesús hombre19, también un salmo había hablado anticipadamente, diciendo: «¡Madre Sión!» dirá un hombre20. Cierto hombre, mediador de Dios y de los hombres, dice: «¡Madre Sión!». ¿Por qué dice «¡Madre Sión!»? Porque de ahí recibió carne, de ahí la Virgen María, de cuyo seno fue asumida la forma de esclavo en la que se dignó aparecer humildísimo. Un hombre dice: «¡Madre Sión!», y este hombre que dice «¡Madre Sión!» se hizo en ella, se hizo hombre en ella. Cierto, era Dios antes de ella, y se hizo hombre en ella. El hombre que se hizo en ella es el Altísimo mismo que la fundó21, no el humildísimo. En ella se hizo hombre humildísimo, porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; la fundó el Altísimo mismo, porque en el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios; todo se hizo mediante ella22. En verdad, porque él creó esa patria, ríndasele aquí honor. Lo rechazó la patria en que fue engendrado; acójalo la patria a la que ha regenerado.